Guillermo León Escobar, “un hombre de iglesia”
El embajador de Colombia en el Vaticano tuvo gran influencia en las altas esferas de la Iglesia católica. Fue artífice de las visitas a Colombia de Juan Pablo II y de Francisco. Un cáncer de colon puso punto final a su existencia.
Redacción gente
Desde su juventud, Guillermo León Escobar Herrán fue un ferviente católico, uno de los legados de su familia en Armenia (Quindío). A sus 24 años integró uno de los coros juveniles que recibieron en el aeropuerto El Dorado de Bogotá al papa Pablo VI en la última semana de agosto de 1968.
La periodista católica Diana Sofía Giraldo, amiga entrañable de Escobar, lo define como un “hombre de iglesia”. “Esa es la frase que mejor lo retrata. Fue considerado un obispo y de él tengo bellísimos recuerdos”.
Ella comenta que “cuando me anunciaron la partida de Guillermo León a los brazos del Padre, me invadió un hondo sentimiento de gratitud y afloraron los recuerdos de los hermosos regalos espirituales que él nos dio y que permanecerán atesorados en la memoria del corazón: mi hijo Gabriel tenía cuatro años cuando llegamos apresurados y emocionados a Roma, porque íbamos a recibir la bendición de Juan Pablo II. La noche anterior, Guillermo León tomó a mi hijo de la mano, en la plaza de San Pedro, y lo introdujo en la más hermosa fantasía. Le señaló con el dedo un sitio y le preguntó: ‘¿Ves esa luz encendida allá en esa ventanita? Allá vive el ‘Pirata mayor’ (Juan Pablo II) y desde allá, con esa potente luz de María (Totus tuus), el lema de su pontificado consagrado a la Virgen, puede divisar todos los barcos que se acercan. Él cuida de nosotros, aunque estemos lejos.
Y así... en una noche oscura, teniendo como telón de fondo la Basílica de San Pedro, la columnata, las fuentes convertidas en barcos imaginarios, este pedagogo de Dios le enseñó que María velaba por el pontificado de su amigo Juan Pablo II y que esa potente Luz de ella conducía a Jesús. Mientras mi hijo se soltaba de su mano y pegaba carreritas por la plaza, él lo alcanzaba para narrarle verdades eternas, de la mano de la fantasía.
Eso fue Guillermo León, un hombre de iglesia, un pedagogo de la fe, un laico que enseñaba a los obispos, y un ‘obispo’ entre los laicos. Su casa terrenal fue Roma. Allí era el interlocutor de todos, de los cardenales, del papa, de los vecinos, de sus compatriotas. Era un ‘romano de corazón’, siempre dispuesto a compartir con generosidad sus profundos conocimientos sobre la iglesia”.
Atesoro otro regalo: el rosario que perteneció a su madre, bendecido por Juan Pablo II. Recuerdo que preparábamos la visita de la reliquia (la sangre), en ese entonces del beato Juan Pablo II. Guillermo León nos ayudaba con entusiasmo, pero cuando se acercaba la fecha, desapareció. Llegó la reliquia. Hubo expresiones de afecto multitudinarias en la Catedral y en la Policía. Él no aparecía. Cuando lo localizamos, me dijo: ‘estuve muy enfermo, en cuidados intensivos’. La reliquia todavía estaba en Colombia. Se la llevé a su casa. Allí pudo tener un nuevo encuentro espiritual privado, a la luz de la fe, con su amigo Juan Pablo II (donde está una reliquia, se invoca la presencia espiritual del santo).
El epílogo tiene en nuestra familia un significado que, como Guillermo León, trasciende lo terrenal. A mi esposo le entregó su propio rosario y a mí, el que perteneció a su mamá. (Bendecidos por San Juan Pablo II). Hoy pasamos estas cuentas, elevando avemarías al cielo, por su descanso eterno y dando gracias a Dios por su vida”, evoca Giraldo.
Su influencia en el Vaticano
La vocación de Escobar por los temas espirituales lo llevó, en 1972, a conocer a Giovanni Montini (Pablo VI) y al entonces cardenal Karol Wojtyla (elegido como papa Juan Pablo II en octubre de 1978). Fue mientras estudiaba para graduarse como Ph.D. en filosofía y letras de la Universidad de Bonn, Alemania, donde también recibió un magíster en teología.
En 1986, en compañía de su amigo, el hoy expresidente Belisario Betancur, fueron los artífices de la visita de Juan Pablo II a Colombia. En 1997, Juan Pablo II lo invitó personalmente a Roma como conferencista del Sínodo de Obispos, para que por primera vez un laico latinoamericano les hablara a todos los cardenales, arzobispos y obispos del mundo sobre “el ayer, el presente y el futuro de la Iglesia católica”. Entre los alumnos obispos estaba el argentino Jorge Mario Bergoglio, con quien ya se conocía a través del Celam.
Allí estuvo junto con Belisario Betancur, invitado como oidor, quien no olvida que el profesor Escobar, con su “muy inteligente sentido del humor”, ha sido el único que se arriesgó a llamarle la atención al papa durante una cena privada. “Como conferencista usted tiene derecho a unas palabras”, le dijo Juan Pablo II. “Mire su santidad: quiero preguntarle por qué es tan impuntual”, preguntó Escobar. “Por qué pregunta eso”, respondió el papa. “Porque he sido testigo de que a todas las audiencias llega con cierto retardo debido a que se detiene a hablar con la mayoría de la gente que se encuentra a su paso, desde porteros hasta cardenales”, explicó el colombiano. “Ahí tiene la respuesta, profesor: la caridad está por encima de la puntualidad”, anotó el pontífice polaco, según reseñó para este diario nuestro editor de la edición dominical Nelson Freddy Padilla, en septiembre pasado.
Su influencia sobre los cardenales y la que pareció una imprudencia llevó a Juan Pablo II a designarlo su representante personal para eventos como los 50 años de la Cepal y los 500 años del Descubrimiento de América. Estuvo con él en Israel y es uno de los pocos mortales que se daban el lujo de visitarlo en su residencia privada de Castelgandolfo. Como a los grandes pensadores, Guillermo León Escobar estudió con devoción los discursos papales para citarlos en sus escritos.
Cinco fueron los papas que conoció, pues a los citados se suman el italiano Albino Luciani, Juan Pablo I, quien fue soberano de la Ciudad del Vaticano por apenas 33 días; el alemán Joseph Ratzinger, quien lo llamaba como consultor en el Pontificio Consejo para los Laicos y lo nombró perito pontificio para la cumbre del Celam en Aparecida, Brasil, en mayo de 2007, donde el argentino Jorge Mario Bergoglio descolló como el cardenal latinoamericano con mayor proyección universal. Tanto el hoy papa Francisco como todos los cardenales saludaban al colombiano que les recuerda la estampa del tenor italiano Luciano Pavarotti, con un cariñoso y respetuoso “profesor Escobar”.
Estos méritos y una vieja amistad con el conservador expresidente Misael Pastrana convencieron al presidente Andrés Pastrana de nombrarlo embajador ante la Santa Sede desde 1998, cargo en el que luego fue ratificado por el presidente Álvaro Uribe y al que volvió en 2014 por nombramiento del presidente Juan Manuel Santos.
A propósito de la reciente visita del papa Francisco a Colombia, Escobar decía sobre él que “es preciso mirarlo cara a cara, porque sólo así se puede empezar a penetrar un mundo que muchos pretenden conocer, pero tan sólo es posible presentir. Ese mundo es el de la vida del pastor con ‘olor a oveja’, que sabe que no se trata de salir a buscar la que está ‘perdida’, sino dejar la que aún permanece en el redil y salir a buscar las noventa y nueve en extravío”.
¡Paz en su tumba!..
Desde su juventud, Guillermo León Escobar Herrán fue un ferviente católico, uno de los legados de su familia en Armenia (Quindío). A sus 24 años integró uno de los coros juveniles que recibieron en el aeropuerto El Dorado de Bogotá al papa Pablo VI en la última semana de agosto de 1968.
La periodista católica Diana Sofía Giraldo, amiga entrañable de Escobar, lo define como un “hombre de iglesia”. “Esa es la frase que mejor lo retrata. Fue considerado un obispo y de él tengo bellísimos recuerdos”.
Ella comenta que “cuando me anunciaron la partida de Guillermo León a los brazos del Padre, me invadió un hondo sentimiento de gratitud y afloraron los recuerdos de los hermosos regalos espirituales que él nos dio y que permanecerán atesorados en la memoria del corazón: mi hijo Gabriel tenía cuatro años cuando llegamos apresurados y emocionados a Roma, porque íbamos a recibir la bendición de Juan Pablo II. La noche anterior, Guillermo León tomó a mi hijo de la mano, en la plaza de San Pedro, y lo introdujo en la más hermosa fantasía. Le señaló con el dedo un sitio y le preguntó: ‘¿Ves esa luz encendida allá en esa ventanita? Allá vive el ‘Pirata mayor’ (Juan Pablo II) y desde allá, con esa potente luz de María (Totus tuus), el lema de su pontificado consagrado a la Virgen, puede divisar todos los barcos que se acercan. Él cuida de nosotros, aunque estemos lejos.
Y así... en una noche oscura, teniendo como telón de fondo la Basílica de San Pedro, la columnata, las fuentes convertidas en barcos imaginarios, este pedagogo de Dios le enseñó que María velaba por el pontificado de su amigo Juan Pablo II y que esa potente Luz de ella conducía a Jesús. Mientras mi hijo se soltaba de su mano y pegaba carreritas por la plaza, él lo alcanzaba para narrarle verdades eternas, de la mano de la fantasía.
Eso fue Guillermo León, un hombre de iglesia, un pedagogo de la fe, un laico que enseñaba a los obispos, y un ‘obispo’ entre los laicos. Su casa terrenal fue Roma. Allí era el interlocutor de todos, de los cardenales, del papa, de los vecinos, de sus compatriotas. Era un ‘romano de corazón’, siempre dispuesto a compartir con generosidad sus profundos conocimientos sobre la iglesia”.
Atesoro otro regalo: el rosario que perteneció a su madre, bendecido por Juan Pablo II. Recuerdo que preparábamos la visita de la reliquia (la sangre), en ese entonces del beato Juan Pablo II. Guillermo León nos ayudaba con entusiasmo, pero cuando se acercaba la fecha, desapareció. Llegó la reliquia. Hubo expresiones de afecto multitudinarias en la Catedral y en la Policía. Él no aparecía. Cuando lo localizamos, me dijo: ‘estuve muy enfermo, en cuidados intensivos’. La reliquia todavía estaba en Colombia. Se la llevé a su casa. Allí pudo tener un nuevo encuentro espiritual privado, a la luz de la fe, con su amigo Juan Pablo II (donde está una reliquia, se invoca la presencia espiritual del santo).
El epílogo tiene en nuestra familia un significado que, como Guillermo León, trasciende lo terrenal. A mi esposo le entregó su propio rosario y a mí, el que perteneció a su mamá. (Bendecidos por San Juan Pablo II). Hoy pasamos estas cuentas, elevando avemarías al cielo, por su descanso eterno y dando gracias a Dios por su vida”, evoca Giraldo.
Su influencia en el Vaticano
La vocación de Escobar por los temas espirituales lo llevó, en 1972, a conocer a Giovanni Montini (Pablo VI) y al entonces cardenal Karol Wojtyla (elegido como papa Juan Pablo II en octubre de 1978). Fue mientras estudiaba para graduarse como Ph.D. en filosofía y letras de la Universidad de Bonn, Alemania, donde también recibió un magíster en teología.
En 1986, en compañía de su amigo, el hoy expresidente Belisario Betancur, fueron los artífices de la visita de Juan Pablo II a Colombia. En 1997, Juan Pablo II lo invitó personalmente a Roma como conferencista del Sínodo de Obispos, para que por primera vez un laico latinoamericano les hablara a todos los cardenales, arzobispos y obispos del mundo sobre “el ayer, el presente y el futuro de la Iglesia católica”. Entre los alumnos obispos estaba el argentino Jorge Mario Bergoglio, con quien ya se conocía a través del Celam.
Allí estuvo junto con Belisario Betancur, invitado como oidor, quien no olvida que el profesor Escobar, con su “muy inteligente sentido del humor”, ha sido el único que se arriesgó a llamarle la atención al papa durante una cena privada. “Como conferencista usted tiene derecho a unas palabras”, le dijo Juan Pablo II. “Mire su santidad: quiero preguntarle por qué es tan impuntual”, preguntó Escobar. “Por qué pregunta eso”, respondió el papa. “Porque he sido testigo de que a todas las audiencias llega con cierto retardo debido a que se detiene a hablar con la mayoría de la gente que se encuentra a su paso, desde porteros hasta cardenales”, explicó el colombiano. “Ahí tiene la respuesta, profesor: la caridad está por encima de la puntualidad”, anotó el pontífice polaco, según reseñó para este diario nuestro editor de la edición dominical Nelson Freddy Padilla, en septiembre pasado.
Su influencia sobre los cardenales y la que pareció una imprudencia llevó a Juan Pablo II a designarlo su representante personal para eventos como los 50 años de la Cepal y los 500 años del Descubrimiento de América. Estuvo con él en Israel y es uno de los pocos mortales que se daban el lujo de visitarlo en su residencia privada de Castelgandolfo. Como a los grandes pensadores, Guillermo León Escobar estudió con devoción los discursos papales para citarlos en sus escritos.
Cinco fueron los papas que conoció, pues a los citados se suman el italiano Albino Luciani, Juan Pablo I, quien fue soberano de la Ciudad del Vaticano por apenas 33 días; el alemán Joseph Ratzinger, quien lo llamaba como consultor en el Pontificio Consejo para los Laicos y lo nombró perito pontificio para la cumbre del Celam en Aparecida, Brasil, en mayo de 2007, donde el argentino Jorge Mario Bergoglio descolló como el cardenal latinoamericano con mayor proyección universal. Tanto el hoy papa Francisco como todos los cardenales saludaban al colombiano que les recuerda la estampa del tenor italiano Luciano Pavarotti, con un cariñoso y respetuoso “profesor Escobar”.
Estos méritos y una vieja amistad con el conservador expresidente Misael Pastrana convencieron al presidente Andrés Pastrana de nombrarlo embajador ante la Santa Sede desde 1998, cargo en el que luego fue ratificado por el presidente Álvaro Uribe y al que volvió en 2014 por nombramiento del presidente Juan Manuel Santos.
A propósito de la reciente visita del papa Francisco a Colombia, Escobar decía sobre él que “es preciso mirarlo cara a cara, porque sólo así se puede empezar a penetrar un mundo que muchos pretenden conocer, pero tan sólo es posible presentir. Ese mundo es el de la vida del pastor con ‘olor a oveja’, que sabe que no se trata de salir a buscar la que está ‘perdida’, sino dejar la que aún permanece en el redil y salir a buscar las noventa y nueve en extravío”.
¡Paz en su tumba!..