Simón Posada le escribe a Colombia, “La tierra de los tesoros tristes”
¿Por qué somos tan pobres si somos tan ricos?, esa es la pregunta que inspiró al escritor colombiano para crear su nuevo libro repleto de realidad e historia sobre el país, una reflexión basada en la divulgación científica que explora los diferentes hechos que tuvieron lugar desde la conquista.
¿Por qué la tierra de los tesoros tristes?
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¿Por qué la tierra de los tesoros tristes?
Porque esa es la sensación que queda al revisar nuestra historia y ver todas nuestras riquezas, y no queda sino preguntarse: ¿por qué somos tan pobres si somos tan ricos? También porque las sensaciones que quedan de una visita al Museo del Oro o del estudio de estos pueblos y lo que pasó desde la conquista genera un montón de sentimientos contradictorios: asombro por la belleza de las piezas, tristeza porque esas piezas estaban en una tumba de alguien que fue violada, tristeza por todas las otras tumbas que fueron profanadas y por todas las otras piezas que se perdieron para siempre.
¿Qué tanto de realidad y ficción hay en el libro?
100% realidad. Es un libro de divulgación científica. He tenido una escuela periodística muy estricta, he trabajado en medios estadounidenses y británicos con estándares muy altos de verificación de datos y rigurosidad, y este es un libro que bebe mucho de esa escuela de periodismo de divulgación anglosajona. En cierta forma, tiene el molde del Ladrón de orquídeas, de Susan Orlean.
¿Cuánto tiempo dedicó en la escritura del libro?
Fue una escritura errática durante nueve años. No fueron nueve años de escritura continua, tuve muchos cambios de trabajo, de ciudad, y muy poca concentración. Fue fundamental la pandemia para centrarme y ahí terminé de sacarlo adelante.
¿Cómo logró encontrar el estilo del libro?
Este fue el desafío principal, porque es una historia llena de huecos, de cosas que nadie sabe, que se perdieron del todo. El libro tuvo no menos de cinco versiones, en las que intentaba encontrar la manera de contar una historia llena de huecos y que saltara en el tiempo. Un ensayo de María Alicia Uribe, sobre los calabazos y el significado maternal del poporo, fue fundamental para encontrar el hilo conductor. También los textos de orfebrería de Gerardo Reichel-Dolmatoff y, de nuevo, El ladrón de orquídeas, de Susan Orlean, porque me hizo entender que el libro no podía ser sólo la historia del poporo, sino de algo más grande: ¿por qué somos tan pobres si somos tan ricos?
¿Cómo nació la idea del libro?
En 2012, yo trabajaba como editor de no ficción en Planeta y tenía un jefe peruano, Sergio Vilela, que había hecho un libro muy exitoso en Perú sobre Machu Picchu. Vilela, como inmigrante en Colombia, se preguntaba mucho sobre un objeto o un sitio en particular que fuera muy simbólico de la identidad colombiana. Yo me fui de Planeta después y quedé con esa inquietud. En una visita al Museo del Oro, una guía me contó que el poporo había sido vendido al Banco de la República por una de las hijas de Coriolano Amador, uno de los hombres más ricos de Colombia en el siglo XIX. Empecé a indagar sobre su vida, que era fascinante, y ahí fue cuando dije: “esto es un libro”.
¿Leyó algunos textos para escribir esta historia?
Calculo que leí al menos seis mil páginas para escribir este libro, en todas las bibliotecas públicas y universitarias de Bogotá y Medellín, así como algunas de Ibagué, Cali, Armenia y Titiribí. Lo tengo claro porque sólo en fotocopias recopilé al menos 2.500 páginas. El resto son libros que me leí para poder encontrar los datos. En la recta final de escritura, me leía libros enteros sólo para aprovechar tres o cuatro líneas que me iban a servir. El libro, además, tiene cerca de diez entrevistas en la bibliografía, pero hay muchísimas más.
¿Qué significa para usted el Museo del Oro?
Un sitio fuera de serie, surreal. Un sitio en constante construcción y mutación. A medida que el país y la ciencia local va entendiendo cosas de nuestro pasado, va mutando. Hay algunas decisiones curatoriales que no me gustan en lo personal, pero que entiendo y respeto. Cada vez que voy siento un agradecimiento enorme por el Banco de la República, porque en este país caótico no era su responsabilidad forjar un museo de este tipo, pero lo hicieron lo mejor que pudieron. El museo nace poco a poco a lo largo de muchos años, gracias a algunos empleados del banco que recibían piezas arqueológicas para ser compradas (eran los únicos que podían comprar oro en Colombia, ya fuera de las minas o de las guacas) y empezaron a tener consciencia de que esas piezas no se podían fundir. El banco empieza a hacer lo posible para rescatarlas, a pesar de que esa no era su vocación y creo que eso es de admirar y agradecer.
¿Un texto del pasado pero que es una discusión del presente?
Creo que es imposible discutir el presente y el futuro sin el pasado. Este no es un libro académico, es de divulgación científica, yo no descubro nada en este libro, lo único que hago es hacer unas relaciones curiosas, creativas quizá, de hechos a lo largo del tiempo. Es un libro muy emocional, y como las emociones no tienen temporalidad (hoy, uno puede llorar por cosas que le pasaron de niño o que pensaba que estaban olvidadas), salto de Gonzalo Jimenez de Quesada a Elon Musk, de la encomienda al blockchain.
¿Seguimos siendo conquistadores?
Esa es una bonita conclusión que el antropólogo Carl Henrik Langebaek hizo sobre mi libro. El traqueto moderno tiene mucho que ver con los conquistadores que llegaron a América en búsqueda de riquezas. De hecho, cuando nos lamentos por el oro robado por los españoles y lo pedimos de vuelta, estamos pensando como conquistadores. El oro, para los indígenas, no tenía ese valor que le damos hoy. A Cólon los indígenas les regalaban el oro. Guatavita estaba llena de oro que lanzaban a sus aguas. La balsa muisca, que tanto admiramos hoy en día, al parecer fue abandonada en una cueva de Pasca. Fetichizar estos objetos es muy de conquistadores. De hecho, creo que esto es una contradicción muy fuerte en mí y en mi libro: en cierta forma, hice del poporo quimbaya un fetiche en mi vida.
¿Quién es Coriolano Amador?
Uno de los hombres más ricos de Colombia en el siglo XIX, socio de una de las minas más grandes y productivas de Colombia junto a su esposa, Lorenza Uribe. Fue el primero en traer un automóvil a Colombia. Era un empresario muy agresivo, que se endeudaba sin temor para hacer crecer sus empresas. Era muy refinado, con sombrero de castor y bastón con un cristal de Murano. Se dice que compró un título nobiliario a la corona española y, de hecho, el antropólogo Víctor Ortiz encontró en el Museo del Prado, en Madrid, una sopera de oro de Titiribí que les regaló a los reyes. Una de sus hijas, Magdalena Amador, le vendió el poporo Quimbaya al Banco de la República por $3.000 de la época. Este personaje fue fundamental para contar esta historia, porque me sirvió para mostrar, desde un empresario antioqueño, cómo la avaricia y las ansias de poder nos destruyen hoy en día.