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Hubo un tiempo en el que las familias se reunían frente a la televisión para hacerle barra a Colombia en ese certamen que elige a la mujer más linda de la Tierra. Esperábamos el puntaje de cada desfile con la ilusión instalada en el centro del estómago. Mientras las reinas respondían, cruzábamos los dedos, como si así pudiéramos iluminarlas desde la distancia. Estábamos tan confiados de los genes de nuestras representantes que, de no llevarse alguna corona, condenábamos a los jurados y los acusábamos de ciegos, de ladrones. Era un evento que favorecía la unión patriotera. (Leer Señorita Colombia: "Sé la sonrisa que puedo arrancar a mis compatriotas si gano").
Pero las cosas ya no son como antes. Ahora es frecuente que no nos enteremos de cuándo es Miss Universo. Tal vez se deba a que preferimos Netflix. Quizá el feminismo ha empezado a calar y ya no celebramos que las mujeres sean expuestas como objetos. De pronto vivimos tan ocupados que tenemos cosas más importantes que hacer. El asunto es que el concurso de belleza no es lo que solía ser. (Galería Miss Universo: este domingo se realiza la segunda gala del año).
Por eso cuando la compañía de entretenimiento WME/IMG compró la empresa que organiza Miss Universo, tuvo que empezar por quitarle el polvo que había adquirido después de años de replicar un modelo que ya no era taquillero y que en la actualidad tenía todos los elementos para atentar contra lo políticamente correcto, como promover estereotipos de belleza y cosificar a las mujeres. Desde 2016, entonces, buscó reinventarse para salvarse. (Ver Señorita Colombia rinde homenaje a las palenqueras en Miss Universo).
Hacer memoria
La metamorfosis de Miss Universo empezó con un anuncio: Ashley Graham sería una de las presentadoras del certamen en 2016 (y volverá este año). Era una decisión revolucionaria y estratégica: la modelo de tallas grandes le hablaba al mundo de una belleza que iba más allá del 90-60-90, precisamente en el evento que había encapsulado lo bello dentro de esas medidas.
“Cuando gané la corona en Nigeria, a la gente no le gustó que fuera negra”, dijo la candidata de ese país durante una de las escenas pregrabadas de la transmisión de Miss Universo.
“Nunca nada es suficiente. Eres demasiado alta, demasiado pequeña, demasiado gorda, demasiado delgada. Tienes las caderas y los senos muy grandes”, agregó la señorita Estados Unidos.
Los productores querían dar la impresión de que estas reinas se habían reunido a hablar sobre el lugar de la mujer en la sociedad y la discriminación de la que es víctima. La situación se veía forzada y libreteada, pero hacía una reflexión válida, al menos para las niñas que están clavadas frente a la pantalla eligiendo modelos a seguir. Por ellas, tal vez, el concurso también sacó provecho de candidatas como Deshauna Barber, de Estados Unidos, quien rompía con la idea de que la inteligencia y la belleza no van juntas: “No sólo tengo una maestría en computación, sino que soy militar, lo cual quiere decir que, además de arreglar sus computadores, puedo golpear al hombre de 100 kilos que intente robárselos”, dijo en una entrevista.
Un solo molde
Se podría decir que los concursos de belleza son una competencia como cualquier otra. Deberían atraer la misma atención que el Nobel, los Olímpicos o las elecciones, donde los mejores, por sus capacidades intelectuales o físicas, ganan. Sin embargo, muchos critican que en los reinados se celebre lo superficial y recurren al motivacional “la belleza está adentro”. Pero ¿por qué no se puede premiar la belleza? “Las reinas de belleza son mujeres profundamente disciplinadas”, asegura la feminista y filósofa Catalina Ruiz-Navarro. “Tienen que soportar acoso, críticas, rutinas de ejercicio, tratamientos de belleza… Lejos de ser tontas, son ambiciosas. El problema con los reinados es que juzgan según unos parámetros arbitrarios determinados por ideas machistas de la belleza”.
Esos parámetros no sólo afectan a las reinas que desfilan ante el jurado, sino a las jóvenes que crecen pensando que ese es el ideal que deben alcanzar, lo cual puede ser muy nocivo. “El ideal de belleza es administrado como una forma de autoopresión”, escribió Susan Sontag para la revista Vogue. “Las mujeres son educadas para ver sus cuerpos en partes, y para evaluar cada parte de forma separada. Senos, pies, caderas, cintura, cuello, ojos, cutis, cabello, y así, cada uno es sometido a menudo a un irritable y desesperado escrutinio”.
Quienes no reciben el Nobel no son despreciados ni humillados. Con las reinas, en cambio, las personas se sienten con la autoridad de convertirlas en bolsas de boxeo que alimentan el morbo y la agresividad de la sociedad del espectáculo, siempre en busca de rating. Laura González, la señorita Colombia, conoce muy bien el dolor que implica no encajar en lo bello, ya que en su infancia fue víctima de matoneo por sus problemas de obesidad. Por eso hoy promueve un concepto de belleza diferente: “¿Qué hay más bello que el talento y estar contento con lo que eres?”.
Pasar a la práctica
Si la base del problema de estos certámenes es encasillar la belleza dentro de un solo molde, las primeras transformaciones de Miss Universo pueden estar bien encaminadas. “El planteamiento del año pasado fue muy interesante”, asegura Raimundo Angulo, presidente del Concurso Nacional de Belleza. “Pero lo importante es que el mensaje no sea sólo un tema mediático. En Cartagena, por ejemplo, el concurso está apoyando el programa de tallas grandes que lidera Cindy Flórez”.
Angulo propone llevar el discurso a la práctica. No poner a las reinas a hablar sobre modelos de belleza, sino incluir candidatas que representen la diversidad de lo bello. “Hagamos concursos de belleza en los que no se trate a las mujeres como pedazos de carne”, agrega Ruiz-Navarro. “Ese escrutinio puede ser muy deshumanizante. Los reinados se pueden reinventar si celebran una belleza que incluya negras, indígenas, trans, bajitas, gordas, narizonas, altas… Porque la belleza es algo que tiene que ver con la armonía entre tu personalidad, tu cuerpo, tu manera de moverte y la atracción que produce esa mezcla”.
Raimundo Angulo asegura que los concursos de belleza se tienen que reinventar: “Estamos en una era digital, la era de los millennials, por ende, si no te conectas, desapareces”. Y conectar implica hablarles de cerca a las mujeres para que se identifiquen con un concepto de belleza más amplio. La idea es que lo bello no es la subyugación tormentosa de la que hablaba Sontag, sino, más bien, un concepto que se relaciona con la armonía, como aseguraba Doris Lessing.
Para reinventarse de verdad, estos certámenes están muy lejos. Pero los empresarios están cambiando y las reinas también. La señorita Colombia, por ejemplo, habría desfilado en tenis si se lo hubieran permitido. Lo preocupante, no obstante, es que la sociedad no está lista para el cambio: “Los lunares de esta candidata me dan asco”, se lee en los comentarios de un artículo en internet. “Pregúntenle a cualquier hombre. La belleza está en el ojo de quien la mira, tú no puedes volverte hermosa con voluntad cuando eres un perro horrible para el resto del mundo”.