Jairo Varela, el niche que conquistó al mundo
La vida del fundador del Grupo Niche no fue fácil, pues constantemente se encontró con obstáculos que le hicieron luchar contra aquellos sectores que llamaban despectivamente a las expresiones culturales caribeñas como “música de negros” o de sectores lumpen de la sociedad. Homenaje a un genio musical.
Petrit Baquero*
De qué valió, me pregunto yo, mi bandera y mi emblema, si yo soy parte de la solución, no del problema. Jairo Varela en el tema “A prueba de fuego” (1997).
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De qué valió, me pregunto yo, mi bandera y mi emblema, si yo soy parte de la solución, no del problema. Jairo Varela en el tema “A prueba de fuego” (1997).
La súbita noticia de la muerte de Jairo de Fátima Varela Martínez, el 8 de agosto de 2012 (hoy hace ocho años), paralizó a Santiago de Cali, una ciudad enclavada en el valle del río Cauca en la cordillera occidental, pero con alma caribeña, donde el gran compositor chocoano vivía desde mediados de los años 80. Y la noticia no solo impactó a Cali sino a todo el Pacífico, al Caribe, a Medellín, a Bogotá y al resto de poblados de Colombia; mejor dicho, a todo el país, el cual, vale la pena recordarlo, se volvió salsómano casi al mismo tiempo en que la salsa, un género musical que, basándose principalmente en patrones rítmicos, armónicos y melódicos —y mitológicos— venidos de Cuba, supo hermanar y mezclar en la cocina sonora de la caótica, multicultural y violenta Nueva York, influencias que también provenían de Puerto Rico, República Dominicana, el Caribe no hispano, Panamá, México, Venezuela, Brasil, Estados Unidos y, por supuesto, Colombia. Y como bien sabemos, este género, que en un comienzo se caracterizaba por un sonido urbano y callejero, se transformó en un “boom” que se expandió por gran parte de América Latina y, poco tiempo después, por el resto del mundo. (Lea: Tras los pasos salseros de Jairo Varela)
Por eso no es de sorprender que cuando Jairo Varela murió de un infarto fulminante, Cali lo lloró y acompañó, primero en el teatro Jorge Isaacs, luego, ante la gran cantidad de hombres y mujeres que querían despedirlo, en el coliseo Evangelista Mora y el Concejo de la ciudad, hasta llegar a su última morada en el Cementerio Sur. En ese periplo, su cuerpo fue trasladado por un día a la ciudad de Quibdó, donde Varela nació y empezó a forjar sus sueños alrededor de la música, con el apoyo de su madre, Teresa Martínez, una poeta, folclorista, ensayista y novelista que, sin duda alguna, le heredó a su hijo la capacidad para contar en pocas palabras bellas poesías y sentimientos profundos que supieron hacerse canciones.
Todo lo anterior explica en parte por qué Jairo Varela fue despedido por más de 500.000 personas, pues aquel hombre supo narrar las vivencias y los sentimientos de alegría, tristeza, sentido de pertenencia a un lugar, nostalgia, despecho, amistad o curiosidad ante cualquier situación de la vida cotidiana, a veces dura, a veces chévere. Pero claro, la historia de Varela no fue fácil, pues constantemente se encontró con obstáculos que le hicieron luchar contra aquellos sectores que llamaban despectivamente a las expresiones culturales caribeñas como “música de negros” o de sectores lumpen de la sociedad, a las cuales, si acaso, solamente le daban valor para el baile, pero desconocían su calidad interpretativa o sus hermosas letras, que calaban con ímpetu en las almas de tantos hombres y mujeres.
De hecho, teniendo en cuenta esto —lo cual, sin duda, constituye una declaración política—, Varela bautizó a su orquesta Grupo Niche, pues niche es un término coloquial (que a algunos les gusta y a otros no) con el que se ha llamado en Colombia a las personas de tez oscura, y reivindicar ese nombre era reivindicar a su pueblo, sus tradiciones, su cultura y, claro, a sí mismo. (Lea también: Grupo Niche: 40 ruedas de romance, sabor y nostalgia)
Había que buscar por dentro
Ese hombre de talento excepcional no era nada fácil: hosco, sin don de gentes, malgeniado, antipático y poco expresivo con quienes no conocía; sin embargo, tenía gran talento y, sobre todo, “hambre y (…) bagaje callejero, dos cosas que son necesarias para triunfar en esto tan duro y tan ingrato que es la música” (Grijalba, 2012). Todo esto se sumó a una férrea disciplina que, con el tiempo, hizo que Niche cambiara muy seguido de formación (lo cual le acarreó varias críticas), pero que, sin duda, le garantizó mantenerse por más de treinta años en los primeros lugares de popularidad.
En todos esos momentos y en muchos más (como cuando Niche tocó en el Madison Square Garden —¡17 veces!—, cuando fue aclamado en México por su álbum “Cielo de tambores”, cuando conquistó varias ciudades de Europa o cuando recorrió América Latina…), era claro que Niche, el portentoso Grupo Niche, aquella orquesta que Varela empezó a vislumbrar en los cafés y bares del centro de Bogotá a mediados de los años 70, se había convertido en una de las mejores orquestas de salsa del mundo, con un sonido muy original que representó un aire fresco ante el estancamiento —comercial y musical— que, entre finales de los años 80 y comienzos de los 90, manifestaba mucha de la salsa hecha en epicentros tradicionales como Nueva York y Puerto Rico. De hecho, basta recordar el estado en el que se encontraba —salvo contadas excepciones— la salsa de aquellos tiempos con jóvenes blancos reclutados por casting que cantaban lugares comunes al amor o desamor adolescente, transformando viejas —y nuevas— baladas en éxitos salseros y cambiando la fuerza rítmica de antaño por arreglos suaves y predecibles que no se diferenciaban entre sí. (Además: “Mi pueblo natal” de Niche se convierte en himno de lucha contra coronavirus)
Empieza su —nuestro— sueño
El primer Grupo Niche, que aún no estaba consolidado, grabó Al pasito, en 1979, su primer disco, luego grabó un disco de 45 rpm con dos temas y, finalmente, consolidó su formación en 1981, cuando grabó el álbum Querer es poder. Desde su comienzo llamó la atención por su gran calidad interpretativa, ya que mostraba un tumba’o y un swing especial que no existía en ningún otro lado. Es que si bien no tenía los acentos rockeros que en algún momento tuvo Fruko, o los alcances jazzísticos de algunas orquestas neoyorquinas o puertorriqueñas (Richie Ray, La Sonora Ponceña, Eddie Palmieri, Roberto Roena, Bobby Valentín, Willie Colón…), es claro que los arreglos de Alexis Lozano, las voces de sus cantantes, así como las letras y melodías de Jairo Varela eran la expresión de una salsa colombiana que no venía del Caribe sino del Pacífico, el cual se sentía con creces, además, sonando muy bien. Son los momentos en que Jairo Varela se apoyaba en figuras como Antero Agualimpia, Aristarco Perea y Alfonso Córdoba, el Brujo, quienes habían sido importantes referentes para el joven creador, al igual que lo fueron importantes gestores culturales, como la antropóloga y percusionista Bertha Quintero, quien incluso cedió su casa para los ensayos de la orquesta y alojó allí a tres de los músicos.
Todo esto fue vital para que la orquesta continuara ascendiendo peldaños y lograra su primer éxito nacional (Buenaventura y caney, de 1981), con un formato que tenía saxo, flauta, trombón, trompeta, tres (aunque no siempre), piano, bajo y percusión con músicos como Nicolás Cristancho Macabí, Ostwal Serna, Fabio Espinoza Jr., Alí Garcés, Alfredo Lonja, Antonio María Oxamendi, Francisco García, Oswaldo Ospino, Álvaro del Castillo, Tuto Jiménez y Moncho Santana.
Cali, luz de un nuevo sueño
Al poco tiempo de su primer éxito, Varela decidió irse para Cali, ciudad con una fuerte tradición de consumo salsero, siendo ya un lugar famoso por sus bailarines, músicos, melómanos y coleccionistas. Todo esto se sumó a la bonanza coquera de los años 80, cuando muchos “mágicos”, incluyendo a algunos poderosos capos, se convirtieron en grandes fanáticos de la salsa (Valverde, 2013). Así, fue en Cali donde el Grupo Niche se consagró con canciones como Del puente pa’llá, Ana Milé, Interés cuanto valés (del álbum Triunfo, de 1985), Solo un cariño, La negra no quiere y, sobre todo, Cali pachanguero (del álbum No hay quinto malo, de 1984), sin duda el éxito más grande que tuvo Jairo Varela en toda su historia, al punto de convertirse en el himno no oficial de Cali y una de las tres canciones más importantes de la salsa colombiana al lado de El preso, de Fruko y sus Tesos, y Rebelión, de Joe Arroyo y La Verdad.
“Tapando el hueco”
Luego de que en la Feria de Cali de 1987 nueve de los doce músicos, al exigir mejores pagos, decidieron abandonar la orquesta a pesar de tener contratados varios bailes, Varela rearmó al Grupo Niche con un nuevo sonido que ya había empezado a probar en sus álbumes Me huele a matrimonio (1986), Con cuerdas (1986) e Historia musical (1987), eliminando el saxo y dándole mayor énfasis al sonido de los trombones. Esta época consolidó el sonido internacional de Niche, el cual era menos “folclórico”, pero mucho más contundente, llegando incluso a participar en la (muy floja, por cierto) película Salsa, de Boaz Davidson (con una versión de Cali pachanguero en inglés). Igualmente, fue la época de los conciertos multitudinarios en Perú, México, Europa y Estados Unidos, y fue la época en que Jairo Varela lanzó su propio estudio de grabación, dotado de la mejor tecnología del momento. Fue en esa etapa cuando fueron recurrentes los nombres de Raúl Umaña, Morist Jiménez, William Valdés, Andrés Viáfara, William Salazar, Oswaldo Ospino, Danny Jiménez, Gonzalo Palacios, Diego Galé, Néstor Agudelo, Denilson Ibargüen, Richie Valdés, Javier Vásquez y Charlie Cardona, quien para el álbum Cielo de tambores ocupó el lugar en el que “reinaba” Tito Gómez.
¿Llegando al 100 %?
Jairo Varela fue detenido el 12 de diciembre de 1995 y salió de prisión el 25 de septiembre de 1999. Su estancia en la cárcel significó un fuerte golpe que realmente el músico nunca pudo superar, y si bien este hecho lo afectó profundamente, el Grupo Niche continuó grabando y tocando, con el soporte del virtuoso trompetista José Aguirre. Sin embargo, desde discos como Llegando al 100 %, de 1992 (excelente álbum que pegó temas que hoy en día siguen sonando como Mi pueblo natal) y, sobre todo Un alto en el camino, de 1993, y Huellas del pasado, de 1994, empezó a extenderse en los salsómanos tradicionales la idea de que Niche había perdido el tumba’o original, comercializándose en exceso. Y esto en gran parte era cierto, pues si bien las producciones de Niche siguieron contando con grandes arreglos y calidad interpretativa (que le empezaron a dar preeminencia a las trompetas por encima de los trombones), ya no pretendía apuntar al salsero tradicional sino a un público más amplio, tal vez menos formado musicalmente, y que consume los éxitos que las emisoras imponen a punta de payola y movidas comerciales de las casas disqueras. Esa es la época de Gotas de lluvia, Eres, La magia de tus besos y, por supuesto, de maravillosos temas como La canoa ranchá y Lo bonito y lo feo.
Son niches como nosotros
Con el álbum Señales de humo (1998) y sobre todo con A golpe de folklore (1999), el Grupo Niche recuperó el golpe del Pacífico que muchos le reclamaban, sacando posteriormente al mercado trabajos excelentes como La danza de la chancaca (2001), Control absoluto (2002), Imaginación (2004) y Alive (2005). De esa época hay grandes temas como Han cogido la cosa, Rezo a María, No tomo con hombre, La danza de la chancaca (excelente tercera versión de Buenaventura y caney), Sala’o, La culebra, Mi machete y Rupelto Mena. En los últimos años, ante el embate de la piratería, Niche sacó varios sencillos que sonaban en las emisoras y los bares de salsa como Aprieta, Juego peligroso, Un día después y Robando sueños. Igualmente, viejos temas de los años 90, como Aprueba de fuego fueron redescubiertos en los barrios populares de Cali, convirtiéndose en nuevos éxitos que emergieron con fuerza sin el concurso de las emisoras comerciales.
Grupo Niche: “A prueba de fuego”
Niche, el portentoso Grupo Niche (vale la pena repetirlo), es la orquesta más importante que ha dado la salsa colombiana, y eso en la actualidad no es cualquier cosa. Con presentaciones exitosas en varios de los mejores escenarios del mundo, el Grupo Niche ha sido aclamado por el público salsero de gran parte del planeta, dejando un legado impresionante para un género que formó estilos y maneras de ver, sentir, pensar y vivir que, si bien no excluyen el importante papel que los medios de comunicación han tenido en su difusión, no se basa solamente en los superficiales listados de popularidad mainstream que confeccionan las casas discográficas con mucha plata y bastante propaganda.
El éxito de Varela fue arrancar con el tumba’o del Pacífico, que recordaba su origen chocoano, creando y consolidando un estilo propio de salsa que, si bien adquirió con el tiempo formatos más internacionales (o más bien, más parecidos a los de la salsa de Nueva York y Puerto Rico), siguió representando un sonido bien particular y de alta calidad: el de la salsa colombiana. El sonido del Grupo Niche demuestra que la salsa, más que una etiqueta comercial, es efectivamente una mezcla de influencias venidas de muchos lugares que, si bien no niega una raíz cubana, se complementa con las herencias y tradiciones que se recogen en todos los lugares en donde esta se empezó a consumir, disfrutar y, por supuesto, desarrollar.
La muerte de Jairo Varela, el 8 de agosto de 2012, a los 62 años, representó un gran golpe para los salseros de todo el mundo, pues, sin duda alguna, fue un talento excepcional capaz de narrar grandes historias costumbristas o sutiles declaraciones de amor. Su legado se encuentra en las casi 300 canciones que compuso, en la gran cantidad de éxitos que logró y en la inmensa herencia musical que hace que muchos colombianos puedan cantar al menos una estrofa de sus canciones. Todo esto permite afirmar que, por lo menos para quien escribe esto (y seguramente me van a dar palo por decir esto, pero que venga el debate), Jairo Varela ha sido el más grande compositor que ha dado Colombia, y eso, en un país que ha tenido notables creadores, es algo que, por lo menos, se debe tener en cuenta.
**Este artículo es una versión adaptada de un perfil hecho por el autor para el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República (núm. 88) en el que también se hicieron los perfiles de Joe Arroyo, Diomedes Díaz y Carlos Vives.
*Historiador y politólogo. Es autor de La nueva guerra verde (Planeta, 2017) y El ABC de la mafia: radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012).