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1.
21 de octubre de 2015. El día que Marty McFly debió haber llegado. Se hicieron encuestas por todo el mundo preguntando lo obvio ¿Qué haría si pudiera viajar en el tiempo hoy mismo? Muchos hablaron de salvar presidentes asesinados. Otros hablaron de salvar familiares, naciones o de evitar su propio nacimiento. Pero un cinéfilo bogotano aseguró que viajaría en el tiempo sólo para volver a ver Volver al futuro por primera vez.
Sabe que no puede hacerlo porque las primeras veces son irrepetibles, pero al menos quiere contemplarse a sí mismo, con ocho años de edad, viendo Volver al futuro por primera vez, de nuevo. Quiere recordar y registrar (en cámara, si es posible) todos los matices de esa reacción pura y espontánea: esa euforia, ese miedo, esa sorpresa, esa incredulidad y maravilla ante el milagro, esa intriga, ese estar al borde de la silla/cama, esa emoción de que la primera vez que ve la película es también la primera vez que la graba, la primera vez que graba en general y la primera vez que inmortaliza un material para hacerlo volver mediante la repetición entusiasta y verificatoria, esa verificación necesaria para comprobar que la película gusta aún y no es un truco sucio de la memoria emotiva. (Más: El costo de la memorabilia de Volver al futuro).
Quiere registrar esa emoción, estudiarla y consumirla muchas veces para reactivarla. En caso de no lograr la resurrección emocional, se conforma con imitarla, actuarla o reproducirla mediante ensayos y repeticiones, mediante ejercicios y rutinas, como quien se aprende una coreografía muy específica. Quiere recuperar (actuada o inspirada) esa emoción porque hace mucho no la vive y sabe que está a punto de olvidarla; y aunque la película le sigue gustando mucho y aprende un poco más de ella con cada visionado, sabe que le gustaría más (y mejor) en la medida en que recuerde con mayor nitidez esa sensación. (Lea una crítica del columnista sobre la serie Dark II).
Grabó la película en VHS y se la repitió unas sesenta y siete veces. Y aunque la grabación se hizo en condiciones paupérrimas (Full screen, Canal A, doblaje al español latino), a él no le importa, de hecho le gusta mucho recordar la película así, con todos esos problemas, porque esa es su versión original, el auténtico canon. Después salió al mercado una versión en VHS, costosa, de lujo, que le negaron sus padres para navidades pero que igual se compró en un mercado de las pulgas. Años más tarde, adquirió el DVD original con audio remasterizado y características especiales y luego el DVD HD (ese aparato raro que parece salido del universo alternativo que aparece en la secuela) que tuvo que reemplazar por la correspondiente copia en Blu-ray, cuando la contienda empresarial finalmente se resolvió. Compró todos estos productos esperando volver a ver su película. Y aunque sacó tiempo, corrió las cortinas, despachó gente, se sentó y lo intentó muchas veces, siempre terminaba admitiendo que no era igual: demasiada calidad, demasiada nitidez, demasiada remasterización, demasiado lujo digital. Hacía falta esa suciedad y ese ruido de la cinta magnética. El viaje en el tiempo panorámico no le parecía igual de satisfactorio a aquel visto en 4:3, en el Samsung nueve pulgadas de su infancia. El viaje en el tiempo sonando en Dolby Surround 5.1 no era igual que aquel que había quedado registrado con su cable RCA medio dañado.
2.
Las ediciones lujosas, además de calidad adicional, contenían otros materiales ausentes en el VHS (mal) grabado de Canal A: documentales, audiocomentarios, reportajes y otros contenidos extra que le enseñaron mucho sobre la película y sus condiciones de producción. Tal vez demasiado, pensaría después. Le enseñaron sobre Eric Stoltz, sobre las vicisitudes de los rodajes, sobre la trilogía entera, sobre lo inmortal que era la primera película, lo conceptual y rompedora que resultaba la segunda y lo casi prescindible que era la tercera. Le enseñaron sobre efectos especiales, sobre las condiciones de producción y sobre muchas otras cosas que a él no le interesaban pero que aprendió igual, porque pensó que capaz podrían salvarlo de alguna situación incómoda futura. Pero lo cierto es que, aunque podía memorizarlos casi sin proponérselo, encontraba inoficioso tanto dato aleatorio. No entendía por qué el estudio invertía tiempo y recursos explicando ese tipo de cosas, pero no explicaban ni cómo se viajaba en el tiempo ni por qué él era incapaz de arrancarse esa película de la cabeza. En cualquier caso, le hubiera gustado acceder a estos materiales un poco más maduro, para no hacerse ilusiones y no tener que romperse el corazón más tarde. Porque, cuando está lo suficientemente eufórico y “pensando tetra-dimensionalmente", no tiene reparos en reconocer que, durante mucho tiempo, antes de que se inventaran los viajes en el tiempo reales, creyó que los viajes en el tiempo de Volver al futuro habían sido auténticos y que las películas eran una fachada para encubrir el más grande descubrimiento de la humanidad.
Solía decir, por ejemplo, que la primera película de Volver al futuro registra el primer viaje en el tiempo realizado a 1955, puede que para alguna intervención política, para curar alguna enfermedad, para evitar el nacimiento de alguien, o para cualquiera de esas cosas que se hacen cuando descubren o inventan el viaje en el tiempo. Es bastante probable que se haya hecho algún cambio en la continuidad espacio temporal y que nosotros estemos viviendo el presente alternativo de esa continuidad, la consecuencia de ese cambio. La película confiesa abiertamente eso, (se pueden hacer cambios siempre que se socialicen ante la humanidad), pero esa confesión está mezclada con aventuras cómicas, con comedia familiar y hasta con algo de melodrama en pos de trasmitir una información verídica mezclada con ficción, para que entre mejor, más amablemente, pero sobre todo, para evitar alterar a la población mundial.
La segunda película habría hecho lo mismo con el año 2015 y la tercera con 1885. Y todos esos documentales y making of habrían sido manufacturados a medida de la mentalidad colectiva ochentera y noventera. Al cinéfilo le gustaba pensar que, así como ocurrió con Kubrick, la NASA y con Barry Lyndon, podría suceder algo similar con Volver al futuro. La organización encargada de inventar/administrar los viajes en el tiempo (en aquel entonces) y Hollywood se habrían aliado para beneficio mutuo: la organización proporciona una tecnología nueva para alimentar e inspirar a los creadores; y Hollywood, al tiempo que socializa los viajes encubriéndolos de ficciones palomiteras, invierte parte de las regalías de taquilla en investigación para seguir haciendo viajes del tiempo cada vez más seguros y mejores, pero sobre todo, cada vez más sutiles.
3.
Todas las versiones de Volver al futuro (VHS, DVD, Blu-ray) traían outtakes, escenas descartadas no oficiales. Pero no se trataba de escenas eliminadas que luego se incluían en versiones extendidas o en cortes de director. No. Se trataba de escenas canónicas que habían quedado fuera por culpa del programador de Canal A. Un programador probablemente somnoliento, seguramente mal pago, que había mochado aquí y allá para ajustar la parrilla y poder meter un comercial más. Aunque también varias omisiones eran responsabilidad suya, del cinéfilo mismo, de ese niño entusiasta que había mutilado su película favorita sin saberlo, sin maldad, simplemente por ser todavía un grabador/editor amateur que se distrae durante los cortes a comerciales, probablemente en el baño, evacuando una orinada que venía aguantando desde el minuto 8 de película, o en la cocina, robando leche en polvo. Durante la adolescencia, se reprochó esa mala grabación iniciática, esos comerciales criollos que se colaban y se confundían con las propias propagandas de la película. Aunque también era cierto que esas interrupciones terminaban siempre integrándose con la trama escrita por Gale y Zemeckis, como si el consumo de Avena Quaker fuera indispensable para viajar en el tiempo, siempre y cuando se acompañara con esa Malta Leona del siguiente corte y siempre y cuando se pagara con dinero ahorrado en el banco Caja Social, cuyo comercial abría el tercer acto.
Así como muchos especialistas hablan de "el corte del productor" y de "el corte del director"; el cinéfilo siente que también debería haber "un corte del espectador ideal” que, por supuesto, es él, debe ser él, espera ser él o al menos está tratando de hacer méritos para agenciarse una nominación. No disfruta las versiones nuevas y “mejoradas” que el mercado ofrece; casi diría que le asquean, principalmente porque muchas vienen en inglés. Y aunque es bilingüe y sabe que el inglés es la lengua por excelencia del viaje en el tiempo (por aquello de HG Wells), nunca ha tenido reparos en reconocer que prefiere la versión doblada de varias películas, pero sobretodo, la versión doblada de Volver al futuro (y no de Back to the Future). Ha perdido amigos por esto. Ha perdido también oportunidades laborales y amorosas. No le importa. Siempre que se lo pregunten, siempre que se presente la oportunidad, no dudará en decir que odia escuchar a Christopher Lloyd dando voz al doctor Brown; prefiere con creces a Federico Romano. Tampoco le gusta Michael J. Fox dándole voz a Marty McFly; prefiere mil veces a Roberto Carrillo. De hecho, aunque entre la primera y la segunda película hicieron muchos cambios de elenco (Jeffrey Weissman y Elisabeth Shue), lo que realmente le incomodó de la secuela fue el reemplazo que hizo el estudio mexicano de doblaje de Carrillo por Mares Jr., y de Romano por Pedrini. Y aunque Volver al futuro Parte 2 le parece objetivamente mejor película que la primera, más robusta, más conceptual, más viaje en el tiempo puro y duro, no puede preferirla por encima de la primera por la traición que implicó el cambio de actor de doblaje. Tiene sus principios cinéfilos y narratológicos, pero su oído es mucho más caprichoso y parece estar comprometido de lleno con el McFly de Carrillo. Los demás actores le dan igual y no se incomoda por los cambios que se hayan hecho. Pero considera que el viajero del tiempo más canchero y uno de los inventores del viaje en el tiempo más carismáticos, merecen voces acorde y, aunque suene raro, los actores que encarnaron dichos personajes, los dueños de esos cuerpos, de esas bocas, de esas cuerdas vocales, de esos pulmones y de los órganos que se requieran para producir voces, no son los indicados. Nunca ha podido explicarlo racionalmente, aunque las razones emocionales las tiene clarísimas y las considera indiscutibles, aunque nunca las exponga en voz alta.
Pero si hubiera hablado habría dicho que le enternecían esas limitaciones/características/pendejadas del doblaje ochentero que siempre asoció con esta película antes que con la propia industria: esos “rayos”, esos “carambas”, esos “santa ciencia”, esas traducciones raras que luego no reconocía cuando veía la misma película subtitulada o cuando ya habiendo aprendido inglés pudo traducir él mismo esos vocablos legendarios. Le gustan esas particularidades del doblaje arcaico ochentero porque siente que de alguna manera está vinculado con el viaje en el tiempo producido en esa película o con la experiencia de un niño enfrentado a los viajes en el tiempo. Tal vez el inglés es la lengua del viaje en el tiempo, pero el doblaje al español neutro (mexicano) tal como se concebía en los ochentas, es la lengua indicada para mostrarle el viaje en el tiempo a un niño solitario, para mostrárselo y para hacerlo adicto. Por eso ha comprado varias copias del DVD (algunas las ha robado incluso) buscando nuevamente oír esas voces, pero no las consigue porque han cambiado el doblaje, han cambiado los actores y directores de doblaje por un tema de derechos, por inconformidad, por vencimiento de términos, por desgaste auditivo o por lo que sea. Cada día revisa de nuevo Amazon, ebay y otras páginas menos legales como piratebay. Busca copias raras, copias nuevas, copias de coleccionista, ediciones excéntricas que salen a la sazón de un aniversario u otro, de alguna fecha que valga la pena conmemorar para vender el mismo producto de nuevo. Todos los días busca durante una hora o dos, aunque sepa que no va a aparecer nada, siente que tiene que hacerlo por si pasa y algún otro comprador más loco que él se le adelanta.
Cada tanto, los informes de actualizaciones de stock le notifican que acaba de llegar a Amazon una nueva edición que contiene pista de audio en español. La compra y se da cuenta de que sí está en español, pero en español del malo, español españolete. Aunque las ediciones que contienen pista de audio en español latino tampoco son mejores, porque se trata de español latino, sí, pero doblado en otra parte, doblado en Venezuela, o en Chile, o en Colombia incluso, o puede que en el mismo México, pero por otros actores, por unos nuevos, por unos diferentes porque los tiempos cambian, los millenials necesitan escuchar voces nuevas, voces frescas y también voces más acorde con los gustos de esos ejecutivos que manejan las compañías de doblaje. Hace tiempo que no escucha ese audio con las voces de Carillo y Romano, así que cuando se cansa de intentar y de comprar y de encargar y de hacer favores “a cuenta de”, de visitar colecciones privadas y videotecas universitarias donde se le burlan por buscar una película mainstream en lugar de algo comprometido con la realidad actual del país, decide que va a volver a la fuente original. Salvo que esa “fuente original” es un casete de VHS y cuando comprueba que se trata del casete negro con calcomanías y letras blancas, sabe que está perdido. La película sí se grabó allí a finales de los noventas y sí estuvo allí varios años, pero también es cierto que fue sobre-escrita. Trata de precisar qué tipo de material pudo haber grabado como sustituto, pero cae en cuenta que puede haber decenas de capas con materiales superpuestos de toda índole, materiales que dejaron Volver al futuro muy muy atrás, o más bien, muy muy debajo, en ese antiguo debajo analógico y magnético que hoy ya suena y se lee caduco, pero que se relaciona, si se piensa bien, con la reescritura propia de realidad que se debe dar cuando se cambian las cosas mediante viaje en el tiempo.
4.
Cuando niño, sus padres se burlaban cada vez que lo veían viendo volver al futuro. ¿Otra vez volviendo a ver Volver al futuro? Y se reían en coro del mal chiste, durante el desayuno o durante la cena (casi nunca durante el almuerzo), se reían con la boca llena de ese chiste malo y repetitivo. Cuando pasaba, se retiraba de la mesa y se iba a su cuarto a repetir otra vez la película, aunque la hubiera acabado de ver antes de bajar a comer. La repetía y la repetía, por gusto, por placer, por enfermedad y por rebeldía. Hasta que cedió a la presión social o a algún chantaje emocional pasivo agresivo: dejaron de comprarle casetes vírgenes en pos de obligarlo a sobre-grabar sus viejas cintas, incluyendo aquella en la que se hospedaba Volver al futuro. Cedió y sobregrabó y no recuerda exactamente qué, intuye que tuvo que haber sido algo adolescente y muy dosmilero: un especial rockero de MTV o alguna película de tiros con Shawrzeneguer o alguna película artística que daban en Film & Arts y que la crítica decía que era buena y nada más terminarla se dio cuenta de que no era ni artística ni buena, ni siquiera calificaba como película, era simplemente aburrida, y pensar que por esto borró (pudo haber borrado) Volver al futuro, por un tal Bergman que no le importa a nadie.
El caso es que (ahora lo empieza a recordar) sobre-escribió presionado pero también medianamente tranquilo, pensando en que no era tan grave porque luego "conseguiría otra copia”, porque esa película la repiten a cada rato en TNT y en otros canales de películas baratos y en últimas voy a la tienda, compro un casete y la grabo nuevamente de allí y listo. Pero no fue así. Nunca más la dieron; ni en TNT, ni en Cinemax, ni en The Film Zone, ni siquiera en el Canal Caracol de donde de todas formas no la hubiera grabado. A veces la anunciaban en alguna TV Guía o en algún comercial de mediodía, y cuando preparaba todo para grabar, algo pasaba: cambiaban la programación sin avisar y ponían otra cosa, puede que ligeramente relacionada, puede que también de viajes en el tiempo, puede que también con J. Fox, puede que también con Lloyd, pero era otra cosa al fin y al cabo, como si el programador del canal supiera de su dolencia y quisiera evitarle el placer doloroso de la regrabación de un material torpemente perdido.
Por eso cuando le preguntaron que a qué época quería viajar, dudó, porque primero dijo que quería viajar al día en el que había visto la película por primera vez, pero casi sin terminar la frase, cambió de opinión. “Quiero viajar al día de la regrabación”. No lo sabía entonces porque no lo recordaba con total fidelidad, pero ese día había sido también un 21 de octubre.
* Realizador y analista audiovisual. Magíster en Escrituras Creativas. Extra con parlamento en Con Ánimo de Ofender (serie web). Crítico de cine en El Espectador.