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Todos los premios literarios de Colombia y el mundo se entregan después de la deliberación de un jurado calificador y muchas veces hay discusiones, descontentos y debates por las decisiones tomadas. Por eso la Fundación Cultural Libros y Letras decidió decirles a los lectores que ellos mismos votaran por los escritores que consideraran eran los merecedores de un especial reconocimiento, el Premio Nacional de Literatura.
Y así, en diez años, lo han ganado Manuel Zapata Olivella, David Sánchez Juliao, Mario Mendoza, Laura Restrepo, Jairo Aníbal Niño, Evelio Rosero, Rafael Humberto Moreno y William Ospina, entre otros, correspondiéndole este año al escritor tolimense Jorge Eliécer Pardo, autor entre otras, de la novela El jardín de las Weismann, ampliamente comentada en todos los medios de comunicación.
¿Cuál es el recuerdo más lejano que tiene de un libro en sus manos?
Mi madre me hacía colorear las ilustraciones de la Historia Sagrada. La ballena de Jonás me producía miedo; la cabeza del Bautista, pánico; la serpiente que engaña a Adán y Eva, risa.
¿Quién lo metió en el mundo de los libros?
Cuando mamá viajó de Bogotá al Líbano, Tolima, con mi padre, sólo cargó los veinte tomos de la enciclopedia El Tesoro de la Juventud, de la editorial Jackson. La de pastas duras y verdes que nos guió, durante los años de la niñez y los miedos de la violencia, por los caminos de la ensoñación. Las fábulas, las biografías de los grandes hombres y El Libro de los Porqués, crearon en nuestra familia el hábito de la lectura y abrieron los horizontes a la imaginación.
¿En su casa siempre estuvo rodeado de libros?
Los libros: la mejor herencia de mi madre. La biblioteca se alimentó durante años y en los éxodos y desplazamientos perdíamos algunas joyas de la literatura clásica, pero siempre volvían: Dostoievski, Chéjov y Gogol. Mi madre amaba la literatura rusa.
¿Cuál libro de su adolescencia recuerda con especial cariño?
Novelas cortas: La perla, de John Steinbeck; Veinticuatro horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig; El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, y El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence. Todas, en su esencia profunda, orientaron mis historias primeras.
¿Empezó escribiendo cuentos o de una vez novelas?
Inicialmente mis novelas partieron de un cuento. Antes de una imagen. Mis primeras tres novelas son cortas, casi cuentos largos. Con mi reciente proyecto, El quinteto de la frágil memoria, me di el respiro del largo aliento, sin premuras de publicar, sin compromisos con nadie, sólo con mi decisión por la literatura y el compromiso con mi tiempo, lo demás vendría luego, como en efecto está ocurriendo.
¿Qué novela lo graduó de escritor?
El jardín de las Weismann, publicada por primera vez en 1978 y reeditada en su octava edición el pasado noviembre por la Universidad del Tolima, acompañada por 28 ensayos de críticos nacionales y extranjeros. Mi jardín sigue florecido, como dijera el novelista Benhur Sánchez. Literalmente me graduó porque la escribí en mis tiempos de profesor y estudiante universitario y ahora me premian con la edición académica y el trofeo como uno de los destacados egresados del claustro.
¿Cuál ha sido su mayor satisfacción como escritor?
La traducción de El jardín de las Weismann por Jacques Gilard, el mismo de Gabriel García Márquez, y haber sido durante varios años lectura en la Universidad de La Sorbona. La traducción al inglés de mi novela Irene y ser leída en la universidad de Sidney, en Australia, y los recientes homenajes de la Universidad del Tolima y de la revista Libros y Letras.
¿Es complicado en Colombia ser novelista?
Mi generación fue estigmatizada por escribir sobre la violencia, con el falso postulado de que el tema no vendía y que los colombianos no querían saber de la confrontación. Por eso no hicimos el duelo de esa guerra de los años 50 y 60 con todos sus horrores. La novela es un imperativo para los escritores cuyo compromiso sobrepasa sus vidas personales. En una sociedad regulada por el mercado, la literatura que implique esfuerzo de reflexión no es divulgada pero, al contrario, es leída y estudiada.
¿Ganar el X Premio Nacional de Literatura es un compromiso con las letras? ¿Con los lectores? ¿Consigo mismo?
Un premio de los lectores es el mejor aliciente para un escritor. Que provenga de una revista que hace un excelente periodismo cultural independiente en cabeza de destacados intelectuales, le da garantía. Formar parte de la lista de honor del premio, al lado de Germán Espinosa, Manuel Zapata Olivella, David Sánchez Juliao, Laura Restrepo, Evelio José Rosero, Mario Mendoza, RH Moreno Durán, Jairo Aníbal Niño, William Ospina, me llena de compromiso con las letras, los lectores y conmigo mismo. El reconocimiento de miles de personas que jamás veré pero que en algún momento nos encontramos en el silencio de la escritura y la lectura, produce una extraña y grata sensación, la misma que vivo cuando me siento a escuchar y hablar con Pamuk, Coetzee, Roth, Auster o Márai.
¿Qué viene para usted después de ganar este galardón?
Mostrar mi trabajo más reciente: El quinteto de la frágil memoria. Cinco novelas de amor, erotismo, guerra y derrotas, de las cuales sólo está publicada El pianista que llegó de Hamburgo, por Cangrejo Editores. Mis últimos veinte años de investigación, disciplina y trabajo. Creer que en Colombia las grandes editoriales comerciales aún pueden arriesgar con la literatura que contribuya a correr el velo a la desmemoria de nuestra guerra.