Oído a las voces de las víctimas
La investigación del bogotano Juan Pablo Aranguren fue escogida para recibir fondos de la Fundación Toyota. El psicólogo busca que los colombianos estén más dispuestos a escuchar los testimonios de la guerra.
Un chat con...
¿En qué consiste el premio que se ganó?
Es una beca de investigación. La otorga una fundación que financia proyectos que fomentan nuevos valores en la sociedad. Se presentaron 691 propuestas de todo el mundo, de las cuales premiaron 31. Nuestro proyecto es el primero en Latinoamérica en recibir el apoyo de la fundación.
¿Cuál es el objetivo de su investigación?
Nos preguntamos por las implicaciones de estar ante el dolor de los demás y las formas en que ese dolor encuentra una salida cuando es escuchado. Para eso partimos de la experiencia de personas que, como los periodistas o fotógrafos, se han dedicado a escuchar testimonios de la guerra en Colombia.
¿Qué va a permitir el dinero de esa beca?
Después de documentar las experiencias de personas que se han situado ante el dolor, queremos crear un laboratorio de la escucha en el que podamos socializar este conocimiento acumulado y comprender qué podemos hacer para que la sociedad esté más dispuesta a escuchar.
¿Por qué es tan difícil tratar el dolor de otra persona?
Es complicado, porque no es algo que se aprenda con lecturas, sino haciéndolo. En esa práctica uno puede darse cuenta de que no está preparado para escuchar y que no sabe cómo recibir o gestionar ese dolor.
¿Cuál es el riesgo de no escuchar en un país como Colombia?
Si no escuchamos historias como la de los niños excombatientes porque nos parecen terribles, nos importan poco o nos queremos proteger de ese dolor, condenamos a esas personas a callar. Lo mismo sucede con todos los miembros de la sociedad para quienes la vida durante la guerra se vuelve un secreto con el que tienen que cargar.
¿Cómo nos podemos preparar para escuchar a las personas involucradas en el conflicto?
La relación que entablamos en la escucha no consiste en buscar en otra persona algo que no tenemos. En Colombia vamos a comprender mejor la experiencia de quienes estuvieron involucrados en la guerra cuando reconozcamos que nuestra propia experiencia también está atravesada por la violencia.
¿Hasta qué punto la violencia nos ha afectado a todos?
Cuando les pregunto a mis estudiantes sobre sus experiencias de violencia política, por lo general dicen que no las tienen. Sin embargo, a sus padres les tocó el asesinato de cinco candidatos presidenciales. Ese impacto en sus núcleos familiares hace que ellos asocien la política con desolación y muerte y demuestra que no son ajenos al conflicto.
¿De dónde viene su interés por escuchar?
Antes de ser profesor trabajé en organizaciones que acompañan víctimas. Como muchos, pensaba que lo que escuchaba no tenían que ver conmigo, hasta que reconocí en la historia de una mujer desplazada la de mis abuelos y la de mi mamá durante los 50. Eso me hizo ver que tenía mucho en común con ellos.
¿Cuál es el mayor obstáculo para tratar el sufrimiento?
A veces cuesta reconocer que las personas a las que escuchamos son mucho más que el daño que la violencia política quiso hacer de ellos. El familiar de un desaparecido es más que el congelamiento de su duelo y, en esa medida, es alguien que se parece a mucho a la persona que lo escucha.
¿Qué pasa cuando las personas prefieren callar?
Cuando mis estudiantes llegan preocupados por el silencio de las víctimas, les recuerdo que la palabra no es la única vía de liberación de lo emocional. A veces lo que hace falta es alguien que esté dispuesto a escuchar esos silencios.
¿En qué consiste el premio que se ganó?
Es una beca de investigación. La otorga una fundación que financia proyectos que fomentan nuevos valores en la sociedad. Se presentaron 691 propuestas de todo el mundo, de las cuales premiaron 31. Nuestro proyecto es el primero en Latinoamérica en recibir el apoyo de la fundación.
¿Cuál es el objetivo de su investigación?
Nos preguntamos por las implicaciones de estar ante el dolor de los demás y las formas en que ese dolor encuentra una salida cuando es escuchado. Para eso partimos de la experiencia de personas que, como los periodistas o fotógrafos, se han dedicado a escuchar testimonios de la guerra en Colombia.
¿Qué va a permitir el dinero de esa beca?
Después de documentar las experiencias de personas que se han situado ante el dolor, queremos crear un laboratorio de la escucha en el que podamos socializar este conocimiento acumulado y comprender qué podemos hacer para que la sociedad esté más dispuesta a escuchar.
¿Por qué es tan difícil tratar el dolor de otra persona?
Es complicado, porque no es algo que se aprenda con lecturas, sino haciéndolo. En esa práctica uno puede darse cuenta de que no está preparado para escuchar y que no sabe cómo recibir o gestionar ese dolor.
¿Cuál es el riesgo de no escuchar en un país como Colombia?
Si no escuchamos historias como la de los niños excombatientes porque nos parecen terribles, nos importan poco o nos queremos proteger de ese dolor, condenamos a esas personas a callar. Lo mismo sucede con todos los miembros de la sociedad para quienes la vida durante la guerra se vuelve un secreto con el que tienen que cargar.
¿Cómo nos podemos preparar para escuchar a las personas involucradas en el conflicto?
La relación que entablamos en la escucha no consiste en buscar en otra persona algo que no tenemos. En Colombia vamos a comprender mejor la experiencia de quienes estuvieron involucrados en la guerra cuando reconozcamos que nuestra propia experiencia también está atravesada por la violencia.
¿Hasta qué punto la violencia nos ha afectado a todos?
Cuando les pregunto a mis estudiantes sobre sus experiencias de violencia política, por lo general dicen que no las tienen. Sin embargo, a sus padres les tocó el asesinato de cinco candidatos presidenciales. Ese impacto en sus núcleos familiares hace que ellos asocien la política con desolación y muerte y demuestra que no son ajenos al conflicto.
¿De dónde viene su interés por escuchar?
Antes de ser profesor trabajé en organizaciones que acompañan víctimas. Como muchos, pensaba que lo que escuchaba no tenían que ver conmigo, hasta que reconocí en la historia de una mujer desplazada la de mis abuelos y la de mi mamá durante los 50. Eso me hizo ver que tenía mucho en común con ellos.
¿Cuál es el mayor obstáculo para tratar el sufrimiento?
A veces cuesta reconocer que las personas a las que escuchamos son mucho más que el daño que la violencia política quiso hacer de ellos. El familiar de un desaparecido es más que el congelamiento de su duelo y, en esa medida, es alguien que se parece a mucho a la persona que lo escucha.
¿Qué pasa cuando las personas prefieren callar?
Cuando mis estudiantes llegan preocupados por el silencio de las víctimas, les recuerdo que la palabra no es la única vía de liberación de lo emocional. A veces lo que hace falta es alguien que esté dispuesto a escuchar esos silencios.