‘Soy un pianista frustrado’: Roberto Cano
El actor regresa a las pantallas. Esta vez interpreta al padre Miguel en la serie ‘Pandillas guerra y paz’.
El Espectador
¿Cómo le ha ido con su papel de cura en ‘Pandillas, guerra y paz’?
Bien, es otro reto, es un personaje con muchas limitaciones dentro de una historia muy movida.
¿Qué tan religioso es?
Creo en Dios, no soy muy practicante, no voy a misa muy seguido, me confieso menos seguido de lo que debería, así que diría que soy muy creyente y poco religioso.
¿Qué heredó de su bisabuelo, el compositor Alberto Castilla?
¡El amor por la música! Y la paz que ésta me genera.
¿Qué instrumento quisiera aprender a tocar?
El piano. Ese es uno de mis sueños frustrados. Medio lo toco pero todo a oído, nada de clases. Algún día cuando tenga piano aprenderé... Nunca es tarde.
¿Qué le dejó su protagónico en ‘Pobre Pablo’?
Mucho aprendizaje, una esposa, grandes amigos. Tuve a un gran maestro (Kepa Amuchástegui), agradezco mucho haberlo tenido a él como director de mi primer protagónico, y los libretos de Juan Carlos Pérez y Adriana Suárez, además de grandes actores a mi lado.
¿Es tímido, callado o creído?
Tímido y muy callado. ¿Creído?, ¡para nada! No me gustan las fotos y la gente piensa que es por creído.
El mejor recuerdo de ‘Pequeños gigantes’.
Muchos. Pequeños gigantes fue mi escuela de actuación, hice grandes amigos y me gané una segunda madre (Toni Navia).
¿Cómo le fue en la televisión ecuatoriana?
Fue interesante, me sentí en casa. En el canal TC televisión me abrieron las puertas y me trataron como a uno más de la familia, comenzando por Estefanía Isaías, en ese entonces estaba en la directivas del canal. Hice muchos amigos. Hoy sigo en contacto con todos. ¡Es un país maravilloso!
¿Cine o televisión?
El cine es un placer. La TV cada vez es mejor, producciones como La Guaca, de Clara María Ochoa; como El Capo, Tiempo final, Sin retorno, de Fox Telecolombia, nos acercan mucho al cine. Me quedo con la actuación.
El mejor reconocimiento que ha recibido.
Lo recibo a diario, es el reconocimiento del público. ¡Ah, y un India Catalina!
Su mayor reto actoral.
El personaje que viene... Ese será mi mayor reto.
Un pecado.
La gula.
Un vicio.
El peor de todos... el cigarrillo.
Lo mejor de su papel como Juan Porras en ‘La Guaca’.
El placer de haber estado en esa gran producción, de trabajar con ese nivel de actores, de un buen libreto, de un personaje bien escrito con sus defectos y virtudes, tan noble como fuerte.
¿Está enamorado?
De la pintura por estos días.
¿Cómo se conquista a Roberto?
(Risas) Dejaría de ser sorpresa...
¿Y usted cómo conquista?
(Risas) Dejaría de ser sorpresa...
La parte de su cuerpo que más le gusta.
Las manos, con ellas pinto.
¿Y la que más le admiran?
Los ojos.
Lo más seductor que tiene.
Sé escuchar.
Un sueño.
Escribir y dirigir mis películas, y una exposición en Nueva York totalmente llena y con venta absoluta.
¿A qué le teme?
A no cumplir mis sueños.
Su comida favorita.
Los fríjoles antioqueños, sancocho valluno, la posta negra de Gaira, los brownies de Mónica Peláez, una amiga, y la tonga de la abuela de Érika.
Un lugar.
Colombia.
Una maña.
Cuestionarlo todo.
Un defecto.
Soy fosforito.
Una virtud.
Soñador.
Lo mejor que tiene Roberto.
La capacidad de sorprenderme con un atardecer.
¿A qué le apuesta?
A la vida.
¿Para qué es arriesgado?
Para todo lo que no afecte a alguien.
Una frustración.
No cantar.
Un momento feliz.
Desayuno con mi abuela consintiéndome.
¿Uno triste?
El adiós.
Lo que no soporta.
La mentira, la corrupción, ver una anciana cruzando la cebra y la gente acelerando, las minas, la injusticia...
Su plan B.
Una revista para ver qué pasa en Bogotá.
¿De qué se arrepiente?
De nada.
Lo más extremo que ha hecho.
Tirarme desde un helicóptero a un lago en Argentina en invierno. ¡Qué frío!
¿Cómo le ha ido con su papel de cura en ‘Pandillas, guerra y paz’?
Bien, es otro reto, es un personaje con muchas limitaciones dentro de una historia muy movida.
¿Qué tan religioso es?
Creo en Dios, no soy muy practicante, no voy a misa muy seguido, me confieso menos seguido de lo que debería, así que diría que soy muy creyente y poco religioso.
¿Qué heredó de su bisabuelo, el compositor Alberto Castilla?
¡El amor por la música! Y la paz que ésta me genera.
¿Qué instrumento quisiera aprender a tocar?
El piano. Ese es uno de mis sueños frustrados. Medio lo toco pero todo a oído, nada de clases. Algún día cuando tenga piano aprenderé... Nunca es tarde.
¿Qué le dejó su protagónico en ‘Pobre Pablo’?
Mucho aprendizaje, una esposa, grandes amigos. Tuve a un gran maestro (Kepa Amuchástegui), agradezco mucho haberlo tenido a él como director de mi primer protagónico, y los libretos de Juan Carlos Pérez y Adriana Suárez, además de grandes actores a mi lado.
¿Es tímido, callado o creído?
Tímido y muy callado. ¿Creído?, ¡para nada! No me gustan las fotos y la gente piensa que es por creído.
El mejor recuerdo de ‘Pequeños gigantes’.
Muchos. Pequeños gigantes fue mi escuela de actuación, hice grandes amigos y me gané una segunda madre (Toni Navia).
¿Cómo le fue en la televisión ecuatoriana?
Fue interesante, me sentí en casa. En el canal TC televisión me abrieron las puertas y me trataron como a uno más de la familia, comenzando por Estefanía Isaías, en ese entonces estaba en la directivas del canal. Hice muchos amigos. Hoy sigo en contacto con todos. ¡Es un país maravilloso!
¿Cine o televisión?
El cine es un placer. La TV cada vez es mejor, producciones como La Guaca, de Clara María Ochoa; como El Capo, Tiempo final, Sin retorno, de Fox Telecolombia, nos acercan mucho al cine. Me quedo con la actuación.
El mejor reconocimiento que ha recibido.
Lo recibo a diario, es el reconocimiento del público. ¡Ah, y un India Catalina!
Su mayor reto actoral.
El personaje que viene... Ese será mi mayor reto.
Un pecado.
La gula.
Un vicio.
El peor de todos... el cigarrillo.
Lo mejor de su papel como Juan Porras en ‘La Guaca’.
El placer de haber estado en esa gran producción, de trabajar con ese nivel de actores, de un buen libreto, de un personaje bien escrito con sus defectos y virtudes, tan noble como fuerte.
¿Está enamorado?
De la pintura por estos días.
¿Cómo se conquista a Roberto?
(Risas) Dejaría de ser sorpresa...
¿Y usted cómo conquista?
(Risas) Dejaría de ser sorpresa...
La parte de su cuerpo que más le gusta.
Las manos, con ellas pinto.
¿Y la que más le admiran?
Los ojos.
Lo más seductor que tiene.
Sé escuchar.
Un sueño.
Escribir y dirigir mis películas, y una exposición en Nueva York totalmente llena y con venta absoluta.
¿A qué le teme?
A no cumplir mis sueños.
Su comida favorita.
Los fríjoles antioqueños, sancocho valluno, la posta negra de Gaira, los brownies de Mónica Peláez, una amiga, y la tonga de la abuela de Érika.
Un lugar.
Colombia.
Una maña.
Cuestionarlo todo.
Un defecto.
Soy fosforito.
Una virtud.
Soñador.
Lo mejor que tiene Roberto.
La capacidad de sorprenderme con un atardecer.
¿A qué le apuesta?
A la vida.
¿Para qué es arriesgado?
Para todo lo que no afecte a alguien.
Una frustración.
No cantar.
Un momento feliz.
Desayuno con mi abuela consintiéndome.
¿Uno triste?
El adiós.
Lo que no soporta.
La mentira, la corrupción, ver una anciana cruzando la cebra y la gente acelerando, las minas, la injusticia...
Su plan B.
Una revista para ver qué pasa en Bogotá.
¿De qué se arrepiente?
De nada.
Lo más extremo que ha hecho.
Tirarme desde un helicóptero a un lago en Argentina en invierno. ¡Qué frío!