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Jorge Cao sobre la segunda temporada de “Pasión de Gavilanes”: “tuve que decir no”

El actor cubano habló en Claro Oscuro, el formato de entrevistas en video de la sección Entretenimiento de El Espectador. Cao se refirió a los papeles con los que celebra 80 años de edad y seis décadas de carrera. También habló sobre Martín Acevedo, su personaje en “Pasión de Gavilanes” y la razón por la cual no regresó en la segunda temporada de la telenovela. Lea la entrevista completa al actor.

Mateo Medina Escobar
28 de septiembre de 2024 - 04:55 p. m.
El actor cumple 30 años viviendo en Colombia.
El actor cumple 30 años viviendo en Colombia.
Foto: Unidad de Video

¿Cómo definió este año para usted y su carrera?

Son 30 años en Colombia, 60 años de profesión y 80 años de edad. Todo esto lo estoy celebrando durante todo el año y con tan buena suerte que se me arrumó una serie, dos películas y una obra de teatro. Voy a hacer “Ejercicio para un actor” en el mes de octubre, el 21 de octubre, que son cuando cumplo los 60 años de carrera. Es un espectáculo unipersonal, yo solo con 16 personajes. Paso por todos los géneros dramáticos.

¿Cómo ha hecho para abrirse caminos en la vida?

Trabajando. Yo creo que esencialmente, en particular en el arte que hago desde que tengo ocho años, la disciplina es lo básico. Y la misma vida me ha ratificado que tú puedes tener mucho talento, pero si no tienes disciplina no llegas. Y aún con talento y disciplina, puede que tampoco llegues, pero por lo menos organizas tu pensamiento. Organizas tu quehacer, tus intereses sobre el mundo que te rodea y empiezas a encontrar un mundo de expresión. Eso ha sido una constante en mi vida.

¿Ha vivido y viajado tranquilo? (Pregunta Flypass)

En las primeras ocasiones no. Yo fui de esos actores privilegiados en mi país. Creo que fui el primer actor que pudo viajar a diferentes países sin tener guardaespaldas cubanos. Fue muy importante porque tenía muchísimo miedo, no sabía que iba a pasar, nadie sabía quién yo era y tenía que llegar yo solo armar el escenario, las luces, la escenografía, el audio, todo eso. Presentarme y la crítica y el público diría.

Ese riesgo me gustó mucho. En dos ocasiones fueron casi de carambola. Yo salgo de un festival que se produce en Uruguay, que es el único festival del mundo que provocan los periodistas y la crítica teatral, fundamentalmente, donde se reúnen los grandes maestros del mundo. Actuando en el festival nos contratan a la compañía completa, que éramos como 29 actores, para hacer una gira por la Argentina y el empresario a las dos semanas se arruinó.

Ya en conversaciones, esas de bar y restaurante, sabía que yo estaba escribiendo un espectáculo unipersonal, pero yo no lo había tenido terminado. El primer “Ejercicio para un actor” se estrena realmente en Argentina y el primer sorprendido fui yo. Una cosa es cuando está rodeado de todos tus compañeros y ese intercambio en la escena, de la interacción y otra cosa que estás parado en el escenario solo y empiezas a actuar y el público decide lo que yo tenía de espectáculo. En aquel momento eran unos 45 minutos y tenía que llegar a una hora y cuarto. Empecé a hacer improvisaciones con el público, toda una experiencia única. Al otro día empecé a ver los cintillos: “Jorge Cao, el Vittorio Gassman del socialismo”. Hablaban miles de cosas.

¿Qué piensa de la fama? ¿Siente que le ha servido para su vida?

Hay que sobrellevarla. Yo creo que yo nunca he trabajado para ser famoso, ni reconocido, he trabajado por una necesidad de comunicación. Y esa necesidad de comunicación durante tantos años haciendo tanta cosa diferente tratando de ser lo más certero, lo más verdadero. Me ha dado un reconocimiento, primero en mi país, después prácticamente en toda América Latina y en otros países donde mi imagen se ha hecho muy conocida, sobre todo cuando la televisión colombiana viajó al mundo. Mi rostro viajó con ustedes, que para mí tengo que decir nosotros, y eso creo que fue un momento importantísimo.

Yo soy un actor que está en la calle y me como una bandeja paisa en la esquina, hablo con todo el mundo porque me encanta hablar y me encanta saber de la gente, porque si yo voy a interpretar seres humanos, yo tengo que saber a quién le dirijo mi trabajo. Mientras más informe tenga de primera mano es mejor. Hay días que te piden 25 o 30 fotos, o que te escriben miles de mensajes en tus páginas de la internet y hay días que no. Entonces si me pides una foto yo con muchísimo placer te lo doy y si me miras y no sabes quién soy, no me da ningún arrebato. Yo creo que tengo una profesión que te hace reconocido, pero yo trato de ser un ser humano común del diario.

¿Cuál es su opinión del éxito?

Que es efímero. El Benny Moré, el gran sonero cubano, dijo que “unas veces se está arriba y otras veces está abajo y hay que aprender a no marearse”. Entonces yo trato de no marearme. O sea, a mí la fama nunca me ha mareado, para qué decirlo de otra manera. A veces es agradable que tu trabajo sea reconocido y sea aplaudido, y que lleguen los premios y toda esa cosa. Quiere decir que les llegó a otros el trabajo y vas teniendo la respuesta. En ese sentido me parece importante tenerlo y, además, porque si no te valoran de esa manera tampoco consigues trabajo. Entonces no tienes medio para poderte expresar. Esto es una bola de nieve muy especial, pero sí, aprender a no marearse es muy importante.

Cuéntenos de su papel en la serie “Tan lejos como puedas”.

Estoy muy feliz de haber aceptado este papel y de haberme ido a Barranquilla a grabar la serie. Cuando hice hace muchos años, como 20 o 21 años, “Pasión de Gavilanes” y empecé a hacer televisión debate en las universidades y todas esas cosas, yo sentí que los jóvenes tenían una predilección por Martín Acevedo, el viejo que yo soy, el abuelo. Yo decía “qué pasa, porque es demasiado lo que está pasando”. Eso me pasó en Colombia, me pasó en Los Ángeles, me pasó en América Latina, prácticamente en todos los países y llegué a España y era peor. Era más grande la bola. Entonces empecé a detectar un conflicto que yo no me había dado cuenta, de que yo era viejo también y que los años habían pasado.

Empecé a investigar el tema y es que los abuelos han desaparecido de nuestra familia. La sabiduría de la vida, la incondicionalidad de un abuelo con sus nietos, ya no está tan presente en la familia. La familia que tiene plata, pues lo mandan un asilo de ancianos y los que tienen un apartamento bien, pues puede que le den una habitación al abuelo. “Hola, abuelo, ¿ya comiste?”, pero no hay una comunicación directa para recibir ese conocimiento que le ha dado la experiencia de vida. Me di cuenta de que entonces los más jóvenes estaban necesitados del abuelo. Yo desde entonces he hecho trabajo en el teatro con el tema, filmes cortos y ahora la serie, que me estaba dando la oportunidad de tratar el tema de un ángulo bien diferente.

Estos vecinos, que todos son maestros en la mayoría de los casos. Que están solos o que en su casa no les prestan atención, decidieron reunirse en un lugar que le llaman El diamante y ahí crearon tertulias, juegan al bingo, hacen talleres de literatura. Ahí se sienten que están vivos y que su vida está ahí, que es provechosa. Te das cuenta de que además hay oportunidad de amar. ¿Por qué un hombre de 70 años no va a poder desear una mujer y hacer sexo? ¿por qué no? ¿Y por qué en lugar de sexo pelado no puede amar y encontrar una nueva compañera de vida? Entonces, muchas familias piensan que no. “Ah, pero como papá va a tener novia. Ya está muy viejo para eso”. Estás desaprovechando la vida. La serie trata de todo eso, de la soledad, la solidaridad, la posibilidad de apoyo humano. Trata de estoy vivo, estoy aquí. Soy vital, puedo hacer cosas. Tener una actividad en la vida es totalmente provechoso. Yo creo en eso y en el amor, la solidaridad y la amistad como el mejor invento del hombre.

Cuéntenos de su personaje en la película “Asalto al mayor”.

Es algo bien chévere, porque es una comedia, pero con un tono bien controlado. Volvemos a tratar el tema de la tercera edad en la película. Son tres ancianos que se reúnen a fin de mes para ir al banco a cobrar y ahí son maltratados, porque la gente del banco quiere que tengan una tarjeta, como es habitual y mandar el dinero en la tarjeta, pero mientras más cosas de ese tipo tengan menos vida social. Sus hijos están ocupados, algunos están totalmente solos.

Estos amigos se reúnen ahí y tienen una motivación a fin de mes de ir cobrar. Tengo el dinero y vamos a pasarla bien. Se van a una cafetería donde tienen una amiga, una mujer despampanante, que es un poco de colirio para sus ojos y estímulo de vida. Se toman los aguardientes. Toman el café. Hablan mierda todo el día, pero hacen algo entre ellos y para ellos. Se descubre que va a haber un asalto a un banco, y esta gente que se han sentido maltratados deciden que tienen que hacer algo y no les cuento más (risas). Al final nos damos cuenta de que los abuelos siguen siendo gente muy importante, que son capaces de hacer actos hasta heroicos y que hay que tener en cuenta a los abuelos. Tan simple como eso. Las peripecias son miles y la película es muy hermosa, con una magnífica fotografía, con efectos especiales tremendos y ya les digo, van a llorar con un ojo y a reír con el otro.

¿Cuál era su versión de Martín Acevedo en “Pasión de Gavilanes”? ¿Por qué no regresó con ese personaje?

Con mi versión de Martín Acevedo yo quise hacer el abuelo ideal, ese ser humano que viene de vuelta de todo. Que se las sabe todas realmente porque las ha vivido. Tiene una experiencia de vida inmensa, que no se alarma de nada, pero que tiene un corazón inmenso y unas ganas de vivir tremenda. De tomarse un trago, de dar una palmada en la nalga a una vieja en el bar, de enamorarse, de ser compinche de sus nietas, de aclararle como hombre cómo debían ser las relaciones y dar el consejo, y decir “cuidado. Yo digo esto, pero va a ver que tú decides, pero yo estoy aquí para lo que tú necesites”.

Ese personaje para mí casi fue un abuelo fantástico. Fue una mezcla de un tío abuelo mío. Que era un viejo tan loco y divertido que contaba cuentos y otro tío que murió de amor. Estoy hablando de que murió de amor, yo creo que es el único ser humano que yo reconozco que ha muerto de amor, un trovador. Yo no sabía que estaba haciendo eso, porque cuando yo los conocí y estaban en el plano de la tierra, yo era un niño de ocho o nueve años. Y cuando empecé a meterme en los vericuetos de ese Martín Acevedo yo sentía que debía ir para allá. De pronto veo la pantalla y digo “este el tío Vicente y el tío Andrés”. Había hecho como una coteleta de percepciones, de impresiones que yo tenía, de seres humanos que había conocido alguna vez en la vida. Entonces es un personaje totalmente creíble. Por muy fantástico que yo lo haya hecho es creíble y te da la ilusión de decir “yo quiero ese abuelo”.

Cuando vino la segunda temporada yo no sentí que eso estaba en los guiones. Yo tampoco actúe una edad cronológica. Para poder caracterizar, porque yo lo hice con esta cara, así lavada, me mataron las cejas y el pelo primero me lo decoloraron hasta llegar al blanco, porque todavía no tenía esas canas, después puse unos lentes, le fui agregando cosas, pero la corporalidad del personaje es lo que daba los años. Cuando la cámara va para arriba, puedes seguir viendo y te das cuenta de que yo no tengo una arruga, ni lo tuvo Martín. Entonces yo pensaba en 100 años, porque yo tenía 50 cuando lo hice. Realmente esa edad de 50 a 70 u 80 no es tan fácil de caracterizar, porque yo tengo 80 y en cámara todavía estoy dando muchísimos menos años por un problema de mi actitud de vida y porque bueno, la vida me dio esa genética y estoy saludable gracias a Dios. Mi Martín era un Martin fantástico, no un Martín cronológico, porque si tuviera 110 años claro que tengo que estar en un cuarto, loco.

Cuando yo leí me dije “no, ese Martín no es el que yo quiero hacer. Ese Martín no es lo que el público que me sigue quería ver”. Con el dolor de mi alma tuve que decir no y echar para atrás el contrato, fue difícil, pero lo logré. Yo en estos términos no he hablado nunca. Yo lo único que hice en ese momento, cuando decidí no hacerlo, tenía el pelo mío. el real con canas y el bigote. Yo me preparé durante seis meses para retomar a Martín. Me paré frente a un espejo de mi baño, con una máquina de afeitar y le dije al público que le agradecía, pero que yo no iba a ser parte de esa propuesta y me arranco el pelo. Lo hice así para hablar con mis amigos. Yo no tuve la pretensión de que iba a pasar con esa imagen. Pero la imagen vale más que mil palabras. Esa imagen todavía he tratado de sacarla del aire y no, está ahí, me persigue.

Mateo Medina Escobar

Por Mateo Medina Escobar

Profesional en Medios Audiovisuales. Fue periodista y colaborador audiovisual en la Unidad de Investigación Periodística del Politécnico Grancolombiano. Es coautor del libro “Entre Periodistas”.@tamdemesmmedinae@elespectador.com

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