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“La sombra de mi padre” es un relato sincero sobre el vínculo familiar. ¿Cuáles fueron los riesgos a los que se enfrentó al escribirlo?
Cuando se tratan temas tan íntimos es muy fácil despertar lástima o terminar dando consejos de vida. No quería eso, ni estaba en mis planes mostrarme como una víctima. Lo que buscaba era entender cómo todos esos hechos dolorosos que se narran en el libro me han cambiado a mí y a mi familia. Cómo el peso de los legados nos forma. Y cómo, a pesar de todo, seguimos adelante. Riesgos hubo muchísimos, empezando por el más obvio: la reacción de las personas cercanas que se ven reflejadas en esas páginas.
¿Cómo logró el efecto eslabón, pues conecta a su abuelo, a su padre, a usted y a su hijo? ¿Fue un ejercicio intencional o salió sobre la marcha?
Diría que los dos. Tenía claro que para contar la historia de mi padre debía contar, también, la de su padre (mi abuelo). Y luego volver al presente y contar la de mi hijo. La figura de la sombra es muy diciente, pues es ese elemento esencial que nos cobija a todos cuando somos hijos o nietos, y lo que proyectamos cuando nos convertimos en padres. Pero el libro indaga también por otro tema, que está ahí implícito: lo que significa ser hombre criado en una sociedad machista.
Su testimonio también se siente como un “ring” de boxeo en el que las figuras masculinas de la familia no escatiman “jabs” en cada “round”. Al final, después de leer el libro, ¿los boxeadores se abrazan o siguen su camino golpeados, queriéndose a ratos y odiándose a veces?
Es bonito pensarlo con esa metáfora: los boxeadores que al final de la pelea se abrazan, exhaustos. Creo que eso es el amor, a fin de cuentas, no solo la parte limpia y dócil que se ve de dientes para afuera, sino también la difícil, la oscura que todos vivimos de una u otra forma. El amor tiene esos dos lados, como tantas otras cosas. Y las relaciones familiares son así, tal cual: nos queremos, pero la mayor parte de las veces -sino siempre- nos entendemos mal.
¿Por qué puso sus ojos sobre su padre y no sobre su madre?
Supongo que la figura conflictiva, con la que sentía que debía saldar deudas, era la paterna. Es curioso, pero al final el padre siempre suele generar más problemas; la imagen de la madre, la femenina, suele ser más comprensiva. Ahí está un montón de literatura que lo prueba.
Manizales define su pasado y la personalidad de los protagonistas del libro. ¿Qué le quedó del legado de la región y qué purgó?
Muchas cosas quedan. La música, por ejemplo. Las tradiciones: me gusta madrugar, sigo comiendo ciertos platos con los que crecí. Purgué muchas otras, supongo: ese gusto por la vida rural, que no tengo del todo, los caballos y los toros. Nada de eso me acaba de gustar.
El licor es un ingrediente que también ha definido sus vidas. El aguardiente es un detonante de conflicto. ¿El alcohol le dio una mano para que estallaran sus volcanes interiores?
Sin duda. Como lo digo en el libro, el trago es tan solo un detonante de cosas que están más al fondo. Sin el trago nos habríamos ahorrado muchísimos problemas, pero quizá tampoco existiría este libro. Y no sé qué sea mejor.
Como padre de Emilio, que a su vez heredó el nombre de su abuelo, ¿a qué le teme ahora?
Le temo a muchas cosas, pero supongo que el miedo es una parte más de la paternidad. A pesar de los muchos errores que haya podido tener, mi padre ha sido un buen papá. Sin embargo, creo que todos, de alguna manera, tratamos de sacudirnos de todo eso que nos dejó un sinsabor y evitamos repetirlo con nuestros hijos. Es algo muy difícil, porque las cargas genéticas pesan mucho, y desaprenderlas es un proceso lento, de muchos años. Lo paradójico es que, quizá de manera inconsciente, estamos cometiendo otros errores que no vemos, pero que con el tiempo saldrán a la superficie. Esa es la vida.
¿Cuáles textos lo estimularon a escribir “La sombra de mi padre”? ¿Está trabajando en otros?
La literatura sobre el padre es muy amplia. A mí me sirvieron mucho, entre otros, libros como Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente; La muerte del padre, de Karl Ove Knausgard; El regreso, de Hisham Matar; La distancia que nos separa, de Renato Cisneros, y Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan. Y sí, llevo varios meses escribiendo una novela que va tomando ya forma. Ahí vamos, despacio.
¿Su historia familiar es similar a las de los demás?, ¿qué le han dicho los lectores?
Esa ha sido una de las cosas más gratas que me ha dejado escribir el libro: los mensajes de mucha gente que ha visto su propia historia reflejada en la nuestra. Algo que me indica que sí tenemos una cantidad de elementos comunes. Y supongo que, por ese simple hecho, por ver que a mucha gente le ha llegado esta historia, que se ha visto reflejada y se ha puesto a pensar, ya valió la pena escribirlo.