Murió Vicente Fernández, el charro más querido, a los 81 años
El artista mexicano, protagonista de cientos de discos y películas, estructuró una carrera musical que lo llevó a ser considerado una pieza fundamental para la cultura de América Latina. Homenaje a un ranchero consagrado y a una voz inolvidable.
Juan Carlos Piedrahíta B.
Vicente Fernández Gómez, “El Rey”, murió a los 81 años, pero nunca perderá su trono. En vida, jamás estuvo dispuesto a hacerlo y, a pesar del paso del tiempo y de la aparición de numerosas figuras mexicanas, su relevo no llegó a asomarse en la superficie. A él le tocó esperar a que partiera Javier Solís, uno de sus ídolos, para aproximarse a la fama en un espectro realmente reducido de las manifestaciones de su país.
(Recuerde: Video: “En estado crítico”: hijo de Vicente Fernández sobre salud del cantante)
Fernández, “El Charro de Huentitán” o “Chente”, como cariñosamente lo llama su público, jamás compartió sus múltiples triunfos con sus padres porque cuando nació Vicente, su hijo mayor, murió su papá; y cuando estaba por lanzar su primer disco exitoso internacionalmente, falleció su mamá. Así que su mayor deseo fue apoyar a sus hijos siempre. Sus otros “herederos”, los músicos de su mariachi, según manifestó en repetidas oportunidades, ya no lo necesitaban porque sabían a la perfección lo que tenían que hacer para seguir edificando un buen nombre dentro de la ranchera.
“Yo nunca hago una lista de canciones con mi mariachi. Simplemente llego al escenario y les digo a los muchachos abrimos con tal canción. El resto del concierto me la paso pensando en cómo complacer al público y por eso escojo las mejores canciones para los mejores músicos”, dijo Vicente Fernández. Y su mariachi siempre le correspondió ese afecto tocando solamente los temas que en algún momento ha interpretado su líder. Su repertorio llega hasta algunos covers de bandas sonoras de películas y canciones de Alejandro Fernández.
El Charro por excelencia cumplió parte de su promesa al decir que mientras tuviera un micrófono en la mano, y por lo menos una persona dispuesta a escucharlo, su voz seguiría siendo la mejor cómplice de los parlantes en América Latina. A pesar de afirmar, incluso en los momentos más difíciles, que cantaba mejor que hace 30 años, en 2012 tomó la decisión de marginarse de los escenarios.
Desde su rancho, Los 3 Potrillos, en Guadalajara (México), Vicente Fernández mencionó sus dos motivaciones para despedirse de las tarimas. La primera, su familia, a la que dedicó poco tiempo en el último medio siglo, cuando decidió dejar a un lado oficios en los que siempre se destacó como leñador, albañil, camionero o bolero, para concentrarse en la labor que le dio la garantía de ser el número uno: el canto. Y su segundo pretexto fue su orgullo, tal vez de charro genuino, que le indicó que lo mejor era dejar en la gente el recuerdo vivo del poder de su registro vocal. “No quiero que la gente sienta pena ajena y diga: ‘uy, ese Chente ya no canta nada’. Por eso me mejor paro”, aseguró en una conferencia de prensa en su casa.
En su rancho Los 3 Potrillos, Vicente Fernández logró concentrar en un mismo espacio la música y el trabajo con los caballos. Desde la carretera que conduce de Guadalajara a Chapala, en Jalisco, se alcanza a ver un inmenso techo que contrasta con el terreno más bien desértico de la región. Debajo de esa cubierta, el artista fue anfitrión de las figuras más importantes de la música latina. Una de las primeras en pisar la tarima de La Arena VFG, fue Shakira, quien consiguió llenar los cupos asignados tanto para espectadores como para automóviles, ya que el escenario tiene su propio parqueadero y un puente vehicular que facilita la entrada al complejo musical.
A pocos kilómetros de ahí, porque los vecinos de Los 3 Potrillos se atreven a decir que la propiedad de Vicente Fernández supera las 400 hectáreas y que se extiende más allá de lo que el ojo humano alcanza a ver en el horizonte, están las caballerizas, los espacios acondicionados para la preparación de los equinos, para la exhibición y venta de sus más vistosos ejemplares, que han hecho famoso a su criadero. Animales de todos los tamaños, de diversas razas y de valores incalculables adornan la hacienda.
En su rancho, Vicente Fernández escuchó durante los últimos años de su existencia sus sonidos favoritos. Se deleitaba rememorando a sus antecesores: Javier Solís, Jorge Negrete y Miguel Aceves Mejía, y aplaudía desde la comodidad de su sillón las actuaciones de su hijo Alejandro Fernández. Pero también dejaba que las tardes lo sorprendieran siendo testigo de los relinchos poderosos de sus caballos y recordaba con especial nostalgia aquellos momentos inolvidables de la vida cuando la naturaleza lo premiaba, como él mismo afirmó en varias ocasiones, con los “truenos” de las placentas de sus yeguas consentidas.
Esa fue, tal vez, la esencia ranchera que quiso recuperar durante los últimos años de su vida y que la agenda de conciertos aquí y allá, sumada al vaivén de los productores musicales, no se lo permitió. A los 81 años, con más de medio siglo de trabajo discográfico, dijo que, a pesar de que con su esposa conoció el mundo entero porque lo acompañó en casi todos los viajes, no le era fácil recordar una ciudad por la que hubieran caminado tranquilos, tomados de la mano.
Después de tener a su mariachi al lado por largo tiempo, conocer sus compases y convertirlo en una agrupación competente dentro del género, Vicente Fernández dejó de cumplir agendas, ya no tendrá que vestirse de México (a veces de Latinoamérica) cada tanto para hacer giras y ponerles voz y piel a las canciones más importantes de José Alfredo Jiménez, de Joan Sebastian y de otros tantos compositores a quienes ha interpretado.
Vicente Fernández murió este 12 de diciembre a los 81 años después de padecer complicaciones en su salud relacionadas con la inflamación de sus vías respiratorias. Con él se van más de 50 años de actividad artística, pero quedan sus incontables trabajos discográficos, el recuerdo de su presencia única sobre el escenario y el legado de quien siempre será “El Rey”.
Vicente Fernández Gómez, “El Rey”, murió a los 81 años, pero nunca perderá su trono. En vida, jamás estuvo dispuesto a hacerlo y, a pesar del paso del tiempo y de la aparición de numerosas figuras mexicanas, su relevo no llegó a asomarse en la superficie. A él le tocó esperar a que partiera Javier Solís, uno de sus ídolos, para aproximarse a la fama en un espectro realmente reducido de las manifestaciones de su país.
(Recuerde: Video: “En estado crítico”: hijo de Vicente Fernández sobre salud del cantante)
Fernández, “El Charro de Huentitán” o “Chente”, como cariñosamente lo llama su público, jamás compartió sus múltiples triunfos con sus padres porque cuando nació Vicente, su hijo mayor, murió su papá; y cuando estaba por lanzar su primer disco exitoso internacionalmente, falleció su mamá. Así que su mayor deseo fue apoyar a sus hijos siempre. Sus otros “herederos”, los músicos de su mariachi, según manifestó en repetidas oportunidades, ya no lo necesitaban porque sabían a la perfección lo que tenían que hacer para seguir edificando un buen nombre dentro de la ranchera.
“Yo nunca hago una lista de canciones con mi mariachi. Simplemente llego al escenario y les digo a los muchachos abrimos con tal canción. El resto del concierto me la paso pensando en cómo complacer al público y por eso escojo las mejores canciones para los mejores músicos”, dijo Vicente Fernández. Y su mariachi siempre le correspondió ese afecto tocando solamente los temas que en algún momento ha interpretado su líder. Su repertorio llega hasta algunos covers de bandas sonoras de películas y canciones de Alejandro Fernández.
El Charro por excelencia cumplió parte de su promesa al decir que mientras tuviera un micrófono en la mano, y por lo menos una persona dispuesta a escucharlo, su voz seguiría siendo la mejor cómplice de los parlantes en América Latina. A pesar de afirmar, incluso en los momentos más difíciles, que cantaba mejor que hace 30 años, en 2012 tomó la decisión de marginarse de los escenarios.
Desde su rancho, Los 3 Potrillos, en Guadalajara (México), Vicente Fernández mencionó sus dos motivaciones para despedirse de las tarimas. La primera, su familia, a la que dedicó poco tiempo en el último medio siglo, cuando decidió dejar a un lado oficios en los que siempre se destacó como leñador, albañil, camionero o bolero, para concentrarse en la labor que le dio la garantía de ser el número uno: el canto. Y su segundo pretexto fue su orgullo, tal vez de charro genuino, que le indicó que lo mejor era dejar en la gente el recuerdo vivo del poder de su registro vocal. “No quiero que la gente sienta pena ajena y diga: ‘uy, ese Chente ya no canta nada’. Por eso me mejor paro”, aseguró en una conferencia de prensa en su casa.
En su rancho Los 3 Potrillos, Vicente Fernández logró concentrar en un mismo espacio la música y el trabajo con los caballos. Desde la carretera que conduce de Guadalajara a Chapala, en Jalisco, se alcanza a ver un inmenso techo que contrasta con el terreno más bien desértico de la región. Debajo de esa cubierta, el artista fue anfitrión de las figuras más importantes de la música latina. Una de las primeras en pisar la tarima de La Arena VFG, fue Shakira, quien consiguió llenar los cupos asignados tanto para espectadores como para automóviles, ya que el escenario tiene su propio parqueadero y un puente vehicular que facilita la entrada al complejo musical.
A pocos kilómetros de ahí, porque los vecinos de Los 3 Potrillos se atreven a decir que la propiedad de Vicente Fernández supera las 400 hectáreas y que se extiende más allá de lo que el ojo humano alcanza a ver en el horizonte, están las caballerizas, los espacios acondicionados para la preparación de los equinos, para la exhibición y venta de sus más vistosos ejemplares, que han hecho famoso a su criadero. Animales de todos los tamaños, de diversas razas y de valores incalculables adornan la hacienda.
En su rancho, Vicente Fernández escuchó durante los últimos años de su existencia sus sonidos favoritos. Se deleitaba rememorando a sus antecesores: Javier Solís, Jorge Negrete y Miguel Aceves Mejía, y aplaudía desde la comodidad de su sillón las actuaciones de su hijo Alejandro Fernández. Pero también dejaba que las tardes lo sorprendieran siendo testigo de los relinchos poderosos de sus caballos y recordaba con especial nostalgia aquellos momentos inolvidables de la vida cuando la naturaleza lo premiaba, como él mismo afirmó en varias ocasiones, con los “truenos” de las placentas de sus yeguas consentidas.
Esa fue, tal vez, la esencia ranchera que quiso recuperar durante los últimos años de su vida y que la agenda de conciertos aquí y allá, sumada al vaivén de los productores musicales, no se lo permitió. A los 81 años, con más de medio siglo de trabajo discográfico, dijo que, a pesar de que con su esposa conoció el mundo entero porque lo acompañó en casi todos los viajes, no le era fácil recordar una ciudad por la que hubieran caminado tranquilos, tomados de la mano.
Después de tener a su mariachi al lado por largo tiempo, conocer sus compases y convertirlo en una agrupación competente dentro del género, Vicente Fernández dejó de cumplir agendas, ya no tendrá que vestirse de México (a veces de Latinoamérica) cada tanto para hacer giras y ponerles voz y piel a las canciones más importantes de José Alfredo Jiménez, de Joan Sebastian y de otros tantos compositores a quienes ha interpretado.
Vicente Fernández murió este 12 de diciembre a los 81 años después de padecer complicaciones en su salud relacionadas con la inflamación de sus vías respiratorias. Con él se van más de 50 años de actividad artística, pero quedan sus incontables trabajos discográficos, el recuerdo de su presencia única sobre el escenario y el legado de quien siempre será “El Rey”.