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“Compadre, tóqueme una que me haga llorar, porque si me toca la otra me mata”. Con este estilo de chistes inocentes, acompañados con tiple y guitarra, el dúo cómico-musical Emeterio y Felipe, los tolimenses, se ganó el cariño de los colombianos en tiempos en que la televisión aún no había llegado al país.
Pero de este par de folcloristas ahora queda su grato recuerdo. De luto está, especialmente, esa generación de ciudadanos mayores de 40 años que anoche recibieron con pesar la noticia del fallecimiento de Lizardo Díaz, quien hace una década despidió a su socio Jorge Ezequiel Ramírez (Emeterio). Desde hace siete años Díaz padecía una hidrocefalia que lentamente afectó sus órganos vitales.
Metido en su personaje del Compadre Felipe, el polo a tierra de Los Tolimenses, Lizardo Díaz tenía la misión de darle cuerda al Compadre Emeterio. Ambos vestidos de blanco y con sus instrumentos de cuerda lograban hacer coplas atrevidas, comentarios suspicaces y, en el fondo, reflejaban la bondad de la población campesina de Colombia.
Lizardo Díaz tenía la capacidad para alargar o recortar las historias de su contertulio. Cuando sentía la respuesta afectuosa y sonora del público, sabía que valía la pena darle más vueltas al relato y hacía que su compadre girara durante varios minutos sobre un mismo eje. Siempre tuvo claro que el éxito de la propuesta estaba en respetar los roles. Por eso se montó en el traje del más serio y, de paso, se quitó de encima el protagonismo en los shows.
Para el público, Emeterio era el más divertido y el que hacía comentarios impertinentes y subidos de tono; mientras que Felipe se dedicaba a hacer un puente conector entre su compadre y el auditorio. Lo hizo siempre de manera original, sin invadir espacios ajenos, pero siempre enfático, tal y como era en su vida diaria, según comentaban su esposa desde 1957, la actriz Raquel Ércole, y su hija Patricia.
El drama detrás del humor:
La vida de esta dupla que se arriesgó a hablar de sexo en los años 50 sin pudor alguno podría resumirse en la mezcla de su folclor picante, el dorado de sus triunfos y el absurdo de sus destinos. La televisión no había llegado a Colombia, por eso grandes y chicos se juntaban a descubrir el mundo a través de la radio. Canciones, radionovelas, noticieros, poemas… una lista larga y variada de expresiones deleitaban los oídos de los radioescuchas empezando los años 50.
Con tiple y guitarra, dos jóvenes se unieron en aquella época para ser los encargados de ofrecer la cuota de humor en la cotidianidad de los colombianos. Jorge Ezequiel Ramírez y Lizardo Díaz encarnaron entonces a los típicos campesinos tolimenses y conquistaron el mundo del entretenimiento criollo. El público de inmediato los acogió.
De la radio saltaron a la televisión. Se les vio ataviados con el traje típico de los tolimenses: muleras, mochilas de fique, sombreros, alpargatas y rabo e’gallos rojos fueron sus distintivos en la Televisora Nacional, lugar en donde Álvaro Monroy Guzmán los bautizó Emeterio y Felipe.
Solían recomendarse el uno al otro visitar el acuario, porque según decían, allí podrían encontrar muchas “sardinas”. Abiertamente ventilaban sus citas de cama, como cuando Emeterio le confesó a Felipe que su novia le dijo: “Lo que hicimos anoche no tiene nombre” y él ni corto ni perezoso le respondió que tampoco tenía apellido porque desde ese momento “se le volaba”.
Gracias a su picardía se convirtieron en el primer dueto musical colombiano. Entonces empezaron a llegar premios, invitaciones, fiestas y, como un incendio, la fama se esparció desde el Tolima hasta lugares insospechados.
En 1968 alcanzaron reconocimiento internacional; llegaron a oírse en Suramérica, Estados Unidos y en la Unión Soviética, enviados por el entonces presidente Carlos Lleras Restrepo. Nadie creería que ucranianos o estonios encontraron gracia en los chistes de doble sentido de Los Tolimenses, pero lo cierto es que hasta los rusos llegaron a cantar sus estribillos.
El dúo alcanzó la gloria, pero una rara simbiosis los cobijaba. Sus vidas privadas eran disímiles; Felipe era el yang: extrovertido, alegre por naturaleza, conversador y familiar. Emeterio, en cambio, era el negro yin solitario y melancólico que terminó en el cementerio tras un trágico desenlace con olor a alcohol, en medio de ribetes judiciales.
Y entonces llegó el amor
Alto, de blanca tez, ojos azules y dueño de un humor relumbrante. Así era Felipe cuando conoció a la Sofía Loren colombiana. Ella, 15 años: el más provocativo de los sueños nacionales, cautivaba corazones con su actuar, con su andar. La vida, cómplice e inesperada, los ubicó a los dos en un mismo lugar a una misma hora. El Reinado Internacional del Café, en Manizales, fue el punto de encuentro para que Lizardo Díaz viera a la entonces bailarina del grupo de Kyril Pikieris. Entonces supo que se había enamorado.
Esa noche, cuenta Raquel Ércole, no le dijo nada. “No me echó ningún piropo, ni siquiera me dijo negros tienes tus ojos”. Más adelante, en Bogotá, Lizardo se dedicó a buscarla. Cuando la halló le dijo que le iba a proponer un negocio. Sólo después de un año de amistad la actriz supo que aquel negocio era llevarla al altar.
Se casaron en 1957 y con el tiempo tuvieron tres hijos. En los primeros años de matrimonio compartían el placer de verlos crecer mientras la bohemia colombiana se reunía en la sala de su casa. Julio César Luna, Bernardo Romero Lozano, Frank Ramírez… cineastas, actores, músicos y amigos entrañables tertuliaban durante largas noches de vino y risas.
La vida de los tres artistas resplandecía año tras año. Los Tolimenses obtuvieron la Palma de Oro en el sexto Festival de la Canción Latinoamericana y más adelante ganaron la medalla de oro en el Primer Festival de la Canción de Río de Janeiro. Ércole, por su parte, fue la protagonista de la telenovela En nombre del amor en 1958, papel que la catapultó como una de las mejores actrices de la época. Desde ese momento comenzó una fecunda carrera actoral.
La decadencia del dueto humorístico empezó cuando Emeterio dejó de asistir a entrevistas por culpa del alcohol. La soledad y su vicio lo llevaron a abandonar las presentaciones, entrevistas y hasta las giras en el exterior. Le mezclaba aguardiente al café, ron a la sopa, cerveza a la gaseosa. Tenía alcoholizada su vida. Sus allegados dicen que no pudo superar la perdida de Griselda, su mamá. Por eso naufragó en la embriaguez y dejó abandonada su carrera artística para guarecerse en su apartamento de la avenida Pepe Sierra de Bogotá, en su Mercedes Benz y en la casa rodante que compró en Estados Unidos.
Cansado de esa situación, después de 42 años de vida artística junto a su colega, Felipe hizo camino solo. Lizardo Díaz encontró en el cine una pasión desencadenada. Actuó y dirigió numerosos cortos y largometrajes y además creó la productora Díaz Ércole, con la que llegó a realizar más de 20 documentales.
Hoy esta pareja de consagrados artistas vive un drama familiar. A Lizardo Díaz, hace más de tres años, le diagnosticaron hidrocefalia de manera tardía. Su cerebro no funciona bien. Un párkinson está debilitando al hombre que contagiaba de risa a grandes auditorios con un humor inusitado —arriesgado para la Colombia pacata de los años 50— al mismo que su esposa espera, se le recuerde como el hombre que siempre tenía puesta una sonrisa.
El comediante triste
Según Lizardo Díaz, “Emeterio” tenía un gusto excesivo por las mujeres, particularidad que dejaba ver recurrentemente en sus chistes; sin embargo, nunca se llegó a casar. Martha Cecilia Chaux, su ama de llaves, fue la mujer que logró enamorarlo, pero nunca pudieron contraer nupcias porque la familia del humorista se interpuso hasta el punto de llegar a culparla por querer estafarlo. Otro de sus escasos allegados fue su sobrino Fernando Ramírez, a quien “Emeterio” cuidó y educó como a su propio hijo. Tanto Chaux como sus familiares se acusaron de dejarlo sumido en el alcohol. “Emeterio” enfrentó una larga lucha contra el alcoholismo, estuvo internado en un centro de rehabilitación en numerosas ocasiones sin ningún éxito.
Jorge Ramírez murió en 2001 debido a una infección pulmonar. En Ibagué, su tierra natal, lo despidieron con bambucos, pasillos y sanjuaneros.
Con el arte en las venas
La familia Díaz siempre tuvo contacto con el mundo artístico. Lizardo y Raquel se preocuparon por educar a sus hijos en diversas destrezas.. Aprendieron desde equitación en la hacienda Hato Camagüey, una finca colonial a hora y media de Puerto Gaitán, en los Llanos Orientales, hasta pintura, danzas y actuación en los mejores institutos de Bogotá. De ese matrimonio hay tres hijos: Guido, biólogo marino; César Augusto, diseñador industrial y Patricia, quien a pesar de haber estudiado biología es hoy por hoy una reconocida actriz ,recordada por sus actuaciones en Las aguas mansas, Sin tetas no hay paraíso y Oye bonita.