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La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano lo anunció como ganador del reconocimiento Clemente Manuel Zabala a mejor editor. ¿Cómo recibe la noticia?
Con mucha emoción. Lo entiendo como un reconocimiento a la actividad que se desarrolla tras bambalinas, que no está a la luz de los reflectores, que no se gana los reconocimientos. Uno no puede decir, cuando sale el artículo, yo lo edité, porque queda en ridículo.
El reconocimiento lleva el nombre de uno de los jefes de redacción más queridos de “El Universal” de Cartagena, que además fue maestro de Gabriel García Márquez. Desde su postura como jefe de redacción de la revista “Semana”, ¿qué les ha enseñado a los periodistas que han pasado por esta sala de redacción?
Esas enseñanzas se resumen en querer el idioma, en querer los textos, en que las cosas no se pueden quedar sólo en dar bien la noticia y contar todos los hechos y meter todas las cifras, sino hacerlo de una manera que sea atractiva, que le ayude al lector a comprender la información. Tenemos que cumplir una función de facilitadores, y la mejor forma de facilitar es hacer un texto que se deje leer con claridad.
Como el maestro Zabala, ¿usted también toma el esfero rojo y revisa los textos?
Afortunadamente nosotros trabajamos con todas la posibilidades tecnológicas de la edición en computador y eso nos facilita muchísimo la vida. Considero mucho al maestro Zabala, que no tuvo un computador.
De alguna manera, haber estudiado derecho le ayudó a ejercer la profesión de periodismo.
Sí, sin duda es una buena profesión para ser periodista, porque permite conocer las relaciones de poder entre el individuo y la sociedad, y eso es fundamental para un periodista. Recomiendo mucho a mis alumnos que tomen dobles programas, porque un periodista, idealmente, debería tener una carrera. No estoy hablando de que la formación de periodista sea insuficiente, pero, sin duda, con otra carrera se enriquecería muchísimo más el ejercicio de la profesión.
Está próximo a cumplir treinta años en la revista “Semana”. ¿Cuál ha sido el reto más grande como editor de mundo y jefe de redacción?
El reto es diario. No puedo decir que hay picos y bajonazos, porque estos son retos que se asumen del todo o no existen. Si uno mira la revista Semana, está hecha con una meticulosidad y un cariño impresionantes, cada página es un trabajo en sí mismo, cada pie de foto, cada destacado, cada título los pensamos, los debatimos, hasta que nos queden casi perfectos, y creo que la gente lo ve.
A propósito del trabajo que hay detrás de cada tema, ¿por qué los artículos de la revista no llevan el nombre de quien los trabajó?
Es una política que estableció el fundador de la revista desde el comienzo. Digamos que tiene varias explicaciones. Una de ellas es que se trata de un trabajo colectivo, entonces, en muchas ocasiones, aunque los periodistas tienen áreas de influencia, de pronto terminan escribiendo en secciones que no son las suyas o hay artículos que se hacen a cuatro o seis manos. Es algo inspirado en revistas como The Economist, donde tampoco firman. Y el otro punto es que la responsabilidad es directamente de la revista y supuestamente, también, por razones de seguridad, aunque todos esos argumentos tienen sus pros y contras, que son debatibles. Hay gente a la que le gusta aparecer.
También tiene que ver un poco con que esta profesión es de egos…
Claro. Lo llaman la constitución de la figura pública, del periodista, y también tiene su sentido.
¿Quién recibe el jalón de orejas?
No, por supuesto aquí sabemos quién hizo cada cosa, ese anonimato no es tanto. A nivel interno todo el mundo sabe quién hace qué. Pero la responsabilidad a nivel externo la asume el director.
Con la llegada de la tecnología, ¿cuál considera que va a ser el futuro de los medios impresos?
Es el máximo misterio de nuestros tiempos y, sobre todo para nosotros como periodistas, es una respuesta que realmente no tenemos. Tenemos indicios de cosas que han pasado. Creo que los medios impresos no van a desaparecer del todo, más bien va a haber una especie de cohabitación de las dos cosas. El medio impreso, probablemente, va a ser un lujo, algo que no pueda pagar todo el mundo, pero también un fetiche, en la medida en que el producto sea muy atractivo.
¿Qué periódicos o revistas lee?
En realidad tengo una mirada neutra en ese sentido. Por supuesto, sigo todos los medios que puedo. Permanentemente estoy consultando The New York Times, que considero el periódico más importante del mundo, y cosas especializadas como Foreign Policy, que son muy de nicho para mí. También consulto mucho los think tanks o los laboratorios de ideas. Esos son los insumos con los que trabajamos por el momento, pero no, no tengo una predilección especial por ninguna escuela en particular.
En los 90 realizó el programa “Expedientes”, con Gloria Cecilia Gómez. ¿Qué piensa de la televisión actual?
Me temo que la televisión colombiana aún no ha entendido lo que se le viene. Sigue jugando al tema de las telenovelas tradicionales, de la parrilla, cuando la gente no está viendo la televisión como la veía hace quince años. La gente no está pendiente de la novela, eso no existe. Mientras que la radio es completamente distinta, resiste todo, porque la radio tiene una versatilidad enorme; uno puede estar trabajando y escuchando radio y no hay ningún tipo de contradicción. Desde ese punto de vista, la radio es un medio extraordinario.
Y ¿a quién escucha?
No, es algo que no puedo decir, no quiero comprometerme. Habría alguien que me lo cobraría.
¿Qué le dejaron los seis años en Avianca?
La certeza de que no quería hacer eso, porque no me sentía en el papel de abogado. Era muy joven, entonces me decían el “Doctorcito”. Pero, por supuesto, estoy muy agradecido de haber estudiado derecho, me ha servido. Pero no era una cosa que me gustara. Tenía interés en la letras y me dieron la oportunidad de entrar a Semana, gracias a María Isabel Rueda. Llegué al consejo de redacción y no sabía dónde estaba parado, no entendía lo que estaba pasando. Me recibió Miriam Bautista, a quien le decimos la “Compañerita”.
¿Cuál fue su primer trabajo en “Semana”?
Nada menos que reportear la masacre de Pozzeto en 1987. Es un restaurante al que entró un colombiano excombatiente de la guerra de Vietnam, mató a varias personas y luego se suicidó. Sucedió la primera semana en la que entré a la revista.
Como hincha, ¿sufre mucho con Millonarios, o aprendió a ser paciente?
Esa es la parte más emocionante y a la vez dolorosa de la vida. Ver al equipo perder es una cosa terrible. Lo lamento mucho por mis amigos hinchas de Santa Fe, pero todavía les faltan muchos años para igualarnos en títulos. Soy muy hincha, pero no voy tanto al estadio.
¿Qué música escucha?
Oigo música clásica y jazz. En otra época me gustaba mucho la salsa, pero más como de ir a bailar. Si no es en ese ambiente no me gusta.
¿Qué libro recomienda?
Me gusta mucho la obra de Joseph Conrad, porque tiene una narrativa muy profunda. Ahora estoy leyendo La asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, de Michael Chabon. Lo recomiendo a ojo cerrado.
¿Le queda tiempo para descansar?
No mucho. Los fines de semana siempre tengo algo que hacer: revisar trabajos de las universidades, escribir la reseña mensual de libros para Arcadia, que sólo lo puedo hacer los sábados o domingos, porque aquí no me queda tiempo, pero hacer reseñas es una de las cosas que me encantan. Trabajo mucho en mi casa y de vez en cuando veo series. Ahora estoy viendo Narcos, Mad Men, Game of Thrones o películas clásicas.
Su hija, Gabriela Sáenz, le siguió los pasos y es editora digital de la revista “Diners”. ¿A ella también le corrige los textos?
Sí, claro. A veces le digo: tenemos que hablar sobre este texto. Pero estoy muy contento, porque lo hace muy bien, escribe muy bien. Tengo ese drama, porque todo lo que leo, lo veo con un sentido de editor, que me quita el placer de leer sin ninguna clase de prevenciones. Ya está en mi chip.
¿Por qué lo llaman Chacho?
Es un apodo que nació en la Universidad del Rosario, cuando estudié derecho. Éramos un grupo al que nos llamaban los chachos del octavo, estudiábamos en el octavo piso. Y por algún motivo el único que continúo llamándose Chacho fui yo. Hay dos clases de personas que me llaman así: los periodistas y los compañeros de universidad; de resto me llaman Mauricio.
¿Por qué lo retuvieron en Cuba en 1993?
Eso quedó en el ministerio. Me bajaron del avión y había estado andando por Cuba solo, cosa que no le gusta mucho al régimen, y luego me reintegré a un grupo de turistas del que me había separado cuando llegué. Cuando estaba en el avión entraron unos policías y me pidieron que me bajara. Me bajé, porque no tenía nada que ocultar. Tomaron mi maleta y sacaron la cámara y me metieron a un cuarto a interrogarme y de pronto encontraron una servilleta en la que llevaba algunos apuntes de una entrevista que había realizado, y en uno de los fragmentos decía droga y a ellos les pareció sospechoso y me retuvieron por 24 horas. Me dijeron que yo era parte de un complot para involucrar al comandante Fidel Castro en el narcotráfico. Sentí mucho miedo. El propio García Márquez habló con Fidel y finalmente me dejaron libre. Nunca se supo la dimensión del hecho.
¿Un personaje inolvidable, que haya entrevistado?
Hugo Chávez. Una personalidad arrolladora. Lo entrevisté dos veces. La primera en el programa de televisión Expedientes, cuando acababa de salir de la cárcel, después del golpe de Estado. Estuvo en Bogotá, venía vestido con un liquiliqui azul oscuro, una vestimenta típica en Venezuela. Recuerdo que apenas terminamos la entrevista, todos los técnicos, luminotécnicos, camarógrafos se le fueron encima, porque era supercarismático. Después lo entrevisté en Caracas cuando era candidato presidencial. Nunca volvió a querer darnos entrevistas, porque le hicimos artículos muy críticos. Una vez hasta lo disfrazamos de Bolívar y él nunca quiso volver a saber nada de Semana. Hugo Chávez siempre fue coherente. Él quería hacer la revolución desde que fue cadete.
¿Cuándo cree que es el momento de retirarse?
No lo sé. No quiero darles ideas.