Margarita Rosa de Francisco, la revolución de la belleza
La vallecaucana, que este año fue galardonada en el Festival Internacional de Cine de Venecia como Mejor actriz, transformó su experiencia de vida en un discurso que cuestiona los estándares de belleza tradicional.
Sarah Gutiérrez
“No me importaba recibir el premio descalza”. Margarita Rosa de Francisco se enteró de que se había ganado el premio a Mejor actriz en la sección Orizzonti del Festival de Cine de Venecia, minutos antes de abordar un avión de regreso a casa. Sin vestido ni maquillaje pensados para la ocasión, la actriz, quien dijo sentirse como una Cenicienta vestida con un Armani prestado, el pasado 9 de septiembre, se convirtió en la primera colombiana en logar este reconocimiento.
(Le recomendamos: “Leo”, la crisis de la vejez y querer dejar huella)
Su protagónico en la película El paraíso relata la historia de una madre que, tras 40 años de vivir junto a su hijo en las afueras de Roma (Italia), recibe en su casa a una mujer que trabaja de “mula” para un narcotraficante local.
El director italiano Enrico Artale llegó por casualidad a la caleña luego de que un colega le enviara un capítulo de La Ranga, el apodo de doña Ruth Esneda Barrios Caviedes, una mujer sarcástica, alcohólica y decadente que De Francisco creó inspirada en Raquel, un personaje que hizo en la película Paraíso Travel, dirigida por Simón Brand en 2008.
De Francisco interpretó, durante años, papeles de mujeres ingenuas y bonitas, participó en el Reinado Nacional de Belleza en su adolescencia y estuvo casada con el cantante Carlos Vives. Estuvo en telenovelas como Gallito Ramírez (1986), donde se ganó el apodo de Niña Mencha, Los pecados de Inés de Hinojosa (1988) y su gran estelar como Gaviota, una recolectora de café que se enamora de un empresario en Café, con aroma de mujer, de Fernando Gaitán. Un papel que le valió el Premio Simón Bolívar como Mejor actriz de televisión en 1994.
La Ranga es la antítesis de todos esos personajes. “Me generó una felicidad enorme. Fue como una epifanía. Se me quedó en la cabeza la confrontación con la decadencia y la monstruosidad”.
La actriz habla francés, inglés, portugués e italiano, que aprendió para interpretar a Magdalena, su papel en El paraíso. Pero no aprendió del italiano tradicional, es uno al que llaman romanacho, “el italiano de las calles”, como le comentó el director.
Habla convencida de que ha vivido “a la par de sus personajes” que, como Gaviota, en Café, con aroma de mujer, sentía que conocía a aquella mujer que iba a interpretar, y por eso mismo tomó el papel. Caso contrario con Magdalena, “un banquete que no sabía hacer, pero decidí correr el riesgo”, señaló en la revista Diners.
Trabajó junto a dos coaches durante un año para desdibujarse a sí misma, a su postura y convertirse en una Ranga “más severa, más dramática, menos caricaturesca”.
En telenovelas como Café, La caponera y Puerta grande se ve a De Francisco con un cuerpo delgado y esbelto, exigido por los cánones de belleza de la industria de entretenimiento. Hoy, 30 años después, conserva la delgadez. Tal vez ya no tanto por la obsesión por la estética, sino más bien por salud. O por ambas.
De hecho, por ser delgada le inventaron un chisme: que era drogadicta. “Traté de ser marihuanera, le puse empeño, pero no cuadré con esa droga. Y en mis años de juventud probé la cocaína, pero no me gustó. Fui siempre muy deportista, entonces no me quedé en eso”, comentó en la sección de entrevistas de Claro Oscuro de El Espectador.
(Le puede interesar: Margarita Rosa de Francisco: “cada vez tengo menos ambiciones como actriz”)
Dice que la coreografía de mostrarse como una mujer bonita ya no funciona, el repertorio se acaba y el cuerpo va dejando las marcas del paso del tiempo. “La epifanía con respecto al envejecimiento ha venido porque yo veo estas señales, y no es que me gusten, pero me parece fascinante el proceso de todo lo que va a ir pasando con mi cuerpo, quiero verlo, no lo quiero interrumpir, quiero poderlo escribir, aunque sea para que no lo lea nadie”.
Ha recorrido un camino en busca de su identidad desde que era una niña: “Sentía que mi cuerpo no era algo para ser habitado, disfrutado o vivido por mí, sino un espectáculo público”, lo hizo “testigo de muchas cosas que quería demostrar”.
Buscó la fama, y la encontró; buscó el reconocimiento, y también, pero en ese recorrido se olvidó de sí misma, y se encuentra desandando ese camino. Estudia Filosofía en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD), y está a un año y medio de culminar con sus estudios. Tiene “una fijación en la academia, es algo a lo que irse en contra después”, pues le molesta “lo establecido”.
Su primer libro, El hombre del teléfono, es un retrato de la construcción de identidad, y con Margarita va sola, su segunda y más reciente publicación, muestra a sus lectores sus opiniones sobre la belleza, la mortalidad, el erotismo, la escritura, el miedo, la desobediencia, en fin, el poder de los hechos y las palabras.
El éxito, señala, “es más fácil, pero como evento formador y transformador, me parece menos valioso”, y cuando habla de fracaso, recuerda una frase de Jorge Luis Borges: ‘La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece’; ‘uno cuando fracasa se confronta, ahí sale la grandeza del espíritu, ahí sale la casta de uno como ser humano, como ser viviente y como ser respetuoso de lo que pasa en la vida, que a veces no es favorable para uno”.
“No me importaba recibir el premio descalza”. Margarita Rosa de Francisco se enteró de que se había ganado el premio a Mejor actriz en la sección Orizzonti del Festival de Cine de Venecia, minutos antes de abordar un avión de regreso a casa. Sin vestido ni maquillaje pensados para la ocasión, la actriz, quien dijo sentirse como una Cenicienta vestida con un Armani prestado, el pasado 9 de septiembre, se convirtió en la primera colombiana en logar este reconocimiento.
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Su protagónico en la película El paraíso relata la historia de una madre que, tras 40 años de vivir junto a su hijo en las afueras de Roma (Italia), recibe en su casa a una mujer que trabaja de “mula” para un narcotraficante local.
El director italiano Enrico Artale llegó por casualidad a la caleña luego de que un colega le enviara un capítulo de La Ranga, el apodo de doña Ruth Esneda Barrios Caviedes, una mujer sarcástica, alcohólica y decadente que De Francisco creó inspirada en Raquel, un personaje que hizo en la película Paraíso Travel, dirigida por Simón Brand en 2008.
De Francisco interpretó, durante años, papeles de mujeres ingenuas y bonitas, participó en el Reinado Nacional de Belleza en su adolescencia y estuvo casada con el cantante Carlos Vives. Estuvo en telenovelas como Gallito Ramírez (1986), donde se ganó el apodo de Niña Mencha, Los pecados de Inés de Hinojosa (1988) y su gran estelar como Gaviota, una recolectora de café que se enamora de un empresario en Café, con aroma de mujer, de Fernando Gaitán. Un papel que le valió el Premio Simón Bolívar como Mejor actriz de televisión en 1994.
La Ranga es la antítesis de todos esos personajes. “Me generó una felicidad enorme. Fue como una epifanía. Se me quedó en la cabeza la confrontación con la decadencia y la monstruosidad”.
La actriz habla francés, inglés, portugués e italiano, que aprendió para interpretar a Magdalena, su papel en El paraíso. Pero no aprendió del italiano tradicional, es uno al que llaman romanacho, “el italiano de las calles”, como le comentó el director.
Habla convencida de que ha vivido “a la par de sus personajes” que, como Gaviota, en Café, con aroma de mujer, sentía que conocía a aquella mujer que iba a interpretar, y por eso mismo tomó el papel. Caso contrario con Magdalena, “un banquete que no sabía hacer, pero decidí correr el riesgo”, señaló en la revista Diners.
Trabajó junto a dos coaches durante un año para desdibujarse a sí misma, a su postura y convertirse en una Ranga “más severa, más dramática, menos caricaturesca”.
En telenovelas como Café, La caponera y Puerta grande se ve a De Francisco con un cuerpo delgado y esbelto, exigido por los cánones de belleza de la industria de entretenimiento. Hoy, 30 años después, conserva la delgadez. Tal vez ya no tanto por la obsesión por la estética, sino más bien por salud. O por ambas.
De hecho, por ser delgada le inventaron un chisme: que era drogadicta. “Traté de ser marihuanera, le puse empeño, pero no cuadré con esa droga. Y en mis años de juventud probé la cocaína, pero no me gustó. Fui siempre muy deportista, entonces no me quedé en eso”, comentó en la sección de entrevistas de Claro Oscuro de El Espectador.
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Dice que la coreografía de mostrarse como una mujer bonita ya no funciona, el repertorio se acaba y el cuerpo va dejando las marcas del paso del tiempo. “La epifanía con respecto al envejecimiento ha venido porque yo veo estas señales, y no es que me gusten, pero me parece fascinante el proceso de todo lo que va a ir pasando con mi cuerpo, quiero verlo, no lo quiero interrumpir, quiero poderlo escribir, aunque sea para que no lo lea nadie”.
Ha recorrido un camino en busca de su identidad desde que era una niña: “Sentía que mi cuerpo no era algo para ser habitado, disfrutado o vivido por mí, sino un espectáculo público”, lo hizo “testigo de muchas cosas que quería demostrar”.
Buscó la fama, y la encontró; buscó el reconocimiento, y también, pero en ese recorrido se olvidó de sí misma, y se encuentra desandando ese camino. Estudia Filosofía en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD), y está a un año y medio de culminar con sus estudios. Tiene “una fijación en la academia, es algo a lo que irse en contra después”, pues le molesta “lo establecido”.
Su primer libro, El hombre del teléfono, es un retrato de la construcción de identidad, y con Margarita va sola, su segunda y más reciente publicación, muestra a sus lectores sus opiniones sobre la belleza, la mortalidad, el erotismo, la escritura, el miedo, la desobediencia, en fin, el poder de los hechos y las palabras.
El éxito, señala, “es más fácil, pero como evento formador y transformador, me parece menos valioso”, y cuando habla de fracaso, recuerda una frase de Jorge Luis Borges: ‘La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece’; ‘uno cuando fracasa se confronta, ahí sale la grandeza del espíritu, ahí sale la casta de uno como ser humano, como ser viviente y como ser respetuoso de lo que pasa en la vida, que a veces no es favorable para uno”.