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¿Cómo un hombre nacido en San Julián, Antioquia, lee a Gabo y se obsesiona con su vida?
Descubrí y empecé a leer a García Márquez en Medellín, siendo estudiante de tercero de bachillerato del Liceo Antioqueño de la Universidad de Antioquia. Una mañana, al salir de clase, vi en la cartelera un recorte de El Espectador donde se decía que la crítica alemana consideraba Cien años de soledad una novela de genio. Lo que más me llamó la atención no fue el calificativo, sino la foto del escritor que ilustraba el artículo: un costeño sonriente, mal peinado y sin corbata, con una chaqueta de lana de figuras lineales blancas y negras. La imagen que yo tenía entonces de los escritores era la de unos tipos hieráticos, bien vestidos y encorbatados, peinados con gomina y escoltados por estanterías atiborradas de libros. Me pareció increíble y fascinante que aquel colombiano con esa estampa desaliñada hubiera escrito una novela que hasta los alemanes calificaban de genial. Entonces compré Cien años de soledad en la librería de Alberto Aguirre, el primer editor de El coronel no tiene quien le escriba y quien después sería mi amigo y una fuente generosa de El viaje a la semilla.
¿‘El viaje a la semilla’ no cambia mucho en la nueva versión?
El libro quedó tal cual se cerró en su estructura y en su propósito inicial. Sólo se han corregido nombres, se han precisado datos y fechas, y se limaron asperezas sintácticas y estilísticas.
¿Se reeditó por la muerte del nobel?
Las negociaciones con Planeta comenzaron a principios de diciembre del año pasado. Pero Sergio Vilela y Pilar Londoño ya estaban interesados en el libro, especialmente Londoño, editora de ficción, que es una lectora entusiasta de El viaje a la semilla. Fueron ellos, además, los que concibieron el proyecto de sacar el libro para todos los países de la lengua. Me alegra que hubiéramos podido llegar a tiempo para homenajear al escritor con esta magnífica edición de la biografía. Durante junio estará saliendo en el resto de América Latina, y en España saldrá el próximo otoño. Sólo hay una variación en la edición peruana: el prólogo es del novelista Alonso Cueto.
¿Por qué no escribió otro texto que abarcara la última etapa de Gabo?
Uno no conoce los libros, sus propósitos secretos, hasta que los escribe. Mi idea inicial era cerrar El viaje a la semilla en 1997, año en que se publicó en Alfaguara. Pero de pronto el mismo libro se cerró solo en agosto de 1996, sin darme la menor opción a un párrafo más. Entonces conocí el propósito oculto del libro: que en realidad yo no sólo había estado escribiendo sobre los primeros cuarenta años de García Márquez (y de la historia de Colombia, de sus abuelos y de sus padres desde finales del siglo XIX), sino que estaba escribiendo también la biografía de Cien años de soledad. Con la publicación y celebración mundial de esta novela y de su autor, se cerraba el primero y más importante ciclo vital y narrativo del novelista. Él mismo me lo dijo: “En tu libro está todo lo importante que hay que contar y saber de mí”. Pero también descubrí que para contar la segunda parte de la vida del escritor debía hacerlo con una estructura, un tono y un estilo diferentes, es decir, un libro distinto.
Entonces, ¿habrá segunda parte?
Aunque tengo clara y documentada esa segunda parte, no estoy seguro de escribirla. Hay varias razones. La primera es que, a partir de su obra magna, la vida de García Márquez es muy conocida, mucha gente podría escribir sobre ella, mientras que la primera era ignorada casi por completo, y este fue uno de los grandes estímulos que me llevaron a investigarla, reconstruirla y narrarla. Los libros no se escriben porque uno los sepa sino para saberlos. Si escribiera una segunda parte sería por el “deber” de completar una biografía, y como escritor no funciono así. El viaje a la semilla lo investigué durante 20 años y lo escribí durante cinco de tiempo completo, porque se me impuso como una necesidad, como una tarea que tenía que hacer, no sólo para estar vivo, sino para seguir viviendo. La otra razón es que hace años, incluso desde que escribía la biografía, vengo trabajando en varias novelas que tienen que ver con mi infancia y juventud, y, en cierta medida, con la infancia y juventud de Colombia.
Está terminando un libro de ensayos sobre García Márquez. Conociendo su estilo, que no va por la pose erudita, ¿qué aspectos abordará?
Una serie de temas que fui descubriendo mientras escribía la biografía. No se trata de interpretaciones rebuscadas, académicas y abstractas, sino de cosas estupendas que están ahí, en ese doble camino de ida y vuelta entre la realidad y la vida del escritor y sus obras, que tienen más que ver con la mirada y la emoción de un lector que con las necesidades de un biógrafo. Casi no hago crítica literaria en El viaje a la semilla, no porque no pudiera hacerla, sino porque, como bien dijo Óscar Wilde, la crítica, desde la más elevada a la más baja, es siempre una experiencia autobiográfica, es la expresión de la relación del crítico, que es un lector especializado, con el texto, y pretender que esto forme parte de la biografía del personaje es una ingenuidad o un acto de soberbio egocentrismo.
William Ospina dice en el prólogo que de Gabo creemos saber mucho por la ilusión de su fama, pero que ‘El viaje a la semilla’ descubre realmente al hombre y a su mundo. ¿Cómo coinciden Ospina y usted?
Nos conocimos en septiembre de 1997 en Madrid. Nos unieron Aurelio Arturo, Borges, Rulfo y García Márquez, entre otros. Él estaba inmerso en las investigaciones de Las auroras de sangre, un libro que debería ser texto de cabecera de colombianos y latinoamericanos. William me dedicó algunos de sus libros, y yo, la biografía de Gabo. Él se entusiasmó con El viaje a la semilla, que ha leído varias veces y sintió la necesidad de escribir ese texto del prólogo de la edición de Planeta.
¿Por qué esta obra, con título inspirado en Alejo Carpentier, ganó el Premio a la Excelencia Literaria del Ministerio de Cultura en China?
Sí, el título está inspirado en Carpentier. Aunque en ambos se pretende llegar al origen, a la semilla, el camino emprendido por el maravilloso cuento de Carpentier es casi el contrario del que yo sigo en la biografía. Lo del premio en China, donde El viaje a la semilla tiene tres ediciones en mandarín y chino (Pekín, Shanghái y Taiwán) viene tal vez porque, según traductores, editores y críticos chinos, encontraron que el libro es una fluida novela, una biografía rigurosa y, en parte, un libro de historia de la literatura colombiana y latinoamericana, así como de la historia de Colombia.
‘The European Magazine’ dijo que su mérito fue “separar la realidad de la ficción, en una vida pletórica de anécdotas”, lograr “una biografía exhaustiva y fascinante”. ¿Qué datos lo impresionaron?
Todos me fueron demostrando que, como el escritor lo había repetido, no había una sola línea de sus libros que no estuviera basada en la realidad. Por ejemplo, la subida de Remedios la Bella al cielo en cuerpo y alma, el origen de las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia, el éxodo de José Arcadio Buendía y su gente y la fundación de Macondo, el duelo a muerte entre Nicolás Márquez y Medardo Pacheco (para cuya reconstrucción estuve una semana en Barrancas), la matanza de las bananeras en diciembre de 1928, las guerras del coronel Aureliano Buendía, sus pescaditos de oro de la soledad, etc. Algunos datos me llevaron hasta tres, cinco o diez años aclararlos o documentarlos.
¿Cuántas veces habló con el nobel?
Cuando me encontré con García Márquez, en marzo de 1989, llevaba 18 años leyéndolo, releyéndolo e investigando sobre su vida. Nunca tuve el propósito de escribir un libro sobre él y menos una biografía: lo que investigaba era para satisfacer curiosidades de lector. Fui conociendo a sus padres y hermanos, a sus amigos de infancia y a sus colegas del periodismo y de la literatura, y un día viajé a Aracataca y a otros pueblos y ciudades de la Costa, lugares que visité varias veces después. Con Gabo conversé dos tardes largas los días 14 y 17 de marzo de aquel año, y en unas seis horas en total repasamos sus primeros veinte años, que eran los menos conocidos y más enredados, demorándonos en los años de su infancia y en su relación con los abuelos y con Aracataca.
Luego conversamos un par de veces por teléfono, y no volvimos a tener contacto hasta el 20 de agosto de 2008, cuando él me llamó desde México, pues acababa de leer por fin mi libro completo a lo largo de tres días “sin poder soltarlo”. Fue una conversación de media hora en la que él habló la mayor parte del tiempo para celebrar El viaje a la semilla y expresarme su gran satisfacción y admiración por el libro. “No sé cómo lo hiciste ni cómo pudiste documentarlo de esa manera, pero es maravilloso, un libro perfecto. Te felicito”. Como yo ya estaba en capilla para hacerme el trasplante de riñón (la otra razón por la cual me llamó), me preguntó quién era mi donante. Le dije que mi sobrina Patricia. “¡Pero qué familia más linda tienes!”. Y se despidió: “Te voy a dejar mi teléfono y mi correo para que me mantengas al tanto. Y, por favor, no te dejes morir; te necesitamos, y no olvides que soy un lector entusiasta tuyo”. En enero del año siguiente lo llamé para ponerlo al tanto del trasplante, que, dicho sea de paso, fue y sigue siendo un éxito cinco años después. No estaba, y días después me devolvió la llamada. Fue la última vez que hablamos.
Poco, para una biografía tan lograda, de la que Gabo dijo: “Si la hubiera leído antes, no habría escrito mis memorias”.
Gabo me preguntó: “¿Dasso, cómo escribiste ese libro, si sólo nos vimos dos tardes?”. “Gabo, es que yo ya llevaba casi veinte años preguntando, jodiendo a todo el mundo”, le contesté. “Sí, me llegaban rumores de que tú tenías loco a todo el mundo”. Fue entonces cuando me dijo: “Si yo hubiera leído tu libro antes, no habría escrito mis memorias”. Esto mismo le comentó días después a Plinio Apuleyo Mendoza y a otros amigos, y, según me contó Aída García Márquez, a toda su familia en la última reunión que tuvo con ellos en Cartagena, haciendo hincapié en que “es el mejor libro que se ha escrito sobre mí”. Sus palabras fueron un reconocimiento inesperado y maravilloso para mí, pero no podía estar de acuerdo literalmente con él: porque, ¿cómo una biografía, por buena que sea, va a poder sustituir las memorias de un maestro como él?
Dice Planeta que usted estuvo 20 años investigando a Gabo. Gerald Martin, el otro biógrafo, dice que le demandó 18 años. ¿Qué diferencias de método y contenido ve entre ‘El viaje a la semilla’ y ‘Una vida’?
Gabo me preguntó: “¿Tú crees que el inglés que está escribiendo una biografía sobre mí habrá leído tu libro?”. “Seguro que sí, maestro, porque Martin debe de ser un hombre riguroso y honesto. No tengo la menor duda”, le contesté, y él dijo: “Ojalá, ojalá…”.
A Martin le pregunté: ¿qué encuentra en su libro un lector, distinto a lo que ya leímos en el de Saldívar o en ‘Vivir para contarla’? Y respondió: “El libro de Gabo termina en 1955, el de Dasso en 1967, el mío en 2007 (con notas a pie de página que se refieren a 2009).
Aparte, mis interpretaciones son muy diferentes y, a pesar de lo que han dicho ciertos críticos y a pesar de mi enorme admiración por García Márquez, la mía es una biografía genuinamente crítica”. A mí me parece que ‘El viaje a la semilla’ tiene una estructura narrativa mejor lograda, más accesible al lector, mientras la otra, también rigurosa, es fría y por etapas aburrida. Tal vez por eso Ospina dice: “Es difícil que otro biógrafo logre darnos el soplo torrencial de ese viento de milagros poéticos que es la vida de García Márquez y transmitir el embrujo”.
Gracias por tus palabras. Sí, sobre este punto han opinado muchos colegas, críticos y lectores en varios idiomas (12), y seguirán opinando todos los lectores que quieran, pero este biógrafo no tiene nada que opinar al respecto.
¿Cuántos borradores demanda una biografía con cien personajes?
Muchos borradores y amagos de estructura y de tono. Pero el libro se fue encargando de ir buscando su estructura, su ritmo. Flaubert dijo: “La forma sale del fondo como el calor del fuego”.
¿Cuánto le ayudó su formación poética, con obras como ‘Voces del barro’, y ser periodista, crítico, cuentista y ensayista?
Todo ayuda en la hechura de una biografía, que, si bien es un género interminable, imperfecto e ingrato, es el más omnívoro de todos. Si yo no hubiera leído El capital, sobre todo el primer tomo, no habría podido escribir en cierta medida El viaje a la semilla tal y como está. La influencia es subterránea, no solar.
Precisamente uno de los momentos más reveladores es esa etapa casi desconocida del García Márquez veinteañero y piedracielista. ¿Cómo encontró "Canción", el primer trabajo literario que Gabo, con el seudónimo de Javier Garcés, publicó; "Elegía a la Marisela", que se lo publicaron el cura Camilo Torres y Luis Villar Borda, entonces sus condiscípulos de la Facultad de Derecho, en el suplemento La Vida Universitaria del periódico La Razón, el 1 de julio de 1947, y "Poema desde un caracol" apareció en el mismo suplemento el 22 del mismo mes?
El poema “Canción” lo recuperé gracias a las indicaciones que me dio del arquitecto bogotano Eduardo Angulo Flórez, uno de los condiscípulos de Gabo durante el bachillerato de Zipaquirá. El me habló, entre muchas otras cosas, de la muerte de su amiga Lolita Porras y del poema que el joven poeta le había dedicado. Se acordaba de su publicación en el suplemento del El Tiempo, cuando lo dirigía Eduardo Carranza, y que el poema tenía un encabezamiento que era un verso del mismo Carranza: Llueve en este poema. También se acordaba del año y del mes. Con estos datos yo fui a la hemeroteca de la Luis Ángel Arango e investigué en las ediciones del periódico de ese mes. Hasta que apareció en la del día 31 de diciembre. Pero el último verso se había borrado, de modo que fui a la Biblioteca Nacional para completar el poema. Es el primer poema o escrito que Gabo publicó, todavía con el seudónimo de Javier Garcés, en un medio de importancia nacional. "Elegía a la Marisela" y "Poema desde un caracol", publicados por el cura Camilo Torres y Luis Villar Borda, entonces sus condiscípulos de la Facultad de Derecho, en el suplemento La Vida Universitaria del periódico La Razón, el 1 y el 22 de julio de 1947, fueron los últimos poemas que escribió García Márquez antes de escribir su primer cuento “La tercera resignación” y los primeros textos que firmó con su nombre completo. Fue Luis Villar Borda quien me habló de ellos, de cómo se los habían publicado, y los dos nos fuimos a buscarlos a las hemerotecas. El los encontró por su lado y yo por el mío. Estos tres poemas los publiqué años después en una revista mexicana.
Las traducciones de El viaje a la semilla
Lin-Yian, prestigioso hispanista chino y quien tradujo al mandarín Historia de un deicidio, escribió en la revista Lectura China: “Saldívar ofrece un trabajo extremadamente difícil y complejo, y su objetivo es uno: que cada palabra, cada frase, cada párrafo, sea un acto de responsabilidad ante el biografiado, ante la historia, ante el país, ante los lectores y ante sí mismo. Su actitud respecto al trabajo biográfico debe ser aprendida por los colegas chinos. Finalmente, quiero expresar una opinión atrevida, y es que Saldívar ha sobrepasado a todos sus colegas incluyendo a Vargas Llosa.”
Saldívar también lanzó novela en España
Usted también se arriesgó como novelista con ‘Los soles de Amalfi’, que ahora publica en España editorial Navona. ¿Un viaje a sus orígenes?
Surgió de un proyecto de libro de cuentos que empecé a escribir a comienzo de los años ochenta, basados en vivencias propias de mi infancia, que transcurrió en una finca de café en San Julián, una vereda perteneciente al pueblo de Guadalupe, al noreste de Medellín, frente a las montañas de Amalfi. Soy un escritor de digestión lenta. Pero lo peor de todo es que tengo la extraña costumbre de escribir libros no tanto para publicarlos sino para quedarme a vivir dentro de ellos.
Los soles de Amalfi es pues una invitación al país de la infancia. Pero como el país de mi infancia lo viví dentro de otro más grande y abstracto, aunque igualmente poderoso (el país político), yo no pude evadirme de éste, y fue inevitable que las noches y los días, los soles y las lunas, los ríos y las montañas, los silencios y los rumores, los fantasmas y los hombres y mujeres de mi niñez, se fueran conjugando con la historia, las guerras, ciertos personajes y el anacronismo y la injusticia de un país político que yo percibía confusamente desde mi niñez entre las montañas como un inmenso e incomprensible cuento de hadas que, sin embargo, arrojaba muerte, miedo e injusticia sobre las vidas de los colombianos que habíamos nacido y crecido, particularmente, en las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, los más violentos de la historia moderna colombiana.
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