“La educación debería fomentar la curiosidad”: Diego Golombek
El investigador, ganador del Premio Latinoamericano a la Popularización de la Ciencia y la Tecnología, explica que en las aulas se debe fomentar el deseo de descubrir nuevos temas e invertir en la formación de profesores.
El Espectador
Usted es biólogo, pero se ha destacado como divulgador científico. ¿Por qué decidió estudiar en el campo de las ciencias exactas?
Al estar en la Facultad de Ciencias, me contagié de un entusiasmo maravilloso. Uno se deslumbra con los compañeros, profesores y colegas. Y de pronto, en el programa, aparecieron materias más fisiológicas, incluyendo el cerebro, y cuando apareció, todo cambió. Sobre todo cuando llegó el tema del tiempo dentro del cerebro, al cual me dedico desde entonces.
¿Cómo empezó su gusto por la literatura?
Escribo desde hace mucho y empecé a trabajar en periodismo desde los 15 años. Lo maravilloso es que con las ciencias naturales podemos juntar estos dos universos. La ficción me fascina, soy un lector voraz y me gusta escribir.
Háblenos de la serie “Ciencia que ladra…”, publicada por Siglo XXI Editores y que ha sido un gran éxito.
Es una locura académica, porque surgió en la Universidad Nacional de Quilmes, en Argentina, que también tiene una editorial. Decidimos reformatear el mercado editorial de ciencias, que es muy bueno, sobre todo en nuestro idioma, pero se había mantenido bastante estable en cuanto a su estilo por un largo tiempo. Después de una década de oro, en nuestros países, se dio un cambio importante en contar las ciencias.
¿Qué piensa de la relación entre literatura y ciencia?
Una vez que el rigor científico está asegurado, todo vale para convertir la ciencia en literatura, analogía, metáforas, ficción y humor. Que sea tan apasionante como todos los científicos lo sentimos.
Cuéntenos sobre su libro “Las neuronas de Dios”, que llega a la cuarta reimpresión.
Lo que ha pasado con éste es fantástico e inesperado, pero buscado, en el sentido en que no buscaba pelearme con la religión, sino tratar de interpretarla y entenderla científicamente. Me gusta mucho que se han acercado lectores ultrarreligiosos, ultraateos y de distintas visiones de la religión. Sólo me falta que suene el teléfono de mi casa y del otro lado digan: “Hola, soy Francisco, lo estoy esperando”.
¿Cómo estamos en América Latina en el campo de la divulgación de la ciencia para que pase de un público experto a uno lego?
Falta muchísimo, pero estamos en camino. En distintos formatos, no solamente en libros, también en programas de televisión, en artículos de revistas y programas de radio.
¿A qué se debe esta ausencia?
Porque nos movemos todavía en forma exagerada por el principio de autoridad: “Esto es verdad, porque lo hizo un científico”; en ciencia no es así. Las cosas son verdad o creíbles, porque se demuestran de una manera particular, y eso tiene que ver más con la educación que con la divulgación científica.
¿Qué opina del estado de la educación en las ciencias?
Es bastante deficiente, porque se dirige más a hechos de la ciencia y no a pensamiento científico. Ese es un cambio monumental que hay que dar en nuestros países. Tratar de que en el aula tenga lugar el pensamiento científico, hacer experimentos, modelos, poder disputarse estas opiniones en un sentido de enriquecimiento.
¿Qué hacer?
Falta muchísimo camino, pero lo que estamos viendo en nuestros países a nivel local es digno de replicarse. En Colombia hay iniciativas como el Parque Explora o Maloka, que intentan llevar las formas interactivas de contar la ciencia al aula. Los niños nacen artistas y científicos, lo que pasa es que después se olvidan.
¿Cuál debería ser el objetivo primordial de la educación científica?
La educación que tenemos hoy no fomenta la curiosidad natural que tienen los niños y que vamos perdiendo con el tiempo, tanto la enseñanza como la divulgación deben tener como primer objetivo hacer que renazca la curiosidad, estar siempre deseosos por descubrir de qué se trata.
¿Qué se debe hacer para elevar la calidad de la educación científica?
Todos nuestros países deben invertir en la formación de profesores de ciencias, allí es donde empieza todo. Jerarquizar esa profesión, que el querer ser profesor de ciencias sea un motivo de orgullo y que se lo cuentes a las vecinas en el mercado. Nos falta impulsar más la dignidad de la profesión, no sólo en el salario, sino en el imaginario social. También es un problema de presupuesto, pero no es únicamente una cuestión de dinero sino de política en el sentido amplio. En Argentina, en los últimos años, hay un apoyo real a la ciencia, a la creación de un ministerio de ciencia, a mayor presupuesto y sobresale la idea de que la ciencia es útil para resolver nuestros problemas.
Usted es biólogo, pero se ha destacado como divulgador científico. ¿Por qué decidió estudiar en el campo de las ciencias exactas?
Al estar en la Facultad de Ciencias, me contagié de un entusiasmo maravilloso. Uno se deslumbra con los compañeros, profesores y colegas. Y de pronto, en el programa, aparecieron materias más fisiológicas, incluyendo el cerebro, y cuando apareció, todo cambió. Sobre todo cuando llegó el tema del tiempo dentro del cerebro, al cual me dedico desde entonces.
¿Cómo empezó su gusto por la literatura?
Escribo desde hace mucho y empecé a trabajar en periodismo desde los 15 años. Lo maravilloso es que con las ciencias naturales podemos juntar estos dos universos. La ficción me fascina, soy un lector voraz y me gusta escribir.
Háblenos de la serie “Ciencia que ladra…”, publicada por Siglo XXI Editores y que ha sido un gran éxito.
Es una locura académica, porque surgió en la Universidad Nacional de Quilmes, en Argentina, que también tiene una editorial. Decidimos reformatear el mercado editorial de ciencias, que es muy bueno, sobre todo en nuestro idioma, pero se había mantenido bastante estable en cuanto a su estilo por un largo tiempo. Después de una década de oro, en nuestros países, se dio un cambio importante en contar las ciencias.
¿Qué piensa de la relación entre literatura y ciencia?
Una vez que el rigor científico está asegurado, todo vale para convertir la ciencia en literatura, analogía, metáforas, ficción y humor. Que sea tan apasionante como todos los científicos lo sentimos.
Cuéntenos sobre su libro “Las neuronas de Dios”, que llega a la cuarta reimpresión.
Lo que ha pasado con éste es fantástico e inesperado, pero buscado, en el sentido en que no buscaba pelearme con la religión, sino tratar de interpretarla y entenderla científicamente. Me gusta mucho que se han acercado lectores ultrarreligiosos, ultraateos y de distintas visiones de la religión. Sólo me falta que suene el teléfono de mi casa y del otro lado digan: “Hola, soy Francisco, lo estoy esperando”.
¿Cómo estamos en América Latina en el campo de la divulgación de la ciencia para que pase de un público experto a uno lego?
Falta muchísimo, pero estamos en camino. En distintos formatos, no solamente en libros, también en programas de televisión, en artículos de revistas y programas de radio.
¿A qué se debe esta ausencia?
Porque nos movemos todavía en forma exagerada por el principio de autoridad: “Esto es verdad, porque lo hizo un científico”; en ciencia no es así. Las cosas son verdad o creíbles, porque se demuestran de una manera particular, y eso tiene que ver más con la educación que con la divulgación científica.
¿Qué opina del estado de la educación en las ciencias?
Es bastante deficiente, porque se dirige más a hechos de la ciencia y no a pensamiento científico. Ese es un cambio monumental que hay que dar en nuestros países. Tratar de que en el aula tenga lugar el pensamiento científico, hacer experimentos, modelos, poder disputarse estas opiniones en un sentido de enriquecimiento.
¿Qué hacer?
Falta muchísimo camino, pero lo que estamos viendo en nuestros países a nivel local es digno de replicarse. En Colombia hay iniciativas como el Parque Explora o Maloka, que intentan llevar las formas interactivas de contar la ciencia al aula. Los niños nacen artistas y científicos, lo que pasa es que después se olvidan.
¿Cuál debería ser el objetivo primordial de la educación científica?
La educación que tenemos hoy no fomenta la curiosidad natural que tienen los niños y que vamos perdiendo con el tiempo, tanto la enseñanza como la divulgación deben tener como primer objetivo hacer que renazca la curiosidad, estar siempre deseosos por descubrir de qué se trata.
¿Qué se debe hacer para elevar la calidad de la educación científica?
Todos nuestros países deben invertir en la formación de profesores de ciencias, allí es donde empieza todo. Jerarquizar esa profesión, que el querer ser profesor de ciencias sea un motivo de orgullo y que se lo cuentes a las vecinas en el mercado. Nos falta impulsar más la dignidad de la profesión, no sólo en el salario, sino en el imaginario social. También es un problema de presupuesto, pero no es únicamente una cuestión de dinero sino de política en el sentido amplio. En Argentina, en los últimos años, hay un apoyo real a la ciencia, a la creación de un ministerio de ciencia, a mayor presupuesto y sobresale la idea de que la ciencia es útil para resolver nuestros problemas.