"Quieren destruirme por denunciar"
Stella García Núñez, una contratista del Fondo de Vigilancia y Seguridad de Bogotá, denunció por acoso sexual a un directivo de la entidad.
Cecilia Orozco Tascón
Cecilia Orozco Tascón.- Usted puso una denuncia penal por acoso sexual contra un alto funcionario del Fondo de Vigilancia y Seguridad de Bogotá. ¿Qué pasó ese día y quién es el funcionario al que se refiere?
Abogada Stella García Núñez.- Ese día se me acercó un contratista del Fondo a mi escritorio para que le ayudara porque había que modificarlo. Me pidió que lo acompañara a la oficina del subgerente, quien acababa de llegar a la entidad junto con la gerente. Al principio me negué, pero él me dijo que yo había hecho el contrato. Le pedí entonces a mi colega, la abogada Diana Marcela Celins, que fuera con nosotros. Cuando llegamos al despacho de Camilo Andrés Páramo Zarta la puerta estaba abierta. Sin entrar, le dije que veníamos a hacer una aclaración. Me hizo señas de que ingresara sola. Me senté y cuando empecé a hablar me pidió que cerrara la puerta. Le respondí que no era necesario, pero me lo ordenó. Empujé la puerta para que no ajustara del todo. Él se paró, puso el seguro, volvió, se quedó de pie y, de pronto, se bajó la cremallera, se sacó los genitales y me dijo que tenía que hacerle sexo oral. Yo me asusté. Le contesté que qué le pasaba. Él se dirigió al baño ya con los pantalones abajo y dijo que si no lo hacía, no respondería por lo que iba a pasar.
C.O.T.- ¿Cómo reaccionó usted?
S.G.N.- Tomé la carpeta y me moví rápidamente hacia la puerta, la abrí, salí y cerré.
C.O.T.- ¿Cuánto tiempo pasó entre su entrada y su salida de esa oficina?
S.G.N.- Creo que menos de 10 minutos. Salí y encontré a Diana y al contratista. A él le dije que no se podía hacer nada todavía. Pero apenas él se fue, le conté a Diana lo que había pasado. Me puse a llorar del susto.
C.O.T.- ¿Qué hizo después? ¿Se fue del edificio o permaneció allí?
S.G.N.- Me quedé un buen rato hablando con Alejandra, otra compañera. Me aconsejó denunciar el caso ante el alcalde. Cuando volví a mi escritorio les repetí la historia a todas las abogadas. Me dijeron que no me callara.
C.O.T.- ¿Usted conocía antes a Páramo? ¿Tuvo alguna aventura amorosa con él? Le pregunto porque en su relato da la impresión de que usted no quería encontrarse con él.
S.G.N.- No tuve con él ninguna aventura ni nada que se le parezca, pero sí me ocurrió un incidente con él mismo cuando fuimos compañeros en la oficina jurídica del Jardín Botánico entre 2004 y comienzos de 2006. Él era contratista de igual nivel al mío. Una vez trató de manosearme y yo no se lo permití. Le informé a mi jefe inmediato sobre el hecho. Tomaron la decisión de cambiarme a otro proyecto y oficina dentro del mismo Jardín. Tenía poco contacto con él, pero como mis contratos llegaban a su oficina porque era la jurídica, me ponían todo tipo de trabas y no me renovaron el contrato. Desde entonces no sabía nada de él hasta ahora.
C.O.T.- ¿Ahora lo denunció penalmente?
S.G.N.- Sí, pero primero quise enterar al alcalde.
C.O.T.- ¿Por qué? A él no se le puede atribuir responsabilidad.
S.G.N.- Porque él es el jefe de todos nosotros. Y la persona que merecía conocer estos hechos antes de que yo interpusiera cualquier alguna acción jurídica, era Gustavo Petro.
C.O.T.- ¿Cuánto tiempo después de lo sucedido visitó al alcalde?
S.G.N.- Al otro día, 19 de septiembre en la tarde, llamé al despacho y le conté todo a la secretaria. Ella se conmovió y me dijo que una cita con él era muy difícil, pero que iba a solicitarla con un asesor de confianza de Petro que se llama Jairo Rubio. Al otro día me atendió el señor Rubio. Él puso una grabadora y me dijo que relatara lo sucedido.
C.O.T.- ¿El alcalde o alguno de sus asesores jurídicos la llamaron después?
S.G.N.- Nunca. Por el contrario, sentí que mi caso no les interesó y que no me respaldaron.
C.O.T.- Siendo el señor Páramo el subgerente administrativo y financiero, ¿por qué no acudió usted a la gerente del Fondo, Natalia de la Vega?
S.G.N.- Porque es muy amiga de él y Páramo ejerce mucha influencia sobre ella.
C.O.T.- ¿Volvió a tener contacto con alguien de la Alcaldía después de esa cita?
S.G.N.- Sí. Finalizando septiembre me encontré en la Oficina Jurídica del Fondo a Rubio, el asesor que me había recibido en la Alcaldía. Me dijeron que él visitaba muy seguido ese despacho. Resulta que en ese momento había llegado el que al parecer era otro amigo del señor Páramo: el nuevo jefe jurídico, José Luis Moreno Lozano. Cuando Rubio me vio me saludó y me dijo que habláramos otra vez. Fui al día siguiente pero él, raro, me recibió en la Plaza de Bolívar. No me hizo seguir. Me indicó que tenía que llenarme de paciencia. Yo me molesté y le dije que si yo había acudido a ellos era para que el alcalde tomara medidas, pero que me tocaba tomar otras determinaciones. Él se molestó y se fue.
C.O.T.- ¿No supuso usted que el señor Rubio, de quien usted dice que va mucho al Fondo, era tanto amigo de Páramo como de Moreno?
S.G.N.- No. Hablé con él por consejo de la secretaria del alcalde, pero no lo conocía antes. Y sólo empecé a verlo en las oficinas del Fondo después de que le denuncié la conducta de Páramo. Resulta muy casual que cuando estaba hablando con Rubio en la Plaza de Bolívar Páramo hubiera aparecido a pocos metros de allí.
C.O.T.- ¿Cómo así? ¿Por qué?
S.G.N.- No lo sé. Él me evadió y agachó la cabeza como si estuviera escribiendo un texto en el celular. Yo seguí hacia las oficinas del Fondo que están cerca.
C.O.T.- A propósito del escándalo, ¿se alteró su ambiente de trabajo?
S.G.N.- Aunque yo tenía el apoyo de casi todos mis compañeros, sentí mucha presión laboral cuando llegó el nuevo jefe jurídico Moreno, quien parecía estar enterado de lo que venía sucediendo por las frases que pronunciaba. Por ejemplo, en voz alta, para que todos oyéramos, afirmaba que “a los enemigos hay que combatirlos con atentados para sacarlos del camino”. Y después aclaraba que hablaba en sentido figurado. También hacía comentarios burlones sobre el acoso sexual diciéndoles a otras compañeras que no entraran a su oficina porque de pronto alguien iba a decir que él las estaba acosando.
C.O.T.- ¿Es verdad que el día que una abogada de la Personería le estaba haciendo una entrevista a usted, las hostilizaron y le llegó a usted un paquete anónimo como figura en sus versiones judiciales?
S.G.N.- Sí. Cuando salimos con la abogada de la Personería de la sala donde ella me había preguntado sobre los hechos, la portera del edificio vino a decirme que me había llegado un regalo. Me asusté mucho. Era una bolsa dorada ya desgastada y contenía una chocolatina y un Chocoramo, y el muchacho que lo había entregado dijo que era de “un admirador secreto”.
C.O.T.- ¿Por qué cree usted que le enviaron el paquete justo cuando se encontraba con la abogada de la Personería?
S.G.N.- Para amedrentarme y tal vez para que ella tuviera una impresión negativa sobre mí. Ella me dijo que no me dejara intimidar y venía conociendo mi caso, pero muy pronto la trasladaron a una personería local. Después nadie de la Personería me volvió a llamar.
C.O.T.- Pero usted fue involucrada en unos hechos muy delicados al día siguiente, 12 de octubre, según consta en documentos de la Fiscalía. Según se dice, usted portaba munición de manejo privativo de las Fuerzas Militares y Policiales. ¿Cómo explica eso?
S.G.N.- Quieren destruirme. El 12 de octubre recibí una llamada a mi celular. Un hombre que se identificó como ‘Armando Perdomo’ me aseguró que era funcionario de la Gobernación de Casanare y que tenía unos correos que habían salido de alguien del Fondo de Vigilancia de Bogotá, en donde se me hacía daño. Aseguró que él deseaba ayudarme. A mí me pareció muy raro porque nunca he tenido nada que ver con Casanare y era un cuento similar al que le echaban a mi hermano. Ese día recibí otras llamadas del mismo personaje, pero tomé la precaución de ponerlas siempre en alta voz para que mis compañeros de oficina escucharan.
C.O.T.- ¿Qué sucedió finalmente?
S.G.N.- Le seguí la conversación para descubrir qué había detrás y le pedí que me dejara unos documentos, que según él me iba a mandar, en la portería del edificio. Cuando volvió a llamar me ordenó que no volviera a contestarle sino a él y que hiciera lo que me pidiera porque tenía a mi mamá.
C.O.T.- ¿Llamó a su mamá para verificar que estuviera bien?
S.G.N.- No. Accedí a hacer lo que me ordenaba porque mi mamá sufre de demencia vascular. El hombre me pidió que bajara por la calle 12 hacia la 10ª. Fui caminando mientras sentía que alguien me seguía. La voz se oía muy agitada. El tipo me hizo ir hasta la 9ª. Y me pidió recoger un paquete que había en una cabina de teléfono público que está ahí. En cada llamada me repetía que hiciera lo que me ordenaba o vería correr la sangre de mi mamá.
C.O.T.- ¿No intentó hablar con un agente de policía?
S.G.N.- Sí lo intenté cuando vi el paquete y, un poco más lejos, a unos policías. Caminé hacia ellos, pero en ese momento me volvió a marcar el tipo y me dijo que ni pensara en hablar con policías. Cuando recogí el paquete traté de dejarlo en un almacén, pero el hombre volvió a marcarme para informarme que llevaba un explosivo. Me ordenó tomar hacia el sur. Mientras iba caminando vi a otros policías y muchas motos. Pensé arriesgarme y pedir ayuda. Me acerqué, pero no alcancé a llegar cuando se me vinieron encima por lo menos 20 agentes a detenerme.
C.O.T.- ¿Por qué?
S.G.N.- Me dijeron que habían recibido una llamada de un ciudadano que me había descrito y que decía que yo llevaba un arma de fuego. Les pregunté, mostrándoles mi celular, si habían recibido la llamada del número del hombre que me había intimidado. Uno de los policías lo vio y aceptó que era el mismo.
C.O.T.- ¿A dónde la llevaron detenida?
S.G.N.- Destaparon la bolsa sin ninguna precaución a pesar de que yo les decía que allí había una bomba. Se reían. Adentro había una revista hueca a la que le habían hecho un bolsillo. Allí encontraron dos hileras de balas amarillas y dos balas blancas. Desde ese momento los agentes empezaron a llamarme “matapolicías”. Me hicieron entrar a la patrulla y me llevaron a la Estación de La Candelaria. Revisaron mi cuerpo, no me permitieron hablar con nadie, me grabaron en video y me tomaron fotos. Después de unas horas me subieron de nuevo a la patrulla y me llevaron a la URI de Paloquemao, donde había puesto la denuncia por acoso sexual.
C.O.T.- ¿Alguien la reconoció allí?
S.G.N.- Pasé la noche en un calabozo sin pegar el ojo y al día siguiente vi a la persona que me había recibido la denuncia de acoso sexual. Se quedó sorprendida cuando me reconoció. Pero esa fue mi suerte, porque ella entendió lo que me estaba pasando. Gracias a que pude demostrar que acababa de presentar una denuncia penal, junto con un CD con la grabación de dos de las llamadas del hombre que me estaba extorsionando, me dejaron en libertad.
C.O.T.- Pero, ¿aún tiene abierta una investigación en su contra?
S.G.N.- Sí, pero a la vez puse otra denuncia por este falso positivo con el que quisieron hacerme meter a la cárcel.
C.O.T.- ¿El acoso que usted dice haber sufrido empeoró su situación laboral?
S.G.N.- Sí, claro. A partir de ese momento la presión ha sido tan fuerte que casi no resisto: se me pierden los documentos, hay saqueo de mis cajones, seguimientos de una persona que fue contratada para que se encargue de la vigilancia del edificio, intimidación, etc. La vida se me acabó porque ya no tengo paz.
C.O.T.- ¿Hasta cuándo llega su contrato?
S.G.N.- Se termina el 30 de diciembre. Y desde ahora sé que por haber denunciado estos hechos en un país tan machista como Colombia, no volveré a ser contratada por el Fondo y tal vez tampoco por el Distrito. Ese es el castigo que pagamos las mujeres que nos atrevemos a denunciar.
C.O.T.- ¿Por qué en esas circunstancias tan adversas no renuncia?
S.G.N.- Porque vivo de lo que me pagan por ese contrato. Tengo una necesidad muy grande relacionada con la enfermedad de mi mamá, pues veo por ella. Me dirá usted que puedo litigar, pero no es lo mismo porque los ingresos no son fijos, los medicamentos de mi mamá son muy costosos y no puedo dejar de comprárselos. Las denuncias contra un alto directivo del Fondo de Vigilancia y Seguridad de Bogotá no han tenido trámite ágil en las dos instancias que conocen la queja de la presunta víctima de acoso sexual, Stella García. A ella, como a otras mujeres que enfrentan presiones por parte de sus jefes, la justicia no suele creerles, según expertos en el tema, por la cultura del machismo que aún predomina en Colombia. Pero una historia anterior parece apoyar la versión de la abogada García. Ivette Solano trabajaba en el Jardín Botánico durante la alcaldía de Garzón. Era contratista como Stella. Y el jefe jurídico de esa entidad era el denunciado funcionario de hoy. En la Personería consta el caso de Ivette, quien relató que el hombre, valiéndose de su jerarquía, la acosaba hasta cuando se sobrepasó. Ella contó lo sucedido a la secretaria general, Ana Belén Hernández, quien la apoyó. Solano dice tener en su poder la sanción que le impusieron por estos hechos al subgerente Páramo. Pilar Rueda, defensora delegada para los derechos de la mujer, asegura: “La violencia contra las mujeres, sobre todo la violencia sexual, es asumida como una práctica cultural más que como un delito. Existe presunción de culpabilidad hacia ellas porque se asume que provocaron la situación”.
Cecilia Orozco.- ¿Cuándo puso denuncia por acoso sexual contra el subgerente financiero del Fondo de Vigilancia y Seguridad de la Alcaldía de Bogotá?
Stella García.- Cuando me di cuenta de que el asesor del alcalde Petro, Jairo Rubio, no había hecho nada después del relato que le hice sobre la conducta del señor Camilo Páramo. Y cuando empezaron a llamar a mi cuñada y a mi hermano para preguntarles dónde vivía yo y que tenían un paquete para mí. El 10 de octubre acudí a la URI de Paloquemao y entablé la denuncia por acoso sexual contra ese funcionario.
C.O.- ¿Es cierto que acudió también a la Personería para el proceso disciplinario?
S.G.- No, pero el 11 de octubre, hacia las 3 de la tarde, llegó a la oficina del Fondo una abogada de la Personería. Alguien que no conozco puso en conocimiento de esa entidad lo que había sucedido. Ella necesitaba que yo corroborara los hechos. Nos sentamos en la sala de juntas. Pasados 20 minutos empezaron a golpear la puerta con insistencia. La abogada me dijo que continuáramos. Escuchamos la voz del jefe de la Oficina Jurídica, José Luis Moreno, amigo de Páramo, que gritaba que él era quien tenía el mando allí. Terminamos la diligencia en un ambiente hostil.
Cecilia Orozco Tascón.- Usted puso una denuncia penal por acoso sexual contra un alto funcionario del Fondo de Vigilancia y Seguridad de Bogotá. ¿Qué pasó ese día y quién es el funcionario al que se refiere?
Abogada Stella García Núñez.- Ese día se me acercó un contratista del Fondo a mi escritorio para que le ayudara porque había que modificarlo. Me pidió que lo acompañara a la oficina del subgerente, quien acababa de llegar a la entidad junto con la gerente. Al principio me negué, pero él me dijo que yo había hecho el contrato. Le pedí entonces a mi colega, la abogada Diana Marcela Celins, que fuera con nosotros. Cuando llegamos al despacho de Camilo Andrés Páramo Zarta la puerta estaba abierta. Sin entrar, le dije que veníamos a hacer una aclaración. Me hizo señas de que ingresara sola. Me senté y cuando empecé a hablar me pidió que cerrara la puerta. Le respondí que no era necesario, pero me lo ordenó. Empujé la puerta para que no ajustara del todo. Él se paró, puso el seguro, volvió, se quedó de pie y, de pronto, se bajó la cremallera, se sacó los genitales y me dijo que tenía que hacerle sexo oral. Yo me asusté. Le contesté que qué le pasaba. Él se dirigió al baño ya con los pantalones abajo y dijo que si no lo hacía, no respondería por lo que iba a pasar.
C.O.T.- ¿Cómo reaccionó usted?
S.G.N.- Tomé la carpeta y me moví rápidamente hacia la puerta, la abrí, salí y cerré.
C.O.T.- ¿Cuánto tiempo pasó entre su entrada y su salida de esa oficina?
S.G.N.- Creo que menos de 10 minutos. Salí y encontré a Diana y al contratista. A él le dije que no se podía hacer nada todavía. Pero apenas él se fue, le conté a Diana lo que había pasado. Me puse a llorar del susto.
C.O.T.- ¿Qué hizo después? ¿Se fue del edificio o permaneció allí?
S.G.N.- Me quedé un buen rato hablando con Alejandra, otra compañera. Me aconsejó denunciar el caso ante el alcalde. Cuando volví a mi escritorio les repetí la historia a todas las abogadas. Me dijeron que no me callara.
C.O.T.- ¿Usted conocía antes a Páramo? ¿Tuvo alguna aventura amorosa con él? Le pregunto porque en su relato da la impresión de que usted no quería encontrarse con él.
S.G.N.- No tuve con él ninguna aventura ni nada que se le parezca, pero sí me ocurrió un incidente con él mismo cuando fuimos compañeros en la oficina jurídica del Jardín Botánico entre 2004 y comienzos de 2006. Él era contratista de igual nivel al mío. Una vez trató de manosearme y yo no se lo permití. Le informé a mi jefe inmediato sobre el hecho. Tomaron la decisión de cambiarme a otro proyecto y oficina dentro del mismo Jardín. Tenía poco contacto con él, pero como mis contratos llegaban a su oficina porque era la jurídica, me ponían todo tipo de trabas y no me renovaron el contrato. Desde entonces no sabía nada de él hasta ahora.
C.O.T.- ¿Ahora lo denunció penalmente?
S.G.N.- Sí, pero primero quise enterar al alcalde.
C.O.T.- ¿Por qué? A él no se le puede atribuir responsabilidad.
S.G.N.- Porque él es el jefe de todos nosotros. Y la persona que merecía conocer estos hechos antes de que yo interpusiera cualquier alguna acción jurídica, era Gustavo Petro.
C.O.T.- ¿Cuánto tiempo después de lo sucedido visitó al alcalde?
S.G.N.- Al otro día, 19 de septiembre en la tarde, llamé al despacho y le conté todo a la secretaria. Ella se conmovió y me dijo que una cita con él era muy difícil, pero que iba a solicitarla con un asesor de confianza de Petro que se llama Jairo Rubio. Al otro día me atendió el señor Rubio. Él puso una grabadora y me dijo que relatara lo sucedido.
C.O.T.- ¿El alcalde o alguno de sus asesores jurídicos la llamaron después?
S.G.N.- Nunca. Por el contrario, sentí que mi caso no les interesó y que no me respaldaron.
C.O.T.- Siendo el señor Páramo el subgerente administrativo y financiero, ¿por qué no acudió usted a la gerente del Fondo, Natalia de la Vega?
S.G.N.- Porque es muy amiga de él y Páramo ejerce mucha influencia sobre ella.
C.O.T.- ¿Volvió a tener contacto con alguien de la Alcaldía después de esa cita?
S.G.N.- Sí. Finalizando septiembre me encontré en la Oficina Jurídica del Fondo a Rubio, el asesor que me había recibido en la Alcaldía. Me dijeron que él visitaba muy seguido ese despacho. Resulta que en ese momento había llegado el que al parecer era otro amigo del señor Páramo: el nuevo jefe jurídico, José Luis Moreno Lozano. Cuando Rubio me vio me saludó y me dijo que habláramos otra vez. Fui al día siguiente pero él, raro, me recibió en la Plaza de Bolívar. No me hizo seguir. Me indicó que tenía que llenarme de paciencia. Yo me molesté y le dije que si yo había acudido a ellos era para que el alcalde tomara medidas, pero que me tocaba tomar otras determinaciones. Él se molestó y se fue.
C.O.T.- ¿No supuso usted que el señor Rubio, de quien usted dice que va mucho al Fondo, era tanto amigo de Páramo como de Moreno?
S.G.N.- No. Hablé con él por consejo de la secretaria del alcalde, pero no lo conocía antes. Y sólo empecé a verlo en las oficinas del Fondo después de que le denuncié la conducta de Páramo. Resulta muy casual que cuando estaba hablando con Rubio en la Plaza de Bolívar Páramo hubiera aparecido a pocos metros de allí.
C.O.T.- ¿Cómo así? ¿Por qué?
S.G.N.- No lo sé. Él me evadió y agachó la cabeza como si estuviera escribiendo un texto en el celular. Yo seguí hacia las oficinas del Fondo que están cerca.
C.O.T.- A propósito del escándalo, ¿se alteró su ambiente de trabajo?
S.G.N.- Aunque yo tenía el apoyo de casi todos mis compañeros, sentí mucha presión laboral cuando llegó el nuevo jefe jurídico Moreno, quien parecía estar enterado de lo que venía sucediendo por las frases que pronunciaba. Por ejemplo, en voz alta, para que todos oyéramos, afirmaba que “a los enemigos hay que combatirlos con atentados para sacarlos del camino”. Y después aclaraba que hablaba en sentido figurado. También hacía comentarios burlones sobre el acoso sexual diciéndoles a otras compañeras que no entraran a su oficina porque de pronto alguien iba a decir que él las estaba acosando.
C.O.T.- ¿Es verdad que el día que una abogada de la Personería le estaba haciendo una entrevista a usted, las hostilizaron y le llegó a usted un paquete anónimo como figura en sus versiones judiciales?
S.G.N.- Sí. Cuando salimos con la abogada de la Personería de la sala donde ella me había preguntado sobre los hechos, la portera del edificio vino a decirme que me había llegado un regalo. Me asusté mucho. Era una bolsa dorada ya desgastada y contenía una chocolatina y un Chocoramo, y el muchacho que lo había entregado dijo que era de “un admirador secreto”.
C.O.T.- ¿Por qué cree usted que le enviaron el paquete justo cuando se encontraba con la abogada de la Personería?
S.G.N.- Para amedrentarme y tal vez para que ella tuviera una impresión negativa sobre mí. Ella me dijo que no me dejara intimidar y venía conociendo mi caso, pero muy pronto la trasladaron a una personería local. Después nadie de la Personería me volvió a llamar.
C.O.T.- Pero usted fue involucrada en unos hechos muy delicados al día siguiente, 12 de octubre, según consta en documentos de la Fiscalía. Según se dice, usted portaba munición de manejo privativo de las Fuerzas Militares y Policiales. ¿Cómo explica eso?
S.G.N.- Quieren destruirme. El 12 de octubre recibí una llamada a mi celular. Un hombre que se identificó como ‘Armando Perdomo’ me aseguró que era funcionario de la Gobernación de Casanare y que tenía unos correos que habían salido de alguien del Fondo de Vigilancia de Bogotá, en donde se me hacía daño. Aseguró que él deseaba ayudarme. A mí me pareció muy raro porque nunca he tenido nada que ver con Casanare y era un cuento similar al que le echaban a mi hermano. Ese día recibí otras llamadas del mismo personaje, pero tomé la precaución de ponerlas siempre en alta voz para que mis compañeros de oficina escucharan.
C.O.T.- ¿Qué sucedió finalmente?
S.G.N.- Le seguí la conversación para descubrir qué había detrás y le pedí que me dejara unos documentos, que según él me iba a mandar, en la portería del edificio. Cuando volvió a llamar me ordenó que no volviera a contestarle sino a él y que hiciera lo que me pidiera porque tenía a mi mamá.
C.O.T.- ¿Llamó a su mamá para verificar que estuviera bien?
S.G.N.- No. Accedí a hacer lo que me ordenaba porque mi mamá sufre de demencia vascular. El hombre me pidió que bajara por la calle 12 hacia la 10ª. Fui caminando mientras sentía que alguien me seguía. La voz se oía muy agitada. El tipo me hizo ir hasta la 9ª. Y me pidió recoger un paquete que había en una cabina de teléfono público que está ahí. En cada llamada me repetía que hiciera lo que me ordenaba o vería correr la sangre de mi mamá.
C.O.T.- ¿No intentó hablar con un agente de policía?
S.G.N.- Sí lo intenté cuando vi el paquete y, un poco más lejos, a unos policías. Caminé hacia ellos, pero en ese momento me volvió a marcar el tipo y me dijo que ni pensara en hablar con policías. Cuando recogí el paquete traté de dejarlo en un almacén, pero el hombre volvió a marcarme para informarme que llevaba un explosivo. Me ordenó tomar hacia el sur. Mientras iba caminando vi a otros policías y muchas motos. Pensé arriesgarme y pedir ayuda. Me acerqué, pero no alcancé a llegar cuando se me vinieron encima por lo menos 20 agentes a detenerme.
C.O.T.- ¿Por qué?
S.G.N.- Me dijeron que habían recibido una llamada de un ciudadano que me había descrito y que decía que yo llevaba un arma de fuego. Les pregunté, mostrándoles mi celular, si habían recibido la llamada del número del hombre que me había intimidado. Uno de los policías lo vio y aceptó que era el mismo.
C.O.T.- ¿A dónde la llevaron detenida?
S.G.N.- Destaparon la bolsa sin ninguna precaución a pesar de que yo les decía que allí había una bomba. Se reían. Adentro había una revista hueca a la que le habían hecho un bolsillo. Allí encontraron dos hileras de balas amarillas y dos balas blancas. Desde ese momento los agentes empezaron a llamarme “matapolicías”. Me hicieron entrar a la patrulla y me llevaron a la Estación de La Candelaria. Revisaron mi cuerpo, no me permitieron hablar con nadie, me grabaron en video y me tomaron fotos. Después de unas horas me subieron de nuevo a la patrulla y me llevaron a la URI de Paloquemao, donde había puesto la denuncia por acoso sexual.
C.O.T.- ¿Alguien la reconoció allí?
S.G.N.- Pasé la noche en un calabozo sin pegar el ojo y al día siguiente vi a la persona que me había recibido la denuncia de acoso sexual. Se quedó sorprendida cuando me reconoció. Pero esa fue mi suerte, porque ella entendió lo que me estaba pasando. Gracias a que pude demostrar que acababa de presentar una denuncia penal, junto con un CD con la grabación de dos de las llamadas del hombre que me estaba extorsionando, me dejaron en libertad.
C.O.T.- Pero, ¿aún tiene abierta una investigación en su contra?
S.G.N.- Sí, pero a la vez puse otra denuncia por este falso positivo con el que quisieron hacerme meter a la cárcel.
C.O.T.- ¿El acoso que usted dice haber sufrido empeoró su situación laboral?
S.G.N.- Sí, claro. A partir de ese momento la presión ha sido tan fuerte que casi no resisto: se me pierden los documentos, hay saqueo de mis cajones, seguimientos de una persona que fue contratada para que se encargue de la vigilancia del edificio, intimidación, etc. La vida se me acabó porque ya no tengo paz.
C.O.T.- ¿Hasta cuándo llega su contrato?
S.G.N.- Se termina el 30 de diciembre. Y desde ahora sé que por haber denunciado estos hechos en un país tan machista como Colombia, no volveré a ser contratada por el Fondo y tal vez tampoco por el Distrito. Ese es el castigo que pagamos las mujeres que nos atrevemos a denunciar.
C.O.T.- ¿Por qué en esas circunstancias tan adversas no renuncia?
S.G.N.- Porque vivo de lo que me pagan por ese contrato. Tengo una necesidad muy grande relacionada con la enfermedad de mi mamá, pues veo por ella. Me dirá usted que puedo litigar, pero no es lo mismo porque los ingresos no son fijos, los medicamentos de mi mamá son muy costosos y no puedo dejar de comprárselos. Las denuncias contra un alto directivo del Fondo de Vigilancia y Seguridad de Bogotá no han tenido trámite ágil en las dos instancias que conocen la queja de la presunta víctima de acoso sexual, Stella García. A ella, como a otras mujeres que enfrentan presiones por parte de sus jefes, la justicia no suele creerles, según expertos en el tema, por la cultura del machismo que aún predomina en Colombia. Pero una historia anterior parece apoyar la versión de la abogada García. Ivette Solano trabajaba en el Jardín Botánico durante la alcaldía de Garzón. Era contratista como Stella. Y el jefe jurídico de esa entidad era el denunciado funcionario de hoy. En la Personería consta el caso de Ivette, quien relató que el hombre, valiéndose de su jerarquía, la acosaba hasta cuando se sobrepasó. Ella contó lo sucedido a la secretaria general, Ana Belén Hernández, quien la apoyó. Solano dice tener en su poder la sanción que le impusieron por estos hechos al subgerente Páramo. Pilar Rueda, defensora delegada para los derechos de la mujer, asegura: “La violencia contra las mujeres, sobre todo la violencia sexual, es asumida como una práctica cultural más que como un delito. Existe presunción de culpabilidad hacia ellas porque se asume que provocaron la situación”.
Cecilia Orozco.- ¿Cuándo puso denuncia por acoso sexual contra el subgerente financiero del Fondo de Vigilancia y Seguridad de la Alcaldía de Bogotá?
Stella García.- Cuando me di cuenta de que el asesor del alcalde Petro, Jairo Rubio, no había hecho nada después del relato que le hice sobre la conducta del señor Camilo Páramo. Y cuando empezaron a llamar a mi cuñada y a mi hermano para preguntarles dónde vivía yo y que tenían un paquete para mí. El 10 de octubre acudí a la URI de Paloquemao y entablé la denuncia por acoso sexual contra ese funcionario.
C.O.- ¿Es cierto que acudió también a la Personería para el proceso disciplinario?
S.G.- No, pero el 11 de octubre, hacia las 3 de la tarde, llegó a la oficina del Fondo una abogada de la Personería. Alguien que no conozco puso en conocimiento de esa entidad lo que había sucedido. Ella necesitaba que yo corroborara los hechos. Nos sentamos en la sala de juntas. Pasados 20 minutos empezaron a golpear la puerta con insistencia. La abogada me dijo que continuáramos. Escuchamos la voz del jefe de la Oficina Jurídica, José Luis Moreno, amigo de Páramo, que gritaba que él era quien tenía el mando allí. Terminamos la diligencia en un ambiente hostil.