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¿Cómo fueron sus inicios en la actuación?
Todo empezó en el colegio cuando “castigaban” a nuestro grupo. Éramos cinco: Blanco, Agudelo, Gamboa, Hernández y Vega. Ya estaban mamados de nosotros. Yo creo que decían, “qué podemos hacer a este parchecito que jode un montón”. Nos dicen: “hagan una obra de teatro”. Empezamos a planear la obra. Yo hacía todo, mis papás eran locos conmigo, porque yo escribía, actuaba, dirigía, prestaba la casa para ensayos, buscaba la ambientación y todo lo que necesitáramos. La primera función fue frente a una cantidad de pelados, porque además era un colegio público y solo de hombres, salones de 45 personas, eso era un gentío. Al otro día terminé sin voz.
¿Encontró su camino en la actuación en ese momento?
Encontramos fue ocupar el tiempo en algo bacano. Ahí empezamos a hacer cada vez más obras de teatro, hasta que terminé grado once y me gradué. Mi padre me dice: “Bueno, hijo. Has estudiado 11 años. ¿Quieres descansar o quieres seguir estudiando?” Yo creo que ningún papá le pregunta a uno eso. Obviamente lo primero que dije fue que quería descansar. Entonces me dijo: “Listo, descanse seis meses si quiere y vamos viendo qué quiere estudiar”.
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¿Qué hizo en ese tiempo?
El descanso se convirtió en ir al billar con los amigos del barrio. Mi papá dijo: “No, güevón, ese no es el descanso al que yo me refería”. Entonces empecé a mirar varias opciones de estudio. Administración de empresas agropecuarias, arquitectura, administración de empresas. Llegábamos siempre como al punto de la inscripción y yo decía que no. Mi papá me mandó para donde mi abuela en Bogotá. Me dice que descanse, que me relaje y me alejó del parche del barrio, del billar, de la calle y la noche.
¿Cómo fue esa llegada a Bogotá?
Me acuerdo de que llegué como tres o cuatro días a dormir, a descansar, a no hacer nada. Mi abuelo, que en paz descanse, se iba de jueves a lunes para la finca. Yo me quedé solo ese primer fin de semana como sin saber qué hacer. Me subo a Transmilenio para saber cómo es la vaina. Empecé a pasear de estación a estación. A la hora de almuerzo me bajé en la estación de Las Flores. Iba a buscar dónde almorzar y en esa caminada pasé por la Academia Charlotte, me sonó el sitio y entré. Era una academia de actuación. Llamo a mis viejos, les cuento lo de la academia. Mi papá me pregunta que cuándo empiezan y yo “la otra semana”, él responde: “Listo, vaya diga que sí. ¿Dónde consigno para que empiece?”.
¿Cuál fue su primer papel en televisión?
Todos vimos “Padres e hijos”. Almorzamos e hicimos digestión viendo eso. Un día dije, “yo voy a estar ahí”. Estando en la academia, como en el primer o segundo mes, averigüé dónde graban eso. Me acuerdo de que pasé muchas veces por Caracol y RCN. Trataba de entrar, pero no, eso me decían que era más fácil entrar a la cárcel. Después alguien me dice Colombiana de Televisión queda en tal lado. Yo me sentaba a tomarme un café ahí, fui cogiendo confianza y cada vez me acercaba más. Un día entré por un casting y al mes ya estaba ayudando a los procesos de audiciones.
Me acuerdo que me dicen que hay un personaje, un figurante, que va a ir en el colegio. Ni pregunté si pagaban o no. Fueron ocho o diez capítulos.
¿Qué papeles siguieron?
Acaba ese personaje del figurante y quedé picado. Seguí estudiando y como al año me ofrecieron otro personaje en “Padres e hijos”. Un argentino y tenía diez capítulos, pero era relevante, como que entra a un momento de la historia. A los seis meses, me pidieron cortarme el pelo para hacer otro personaje. Ese si iba una buena tanda, pero ahí yo me puse la meta. Sin desprestigiar ni nada, pero no quería quedarme como en la en la zona de confort de estar ahí años y años. Estuve un año más.
Los dos personajes anteriores no fueron un reto, pero este último de “Padres e hijos” sí. Porque era un personaje normal, no era un figurante o alguien con acento. Preparé el personaje toda noche, estudié me esforcé y cuando llego a la primera escena me cagué. Cuando me dijero que era mi turno, me fui para el baño, temblaba y me miraba al espejo. Decidí no hacer nada de lo que había practicado, me arriesgué y como que me fluyó todo. En eso Roberto me dice “bien, chino”, el que era de muy pocas expresiones. Ahí hasta el sexto o séptimo mes que me salió “El Cartel de los Sapos”.
Su paso por “El Cartel de los Sapos”...
No había investigado mucho del proyecto. Poco a poco me voy dando cuenta. Le decía a mi mamá, “imagínense, pasó esto sin querer”. Era el proyecto top de la época, que iba a salir Manolo Cardona, Diego Cadavid, era un elenco increíble. Terminamos haciendo un rodaje increíble, hice muy buena amistad con Manolo, Diego y Juan Pablo Raba, con el que más me tocó grabar.
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¿Qué ha aprendido de los personajes que ha interpretado?
Cada uno ha tenido ha tenido una influencia muy importante en mi trayectoria. El argentino fue como el primer personaje oficial. Ahí aprendí un montón. Luego Emilio, que fue el tercer personaje que hice en “Padres e hijos” que fue el que duró más. Ese me dio la cancha de grabar, por ejemplo, rodar 52 escenas en un día.
El personaje de “El Cartel de los Sapos” fue corto, pero fue importante grabar por primera vez fuera del país. Con “Aquí no hay quien viva” el susto en el set, con ese personaje fue rara esa grabación. Fue difícil. Pasar al set y que todo era tan diferente. Ya en adelante vienen personajes muy bacanos. En “Isa TKM” fue una propuesta actoral que gustó y afortunadamente puede decir que me fue muy bien. Y ahí “A Mano Limpia”, el Baby, ese fue un personaje que 13 años después sigue presente.
¿Cree que la fama le ha servido?
Yo no me he aprovechado de la fama. La fama es para recibir vainas y entrar a bares gratis, para que me regalaran un cóctel, para ir a firmas de autógrafos de mil personas. En su momento me metí más por ese lado que como a creerme algo que no soy.
Hoy en día puedo decir que creo que lo que me tiene parado acá es haber entendido eso a tiempo, para no estar viviendo en Narnia. El que llega a la fama así de rápido o no la entiende muy bien, se queda allá arriba y vas a bajar a la realidad sí o sí, que es una vida normal de familia.
A nivel actoral logré algo Increíble, lo que me dio a mí el personaje del Baby y a nivel de reconocimiento, a acercarme a la gente, eso fue una cosa de locos. Pero he estado en las maduras y apretado, a nivel económico estuve en muchos momentos. Tuve un bajonazo en mi vida, que fue el toque de fondo. Donde huele a mierda, donde hay oscuridad, donde de verdad uno se levantaba todos los días y se te hace aquí una viñeta en la vista. Pero mis hijos, en especial Matías, y mis papás me pegaron la cachetada para volver a surgir.
A usted le pueden pedir fotos, autógrafos y lo pueden llamar, pero usted tiene su casa, usted llega a dormir como un mortal y su hijo es un ser humano y su familia son seres humanos. Esa cachetadita es buena, creo que cuando me pasó fue el mejor momento para poder estar hoy acá contando la historia de otra manera.
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¿Cómo le ha ido siendo padre?
El tema de ser papá es lo más chimba que me ha pasado en la vida. Yo tengo las dos caras de la moneda en mi faceta de papá. Un hijo de pareja separada y ahora Luca que pues hemos estado afortunadamente con el chiquitín 24/7 encima con él. Y entiende uno muchas vainas. Obviamente yo nunca dije quiero hacerlo, quiero ser padre separado, las situaciones de la vida lo dan y fue muy duro, pero no he sido el único papá soltero, la única mamá soltera o el único hijo de papá separados. Yo siempre había querido replicar mi hogar, que son con mis viejos juntos, los dos en la raya, con problemas, con todo lo que lo que es la vida, pero ahí están.
Es muy difícil, pero afortunadamente ya mi chiquitín está grande, ya es otra etapa. Mis dos hijos han crecido viendo mi trabajo, estando en mi ambiente, en mi círculo. Como que no es nada ajeno una cámara, una luz, un micrófono. De hecho, a Mati le encanta estar en los vídeos que hacemos para redes sociales.
¿Cómo maneja el tema de la privacidad y la intimidad con su familia en redes sociales?
En el día a día pasan muchas cosas. Uno lo que muestra no es ni un 10 %. Al principio fueron muchas las críticas. Creo que no me he ganado enemigos en mi vida como para temer mostrar algo de la vida. Hay un límite. No todo se muestra. Hay cosas que son privadas. Con mi esposa decimos que nosotros nos encargamos de la seguridad de ellos.
Tengo un cuidado especial. La gente cree que muestro mucho. Una vez yo dije que a veces las mejores cosas que pasan en la vida, nosotros no las mostramos, porque son de nosotros, son personales. Eso no me mata ahorita tanto la cabeza y ya pasé por ese momento en el que unas puteadas, pero les digo, “es mi problema, hermano”.