Simón Vargas: El artista más allá de Morat
El músico escribió “A la orilla de la luz”, un libro de 13 cuentos en el que combina lo cotidiano con lo siniestro para destruir todo lo que conocemos (y nos falta por conocer) sobre Bogotá.
María Hernández
Muchos conocen a Simón Vargas por su faceta de cantante y bajista en Morat, pero la mayoría desconocen que detrás de esas gafas redondas su amor por la historia y su inevitable acento bogotano se esconde un escritor.
Hace dos años, en medio de las giras, conciertos y eventos de Morat, Vargas empezó a escribir A la orilla de la luz, un libro de 13 cuentos en los que destruye -la amada y odiada- Bogotá.
Nunca pensó que terminaría escribiendo una historia de 235 páginas. Él solo quería encontrar, por medio de sus letras, un refugio y un respiro del mundo que implica la fama, esa que lo acompaña desde 2015 y que, incluso en esta cuarentena, no lo abandona. (Puede ver: Morat revela sus métodos de exploración musical)
“Mucha gente entra al libro con preconcepciones que tienen que ver con la música que hago en Morat y, en especial, porque en el mercado editorial lo venden así. Quería romper con ese mito a las patadas y demostrar que siempre he escrito, que es una cosa que estaba ahí, pero no lo mostraba porque era un ejercicio aparte de la música”, dijo Simón Vargas.
No tenía claros su estilo ni técnica narrativa. Sin embargo, todo cambió después de asistir a un taller con Carolina Sanín. Ahí comprendió que su fuerte eran las historias cortas, inusuales, crudas y que tuvieran una pizca de ese realismo mágico que nos representa en el exterior.
El proceso fue difícil porque, a diferencia de escribir una canción que está enfocada en algo en específico, Vargas abordó distintas temáticas de conocimiento público -como la violencia, el paramilitarismo, la guerrilla, los falsos positivos, los mitos y la mala suerte-, que uno sabe que están ahí, pero se habla muy poco de ellos. Así que, de una manera camuflada e inverosímil, contó estas historias en estos cuentos que narran la Bogotá que todos conocemos y aquella que se esconde a la luz de la orilla.
“Tengo, y me atrevería a generalizar, que todos tenemos una relación de amor y odio con Bogotá. Una de las cosas que quería hacer con esto era encontrar una manera de contar todos esos temas que los colombianos sabemos, que cargamos con ellos, pero no hablamos de ellos hasta que dejan la orilla y salen a la luz. Siento que en el país las narraciones están permeadas por una violencia sin estética y cruda”, explicó el historiador. (Lea también: Morat presenta “Nunca te olvidé”, video realizado con participación de fans)
La exploración que Vargas realizó en su obra sobre estos temas no fue profunda ni superficial, sino que estuvo en el punto exacto. En el capítulo Llorar de pie duele más narra la historia de una madre buscando a su hijo que desapareció en un barrio de la capital. El artista cuenta este relato como si fuera una leyenda urbana, pero al leer entre líneas se confirma que está contando un caso de un falso positivo.
“Todo lo que sucede en este país hace que las cosas jueguen con ese realismo mágico que más bien lo llamaría realismo afectado, porque considero que es una forma bonita de explorar las cosas. Cuando tú lees el libro, y además eres colombiano, entiendes que ese cuento de las madres habla de un falso positivo clarísimo, pero es una historia que también funciona dentro del ritmo de esta obra porque, créeme, es posible que alguien desaparezca sin alguna razón porque se lo llevaron a ese mundo paralelo”, agregó.
Mundos paralelos
En A la orilla de la luz, Vargas combinó la modernidad con el misticismo ancestral de una forma muy particular y única. De ahí que existan personajes como el dios de La Cerámica o la Mala Suerte, a quienes utiliza como una simple excusa para contar que bajo las calles bogotanas hay otro mundo, uno paralelo al nuestro. En este sitio suceden cosas extrañas: hay seres mitológicos, personas que regresan a la vida en forma de niños, un robador de ombligos y un taxista que disfruta ver orinar a sus clientas.
Según el artista, todo esto es el reflejo de la mala suerte con la que cargamos. “Ella, independiente de lo que creas, te va a caer, así que no hay nada que puedas hacer, sino reírte. A veces este tipo de cosas no hay que tomárselas tan a pecho. Siento que esa idea del humor negro como que cumple un factor importante en el libro porque, de alguna manera, se relaciona con lo extraño y siniestro de las historias”, dijo.
Esa es la misma mala suerte que, al final de la historia y como estaba preestablecido en un principio, acaba destruyendo a Bogotá para “limpiarla” de todos los males que la han cobijado durante los últimos siglos.
“Al final se destruye Bogotá por esa dualidad de amor y odio. Te quiero lo suficiente para hacer un libro sobre ti, pero me generas el suficiente odio para que en el libro te destruya. Como historiador, siempre me ha llamado mucho la atención la cosa de la destrucción de los mundos, porque nadie sabe a qué se debe esto y aquí hago como una explicación”, manifestó.
Simón Vargas, el de las gafas de Morat, espera que las personas encuentren en su obra un lugar para alejarse del mundo real y burlarse de las ironías de la vida.
Muchos conocen a Simón Vargas por su faceta de cantante y bajista en Morat, pero la mayoría desconocen que detrás de esas gafas redondas su amor por la historia y su inevitable acento bogotano se esconde un escritor.
Hace dos años, en medio de las giras, conciertos y eventos de Morat, Vargas empezó a escribir A la orilla de la luz, un libro de 13 cuentos en los que destruye -la amada y odiada- Bogotá.
Nunca pensó que terminaría escribiendo una historia de 235 páginas. Él solo quería encontrar, por medio de sus letras, un refugio y un respiro del mundo que implica la fama, esa que lo acompaña desde 2015 y que, incluso en esta cuarentena, no lo abandona. (Puede ver: Morat revela sus métodos de exploración musical)
“Mucha gente entra al libro con preconcepciones que tienen que ver con la música que hago en Morat y, en especial, porque en el mercado editorial lo venden así. Quería romper con ese mito a las patadas y demostrar que siempre he escrito, que es una cosa que estaba ahí, pero no lo mostraba porque era un ejercicio aparte de la música”, dijo Simón Vargas.
No tenía claros su estilo ni técnica narrativa. Sin embargo, todo cambió después de asistir a un taller con Carolina Sanín. Ahí comprendió que su fuerte eran las historias cortas, inusuales, crudas y que tuvieran una pizca de ese realismo mágico que nos representa en el exterior.
El proceso fue difícil porque, a diferencia de escribir una canción que está enfocada en algo en específico, Vargas abordó distintas temáticas de conocimiento público -como la violencia, el paramilitarismo, la guerrilla, los falsos positivos, los mitos y la mala suerte-, que uno sabe que están ahí, pero se habla muy poco de ellos. Así que, de una manera camuflada e inverosímil, contó estas historias en estos cuentos que narran la Bogotá que todos conocemos y aquella que se esconde a la luz de la orilla.
“Tengo, y me atrevería a generalizar, que todos tenemos una relación de amor y odio con Bogotá. Una de las cosas que quería hacer con esto era encontrar una manera de contar todos esos temas que los colombianos sabemos, que cargamos con ellos, pero no hablamos de ellos hasta que dejan la orilla y salen a la luz. Siento que en el país las narraciones están permeadas por una violencia sin estética y cruda”, explicó el historiador. (Lea también: Morat presenta “Nunca te olvidé”, video realizado con participación de fans)
La exploración que Vargas realizó en su obra sobre estos temas no fue profunda ni superficial, sino que estuvo en el punto exacto. En el capítulo Llorar de pie duele más narra la historia de una madre buscando a su hijo que desapareció en un barrio de la capital. El artista cuenta este relato como si fuera una leyenda urbana, pero al leer entre líneas se confirma que está contando un caso de un falso positivo.
“Todo lo que sucede en este país hace que las cosas jueguen con ese realismo mágico que más bien lo llamaría realismo afectado, porque considero que es una forma bonita de explorar las cosas. Cuando tú lees el libro, y además eres colombiano, entiendes que ese cuento de las madres habla de un falso positivo clarísimo, pero es una historia que también funciona dentro del ritmo de esta obra porque, créeme, es posible que alguien desaparezca sin alguna razón porque se lo llevaron a ese mundo paralelo”, agregó.
Mundos paralelos
En A la orilla de la luz, Vargas combinó la modernidad con el misticismo ancestral de una forma muy particular y única. De ahí que existan personajes como el dios de La Cerámica o la Mala Suerte, a quienes utiliza como una simple excusa para contar que bajo las calles bogotanas hay otro mundo, uno paralelo al nuestro. En este sitio suceden cosas extrañas: hay seres mitológicos, personas que regresan a la vida en forma de niños, un robador de ombligos y un taxista que disfruta ver orinar a sus clientas.
Según el artista, todo esto es el reflejo de la mala suerte con la que cargamos. “Ella, independiente de lo que creas, te va a caer, así que no hay nada que puedas hacer, sino reírte. A veces este tipo de cosas no hay que tomárselas tan a pecho. Siento que esa idea del humor negro como que cumple un factor importante en el libro porque, de alguna manera, se relaciona con lo extraño y siniestro de las historias”, dijo.
Esa es la misma mala suerte que, al final de la historia y como estaba preestablecido en un principio, acaba destruyendo a Bogotá para “limpiarla” de todos los males que la han cobijado durante los últimos siglos.
“Al final se destruye Bogotá por esa dualidad de amor y odio. Te quiero lo suficiente para hacer un libro sobre ti, pero me generas el suficiente odio para que en el libro te destruya. Como historiador, siempre me ha llamado mucho la atención la cosa de la destrucción de los mundos, porque nadie sabe a qué se debe esto y aquí hago como una explicación”, manifestó.
Simón Vargas, el de las gafas de Morat, espera que las personas encuentren en su obra un lugar para alejarse del mundo real y burlarse de las ironías de la vida.