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Rafael Cassiani era “infinito”, como su sonrisa, las largas conversaciones que le gustaba tener con quienes lo visitaban en su casa en el palenque de San Basilio o la lista de canciones que escribió y cantó junto al Sexteto Tabalá.
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Nació el 29 de noviembre de 1934, y desde los ocho años empezó a acercarse a la música. Su abuelo, su papá y su tío cantaban, tocaban y componían. De hecho, Cassiani se inició como maraquero en el Sexteto Habanero de su tío Manuel Valdés Simancas, Simankongo, que después se convirtió en Sexteto Tabalá, del que fue director y compositor.
“Le componía a todo”, relata Eduin Valdés, bongosero y percusionista de la agrupación desde el año 2004 y gestor cultural de San Basilio. “Los cultivos, el buen vivir de los palenqueros, hechos noticiosos, su identidad y su territorio, e incluso injusticias sociales”, fueron las historias que relató en más de un centenar de letras junto al Sexteto.
“Esta tierra no es mía” es quizá su canción insignia. Un himno que resalta la lucha colectiva por el territorio que vivió su palenque durante la reforma agraria en la década de los 30 del siglo XX, cuando intentaron despojarlos de sus tierras.
“Llegó la reforma agraria con una cosa infinita, y lo malo que ellos hicieron que nos dejaron sin azúcar, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación”, canta Cassiani. “Me dijo el doctor Cortázar: Cassiani, vaya pa’ su casa”, finaliza.
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“La tierra no era de él, sino una propiedad colectiva que le pertenecía a todos los palenqueros que habitaban ese territorio y que eran parte de la ‘Nación’, a eso se refería”, señala Valdés.
La lucha por el territorio, la identidad y la memoria colectiva no solo fueron sus ideales en la música, sino también su bandera como líder comunitario. Su infinito conocimiento siempre estuvo al servicio de la comunidad palenquera. Será recordado como el pionero y principal promotor de la etnoeducación en su tierra, fusionando la enseñanza con manifestaciones culturales, como el Festival de Tambores, del que era miembro activo desde hacía 35 años.
Le dio voz al Sexteto Tabalá
La marímbula, la clave, la guacharaca, la timba, el bongó y las maracas son los seis instrumentos por excelencia del Sexteto. En este siempre hubo uno más: la inimitable voz de Rafael Cassiani.
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Fue él quien le puso el nombre Tabalá, que significa tambores de guerra y hace referencia al instrumento usado para anunciar enfrentamientos durante la época de la esclavitud, luego fue resignificado por el grupo para convertirse en un tambor de paz. Así lo quiso Cassiani.
Con la voz de este palenquero -en un son que mezcla ritmos afrocolombianos, como el bullerengue o el lumbalú, y sones cubanos, como el changüí o la Guajira, que llegaron a San Basilio traídos por ingenios cubanos- Sexteto Tabalá logró reconocimiento, en especial junto a la producción del sello Palenque Records, con el que lograron posicionarse a escala global.
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Pero Rafael Cassiani nunca se alejó de sus raíces. Era ritual antes de grabar o subirse a un escenario “beber una botella de ñeque que llegara directo al hígado y que calentara la garganta”.
Así fueron concebidos Clavo y martillo (1998) y Los reyes del son palenquero (2002), dos producciones que se grabaron en un patio alrededor de una botella de ñeque y de manera artesanal, y de las que se destacan canciones como En las orillas de un río, La sombra negra, Ina, La negra Chol y Julia te Aretiraste.
Eduin recuerda la grabación de “Con un solo pie” (2010) en Bogotá. Uno de los últimos álbumes de la agrupación.
El Sexteto Tabalá venía de grabar producciones en espacios abiertos. “En cierto momento, el maestro Cassiani tiró la toalla. Perdió la paciencia con el tema de doblar voces e instrumentos, propio del proceso de grabación en estudio al que no estábamos acostumbrados”.
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Recuerda que, al final, el maestro accedió a terminar la grabación y lograron un álbum “distinto”, mucho más “juvenil”. Un aporte de la nueva generación que relevó a los adultos mayores que habían liderado el grupo hasta la década de los 90 y prometió mantener la esencia que tanto cuidaba Cassiani: no quitarle ni agregarle otros instrumentos al sexteto.
Un lumbalú de despedida
“La vida es muy bonita, pero al fin siempre se acaba”, cantan los palenqueros por estos días recordando a quien “entregó todo por su palenque”.
Esa canción que a Rafael Cassiani tanto le gustaba interpretar es hoy una de las cientas que su pueblo entona para homenajearlo en un lumbalú, que no es más que una celebración en medio del dolor para agradecer la vida y el legado de los que parten del mundo terrenal.
Pepé Cassiani Cañate, su hijo, asegura que su familia perdió a un padre y un guía. “Lo recuerdo como Dios lo hizo, un ser casi supremo que engrandeció nuestro palenque. Un embajador cultural de este pedacito de África en Colombia”, expresa con nostalgia.
“Sencillo, sonriente y generoso. Transparente como pocos se consiguen hoy en el mundo”, así prometen recordarlo sus hijos. Además de seguir con el legado y las enseñanzas que él impartió en vida.
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Eduin, por su lado, afirma que palenque perdió a su “maestro de maestros, el de la mente prodigiosa que siempre estaba dispuesto a compartir su sapiencia con sus aprendices”.
Colombia pierde un libro de la música afrocolombiana, un líder innato que, como Benkos Biohó, liberó a su pueblo, pero con la alegría y el empoderamiento que solo puede dar la música.
* De la Fundación Color de Colombia.