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Homenaje: Ernesto “Teto” Ocampo, “Mucho Indio”

Semblanza del recientemente fallecido músico, guitarrista que trabajó con Carlos Vives en Clásicos de la Provincia y La Tierra del Olvido. Un melómano de visita en su casa.

Petrit Baquero * / Especial para El Espectador
05 de octubre de 2023 - 02:00 a. m.
El guitarrista y arreglista Teto Ocampo era conocido por su trabajo conel grupo musical Mucho Indio. Murió el pasado 27 de septiembre a los 54 años de edad.
El guitarrista y arreglista Teto Ocampo era conocido por su trabajo conel grupo musical Mucho Indio. Murió el pasado 27 de septiembre a los 54 años de edad.
Foto: Facebook: Teto Ocampo
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Solamente hablé una vez con Teto Ocampo. Fue hace varios años, por ahí 15 o incluso más, cuando fui a visitarlo a su apartamento en La Candelaria, donde ya era vox populi que allí vivía. Total, Ihan Betancourt, el gran músico que a veces tocaba conmigo (y en esa época, todo el tiempo), era muy cercano a él y también me había dado las señas de cómo llegar. (Recomendamos: Texto de Petrit Baquero a propósito de la muerte del artista Fernando Botero).

El caso es que fui a hablar con Teto, el legendario guitarrista, ya ni me acuerdo por qué, y hablamos como dos horas. Esa vez, pensé que era serio y trascendental, aunque también amable y cálido. Su casa estaba llena de instrumentos de todo tipo, sobre todo acústicos, con flautas, tambores y guitarras (y tiples, charangos, cuatros y hasta un ukelele), principalmente, aunque no faltaban un par de guitarras eléctricas y, tal vez, un teclado. Ya estaba muy metido en su proyecto de investigación sobre las músicas indígenas en Colombia y América Latina, y eso se notaba. Creo que le dije que tocara conmigo en algún concierto próximo, pero me dijo que no, y era obvio, pues él no tocaba con cualquiera. Total, se tomó su tiempo para charlar y darme un par de consejos. Por eso, me fui contento, pues hablé animadamente con una figura clave de la música en Colombia, no conocida por el gran público, pero sí por músicos y gestores culturales de todo el país.

Vale decir que hace unos dos meses, una amiga y vecina de Teto me dijo que le hiciera un perfil, ya que se encontraba muy enfermo por ese cáncer que infortunadamente se lo llevó en poco tiempo. Yo lo pensé y seguro que algo podría haber escrito, aunque también sentí que otras personas, que fueron más cercanas y tuvieron con él muchas más experiencias, podrían hacerlo mejor.

Solo me basta decir que Ocampo fue un personaje fundamental en la música colombiana que, con el impulso de una Constitución Política de 1991 que declaró al país multiétnico y pluricultural, y la emergencia de nuevos proyectos con miradas renovadoras hacia la música tradicional y popular de muchos lugares de Colombia, marcó la pauta para muchos que, desde diferentes flancos, se metieron a investigar, innovar, promover y desarrollar distintas expresiones artísticas sin desconocer la raíz (es más, tratando de conocerla a fondo), al tiempo que se nutrían de las miradas contemporáneas y, si se quiere decir así, globales para sacar algo nuevo. En esto tuvo que ver, sin duda, su historia personal y familiar, además de su gran educación musical en prestigiosas escuelas de Colombia y Estados Unidos, con lo cual tenía bastantes elementos para marcar una pauta, un tumbao y una mirada original y propia.

En ese contexto, su participación como guitarrista y productor de la banda de Carlos Vives (su momento más farandulero) fue relevante, al punto que el concepto sonoro de la versión de “La Gota Fría” marcó el resto del sonido del álbum “Clásicos de la Provincia”. Esto convirtió a Teto en un ícono para muchos que continuaron el patrón rítmico y sonoro que este presentó (de hecho, yo oigo un álbum como “La Tierra del Olvido”, que me parece irregular, pero maravilloso, y no puedo dejar de lamentar para dónde se fue yendo el proyecto de Vives, pero esa es otra historia). Igualmente, fueron vitales sus aportes a proyectos como el “Bloque de Búsqueda” (una versión dura de “La Provincia”, pero sin acordeón y, sobre todo, sin Carlos Vives), “Río Son” (un experimento sonoro salsero, de eso que alguna vez alguien llamó, creo que Fernando España, “salsa ácida”), “Sidestepper” (una propuesta muy interesante de música electrónica con sonidos del Caribe y el Pacífico colombiano, más salsa, son, champeta, música africana y muchas cosas más) y otros más que no recuerdo (ah, y uno que era más de improvisación llamado el “CuarTeto Ocampo”), y que, en general, fueron buenísimos. También lo vi en un programa de televisión en el que viajaba por todo el país presentándonos músicos tradicionales de todas partes, el cual, por cierto, es una joya que valdría la pena volver a ver.

Sin embargo, a pesar del éxito explícito, Teto prefirió quitarse de encima los grandes reflectores y abandonar la seguridad que le daba su participación en propuestas cada vez más comerciales (y que se iban superficializando cada vez más) para no traicionar sus búsquedas personales y su creatividad y esencia artística, es decir, no traicionarse a sí mismo. Era, sin duda, un ser humano honesto con los demás y, sobre todo, con su propio sentir, lo cual es notable en estos tiempos en que solo se vale tener y tener sin saber qué hacer, y, sobre todo, se persiguen desesperadamente objetivos sin buscar el fondo y su razón.

Pero escribo este texto, no tanto para homenajear a Teto Ocampo en general, a quien, sin duda, le podría haber hecho un texto más extenso (y se lo merece), sino para recomendarles el que fue, tal vez, su último registro fonográfico conseguible en tiendas. Se trata del álbum “Mucho Indio” (Polen Records, 2011), el cual pone en evidencia los caminos y objetivos que el artista recorrió y persiguió durante los últimos años. Este CD (yo les he contado que me encantan los CD) lo compré a comienzos de este año, me gustó por su bonita presentación y lo adquirí muy contento, pues no dejaba de darme curiosidad el universo que, de seguro, me iba a presentar.

Y al escucharlo me di cuenta de que “Mucho Indio” es una obra maestra de la música de cualquier tiempo y lugar; es un proyecto que conecta inmediatamente con una profunda raíz sonora de la que participan habitantes de comunidades del Cauca, el Amazonas, la Guajira y la Sierra Nevada de Santa Marta, con el concepto universal, contemporáneo y profundo de su genio creador que él mismo denominó como “paleofuturista”. “Mucho Indio” es todo un viaje, no solo sonoro, sino también geográfico, histórico, personal y conceptual. Su temática y sus pretensiones se sienten desde el comienzo, trasladándonos a otros tiempos y a otras latitudes, aunque también nos devuelven a lo que hoy en día se vive y, a veces, se sufre (aunque también se goza). Es música que sirve para vincularse, meditar y reflexionar, pero también para gozársela bailando, y eso es bastante chévere.

Eso sí, cuando lo oí por primera vez también pensé que se grabó 40 o 50 años después de lo que debía haberse hecho (claro, era imposible que Teto lo hubiera hecho entonces), pues tengo claro que, si se hubiera presentado en esos años (claro, con mejores canales de difusión que los que tuvo), sería considerado, sin duda, una obra maestra de la música de todos los tiempos. Total, lo es de todas formas, porque “Mucho Indio” —y lo digo con firme convicción— está al nivel de los mejores trabajos conceptuales de cualquier banda de rock progresivo de los años setenta o de la mejor música ambiental que surgió después. Tal vez, en Colombia, sería una obra de culto como lo son los trabajos de Yaki Kandru o “Macumbia” de Francisco Zumaqué, por poner un par de ejemplos. O, de pronto, lo será cuando otros lo descubran y pongan a sonar, como debía haber sonado cuando se lanzó. De hecho, el trabajo se presentó en varios lugares, se socializó con las comunidades de las que provienen algunos de los músicos que participaron y tuvo un par de entrevistas radiales y televisivas, pero, en realidad, pasó inadvertido para mucha gente. Y es una lástima, porque allí está presente toda la riqueza sonora, los diversos ritmos, el virtuosismo y la búsqueda permanente y en movimiento de un notable creador que deja una obra trascendental.

Vale decir, y es evidente, que este álbum tiene una poderosa apuesta política, pues el título “Mucho Indio” hace alusión a lo que, por cuenta de nuestras mentalidades aún colonizadas, se ha considerado un insulto, ya que el término “indio” ha sido usado para definir a alguien maleducado, atarbán, ignorante y de origen humilde, siempre mirando por encima del hombro al otro con una pretensión de superioridad que deja ver, obviamente, un tremendo complejo de inferioridad. Por eso, en la contracarátula del álbum, se afirma que “mucho indio ha sido un insulto por mucho tiempo y este es el tiempo en que deje de serlo”. Y para esto, se trabajó con la música de comunidades de los pueblos Kubeo, en el Vaupés; Nasa, en el Cauca; Wayúu, en La Guajira; Arhuaco, de la Sierra Nevada; Muinane, del Amazonas, y otros lugares, pero siempre con la mirada original, profunda y honesta del director de la propuesta. A su vez, las ilustraciones del librito del CD, coloridas y generalmente de rostros, realizadas por el muralista “Guache”, aluden a estas poblaciones que son parte de lo que somos en un contexto al mismo tiempo particular y universal como parte de la apuesta “paleofuturista” que era también un manifiesto (y hay un mural en esa misma onda en el centro de Bogotá). En esta vía, el disco apuesta por volver a la raíz, buscar el crecimiento colectivo, proteger los recursos naturales, darle la mano al que llega o se va; conocer y reconocer al otro como parte intrínseca de lo que somos y queremos ser, y, por supuesto, reconocer nuestros orígenes valorizando a aquellas poblaciones de antes y ahora estigmatizadas por sus propias formas de ser, actuar y mirarse.

Es importante señalar que “Mucho Indio” contrasta con estos tiempos en los que solo lo inmediato, lo que atrapa en menos de 10 segundos y lo que se mastica rápidamente y después se olvida; es lo que se persigue. Y choca con esas miradas de quienes creen que todo lo que no sea “productivo” inmediatamente es descartable, pues están convencidos de que el mundo no se puede cambiar, así sea levemente, ya que cuestionar un orden muchas veces injusto les resulta siendo incómodo. Por eso, es interesante encontrar una propuesta que necesita tiempo para escucharse, asimilarse y gozarse, y por eso me parece obvio que Teto Ocampo no haya continuado formando parte del proyecto de Carlos Vives, pues no me lo imagino tocando esas baladas con beat de reggaetón (eso sí, Ocampo siempre agradeció a Vives el haber formado parte de su proyecto y trayectoria, a quien nadie le va a quitar lo tocado y bailado).

Y dicho esto, es triste saber que partió, sin duda prematuramente, el gran Ernesto “Teto” Ocampo, a quien no le hice un obituario, como esos que hago cuando una gran figura se marcha. Sin embargo, quise aprovechar este espacio para presentarles (o recordarles la existencia de) este bonito, trascendental, virtuoso y honesto trabajo discográfico; uno que, sin duda, si le ponemos atención, nos ayudará a conocer ese camino que él quiso que recorriéramos, a nuestra manera, pero honestamente, como bien lo supo hacer el artista y ser humano que se fue y que nos iluminó a su manera durante el tiempo en el que pasó por este mundo.

¡Que siga el buen camino, maestro Teto!

* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Es autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012), La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017) y Manual de Derechos Humanos y Paz (CINEP/PPP, 2014).

Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

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