Emilio Restrepo, el ginecólogo que incursiona en la novela negra
El médico y escritor estará en el congreso internacional de literatura Medellín Negro, que empieza mañana. Asegura que estas profesiones no son excluyentes y se complementan en la búsqueda de tratar de conocer mejor la mente y el corazón humanos.
Jorge Consuegra
¿Primero nació el médico y luego el escritor?
Primero el niño lector, luego el jovencito apasionado por los cómics y el cine de aventuras en un teatro de barrio, influenciado por los westerns, las películas de chinos y de detectives y los luchadores mexicanos. No sé cómo sobreviví a tanto bodrio, pero me entró una fiebre por las historias, oírlas y contarlas, que nunca se me ha quitado. Luego llegaron la medicina, el rigor de la academia, los turnos, la responsabilidad extrema, pero también la cantera inagotable de historias de cada paciente, que en sí mismo es un universo. De hecho, tengo dos novelas de ambiente hospitalario: El pabellón de la mandrágora y Crónica de un proceso.
¿Qué lo apasiona de la medicina?
La disciplina, el rigor, entender el funcionamiento de los órganos y el ataque de las enfermedades como una película de acción. La posibilidad de servir, el concepto de valorar al ser humano que sufre y que deposita la confianza en uno como vehículo de la búsqueda del equilibrio y la salud. El tener la posibilidad de explorar al otro, entenderlo, respetarlo, sensibilizarse ante el dolor y el sufrimiento, asumir el desprendimiento por el concepto de la pérdida o la impotencia.
¿Mientras estudiaba también le dedicaba tiempo a la escritura?
No. Más a la lectura y al cine. Y por supuesto a la profundización en lo académico, que es un pozo inagotable, sin fondo. Intenté empezar a escribir, pero no me encontraba con mi propio estilo. Eso llegó ya de adulto, ya era especialista cuando tuve la fortuna de encontrarme un maestro que me dirigiera, Mario Escobar Velásquez.
¿A veces le roba más el corazón la literatura que la medicina?
Cada una de estas facetas tiene su espacio definido. Son dos carreras paralelas: escribo y publico y ejerzo la ginecología, la obstetricia y la laparoscopia de forma simultánea. Y la docencia y las conferencias médicas y literarias. No son excluyentes, creo que ambas se complementan en mi búsqueda de tratar de conocer mejor la mente y el corazón humanos.
¿La gran mayoría de sus escritos tienen algo de autobiografía?
Aunque uno escriba ficción, alguien opina que en el fondo siempre se escribe sobre uno y las cosas que conoce y los asuntos que le interesan. Mucho de lo que escribo tiene que ver con lo que oigo y distorsiono, lo que capto y modifico, lo que leo y acomodo, lo que percibo y me imagino. En los textos de mi detective, Joaquín Tornado, hay un poco de todo, aunque no sea autobiográfico: el delito, el crimen, el timo. En lo directo no me tocan, pero son muchas historias robadas a los amigos, en la esquina, en la tertulia, en el café, en los ecos que se quedan pegados de las paredes de los callejones y los antros.
¿Cuál fue el tema de su primer cuento publicado?
Un cuento sobre unos niños haciendo travesuras que el jurado consideró que tenía la notable influencia de Los cachorros de Vargas Llosa, en una época en que no lo había leído. Y fui a ver y sí. Quedé sorprendido y a partir de su lectura me volví en un admirador del premio nobel peruano. Un maestro.
¿Por qué tanta pasión por la novela negra?
Son influencias tempranas, antes que de la literatura, del cine y del cómic. Las grandes cintas americanas de los 40 y 50. Creo que en ese teatro, El Mariscal, las pasaron todas. Y los libros de Ian Fleming y el pulp (pistoleros, terror y detectives), que estaban siempre disponibles por centavos en las aceras. Y las aventuras de Rib Kirby y el Agente Dan. Y después el agente de la Continental y Sam Spade, y Sherlock y Agata. Todavía tengo los libros rojos de papel de biblia de ellos y Chandler y Ellery Queen.
¿Qué libros lo desvelan de verdad?
Todo García Márquez y Vargas Llosa. Los libros del Padre Brown. Me descrestan las historias de Guy de Maupassant, Ray Bradbury, Fredick Brown. Me deslumbran algunos de Cortázar y Borges.
¿Y cómo surge la imagen de Joaquín Tornado?
Un profesor en el taller, Luis Fernando Macías, profundizando sobre las técnicas de escritura de la novela negra y policial, me habló de la importancia de ir construyendo un personaje que tuviera carácter y personalidad propia, que fuera creciendo libro a libro. Le fui dando cuerpo y rasgos a un detective criollo que se fue apropiando de mis historias. Con él de protagonista, ganaron fuerza dichas historias y ya lo tengo en ocho novelas cortas y una docena de cuentos.
¿Es Tornado un detective cargado de humor, ironía y mucha sapiencia?
El hombre es un intuitivo. Tiene defectos y virtudes, tiene grandezas y miedos y refleja un poco la inteligencia típica del colombiano de la calle que enfrenta los problemas con picardía e irreverencia. Es observador y desconfiado. No siempre le salen las cosas, no todo es color de rosa, sabe que la vida es una larga carrera de obstáculos, no siempre con un trofeo esperándolo en la meta. Prefiere reírse de sí mismo y no es proclive ni a la autocompasión ni al conformismo. Pero es persistente.
¿Primero nació el médico y luego el escritor?
Primero el niño lector, luego el jovencito apasionado por los cómics y el cine de aventuras en un teatro de barrio, influenciado por los westerns, las películas de chinos y de detectives y los luchadores mexicanos. No sé cómo sobreviví a tanto bodrio, pero me entró una fiebre por las historias, oírlas y contarlas, que nunca se me ha quitado. Luego llegaron la medicina, el rigor de la academia, los turnos, la responsabilidad extrema, pero también la cantera inagotable de historias de cada paciente, que en sí mismo es un universo. De hecho, tengo dos novelas de ambiente hospitalario: El pabellón de la mandrágora y Crónica de un proceso.
¿Qué lo apasiona de la medicina?
La disciplina, el rigor, entender el funcionamiento de los órganos y el ataque de las enfermedades como una película de acción. La posibilidad de servir, el concepto de valorar al ser humano que sufre y que deposita la confianza en uno como vehículo de la búsqueda del equilibrio y la salud. El tener la posibilidad de explorar al otro, entenderlo, respetarlo, sensibilizarse ante el dolor y el sufrimiento, asumir el desprendimiento por el concepto de la pérdida o la impotencia.
¿Mientras estudiaba también le dedicaba tiempo a la escritura?
No. Más a la lectura y al cine. Y por supuesto a la profundización en lo académico, que es un pozo inagotable, sin fondo. Intenté empezar a escribir, pero no me encontraba con mi propio estilo. Eso llegó ya de adulto, ya era especialista cuando tuve la fortuna de encontrarme un maestro que me dirigiera, Mario Escobar Velásquez.
¿A veces le roba más el corazón la literatura que la medicina?
Cada una de estas facetas tiene su espacio definido. Son dos carreras paralelas: escribo y publico y ejerzo la ginecología, la obstetricia y la laparoscopia de forma simultánea. Y la docencia y las conferencias médicas y literarias. No son excluyentes, creo que ambas se complementan en mi búsqueda de tratar de conocer mejor la mente y el corazón humanos.
¿La gran mayoría de sus escritos tienen algo de autobiografía?
Aunque uno escriba ficción, alguien opina que en el fondo siempre se escribe sobre uno y las cosas que conoce y los asuntos que le interesan. Mucho de lo que escribo tiene que ver con lo que oigo y distorsiono, lo que capto y modifico, lo que leo y acomodo, lo que percibo y me imagino. En los textos de mi detective, Joaquín Tornado, hay un poco de todo, aunque no sea autobiográfico: el delito, el crimen, el timo. En lo directo no me tocan, pero son muchas historias robadas a los amigos, en la esquina, en la tertulia, en el café, en los ecos que se quedan pegados de las paredes de los callejones y los antros.
¿Cuál fue el tema de su primer cuento publicado?
Un cuento sobre unos niños haciendo travesuras que el jurado consideró que tenía la notable influencia de Los cachorros de Vargas Llosa, en una época en que no lo había leído. Y fui a ver y sí. Quedé sorprendido y a partir de su lectura me volví en un admirador del premio nobel peruano. Un maestro.
¿Por qué tanta pasión por la novela negra?
Son influencias tempranas, antes que de la literatura, del cine y del cómic. Las grandes cintas americanas de los 40 y 50. Creo que en ese teatro, El Mariscal, las pasaron todas. Y los libros de Ian Fleming y el pulp (pistoleros, terror y detectives), que estaban siempre disponibles por centavos en las aceras. Y las aventuras de Rib Kirby y el Agente Dan. Y después el agente de la Continental y Sam Spade, y Sherlock y Agata. Todavía tengo los libros rojos de papel de biblia de ellos y Chandler y Ellery Queen.
¿Qué libros lo desvelan de verdad?
Todo García Márquez y Vargas Llosa. Los libros del Padre Brown. Me descrestan las historias de Guy de Maupassant, Ray Bradbury, Fredick Brown. Me deslumbran algunos de Cortázar y Borges.
¿Y cómo surge la imagen de Joaquín Tornado?
Un profesor en el taller, Luis Fernando Macías, profundizando sobre las técnicas de escritura de la novela negra y policial, me habló de la importancia de ir construyendo un personaje que tuviera carácter y personalidad propia, que fuera creciendo libro a libro. Le fui dando cuerpo y rasgos a un detective criollo que se fue apropiando de mis historias. Con él de protagonista, ganaron fuerza dichas historias y ya lo tengo en ocho novelas cortas y una docena de cuentos.
¿Es Tornado un detective cargado de humor, ironía y mucha sapiencia?
El hombre es un intuitivo. Tiene defectos y virtudes, tiene grandezas y miedos y refleja un poco la inteligencia típica del colombiano de la calle que enfrenta los problemas con picardía e irreverencia. Es observador y desconfiado. No siempre le salen las cosas, no todo es color de rosa, sabe que la vida es una larga carrera de obstáculos, no siempre con un trofeo esperándolo en la meta. Prefiere reírse de sí mismo y no es proclive ni a la autocompasión ni al conformismo. Pero es persistente.