“La casa de las flores 3”: perder es ganar un poco

Después de una fallida segunda temporada, el director Manolo Caro logra un cierre bastante aceptable y solucionar, por fin, la partida de Verónica Castro.

Pablito Wilson / @pablitowilson
03 de mayo de 2020 - 02:00 a. m.
“La casa de las flores” es una creación de Manolo Caro, quien fue contratado por Netflix para nuevos proyectos. / Netflix
“La casa de las flores” es una creación de Manolo Caro, quien fue contratado por Netflix para nuevos proyectos. / Netflix
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La casa de las flores nunca fue una serie sobre la vida de Virginia Aguirre (De la Mora), sino sobre el hogar habitado por ella, y claro, sobre el cabaret del mismo nombre. Una trama que conecta dos lugares en los que ocurren acontecimientos públicos y privados de una familia, e incluso de una ciudad, que pueden compartir tanto valores como perversiones y que se diferencian por las fachadas.

El ahorcamiento de Roberta da paso al primer elemento de peso que muestra esta conexión. La “otra” de Ernesto de la Mora se suicida en La casa de las flores (la de la familia) y luego es velada en La (“otra”) casa de las flores: el hogar de la diversidad sexual administrado por ella.

Si a este detalle sumamos la partida de la matriarca (en el último capítulo de la primera tanda), podría pensarse que este cierre para el personaje de Verónica Castro, actriz que la interpreta, no debería haber significado mayor problema para los realizadores de la serie.

Pero ocurre todo lo contrario, el intento por mantener viva su memoria hace que la serie genere un peso muerto —parecido al de la partida de Kevin Spacey en House of cards—, que recién se revolverá entre los últimos once capítulos con la brillante idea de retomar la adolescencia de Virginia, Ernesto, Carmela, Salomón, Agustín y Patricio.

No solo se trata de personajes, en su mayoría entrañables y bien logrados, sino de piezas fundamentales para entender varias historias hasta este punto inconclusas.

Por ejemplo, la insoportable Carmela termina llenándonos de empatía a través de la intrínseca inocencia de Ximena Sariñaña; ya no es la chismosa que la serie presentó en las primeras temporadas, sino una dulce mujer que no logró imponerse ante la presión social de la época contra la que siempre se reveló Virginia.

Ernesto se presenta como un sujeto tan terrenal como encantador (al menos en la juventud), que tanto por amor (de amigo) como por necesidad económica, deja a su amor (romántico) y se convierte en el padre de una niña (Paulina) que bien sabe que no es suya. Una niña que ahora se nos revelará, que tal vez no sea hija del doctor Salomón, sino de Pato, el amigo gay.

La forma tan brutal y cobarde en que este es asesinado por su amante, Agustín Corcuera (el padre de la Chiquis y del Boludín Corcuera), hace que nos planteemos en el sentido más patriarcal del término quién es el verdadero maricón.

Es decir, “marica” es un término que por ignorancia suele aplicarse como sinónimo de cobarde. Pero, ¿quién es más “marica”, el hombre que declara su amor, o el que lo golpea hasta la muerte y encima en manada?

Estas nuevas microhistorias retro son el mayor acierto de la temporada recién estrenada por Netflix, pero no el único. Conocer más de la psicópata abuela Victoria ayuda a entender mejor los orígenes de los protagonistas, y un mejor desarrollo de Purificación ayuda a comprender mejor las incertidumbres de su hermana trans.

Incluso la terapia de deshomosexualización (¿acaso la RAE acepta esa aberración de palabra?) de Diego arroja luces sobre él y nos hace sentir al personaje mucho más cercano que en los episodios anteriores.

Las tramas innecesarias se mantienen, tal vez para no perder la credibilidad, pero afortunadamente pasan a un segundo plano.

Lo que sí tiene mucho sentido es el contundente mensaje en contra del pop prefabricado que se muestra tanto en la naturaleza de la “hazaña” musical de estos chicos como en la selección de canciones de ese “otro” pop que van sonando en la trama: Gloria Trevi (que aún en tiempos de perreo milenial logra frescos “hitazos” como Ábranse perras), Mon Laferte, La Prohibida, Jenny & The Mexicats y hasta la propia Sariñaña —en compañía de la actriz Paz Vega— interpretando Cosas del amor, original de Ana Gabriel & Vikki Carr.

La serie se vuelve un poco más dinámica, pero también se llena de subtramas que cuesta resolver adecuadamente en las poco menos de seis horas que han quedado pendientes. Y eso que la momentánea ausencia de Diego (Juan Pablo Medina) relaja la carga sobre el personaje de Julián (Darío Yasbek) y el coma de Elena (Aislinn Derbez) tiene el mismo efecto en ella.

Las interpretaciones de actores y actrices como Cecilia Suárez (Paulina) y Paco León (María José) se sostienen por sí solas. Quizás porque se trate de los personajes menos odiables de toda la trama.

Isabel Burr, por su parte, logra mantener en perfecto equilibrio la rebeldía juvenil y una fuerte personalidad cimentada en la inteligencia de una imponente Virginia, como si rescatara rasgos de una Adela que interpretó hace tiempo en Niñas mal, pero que ahora no se aproxima a los veinte, sino a los treinta o cuarenta.

¿Y la inclusión de Cristina Umaña? Mmm… resulta forzada. Como si después de haberle dado el papel de abogada que gestiona una salida de la cárcel no hubieran tenido muy claro qué hacer con ella.

Pero todas las series tienen buenas y malas temporadas, así que más que destripar el producto por los errores de la segunda edición, preferiría remarcar que La casa de las flores comenzó siendo una serie con elementos de novela y se transformó en una novela con estructura de serie.

En síntesis, La casa de las flores será recordada como un proyecto intrépido, único: culpable del magnífico regreso actoral de Verónica Castro, la trasnacionalización de la hoy en día icónica Cecilia Suárez o el gran debut de Alexa de Landa (Micaela).

A muchos podría sorprenderles una abogada trans, pero la construcción del personaje de María José y la respectiva interpretación de Paco León hacen que parezca lo más normal del mundo. Así que es posible que, al menos en la filmografía latinoamericana, nunca haya existido una historia que involucrara tantos personajes sexualmente diversos, logrando que el espectador los sienta naturales. Manolo Caro se merece hacer historia por ello.

Por Pablito Wilson / @pablitowilson

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