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Siempre me gustó el sonido, estilo y swing de Larry Harlow, “el judío maravilloso”, como lo llamaban. Y si bien, con el paso de los años, su figura pasó un poco a segundo plano, sobre todo por su temprano retiro del sello Fania Records, de quien era uno de sus más importantes productores e intérpretes (siendo, además, el pianista original de la Fania All-Stars), no dejó de cautivarme su mezcla consciente entre los sones tradicionales, pero al tiempo innovadores, del cubano Arsenio Rodríguez, pero con ecos evidentes del rock y el soul estadounidense de los años 70. (Recomendamos: Petrit Baquero escribe sobre el legado del Grupo Niche).
Por eso, para los salseros de vieja guardia, pero también para aquellas personas que empiezan a buscar con curiosidad esas sonoridades que por un buen tiempo parecían sepultadas por las de baladistas disfrazados de salseros (que ahora se disfrazan de reguetoneros), Harlow es, sin duda, uno de esos grandes nombres, inolvidables y legendarios, que dibujó muchas páginas artísticas de un movimiento sociocultural que se tradujo en formas de ser que, sin negar las tradiciones, se manifestaban en las caóticas sociedades urbanas contemporáneas. (Crónica de Petrit Baquero sobre Johnny Pacheco).
Mejor dicho, Harlow simboliza (claro, como tantos otros) lo que era —¿es?— la “salsa”, esa amalgama sabrosa, agresiva y potente, entre la tradición y la modernidad, de ritmos y sonoridades que, en la cocina multicultural de Nueva York, supo hermanar la tradición y la vanguardia, lo rural y lo urbano, lo “latino” y lo gringo, lo caribeño y lo de muchas otras partes, para regarse, como un virus benigno, primero por el Caribe urbano en español y luego por todo el mundo.
Nacido como Lawrence Ira Kahn-Sherman, el 20 de marzo de 1939, en una familia judía (madre ucraniana y padre de origen austríaco) asentada en Brooklyn, Nueva York, Harlow se destacó en la música desde muy joven, cautivándose por la música afrocubana que su padre, un melómano consumado y cantante profesional, coleccionaba. A esto, le siguió el aprendizaje callejero en el South Bronx y el Spanish Harlem (el “Viejo Barrio”) donde sonaban por todas partes Machito, Tito Puente, Tito Rodríguez, Noro Morales y Joe Valle y su orquesta, al tiempo que tomaba clases en la High School Music and Art, en Manhattan, donde aprendió gran técnica, aunque aún sin el tumba’o que después lo caracterizó.
Pero, claro, todo es un proceso, y luego de una audición en la que le dijeron que le faltaba “clave, sabor” y conocimiento del “guajeo” del piano (mejor dicho, que tocaba como “gringo”), compró varios discos y se encerró a estudiar a los mejores pianistas “latinos” de la época, de los cuales aprendió tumba’os, solos y armonizaciones. Posteriormente, viajó a Cuba, la mata de casi toda esta música, y se maravilló con los universos sonoros de la Orquesta Aragón y, sobre todo, del “ciego maravilloso” Arsenio Rodríguez, uno de esos nombres fundamentales en la música del Caribe, pues, además de sus canciones y gran capacidad interpretativa, estableció formatos instrumentales y estructuras temáticas, que muchos, sin saberlo (o sin darle crédito deliberadamente), continúan utilizando.
Con el tiempo, Harlow se convirtió en uno de los pianistas más reconocidos de la escena “latina” de Nueva York, siendo uno de los primeros artistas (junto con Johnny Pacheco, Bobby Valentín, Ray Barretto y Willie Colón) firmados por el naciente sello Fania que, en cuestión de una década, cuasimonopolizó la música caribeña en español de Nueva York, al punto de bautizar a toda esa naciente amalgama musical (sí, naciente, aunque con una larguísima tradición) con el muy comercial nombre de “salsa”, el cual aún genera polémica, a pesar de que la discusión parece —ojalá— casi superada.
Con el sello Fania, Harlow grabó discos maravillosos en los que, sin negar la tradición afrocubana (pues, incluso, se involucró bastante en las expresiones religiosas yorubas), le metía un toque, no solo sonoro, sino también visual, de rock, soul y otras expresiones musicales del momento. Esto se manifiesta en las carátulas de sus discos, en su abierta y deliberada pinta contracultural (vean las fotos de su juventud) y en los aportes que hizo, no solo en sus álbumes, sino en las producciones que desarrolló para otros artistas (Johnny Colón, Frankie Dante, Orquesta Dicupé, Ralph Robles, La Sonora Ponceña, Markolino Dimond, Rafi Val, Andy Harlow, Justo Betancur, Tito Ramos, Lebrón Brothers, Joey Pastrana, Latin Fever y muchos más).
Con esto, vale decir que el aporte de los judíos neoyorquinos a la salsa va mucho más allá de lo que han hecho los grandes empresarios que creaban y dirigían sellos disqueros y emisoras, pues jamás se podrá olvidar a músicos y arreglistas como Lewis Kahn (mis respetos por ese sonido en el trombón y el violín), Barry Rogers (para muchos, el ejemplo del sonido salsero del trombón), Andy Harlow (para algunos, mejor que su hermano Larry) y, por supuesto, el gran Larry Harlow, entre muchos más. Mejor dicho, no sobra decir que, si bien la salsa en Nueva York fue construida principalmente por latinoamericanos o descendientes de estos, el aporte de muchos más es evidente y fundamental.
Siempre me gustó Larry Harlow por su concepto musical, con una banda (la legendaria Orquesta Harlow) que mezclaba trompetas y trombones (tocadas, por cierto, por “gringos” que venían del soul y el rock con vientos) y que sonaba sabrosa y agresiva, con sus excelentes cantantes (en su momento, pasaron por ahí Felo Brito, Monguito, Ismael Miranda, Júnior González…) y novedosos arreglos. Sobre todo, me gustó Larry Harlow por sus propuestas de avanzada, que dejaban ver que se podía pensar en álbumes conceptuales, fusiones progresivas y temáticas con reivindicaciones sociales que aún son urgentes y necesarias.
Sus álbumes más importantes fueron, tal vez, Abran paso, Tributo a Arsenio Rodríguez, Salsa (¿se acuerdan del megahit medio charanguero “La cartera”?) y, al menos para mí, Hommy (pronunciado “Omí”), la primera ópera salsa que, compuesta con Heny Álvarez, y claramente influida por Tommy, la ópera rock del grupo británico The Who, recreó la historia de un niño sordo, ciego y mudo en el barrio latino de Nueva York que resultó siendo un virtuoso para tocar el bongó. Por Hommy pasaron grandes artistas, se innovó en el desarrollo de arreglos instrumentales (como el uso de cuerdas que creaban “universos cinematográficos”), se apeló a varios de los mejores cantantes del sello Fania (Justo Betancourt, Cheo Feliciano, Adalberto Santiago, Júnior González, Pete “el Conde” Rodríguez…) y —vale la pena decirlo con fuerza— se involucró a Celia Cruz —en ese entonces, parcialmente por fuera de la escena musical— en el universo de la salsa, lo cual le sirvió a esta para dispararse, otra vez, cantando en esa ópera salsa el inolvidable tema “Gracia divina”.
Y, claro, si se habla de Harlow jamás se podrá olvidar su papel en las grabaciones de la legendaria Fania All-Stars, con la cual viajó por casi todo el mundo llevando la bandera de una música que a muchos nos identifica, acompaña y, por supuesto, hace felices.
Otro disco fundamental de Harlow, es La raza latina, una suite que pretendió realizar un recorrido por la música afrocaribe del pasado, el presente y el futuro (que, por cierto, puede sonar timbera, porque creo que la vanguardia de esta música volvió a Cuba), que, si bien no tuvo gran éxito comercial, es apreciado por melómanos y coleccionistas, como una obra fundamental (o, bueno, por lo menos para mí). Y es que Harlow hablaba de la “raza latina”, una idea que todavía se reivindica y que el pianista asumió como suya, siendo diciente que aquel judío hijo de inmigrantes de Europa del este, bautizara a uno de sus discos como Soy latino (que, a veces, es una clara idea anglocéntrica de otredad), porque así se sentía cuando llegaba al “barrio” o a cualquier lugar en donde se gozara su música. Eso sí, tampoco dejó de lado el rock y hay grabaciones que lo corroboran (para la muestra, busquen las grabaciones de la banda Ambergris en las que tocaba con el otro “judío maravilloso”: Lewis Kahn. Les recomiendo el tema “Something Happened To Me”, que recomienda el melómano José Alfredo Romero).
Con la partida de Larry Harlow, otro monstruo se nos mudó a ese “otro barrio” al que alguna vez llegaremos todos. Mientras tanto, que bien valga volver a apreciar su maravillosa obra, pues este gran artista representa a la salsa, con su profunda y larga tradición, pero también con su mirada, sonoridad y expresividad urbana contemporánea, que no niega la raíz afrocubana, pero comprende que, en nuevos escenarios, nuevas realidades y distintas influencias (incluso, de un pianista judío de padres europeos), la música identifica a una sociedad, pero también puede marcar nuevas pautas para lo que viene después.
* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Autor de El ABC de la mafia: radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012), La nueva guerra verde (Planeta, 2017) y Manual de derechos humanos y paz (CINEP/PPP, 2014).