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¡Viva Zapata!

Engendrada en los gloriosos principios de los años 90 de Seattle, la historia de The Gits es la de una gran banda forzada a salir demasiado pronto del escenario punk.

María Alejandra Medina C.
17 de agosto de 2015 - 02:23 a. m.
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Dicen que lo tenía en la sangre porque en alguna rama del árbol genealógico de Mía Zapata está Emiliano Zapata, símbolo de la Revolución Mexicana. Quizá, en realidad, eran demasiado lejanos. Pero, como sea, para quienes la conocieron, fue inconforme y grandiosa. Vocalista de The Gits, una banda surgida en la vibrante escena punk de la ciudad de Seattle de los años 90, Zapata fue asesinada en 1993. La indignación de lo sucedido convocó a bandas como Nirvana y Soundgarden a tocar juntas e inspiró el rodaje de una película que este año cumple una década.

Zapata nació en Louisville, Kentucky, Estados Unidos, en una familia de clase media alta, rodeada en el vecindario de gente adinerada que frecuentaba los clubes de tenis. De pequeña llevó vestidos y peinados de niña adorable, trenzas de su pelo rubísimo, el mismo que a los 21 años, en 1986, se empezaba a volver inexplicable, puros nudos, una melena enmarañada que expresaba algo del espíritu que la arrastró hasta el punk.

Se fue a Ohio a estudiar artes en la escuela de Antioch, en Yellow Springs. Allí, interpretando el blues que tanto le gustaba, quizá algo de Bessie Smith, la escuchó por primera vez su compañero Matt Dresdner, quien venía de Nueva Jersey y ya sabía de la movida en el CBGB, la incubadora del punk de Nueva York. Dresdner, inspirado para tocar el bajo por bandas como Descendents, decidió hacer música con Zapata y también pilló el talento de Andrew Kessler, que provenía de Brooklyn y se estaba convirtiendo en el virtuoso de la guitarra que luego cambiaría su nombre a Joe Spleen.

Formaron una banda: los White Picket Fence, que significa “cerca blanca”. Al rato se les unió Steve Moriarty, el baterista, quien luego sería coproductor de la película de 2005 que lleva el nombre de la banda, dirigida por Kerri O’Kane, y que ha permitido que mucho de la historia de la banda se cuente y conserve. Con Steve dentro, el grupo adoptó un nombre más absurdo aún: The Sniveling Little Rat-faced Gits, o Los Pequeños Gits Llorones con Cara de Rata. Lo sacaron de un capítulo del programa de Monty Python. Al final lo acortaron y se quedaron The Gits.

Ya influidos por grupos como Dead Kennedys y Minutemen, entre el 88 y el 89, huyendo del esnobismo y el estilo de vida caro de la Costa Este, los Gits abandonaron la academia y de Ohio se fueron a Seattle, sin mucha certeza de que en ese momento la ciudad era el caldo de cultivo de un montón de bandas que tocaban en tabernas y cuyo público era a su vez gente de otras bandas. En los bares de Seattle, descamisados o vestidos con ropa suelta y a veces deshilachada, todos movían el cuerpo, y por los aires volaban personas desde el escenario y alcohol, mucho alcohol.

The Gits surgió en la escena punk de esa ciudad, en un círculo que por un rato tuvo que ver poco con el movimiento grunge de finales de los años 80 y con las bandas del sello discográfico Sub-Pop, como Nirvana, las que tan famosa han hecho a Seattle. Su hogar y templo fue la Rathouse (Casa de Ratas, en español), una típica casa de clase media estadounidense, en la calle Denny. Se las rentó un tipo que decía que, cansado de la plaga de cucarachas, un día hizo estofado de cucaracha, se lo comió, y entonces los bichos no volvieron más.

En la Rathouse vivían, ensayaban y hacían los toques. Como se muestra en la película de O’Kane, allí seguían la ética de hacer lo que les daba la gana. Fue también donde se volvieron una auténtica familia, diferente a los hogares hechos añicos de donde cada uno provenía. Se mantenían con el sueldo de mesera de Zapata, que trabajaba en un desayunadero de mala muerte, mientras los demás se empleaban en lo que saliera, puliendo marfil robado para el mercado negro, entregando directorios telefónicos o doblando camisas en una bodega con inmigrantes chinos.

Por primera vez tocaron en un bar en el Halloween del 90. Entonces nada los detuvo. Los siguientes dos años pasaron mientras los Gits sacaban EP y sencillos como Social Love, y la que es probablemente su canción más reconocida, Second Skin. Hasta que en 1992 publicaron su primer álbum de estudio, Frenching the Bully, con el sello Rathouse Records. Entonces agarraron maletas y se fueron a Europa, donde había gente que, por alguna razón, se sabía sus letras. Volvieron y siguieron tocando por toda la Costa Oeste, viviendo con US$5 al día.

Mía tenía dislexia y escribía todo en un cuadernito, incluyendo las letras de las canciones de The Gits, las que interpretaba con su voz que punzaba los nervios, que hacía aullidos rasgados pero inquebrantables, dura y profunda a la vez. “Tenías que ser un puto zombi para no sentirlo”, dice en el documental Valerie Agnew, compañera de Mía desde Antioch y baterista de 7 Year Bitch, banda formada en la Rathouse.

Pudo haber sido una voz para el blues, por la forma como el lamento le brotaba de la garganta. Ella amaba el blues pero decidió cantar punk. Cuenta Moriarty que tal vez Mía no se sentía preparada o lo suficientemente adulta para interpretar blues. Tenía que quemar la etapa del descontrol, la diversión y el sinsentido. La llamaban “la mujer pollo”, por la forma extraña como juntaba las rodillas huesudas y caminaba al tiempo, un ademán que a veces se le salía en el escenario. Tenía por eso un pollo tatuado en la pantorrilla.

La noche del 7 de julio de 1993, Mía estaba de buen humor porque había hecho un show como solista en Los Ángeles. Le habían pagado y fue a celebrarlo con sus amigos en el bar Comet, de Seattle, donde ya era prácticamente una celebridad. La gente la invitaba a tragos, algo que esa noche le hizo mucho daño, pues llevaba sobria varias semanas, tratando de controlar su problema con la bebida. Hacia las 2 de la mañana salió caminando para su casa, y por años se desconoció lo que pasó en la hora siguiente. Una mujer encontró el cadáver de Mía tendido en la calle. Avisó a las autoridades, y el cuerpo fue identificado por el tatuaje de pollo en la pierna.

Fue abusada, golpeada y estrangulada. No había sospechosos. Según Moriarty, la policía se hizo la de la vista gorda en la investigación del caso. Por las rastas y su aspecto en general, seguramente pensaron que era una persona por la que, para ellos, no valía la pena desgastarse, tal vez una prostituta. Sus amigos, frustrados ante la inoperancia, empezaron a juntar recursos para contratar un investigador privado. Se inventaron toques para reunir fondos. En diferentes ciudades de Estados Unidos y hasta de Europa, bandas como Soundgarden, Sonic Youth y Presidents of the United States of America hacían shows y enviaban la plata para la investigación.

Moriarty recuerda en particular la noche que Kurt Cobain, vocalista de Nirvana, lo llamó y lamentó lo que había sucedido. Nirvana fue de hecho la primera banda que se presentó por la causa, lo que para Moriarty fue sorprendente, porque Cobain acababa de volver de Roma, donde supuestamente había intentado suicidarse, razón por la que Nirvana llevaba un buen tiempo sin tocar. En el documental de O’Kane se muestra el setlist de dos horas que tocó la banda, entre esas, Milk It, Drain You, Territorial Pissings.

En el funeral, como recogió Margaret O’Neil en su tesis de maestría del Departamento de Historia de las Mujeres en el Sarah Lawrence College de Estados Unidos, la familia de Mía comprobó lo querida que era y el poder de atracción que tenía su hija. Desde monjas hasta el más duro rockero hicieron fila para decirle adiós a la “mujer pollo”, con rosas amarillas, sus favoritas, en Louisville.

La historia de The Gits no ha sido tan visible como la de otras bandas de Seattle que hoy siguen moviendo multitudes, tal vez porque Mía salió demasiado rápido de este mundo. De hecho, ni siquiera alcanzó a terminar las grabaciones del segundo álbum de estudio, que de todas formas salió, póstumo, en 1994. Se llamó Enter: The Conquering Chicken. Y así, todo el material que dejó grabado siguió saliendo, inédito o reeditado, hasta 2013.

De nada sirvió lo del investigador privado. Diez años después del asesinato comenzó el rodaje del documental The Gits. Y entonces, deus ex machina. En plena realización de la cinta, en las noticias dijeron que la policía había capturado a un sospechoso de la muerte de Mía Zapata. Del cadáver habían tomado muestras de saliva que se mantuvieron congeladas todos esos años, hasta que se desarrolló la tecnología de laboratorio necesaria para aplicar, con fines forenses, una técnica sobre la información del ADN, la cual, de hecho, fue ganadora del Premio Nobel de Química en 1993. El de Zapata fue el primer caso en todo el estado de Washington en ser resulto así.

La película de O’Kane registró el juicio en el que el cubano Jesús Mezquía, un hombre alto, enorme, moreno y desconocido para todos, que tenía 39 años cuando cometió el crimen, fue declarado culpable. Treinta y seis años de cárcel.

Mía Zapata, una de las menos conocidas en el “club de los 27”, artistas que murieron a esa edad, como Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix y Kurt Cobain, cumpliría 50 años el próximo 25 de agosto.

La historia ha sido injusta en darles visibilidad a los Gits por el cubrimiento noticioso del cruento asesinato. A veces ha dejado de lado que una escuela de defensa personal para mujeres, regada por Estados Unidos, llamada Home Alive, fue creada por sus amigas músicas para evitar que el horror se repita. Ha opacado que, en honor a Mía, las 7 Year Bitch sacaron un álbum llamado ¡Viva Zapata!, así, con los dos signos de admiración, y como la película sobre Emiliano Zapata, con Marlon Brando en el protagónico. Al encasillarla en su condición de víctima olvidan, de paso, lo que fue y sigue siendo para quienes sólo la conocen a través su música.

Cada uno en diferentes profesiones, para los tres Gits que quedan, tal y como han dicho en la tesis de O’Neil, en el documental y a la prensa, la muerte de Mía, a quien consideran su hermana, no cambia en nada la música que hicieron juntos, y en virtud de eso debe ser recordada, por sus letras, a veces violentas, crudas, casi premonitorias del asesinato. Nada de eso. Las canciones no predicen nada. Como dijo Matt en la cinta, las canciones deben ser lo que le venga bien al criterio de cada persona.

“Por lo general identifican a la banda por el asesinato de Mía, y a ella como a una especie de mártir. Pero no me gusta eso”, dice Steve. Él, quien asegura que además de perder a su hermana, todo un proyecto de vida le fue arrebatado con el asesinato, hoy está en la tarea de desempolvar el archivo de audio para sacar material que Zapata dejó grabado, blues. Ha tocado puertas en las disqueras, pero ninguna ve “viable” la publicación, creen que no generaría utilidades. “Pero ellos no saben de la cantidad de gente que me escribe todos los días. No saben el impacto que Mía tiene hoy”.

Por María Alejandra Medina C.

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