Eterno Eduardo: homenaje de canciones para Aute

Cuando el artista murió, el pasado 4 de abril, sus amigos pensaron en rendirle un homenaje. Al final 300 músicos iberoamericanos reinterpretaron sus canciones y las presentaron en línea.

Roberto Camargo
29 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
Luis Eduardo Aute fue cantante, compositor, pintor, poeta y cineasta.  / Getty Images
Luis Eduardo Aute fue cantante, compositor, pintor, poeta y cineasta. / Getty Images
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La última vez que Luis Eduardo Aute visitó Bogotá, varios simpatizantes de su arte, prolífico y versátil, tuvimos la oportunidad de acompañarlo en su periplo vespertino por el barrio La Candelaria.

Aute, el mismo que años antes había cantado a dueto con Silvio Rodríguez en la Plaza de Las Ventas, de Madrid, inmortalizando aquel momento ante toda una generación de amantes de la canción de autor iberoamericana en su disco Mano a mano, de 1993, compartió pensamientos, propició reflexiones y contó con fino sentido del humor algunas anécdotas de su vida creativa.

El retrato de José Asunción Silva, ubicado en la casa de poesía que aún resguarda su nombre, fue testigo de aquella singular tertulia.

Luis Eduardo respondió una a una las preguntas que con el pasar de los minutos le fuimos proponiendo en coro.

“¡Creo que el capitalismo sucumbirá en el lapso del próximo medio siglo, víctima de su propia lógica depredadora!”, afirmó el artista aquella tarde céntrica de mayo de 2012.

Su reflexión baila en mi cabeza, en virtud de la pandemia planetaria que nos inquieta durante las horas recientes; horas recientes, que conllevaron también a su fallecimiento en Madrid (España), el pasado 4 de abril.

A Eduardo —como le gustaba que lo llamaran— lo conocí más allá de sus autorretratos cuando estuvo en Bogotá en 2008 y expuso apartes de su obra pictórica en el Museo de Arte y Cultura de Colsubsidio, ubicado entonces arriba de la carrera séptima, al costado sur del Parque Nacional.

El mismo Aute que les refiero como cantautor junto a Silvio es, por demás, un artista plástico excelso, capaz de trasladar sus imágenes cromáticas al terreno de los acordes y las palabras.

Y hablo en presente, pues, aunque Aute haya partido corporalmente, su legado sugiere un fascinante universo por explorar, una oportunidad de resignificar su vigencia como compositor, tras la estela de canciones sublimes como La belleza, temas rebosantes de erotismo como Mojándolo todo y minicrónicas románticas como Pasaba por aquí, esta última, versionada por el cantautor canario Pedro Guerra para el disco ¡Mira que eres canalla!, de 2000.

Fue justamente Pedro uno de los primeros en sumarse al homenaje auteano que comenzamos a construir espontáneamente con mi amigo el cantautor español Fran Fernández, en los días posteriores al suceso.

Un mensaje de audio por iniciativa, cruzando el Atlántico desde Bogotá rumbo a Madrid, sugirió el detonante de uno de los procesos de convocatoria de cantautores más certeros y emotivos de los que tenga memoria en mi vida.

“Contacté a treinta amigos para que hicieran parte. Ellos convocaron a otros más. Y cuando nos dimos cuenta, sumando gente de una y otra orilla del océano, ya éramos sesenta. Y cuando fuimos sesenta, entonces otros sesenta quisieron también sumarse…”, explica Fran cómo llegamos a ser una inimaginable comunidad de trescientos músicos diseminados entre España y América Latina, girando durante siete días en torno al mismo propósito.

Canciones para Aute fue el nombre escogido para tal homenaje. No queríamos condicionar el sentir de los artistas que espontáneamente se fueron sumando a la obligación de versionar las canciones de Luis Eduardo, una y otra vez en cada nueva transmisión.

Por este motivo, varios cantamos algunas de sus canciones y otros optaron por dedicar a su memoria versos evocadores, temas propios (algunos inéditos) y escritos reflexivos, cuidadosamente cincelados para la ocasión coyuntural.

Un hashtag de uso colectivo llamado #cancionesparaaute y una imagen divulgativa, generada día tras día desde mi computador en Bogotá, constituyeron los únicos elementos de cohesión visible para enmarcar nuestro encuentro.

Hablo de lo visible, como aquello que a través de las redes sociales vislumbró la unidad conceptual de una inquietud multiplicada a base de correos, tuits, mensajes de audio y párrafos de chat en diferentes rincones del mundo.

De aquello que no se ve —porque, de hecho, no siempre es fácil de visibilizar ni de verbalizar— podría decir que un halo invisible de confianza y compañerismo posibilitó el elocuente homenaje.

Fernando González Lucini, escritor, periodista español y amigo de Aute, ofició como presentador del encuentro. En cada nueva fecha, Fernando realizaba la primera transmisión del día por Facebook, oficializando los conciertos virtuales que los cantautores realizarían desde sus respectivas casas durante la jornada. A Pedro Guerra se sumó Rozalén; y a Rozalén, Marwan; y a Marwan, Marta Gómez; a Marta Gómez, El David Aguilar; y a El David Aguilar, Édgar Oceransky. Y así sucesivamente, se fue ampliando la cadena de afectos y complicidades hasta conformar una gran feria o galería abierta, que del 13 al 19 de abril hizo posible, durante más de diez horas al día, la permanente rotación de público alrededor del universo musical auteano por las redes de cada participante.

Cada homenaje personalizado exaltaba el anterior. A partir de la entrega de los horarios de transmisión, cada músico se hizo copartícipe natural de la construcción del homenaje global, abriendo a colegas y extraños las ventanas virtuales para compartir en tiempo real un mágico instante de evocación en torno a la figura del gran Eduardo.

No es posible hablar de muerte, ni de olvido, cuando un artista de la talla de Aute se despide dejando una estela de luz que no cesa de brillar en el corazón de quienes lo recordamos. No es posible hablar de lo uno ni de lo otro, cuando el creador se despide privilegiando a la humanidad con una poderosa herencia, cargada de poesía, erotismo y eternidad, de brazos abiertos para ser redescubierta y reaprehendida tanto por músicos como por pintores y poetas.

Por Roberto Camargo

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