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Guillermo Cano, “El director que conocí”

Hace 29 años fue asesinado el director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza. Uno de sus periodistas por muchos años rememora lo que fue aquel tiempo con un maestro del oficio.

Heberto J. Másmela, ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
17 de diciembre de 2015 - 11:25 a. m.
Don Guillermo Cano, alma y nervio de una época dorada de la redacción de “El Espectador”. / Archivo familiar
Don Guillermo Cano, alma y nervio de una época dorada de la redacción de “El Espectador”. / Archivo familiar
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“Aunque se sufra como un perro, no hay mejor oficio que el periodismo”:Gabriel García Márquez.

La imagen de don Guillermo Cano detrás de su antigua máquina, talvez escribiendo una “Libreta de apuntes”, quedó plasmada en el recuerdo de quienes fuimos sus inmediatos colaboradores durante muchos años. Así se le veía siempre en su oficina privada o en la redacción, donde dejaba huella por la forma directa y sin contemplaciones como atacó todo aquello que consideró nocivo para los destinos de la patria.

Hablar de la redacción de don Guillermo Cano en su periódico familiar es recordar momentos imborrables que comenzaron a finales de la década de los años 60 cuando, con el vigor de los años juveniles, tuve el privilegio de conocerlo en el lugar que fue mi segunda casa durante 35 años. El mismo recinto donde lo vi por última vez aquel miércoles 17 de diciembre de 1986, fatídico día en que las balas asesinas le dieron un certero golpe al corazón del periodismo colombiano.

Acostumbraba a llegar temprano al periódico y, tras fumarse su primer cigarrillo en la oficina, aparecía en la sala en la que los periodistas, en máquinas Remington o Facit moldeaban “El Vespertino”, hermano menor de El Espectador, que aparecía en las tardes con temas locales, principalmente, dirigido por don José Salgar, el “Mono”, otro gran maestro. “El Vespertino” desapareció a finales de los años 70, cuando empezaron a circular otros periódicos con tendencia amarillista, que no era precisamente la suya.

Era la misma sala gigante donde se hacía El Espectador que albergaba a periodistas de la talla de Jaime Sotomayor, Álvaro García, Javier Ayala, Carlos Murcia, Juan Gossaín, Julio Olaciregui, Mike Forero Nougués, Carlos Flórez, Jaime Ortiz Alvear, Óscar Restrepo Pérez “Trapito”, Carlos Eduardo Tapias, Isaías González, Rufino Acosta, Antonio Andraus, Daniel Jiménez, Julio Nieto Bernal, Inés de Montaña, Ana Pombo de Lorenzana, Cecilia Santos, Iáder Giraldo o Gonzalo González (GOG), entre otros.

Como una orquesta de lujo, ellos sabían interpretar claramente y con acierto las partituras del director, que detrás de unos gruesos lentes ordenaba los movimientos mientras escondía su mirada buena y paternal. En ese mismo plantel estaban también los fotógrafos Germán Castro, José Sánchez Puentes, Vladimiro Posada, John Jairo Alzate, Jairo “Toyota” Higuera, Alberto Acuña, Francisco “El Patojo” Carranza, Hermman Muller o Gabriel Sevilla, quienes contribuyeron al engrandecimiento de ese maravilloso oficio de la reportería gráfica.

En medio del ruido de las máquinas de escribir, los teletipos, los télex o el continuo timbre de los teléfonos, don Guillermo conversaba con los redactores sobre las fuentes de cada uno y debatía la importancia de los temas a evaluar, para establecer si la información merecía primera página. Luego, junto a los jefes de redacción de entonces, Enrique Alvarado, Guillermo Lanao, Álvaro Monroy, Luis Palomino y Pablo Augusto Torres, se daba a la tarea de elaborar sobre el “bote” (bosquejo o plan de armada) lo que sería el periódico del día con titulares sugestivos que enmarcaban su privilegiado modo de pensar.

Era riguroso y exigente. Los talleres de armada no escapaban de ser escudriñados en busca de un error que pudiera advertir con su vista aguda sobre las galeras con lingotes aún calientes y recién salidos de los linotipos. El mismo oficio que desempeñó por muchos años su padre, don Gabrielito, quien el 31 de diciembre de 1973, al considerar cumplida su misión, decidió entregarle a don Guillermo el mando del “Canódromo”, como cariñosamente se le llamaba entonces al diario de los Cano.

Aunque compartía la dirección del matutino con su padre desde septiembre de 1952, desde aquel 2 de enero de 1974, la asumió plenamente y formó, junto a sus hermanos Alfonso, Luis Gabriel y Fidel, lo que se conoció como “Los cuatro ases de El Espectador”. Sin embargo, don Gabrielito –como se le llamaba cariñosamente a nivel interno—no tragaba entero. Diariamente se leía el periódico completo, buscaba los errores, los subrayaba y, con un regaño de su puño y letra, colgaba sus comentarios en el “muro de la infamia”, un tablero en el que los redactores quedaban sometidos al escarnio.

En ese tiempo, Guillermo Cano era muy aficionado a la tauromaquia –seguramente estaría hoy defendiéndola a capa y espada–. No se perdía corrida alguna y asistía con doña Ana María Busquets, al coso de la Santamaría, durante las corridas de temporada. Su otra pasión era Santa Fe ¡cómo estaría de contento hoy con su equipo ganador de su primer título internacional! Los lunes eran cruciales en el periódico. Si ganaba el rojo llegaba feliz, con sonrisa inocultable. Si perdía, aparecía con el ceño fruncido, sin ganas de volver al estadio. Sin embargo, superaba la decepción y volvía siempre a El Campín.

De hecho, ofició buen tiempo como cronista deportivo utilizando el seudónimo de “Analítico”. Entre varios torneos y competencias deportivas, tuvo el privilegio de asistir a los Juegos Olímpicos de Munich (Alemania) en 1972. Desde allá reportó a los lectores la buena noticia de que Colombia ganaba entonces sus primeras medallas en unas justas de ese calibre. Pero también fue testigo de primera mano de la incursión de un grupo de fedayines a la Villa Olímpica, que terminó con un baño de sangre y la muerte de once atletas israelíes durante el mismo evento deportivo.

Siempre fue aficionado al deporte e internamente no se perdía los torneos de fútbol que se desarrollaban entre las diferentes secciones del diario. Le sacaba tanto tiempo como el que le dedicaba al periodismo día y noche, siempre con atinado talento para titular en primera página. De sus últimos apuntes quedaron dos registros históricos con titulares de su cosecha: “Holocausto en la justicia”, para describir el cruento asalto al Palacio de Justicia en noviembre de 1985; y “Ahora la naturaleza”, sobre la terrorífica avalancha que una semana después sepultó la población de Armero (Tolima).

Las dos tragedias que sucedieron una tras otra y que evidenciaban cómo el país giraba hacia la crisis. El Espectador lo denunció sin esguinces y don Guillermo Cano no dejó de inculcar carácter a una redacción que entonces vivía el relevo generacional que vio aparecer a otro grupo estelar. Carlos Junca, Francisco Cristancho, Gonzalo Silva, Efraín Pachón, Juan Álvaro Castellanos, Carlos Díaz, Fernando Tovar, Nohora Ramírez, Patricia Fajardo, Julio Daniel Chaparro, Guillermo González, José Guillermo Herrera, Rodolfo Bello, Jorge Manrique, Rodolfo Prada, Juan Carlos Giraldo, Rodolfo Rodríguez, Héctor Hernández, Ignacio Gómez o Aura Rosa Triana.

Los columnistas eran otro plantel significativo y entre ellos figuraba Alfonso Palacio Rudas, el famoso “Cofrade”, exministro y exalcalde de Bogotá, quien iba todos los sábados al periódico a llevar sus notas y se quedaba jugando fútbol con los redactores. Se corrían los escritorios, las porterías eran dos sillas, y tanto jefes como reporteros se daban a la tarea de jugar banquitas. Por estar en esas, una vez Lucas Caballero “Klim”, peso pesado de los columnistas, protestó ante el director por un error craso en la trascripción de un texto. Por poco manda de patitas a la calle a quien escribe.

Sin embargo, don “Memo”, como también le decíamos, haciendo alarde de su buen corazón se abstuvo de tomar represalias, pero después del merecido regaño, me dijo delante de todos: “Tome esta otra columna y transcríbala bien, ¿no?, ¡pero mucho ojo!”. “Renací en el periódico”, pensé para mis adentros. Fue tanta la confianza devuelta que después fui comisionado para recibirle varias veces, vía telefónica, la columna que Gabriel García Márquez dictaba desde Ciudad de México. “Cuidado con lo de Gabo”, me alertaba siempre. Pero yo no iba a repetir lo sucedido con “Klim”.

Era la época en que llegaba diciembre y al periódico se asomaba un “Canito” en edad escolar. Allá pasaba sus vacaciones de colegio, jugando y aprendiendo de los periodistas mayores. Hasta que una tarde le dio por fundar su propio periódico: “El Fideloncito”, escrito con ingenuidad pero con precoz talento. Reportaba las anécdotas o los chismecitos internos, y dejaba entrever que respiraba periodismo e iba a llegar lejos. Y sí que lo logró. ¡“El Fideloncito” valía un peso! Hoy su promotor y propietario, sobrino de don Guillermo, es el director de este diario.

¡Qué tiempos aquellos! Días románticos del periodismo en los que uno sabía la hora de entrada pero nunca la de salida. No había cansancio. Eran horas y horas trepidantes frente a las máquinas de escribir, amasando la cotidianidad de un país incierto, o reportando malas noticias, que con el paso de los años se volvieron el pan de cada día. Como aquella que tuvimos que dar hace 29 años, día en que el narcotráfico segó la vida del director que conocí. Don Guillermo Cano, un periodista colosal, un gran maestro, el decano de la universidad llamada El Espectador , donde se formaron grandes periodistas.

 

Por Heberto J. Másmela, ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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