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La furia de Guns N’ Roses

Casi dos décadas de espera valieron la pena. Anoche Axl Rose llevó su ‘jungla’ al Jaime Duque.

Santiago La Rotta
31 de marzo de 2010 - 04:44 a. m.

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Axl Rose siempre se sale con la suya. No hay pronóstico acertado cuando de él se trata. Lejos de todos los malos augurios, el escenario del Jaime Duque se encendió a las 9:15 p.m., en pleno orden, cuando el legendario vocalista de la banda Skid Row, Sebastian Bach, y viejo amigo de borracheras de Axl Rose, sacudió su melena y saludó al enardecido público. Algunos cariñitos en un español chapoteado y una bandera nacional en forma de ruana anticiparon un show lleno de buena energía.

Luego, las luces bajan y el ruido y los gritos suben. Desde la penumbra comienza a sonar la introducción de Chinese democracy y Axl Rose, con su hálito infalible de Rock Star con el reflector encima, comienza a cantar: “De verdad no importa/ te vas a dar cuenta por ti mismo”. Hay que pincharse en el brazo para darse cuenta. Sí, ese es Axl, una versión mejor alimentada de él, pero igual es él, el líder de la mítica banda Guns N’ Roses, el ídolo de los ochenta y buena parte de los noventa, la voz que más adelante cantará Sweet child o’ mine, Rocket queen, You could be mine y un largo etcétera de material que puso a romperse el cuello a varias generaciones de rockeros desde 1987 hasta hoy.

Mucho se ha especulado con el Axl de hoy, el único integrante original de los Gunners de antaño; Slash, Duff y todos los demás abandonaron el barco en distintos momentos antes de llegar al año 2000, por disputas con el frontman, famoso por su mal temperamento. Los medios hablan del evidente sobrepeso del cantante (en comparación con el personaje que corría frenético de lado a lado del escenario con unos bóxers como única prenda de vestir), de sus trenzas (adiós a la melena despelucada tan común en los ochenta) y sus eternas peleas, abogado de por medio, con sus compañeros de aventuras.

La verdad, nada importa demasiado una vez comienzan a sonar las primeras notas de Welcome to the jungle (segunda canción en el repertorio de la noche), ese ligero rasgueo de guitarra que sirve como preludio de una de las canciones más recordadas de una banda que, a fuerza de buena música, tiene docenas de temas recordados. A 2.600 metros de altura, Axl canta, para el deleite de todo el público reunido en el Parque Jaime Duque: “Bienvenidos a la jungla/ tenemos diversión y juegos/ si tienes el dinero, cariño/ nosotros tenemos tu enfermedad”.

El lunes en la tarde, rodeado de guardaespaldas, un reportero le preguntó a Axl, de compras en el centro comercial Andino, qué debía esperar el publico que lo vería un poco más de 24 horas después: “Será un show con muchas cosas viejas y otras tantas nuevas”, respondió escuetamente. Tenía razón. El listado de canciones, poco más de veinte en total, abarcó material del disco Chinese democracy (nombre de la misma gira que arrancó el 11 de diciembre de 2009 en Taiwán; el álbum fue lanzado el 23 de noviembre de 2008), como Madagascar, Sorry o Shackler’s revenge, sin dejar por fuera verdaderas joyas del rock and roll como November rain, Live and let die o Nightrain, de los discos Use your illusion I y II y Appetite for destruction.

En medio del catálogo reciente y antiguo, los nuevos integrantes de la banda (nuevos porque apenas nueve días atrás cambiaron de guitarrista, Robin Finck por el recientemente incorporado Dj Asaba) se lucen con solos de guitarra y piano, en el que también participa Axl. Todo esto como preparación para el gran final, la patada más fuerte cuando, después de haber cantado y gritado 20 años de historia musical, de la espera de 18 años para volver a ver a la banda (con Axl como el único miembro que regresó a Bogotá después del épico concierto en El Campín en 1992) sonó, como gran alivio, Paradise city. A todo pulmón el público despidió a Axl diciéndole: “Llévame a la ciudad paraíso, /donde el pasto es verde/ y las mujeres hermosas,/ llévame a casa”.

Por Santiago La Rotta

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