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El país que le tocó
El día que nació Jesús Abad Colorado López en Medellín, sábado 22 de abril de 1967, Colombia estaba en guerra sin que nadie lo admitiera; la campesina familia Colorado López vivía en la ciudad a causa de esa violencia cuando el término desplazado no hacía parte del vocabulario nacional; el Gobierno, que ya había autorizado la creación de autodefensas para combatir a la naciente guerrilla de las Farc, decretó luto nacional porque “bandoleros de la misma banda de Tirofijo emboscaron y asesinaron a seis militares en Chaparral, Tolima”, región declarada “república independiente” por campesinos que se cansaron de pedir carreteras para sacar sus cosechas de café y combatían al Estado con carabinas.
Según los periódicos de la época, la orden del presidente Carlos Lleras Restrepo fue contraatacar a sangre y fuego y crear una nueva brigada del Ejército en Neiva “para contener el avance sedicioso hacia el Huila”. Esa ciega violencia, que figura con mayúscula en nuestros libros de historia, se repetiría día a día, con el poder de una maldición, cinco décadas más.
Entonces los reporteros tenían prohibido acercarse a las zonas de combate, solo publicaban la versión de las autoridades y las únicas fotografías captadas eran de uniformados heridos en los hospitales. El mismo día que nació Jesús Abad Colorado López se decidió la expulsión del periodista mexicano Mario Menéndez, director de la revista “Sucesos”, por venir a Colombia, cámara fotográfica en mano, a entrevistar a los jefes de la guerrilla Ejército de Liberación Nacional. Un editorial del El Espectador ató cabos y advirtió sobre la “vietnamización” de Colombia.
Padre y madre
(Me envió la foto por Whatsapp el 24 junio de 2017, avisándome de la muerte de su padre)
“Mis padres con algunos de los productos que cultivaban en una parcela de una cuadra, que era todo lo que tenían, y les bastaba para amarse, amar la vida y a su familia. Era verdad y bondad tanta belleza de un hombre campesino y sabio y la de mi madre, Josefa, que le sobrevive. Papá era un hombre honrado y noble, que nunca conoció la pereza, justo y ético, solidario, amoroso, y no toleraba ni las malas palabras en nuestra boca.
Mi padre, Héctor de Jesús Colorado González, nació en 1930 en San Rafael, Antioquia. De niño, su familia se fue a vivir a San Carlos y de allí huyó desplazado entre lágrimas y con las manos vacías junto a mi madre y mis hermanos mayores y tíos en 1960. Huyó por el asesinato de mis abuelos y un tío por ser liberales en un pueblo conservador de un país que todavía hoy no respeta la palabra, la vida y la tierra de los campesinos. Papá y mamá, maestra y novicia, que muy poco estudiaron en la escuela, nos enseñaron siempre que la educación, la solidaridad, la justicia y el respeto a las ideas eran el antídoto a la violencia.
Papá murió amando la vida y alimentando en nuestro espíritu la construcción de un país con paz para todas las personas, y eso incluye a la naturaleza. Cada día y para cada viaje le pedía su bendición junto con la de mi madre para sentirme protegido de su amor infinito. La última bendición se las pedí antes de partir a la vereda Gallo, en Tierralta, Córdoba, el lunes 19 de junio. Mi padre sabía de mis viajes para un registro sobre los últimos días de las Farc en armas —tras el Acuerdo de Paz con el gobierno de Juan Manuel Santos— y me preguntaba al regresar sobre esas tierras fértiles y me pedía atento que le contara historias de lo que sucedía. Ayer que regresé lo encontré en un pequeño cofre con sus cenizas. Abracé a mamá y también su almohada para sentirlo. Si me preguntan qué siento, debo decirles que continuar creyendo en un país mejor, porque su bendición es un amor infinito y es ejemplo”.
Los abuelos en sus palabras
“Mi abuelo José María Colorado y mi tío Germán fueron asesinados el 17 de agosto de 1960, por ser liberales en un pueblo conservador como San Carlos, Antioquia. Mi abuela María Dolores González murió cuatro meses después, el 14 de diciembre, de pena moral. Otro tío fue asesinado y desaparecido en el Magdalena Medio para quitarle su tierra. Dos de mis primos también fueron desaparecidos. Uno de ellos vivía en La India, Carare, Santander.
En agosto de 1981 lo detuvieron, lo llevaron al batallón militar de Cimitarra junto a otro de mis tíos. Este último fue liberado. Pero a mi primo Abelardo Galeano, su esposa y sus tres hijos los dejaron en tinieblas. Otro primo fue secuestrado por las Farc en el Meta, en septiembre de 1994. La familia pagó parte de lo que le exigieron, pero le dijeron que el dinero que entregó solo alcanzaba para su comida durante el cautiverio. Se llamaba León Urrea y era padre de cuatro niñas. Una prima fue fusilada el 2 de agosto de 2002 por el noveno frente de las Farc, en San Carlos, Antioquia. Se llamaba Carmen Gallego. Mis abuelos habían sembrado en su familia amor y no sed de venganza. Por eso huyeron y nunca quisieron propagar el odio, porque sabían que éste se riega como el fuego”.
Lecciones de reportería
Nos conocimos en los años 90, cubriendo hechos de guerra en Antioquia, él para el diario “El Colombiano”, yo para la revista “Cambio” y el diario argentino “Clarín”. Vi que sus fotos y métodos eran distintos. Aprendí de su paciencia, de su perseverancia, de su manejo de fuentes, sobre todo de su humanidad, cuando trabajamos juntos desde 2001 haciendo reportajes para la revista “Cromos”. A veces nos cruzábamos, como en la matanza de Bojayá en mayo de 2002. Cuando yo llegué en un helicóptero del Ejército, él ya iba por el río acompañando en su huida a los sobrevivientes.
Se bajó de las aeronaves oficiales antes que yo para no quedarse con las versiones de los poderosos y mirar la realidad desde la supervivencia de los indefensos. Semanas y meses después acompañamos a los desplazados de regreso a su caserío palafítico. Ese mismo año, en octubre, fue mi guía en la Comuna 13 de Medellín durante la operación Orión, un combate urbano de las Fuerzas Armadas oficiales, y paramilitares aliados, contra milicias de la guerrilla.
El Gobierno usó helicópteros artillados habiendo civiles de por medio. A todos los confrontamos. Nos altó Mauricio García, fundador de las Autodefensas Unidas de Colombia y comandante del bloque Metro en esa ciudad, y Chucho no quedó tranquilo hasta que lo entrevistamos en las escarpadas montañas de San Roque, poco antes de que lo mataran en 2004.
El deber cumplido de una familia
Jesús Abad con Patricia Builes, “mi compañera”, la llama, y sus hijos, “mis muchachos”, Manuela y Santiago. Los conozco y sé los esfuerzos que han hecho, el miedo que enfrentaron por el trabajo de Chucho, que incluye dos secuestros por parte de las guerrillas Eln (2000) y Farc (2003). Son conscientes de su papel, en especial Patricia, que también se desvela por aportar algo desde su profesión de comunicadora para una sociedad pacífica.
Ha sido defensora de derechos humanos y se especializó en derechos de género, para que a las mujeres se les dé un lugar de respeto y decisión. En abril del año pasado los acompañé al lanzamiento de “El testigo”, el documental de Caracol Televisión dirigido por la británica Kate Horne, sobre la vida del fotógrafo que también merece el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo por mostrarnos el país que todavía nos negamos a ver, el de las víctimas que, en medio del dolor, resistieron guerrillas, paramilitares, fuerzas del Estado, todo tipo de violencias que hoy mutan en nuevas mafias armadas, héroes que debemos acercar a nuestros corazones para poder hablar de paz verdadera.