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“Trilogía del amor y muerte”, una charla con Javier Correa Correa

El escritor comparte las reflexiones del libro que reúne tres relatos. Todos tienen un eje común: la tensión entre la vida y la posibilidad de dejar de existir. Con el objetivo de desbaratar cada cuento, quisimos que este encuentro fuera lo más parecido a la visita a un taller de relojería.

Carlos Torres Tangarife
29 de noviembre de 2021 - 02:00 a. m.
Javier Correa Correa publicó una edición limitada del poemario "Diario de la esperanza". / Archivo particular
Javier Correa Correa publicó una edición limitada del poemario "Diario de la esperanza". / Archivo particular
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¿Cómo se encuentran el escritor que militó en el M-19 y la época de la violencia de los años 50?

Mi participación en el M-19 fue como periodista, en la estructura de propaganda y, aunque sí estuve en varios combates, no fue militarmente. El encuentro se da en la reconstrucción libre y literaria de algunos hechos que viví, en algunos escenarios, con algunas personas que lucharon y hasta dieron sus vidas por una causa que consideraban justa. Como la novela fue escrita después de la reincorporación del M-19 a la vida civil y todavía quedaban algunas organizaciones insurgentes, no quise escribir la novela en presente, para que no hubiera ningún tipo de apología; además, siempre he admirado a Guadalupe Salcedo, José Alvear Restrepo y a los demás guerrilleros liberales de los años 50. En últimas, es la lucha que se prolonga por la justicia, la libertad y la democracia.

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¿Qué debe tener una historia suya para que sea susceptible de publicar? ¿Cada una tiene una búsqueda particular?

En mi calidad de periodista, busco que las historias tengan un sustento real y por eso investigo todos los detalles. En literatura, además de dicho sustento, la historia debe ser creíble. Solamente así será susceptible de ser publicada, además de obtener un reconocimiento por parte de quien la lee. Busco, pues, combinar la realidad con la ficción, que es, en esencia, la vida misma.

Una respuesta de la vida frente a la muerte… ese pulso se siente en el primer relato. ¿De dónde viene esa tensión?

Esa tensión la vivimos en el día a día, pues Eros y Tánatos están presentes, casi que agazapados. El asunto es que creemos que la muerte es el final, cuando en realidad es una continuación —que desconocemos— de la vida, y eso explica que nos produzca miedo, nos genere una tensión. En la guerra el riesgo de la muerte es permanente y por eso se crean y afianzan indescriptibles lazos de afecto que, en el caso del M-19, y a tres décadas de la dejación de las armas, todavía existen.

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“Muerte en el anticuario” se refiere a un tema tabú: la excitación que produce la violencia. ¿Cómo fue esa sensación para usted?

La guerra, la violencia cotidiana en las calles y los campos, produce esa excitación a la que se refiere. El punto es que, así como la violencia degrada también puede enaltecer, al punto de que se está dispuesto a dar la vida por otra persona. Los franceses le dicen “la pequeña muerte” al orgasmo, y eso puede explicar esa sensación de placer. Es algo que trato de abordar en La mujer de los condenados y en Muerte en el anticuario, con personajes que sienten placer antes de la muerte, como una respuesta de vida. Y sí, están relacionadas con el poder, pero también con la más sencilla de las entregas, precisamente la de la vida.

La historia de Bernardina y Amaranta resiste al paso del tiempo. ¿Esta reedición tuvo una revisión de su parte o la publicó sin cambiarle una coma?

Al texto no le fue cambiada ni una sola coma. Quien hizo la revisión de estilo encontró el verbo “orfanar”, que no existe y se refiere a “quedar huérfano”. No quise emplear la figura tradicional y apelé a la licencia de inventarlo. El corrector me dijo —como lo hizo el corrector de la primera edición— que había que cambiarlo. Tampoco en esta ocasión lo permití.

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¿Quiénes son sus referentes literarios? ¿Qué autores nacionales les recomendaría a los lectores de esta entrevista?

Mis referentes son Gabriel García Márquez, José Saramago, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Edgar Alan Poe y Fedor Dostoievski, entre muchos otros. Todo estilo, además del aporte personal, es retomar y reconocer que hay otros autores que nos forman, nos enriquecen. De la literatura colombiana señalo a Tomás Carrasquilla y agrego a Juan Gabriel Vásquez, Antonio Caballero, Evelio Rosero y el lamentablemente echado al olvido Fernando Ponce de León. La lista es inmensa.

¿Cómo alimenta el periodismo a la literatura y viceversa? ¿Qué tiene la ficción de especial?

Como dije antes, mi formación como periodista me ha hecho disciplinarme en la consulta de fuentes, en ver —como los poetas— lo que la gente del común no ve, como a una terca flor que nace entre dos placas de cemento en un andén. La ficción otorga mayor libertad y yo por eso en La mujer de los condenados incluyo como personaje a Guadalupe Salcedo. El periodismo no se puede apartar de la realidad, pero la literatura sí lo puede hacer. Siempre y cuando sea creíble.

(Además: Catalina Estrada, responsable de “Encanto” más allá del cine)

¿Qué viene después de la “Trilogía del amor y muerte”?

Estoy trabajando en un volumen de cuentos llamado El color de los pezones de mi madre, sobre el encuentro de tres continentes: América, África y Europa (en ese orden). Además, he avanzado en otra novela, por ahora sin título, de género policíaco, basada en un crimen ocurrido en Cali en los años 80. Hay varias en el tintero, que irán creciendo.

Por Carlos Torres Tangarife

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