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William Morón Muegues, una vida entre monólogos

Su reconocida experiencia en la actuación le permitió ser llamado a participar en varios seriados para la televisión nacional, entre ellos “El siete mujeres”, “Corralejas” y “Escalona”.

Félix Carrillo Hinojosa
25 de octubre de 2022 - 02:00 a. m.
En la ciudad de Valledupar, William Morón ha participado en algunos de los festivales con cuentos de su autoría.
En la ciudad de Valledupar, William Morón ha participado en algunos de los festivales con cuentos de su autoría.
Foto: Cortesía
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Cuando habla es como si repitiera, uno a uno, los momentos que ha dedicado a lo que mejor ha sabido hacer, al recoger las muestras orales que como retazos calcados de la vida provinciana, lograron musicalizar los juglares y trovadores que para fortuna nuestra, se volvieron reporteros al igual que él, de los hechos cotidianos que hacen reinventar la vida, donde se dan el lujo de poner un día la película en blanco y negro, y al día siguiente, la llenan del color que quieren, sin tener que pedir permiso. Así ha sido la vida de este hombre, que ha logrado decirse a sí mismo de lo que es capaz, desde ser creador y narrador incansable de un arte como es la cuentería, que todos los días pelea contra la desidia cultural de una región que solo mira hacia la música vallenata, muestra ganadora por demás de todos los espacios, al tiempo que el teatro, danza, literatura y poesía, es relegada por las pobres políticas públicas que la tiran al viento sin ningún miramiento.

Luchando contra eso y su sexualidad diferente e incomprendida en muchos momentos, nos habla de lo que encierra como ser humano y artista al tiempo. Camina como lo hacen los teatreros curtidos y mira como un águila herida, al tiempo que mueve sus manos delgadas, haciendo armonía con su danzante cuerpo. Remedando a sus personajes, gesticula y dice con su voz natural, “Manuela Muegues, mi humilde madre, es una guajira noble que sin tener nada lo dio todo, me dijo, cuando tenía ocho años, tú naciste en la tierra once años después, que dos músicos de por aquí se enfrentaron a versos, se dijeron hasta de que iban a morir. Se ofendieron hasta más no poder, pero al final los dos ganaron, se abrazaron y se hicieron compadres y la música también ganó, porque, ¿quién no ha escuchado “La Gota Fría?”.

Con ese cuento supo donde había nacido, porque su tía Luisa Morón al saber de su existencia, se fue a buscar al hijo que su hermano Carlos Segundo Morón había dejado de un año de edad, se lo trajo para Valledupar en 1958, de pocos barrios, donde el cañaguate y la granja eran los más populares y sin calles pavimentadas, lo bautizó y lo crio como si fuera de ella.

Quise reproducirle lo que me había contado, pero con su mano firme me interrumpe y continúa su relato, “Mi tía era una mujer trabajadora. Estuvo en la zona bananera, montó una fonda donde les daba la alimentación a los trabajadores. Allí conoció a María Cano, quien incitaba a todos para que defendieran sus derechos, a los músicos “Chico” Bolaños, Eusebio Ayala y a Tomas Gregorio Hinojosa, quienes todas las noches tocaban con un acordeoncito de dos hileras y vivió la problemática de esos trabajadores, que al estallar la huelga se le cayó el trabajo y le tocó volver a su tierra”.

Los recuerdos van saliendo como río en creciente. Mira a varios lugares como si buscara a quien más, para contarle esa historia de su vida, la cual ha podido llenar de arte para salvarla de sus propios dolores. Abre los ojos y dice, “Mis primeras profesoras en la escuela pública, diagonal a las tres avemarías, lo que es hoy la Carrera 12 con calle 16, donde hice la primaria, fueron Rita Fernández Vega, Elvira Gutiérrez Céspedes y Albertina Baute. Una parte de la primaria en el colegio Sagrado Corazón de Jesús del profesor Francisco Molina Sánchez y el profesor Pedro, que le decían “El cachaco”, era un tipo colorado y alto, casado con Nohora Gutiérrez. En el colegio Sagrado Corazón de Jesús de Mario Cotes en la Paz, seguí la primaria. Hice hasta segundo de bachillerato, debido a que mi madre de crianza tenía una pensión para estudiantes y eso se vino a menos, decidí trabajar como cobrador del club Hernández & Sánchez, en Telecom fui mensajero y luego me trasladé a la administración postal, Adpostal, donde fui mensajero, cerca de la casa de José Eugenio Martínez”.

Su vocación por el teatro ha sido permanente, no es una novelería como suele ocurrir con los temas culturales en Colombia, que los cogen hasta verlos convertidos en espumas y hasta color le ponen. Ha sido para él como una enfermedad que se cura ella misma. Siempre ha caído pero su valentía le ha dicho siempre, que es bueno levantarse, sacudirse las rodillas y proseguir. Ha brindado las manos para ayudar en el arte, unas han sido gratas y llenas de fe, otras, le han cercenado la confianza, pero lleno de perdón ha brindado lo que muchos se niegan a hacer. “El odio, la venganza y la mezquindad son tres bichos raros que le hacen daño al ser humano”, dice, al tiempo que narra sus inicios en lo que ha sido su vocación natural, “Me incliné por el teatro, debido a que vi en varias ocasiones unas obras en el Colegio Nacional Loperena. Me gustaba la música, el arte y dibujaba bien. La casa de la cultura estaba en construcción. En 1970, el profesor Dagoberto Fuentes Zuleta, quien era coordinador dentro de la secretaría de educación, persona inquieta, decidió montar un coro “las voces del Cesar” donde estuvo Rita Mindiola, José Daza, Rubén Argote, Elizabeth Numa, Cecilia Ospino, Miriam Carrascal, entre otros y del que hice parte, nunca funcionó y se dio por insinuación de él, la creación del grupo de teatro y para el ensayo nos consiguió un sitio prestado, cerca donde queda la casa de la cultura. Eran obras muy clásicas, sin profesor, no teníamos técnicas ni expresión corporal ni facial. Con ellos se dio inicio a nuestras primeras nuestras hacia el teatro”.

Como todo comienzo, nada fue fácil. La naturaleza misma de quienes estaban en ese inicio del teatro en esa tierra, iba generando las condiciones para que ese fruto fueron cogiendo forma. Quien mejor que él, para decirlo, “En 1976 integré “El Candil”, primer grupo de teatro independiente de Valledupar, conformado por los miembros del club literario Homo Sapiens en el barrio Cañaguate. Era un combo de profesionales, pintores, poetas, escultores, intelectuales, como Omaira Mindiola, Rosario Díaz Ariza, Raquel Medina, Martín Pimienta, Lolita Acosta de Villarroel, Ricardo Palmera, quien años más tarde sería el célebre Simón Trinidad de las Farc. Se llamaba así, porque Valledupar estaba sufriendo una crisis de energía y nos tocaba ensayar a punta de vela. Eran tres obras en una: “La maestra”, “El entierro” y “La autopsia”. Puro teatro político”. Continua diciendo, “El segundo grupo de teatro se llamó Luis Vargas Tejada, en honor al bogotano, fabulista, escritor, comediógrafo, traductor, poeta, político y dramaturgo, quien falleció de 27 años al intentar cruzar un rio para llegar a Venezuela, y la primera obra que montamos era de Alejandro Casona, “La tercera palabra”, una obra en tres actos, que fue estrenada en el teatro Odeón de Buenos Aires el 29 de mayo de 1953. Fueron muchos los escritores llamados a través de sus obras, entre ellos, Calderón de la Barca. No conocíamos el teatro vanguardista. Álvaro Castro Socarras fue el primer director de la Casa de la Cultura y organizó un encuentro de grupos de teatro regional, con participación de La Guajira, Magdalena y Córdoba, este último, quien trajo a través de su grupo de teatro, unas obras vanguardistas, que incidieron en nosotros. Contamos con la dirección del experimentado Rafael Gámez Fragoso. En 1971 ingresé como alumno, al grupo de teatro de la casa de la cultura Cecilia Caballero de López y nueve años después, fui nombrado director y profesor de dramaturgia de la misma y en función del cargo, adapté al teatro, piezas musicales como “La custodia de Badillo”, guiado por el chileno Franklin Maja Quiñonez, dos años después, hice lo mismo con “La Patillalera”, obras de Rafael Escalona Martínez. En 1983 “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez, a lo que se sumó, una recopilación de las rondas infantiles y juegos de la región, adaptándolas a una obra teatral”.

En 1977 William volvió al grupo de la Casa de la Cultura, dirigido por Heriberto López de la Universidad de Antioquia, donde intentaron montar la obra “Chemesquemena”, creación colectiva, que es una crítica a la invasión de colonos a la Sierra Nevada de Santa Marta, cuya mezcla de mitos indígenas con el lenguaje del teatro vanguardista, era evidente. Los sindicatos tenían el público predilecto para ese tipo de obras, contrario a la posición de la gente de bien, que rechazaba el contenido de las obras expuestas, el cual consideraban “teatro de pancarta o teatro amarillo”.

Al perderse el proyecto del teatro “El Candil”, decidió conformar con estudiantes del Colegio Nacional Loperena, el grupo “La antorcha”. Al entrar el siglo 21, la iniciativa de fortalecer el teatro en Valledupar, entra en una modorra que prácticamente lo llevó a su extinción, en donde la Casa de la Cultura jugó un funesto papel. Mientras las restricciones frente a las nuevas visiones del teatro crecían, han sobrevivido el grupo “La carreta” emergido en la Universidad Popular del Cesar-UPC, el TEA, orientada por Boris Serrano y el laboratorio teatral llamado Maderos Teatro, cuyo director Deiler Díaz Arzuaga le apuesta a un proyecto que nació en el 2014, a la renovación de los caminos de las artes escénicas, visuales y musicales, con la aparición de nuevos talentos y un renovado público que sostenga estas propuestas culturales.

La vida del teatro en nuestra región sin su presencia, no tendría el protagonismo que hoy vive. Gracias al talento de William Francisco Morón Muegues, muchas vidas y ante todo la de él, es un constante monologo que se adapta a las circunstancias, que a diario ocurren en cualquier lugar de Colombia. En 1982, dio a conocer al público, varias obras cortas de su autoría, entre ellos, “La rezandera”, su primer monólogo, inspirado en su madre Manuela Muegues, quien ejerció ese oficio en su pueblo natal, donde armaba los altares en las tumbas y los bajaba a los nueve días, mientras rezaba el rosario, por la ventana conocía lo que pasaba en la vida de sus paisanos, el cual presentó en una semana cultural en la Casa de la Cultura Cecilia Caballero de López de Valledupar y en una reunión que organizó el gobernador Pepe Castro, que contó con la presencia de Yamid Amat y Gabriel García Márquez, éste último al ver su exposición artística le dijo: “yo le voy a decir una cosa, pero espero no se ponga rabioso, yo no sé si usted se copia de mí o yo me copio de usted, pero nos parecemos”, “La llamada telefónica”, una crítica sociológica de la actualidad del país, basada en la señora María Uhía de Meza, distinguida matrona vallenata y líder cívica, “El velorio”, una puesta en escena con técnica del teatro del absurdo, en la cual personifica a una viuda en estado de histeria que narra la vida y obra del difunto, un velorio al que llegan personajes y artistas famosos a darle pésame y “La lavandera”, una crítica social protagonizada por una mujer en el río donde lava las prendas de la “alta suciedad”, obras que por fuerza de su exposición, son conocidos en varias ciudades de nuestro territorio y países como Panamá, Ecuador, Venezuela y Costa Rica.

Su reconocida experiencia en la actuación, le permitió ser llamado a participar en varios seriados para la televisión nacional, entre ellos, “El siete mujeres”, “Corralejas” y la novela de Escalona. Cabe mencionar su participación como invitado especial en los festivales internacionales de cuenteros “El Caribe cuenta”, organizado por luneta cincuenta en la ciudad de Barranquilla, Sahagún, Córdoba, “Encuentemonos”, Medellín “Festival entre cuentos y flores”, Bucaramanga, invitado especial, homenaje al encuentro Pacho Centeno.

En la ciudad de Valledupar ha participado en algunos de los Festivales con cuentos de su autoría, destacándose “Mi perro, pobre perro”, aquella inolvidable procesión del “Corpus Cristi”, “A mi pueblo no volverán los maromeros”, “El cuento del patacón”, ¡Ay cuando yo iba al cine!. Ha estado en miniseries como la “Si fue gol de Yepes, Tempo 1 y 2, y el documental “El juglar del teatro”.

Al cumplir cuarenta años de realizar su primer monólogo y cincuenta de vida teatral, son muchas las voces que exaltan su trabajo artístico, entre ellos, Deiler Díaz, quien lo considera “El juglar del teatro caribeño”. La inolvidable Fanny Mickey, decía, “que hace un hombre de teatro como William en tierras donde no valoran nada que no sea vallenato” y Waldo Urrego, cuando estuvo en Valledupar y lo vio actuar, “Esta tierra no sabe lo que encierra como actor un talento como William Morón”.

Su trabajo dice que él nació y morirá en el teatro. Su pasión por la actuación y el drama está inmerso en su vida, donde el costumbrismo es una fuerza que lo arrastra a destacarse de manera desmedida, sin dejar de lado, que puede interpretar cualquier personaje dentro del mundo mágico que encierra el teatro de cualquier continente.

Si ven a un hombre trigueño, de 1.69 de estatura, con una pañueleta que cubre casi toda su cabeza y se viste de mujer con un traje de flores que le llega hasta los pies, quien no se queda quieto, haciendo gestos de una vieja comadrona y rezandera, que con camándula en mano, recita de memoria sus 33 avemarías, los cinco padrenuestros y un credo para entrar en el Santo Rosario, cuyos veinte misterios, recogen los eventos más significativos en la vida de Jesús y María, divididos desde la publicación de la carta apostólica en cuatro rosarios, que no le impiden gritarle al nieto, “cuidado con la puerca que se va a comer el maíz”, no lo duden, es él, uno de los monologuista y cuentero más importante que tiene el arte del Caribe nuestro y porque no de Colombia.

*Escritor, Periodista, Compositor, Productor Musical y Gestor Cultural para que el vallenato tenga una Categoría dentro del Premio Grammy Latino.

Por Félix Carrillo Hinojosa

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