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La reina Isabel II y toda la familia real despidieron el sábado al duque de Edimburgo, fallecido el pasado 9 de abril a los 99 años, con una solemne y emotiva ceremonia privada que tuvo lugar dentro del recinto amurallado del castillo de Windsor, en cuya capilla de San Jorge descansan ya los restos del príncipe Felipe, inseparable compañero de vida de la reina durante los últimos 73 años.
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Como reveló el dominical The Mail on Sunday, además de la carta manuscrita que la monarca dejó sobre el féretro de su esposo antes de la procesión fúnebre hacia el templo, que venía firmada con el apelativo ‘Lilibeth’ que usaba el príncipe para dirigirse cariñosamente a ella, la jefa del estado incluyó en su bolso una fotografía muy especial y significativa de la pareja, de la que no se separó a lo largo de tan triste y sobria jornada de despedida.
Fuentes citadas por el periódico aseguran que se trataba de una instantánea previa a la coronación de Isabel II, concretamente de esa etapa en la que los dos enamorados residieron en Malta poco después de su boda en 1947. El duque de Edimburgo todavía ejercía en esa época como miembro de la Marina Real británica, con la que sirvió durante la II Guerra Mundial bajo el reinado de su suegro Jorge VI, por lo que estuvo destinado en el país mediterráneo hasta 1951.
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El estrecho vínculo que Felipe de Edimburgo mantuvo siempre con esa rama específica del ejército, incluso después de verse obligado a abandonar su carrera militar para asumir sus responsabilidades como consorte de la reina, quedó patente durante el acto ceremonial que se celebró ayer en los terrenos del castillo. Sobre su féretro, transportado hasta la capilla por un Land Rover rediseñado por el propio duque, lucían intactas tanto su espada como su gorra de gala de la citada Marina Real.