Mopa-mopa, un oficio sin época para una era sin tiempo
El maestro Gilberto Granja lleva más de 60 años trabajando con el Barniz de Pasto, un oficio que tiene como materia prima el cogollo de un árbol llamado Mopa – Mopa. Su arte aporta tradición al Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, Nariño.
Oscar Güesguán Serpa
El árbol de mopa-mopa crece silvestre en el piedemonte amazónico y aunque han intentado cultivarlo en zonas más cercanas al centro urbano de Mocoa, capital del Putumayo, la planta se niega a crecer lejos de la selva. Indiferente, como suele ser la naturaleza con el humano, obliga a los recolectores a acampar durante una semana en su suelo para acopiar el cogollo de su hoja. En abril y en noviembre, los frutos del mopa-mopa forman una mancha negra en la selva.
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El árbol de mopa-mopa crece silvestre en el piedemonte amazónico y aunque han intentado cultivarlo en zonas más cercanas al centro urbano de Mocoa, capital del Putumayo, la planta se niega a crecer lejos de la selva. Indiferente, como suele ser la naturaleza con el humano, obliga a los recolectores a acampar durante una semana en su suelo para acopiar el cogollo de su hoja. En abril y en noviembre, los frutos del mopa-mopa forman una mancha negra en la selva.
Desde hace más de mil años los indígenas del sur de Colombia —las investigaciones indican que también los incas— utilizaron esos brotes procesándolos hasta volverlos una especie de tela que se usaba para recubrir vasijas, collares e implementos ceremoniales de madera.
Pese a ser una práctica indígena precolonial, el material resultante de esa alquimia fue bautizado por los españoles, que lo llamaron barniz de Pasto. El nombre dista mucho de lo que es el material, pues nada tiene que ver con disolución de aceites ni es un producto que se esparce sobre una superficie.
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En realidad el cogollo de la hoja del mopa-mopa es hervido en agua caliente, lo que activa sus propiedades elásticas y, tras ser limpiado de impurezas como trozos de madera y pequeñas semillas, se estira de tal manera que termina convertido en una tela oscura que, para cambiar su tono, se mezcla con anilinas de colores.
La aplicación de esta técnica se ha mantenido en el tiempo gracias al trabajo de los artesanos de Pasto, quienes han transmitido ese conocimiento de generación en generación. El aislamiento histórico con el centro del país ha generado un efecto positivo para los habitantes de la región, quienes han encontrado en sus costumbres y prácticas milenarias una forma de pertenecer y sobrevivir.
El uso del barniz de Pasto se mantiene vigente en 25 talleres, donde 30 hombres y cinco mujeres son la memoria de una tradición que se inició con los pastos y los mocoas al menos desde el siglo XIII. Y aquí es necesario hacer una pausa, detenerse para entender que estos espacios son lugares activos que combaten la velocidad del tiempo y la levedad de la existencia.
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En uno de ellos está Gilberto Granja, un maestro que lleva más de 60 años en el oficio. Al visitar su taller me llamó la atención una frase que utilizó cuando trabajaba en una de sus obras: “Esta flor que estoy haciendo está en mi cabeza”. Luego de decirme eso, iba pasando un bisturí punta de lanza con una exactitud impresionante y con los cortes formaba figuras diminutas.
El maestro Granja va para su séptima década en este oficio, al que llegó en 1964 después de prestar el servicio militar y no tener mucho que hacer. La vida es más fácil si se es pragmático y se huye de las pretensiones, o al menos este es uno de los mensajes de este septuagenario.
“Yo pasé por muchos oficios. Pintar puertas, viviendas, virutear, poner vidrios. Desde niño lo hacía, pero eso implicaba estar al sol y al agua y, en cambio, el mopa-mopa es una artesanía que se puede hacer en casa y eso me llamó la atención. Y dije: ‘Qué lindo poder hacer este oficio y no tener que estar expuesto a esos cambios de clima’”.
La inspiración del maestro es la montaña y no podría ser diferente porque Nariño es el lugar en el que la indócil cordillera de los Andes se vuelve vulnerable y se rompe en tres, lo que genera un sistema montañoso excepcional. Este departamento contiene la mayor parte de volcanes en Colombia, entre los que se encuentra El Galeras, uno de los más peligrosos de América Latina.
Ese volcán tutelar determina mucho de la identidad de los habitantes de Pasto, por eso es fundamental para la obra de Granja. “En el momento en el que estoy elaborando un paisaje nariñense, lo primero que hago es la montaña y al hacerla identifico la fumarola, trabajo con ella, la pongo a la derecha o a la izquierda, en fin, eso hace que la gente identifique fácilmente nuestra región”.
Un milenio después, este oficio es más vigoroso que nunca gracias a estos artesanos y a su preocupación por transmitir ese conocimiento. Este es el caso de la familia Granja, en la que su hijo Óscar tomó las banderas y también trabaja la mopa-mopa.
“Yo tuve la fortuna de nacer en el taller, aprender desde muy pequeño y, aunque estuve viviendo en Bogotá durante 20 años, alejado del oficio, en 2009 regresé a Pasto a trabajar con mi padre y maestro Gilberto; ya son 14 años”.
El maestro Óscar es consciente de lo que implica haber quemado velas en la ciudad que lo vio nacer y convertirse en un artesano. Para él esto es una gran responsabilidad porque “es sentirse guardian de un oficio ancestral, de una herencia que se ha transmitido en nuestra ciudad, porque estamos obligados a enseñar el oficio, a transmitirlo también, así como a mi papá se lo enseñaron y él me lo enseñó a mí”.
La rebeldía que pregonan en estas tierras no es ajena a esta labor, pues “todos los oficios artesanales, incluido el barniz de Pasto, son un acto de resistencia. Hubo situaciones económicas difíciles en la familia y de pronto había alternativas laborales que hubiesen podido generar más ingresos, pero mi papá muy estoicamente dijo: “No, este es mi oficio y en él me quedo”.
Ni la colonia, la campaña libertadora, la crisis económica, la apatía nacional ni la globalización que todo lo homogeneiza, pudieron acabar con esta labor, lo que demuestra que no hay convicción más sana que la que da el arte, ni conocimiento más maravilloso que el que sale de la tierra. Al barniz de Pasto le quedan otros mil años de vida, si es que la deforestación de los bosques lo permite.
El obstáculo más difícil de resolver para este oficio son las emociones humanas mal tramitadas y la impaciencia, porque “es un material muy noble, que se permite trabajar, pero muy sensible también, porque si estamos de mal genio es mejor no trabajar: termina pegándose. Como usamos un bisturí para cortarlo, nos lastimamos”. No sabíamos, pero acá en el sur entendieron que las cosas duran lo que tienen que dudar, una gran lección en esta época sin tiempo.