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A la hora del lanzamiento la habitación entera vibró con un conteo regresivo: 10, 9, 8… Un poco como si se tratara de la salida de un cohete hacia el espacio, aunque nada de esto sucedía en Cabo Cañaveral, sino en una oficina de tamaño mediano en la pequeña ciudad de Los Gatos, California.
A medida que el conteo avanzaba y llegaba a cero algo sí se encendió, aunque no se trataba de una turbina, y el ruido que vino luego no fue el del atronador bramido cuando miles de toneladas son impulsadas a través de la atmósfera con una constante y violenta explosión. Lo que se encendió fue Twitter y el ruido, ruido blanco, fue el de la gente: “Gracias, Daredevil ya está acá #daredevil”. “Por fin, llevo esperando esto desde la película de 2003. Daredevil ya”. “Voy a llegar tarde al trabajo mañana. #daredevil”. “¿Hay algo para ver en Netflix esta noche?”. Viernes 10 de abril, 12:00 m.
¿Quién entra a Twitter a la medianoche para escribir acerca del lanzamiento de un programa? ¿Quién lo hace a las 2:00 a.m., hora de Colombia o a las 4:00 a.m. en Argentina? Si alguien lo hace en Sídney, a las 5:00 p.m., o 17 horas más adelante en el tiempo que Los Gatos, tiene algo más de sentido, o al menos parece un poco menos extraño. En últimas, se trata de seguidores de Daredevil, un cómic que en su tiempo más ilustre contó con la pluma de Frank Miller, el creador de Sin City. En últimas, se trata de una audiencia global que se conecta con un contenido global.
Global, una de las palabras preferidas de Todd Yellin, vicepresidente de innovación de producto de Netflix, y de Chris Jaffe, vicepresidente de innovación en interfaz de usuario de una compañía que ahora lleva las aventuras de un superhéroe ciego en Nueva York (previamente tratado, o maltratado quizá, por Ben Affleck en una cinta de 2003) a una audiencia en cuatro continentes: más de 60 millones de usuarios en 50 países, y contando.
Ser global se siente bien; al menos se siente bien decirlo. Intentarlo (incluso lograrlo) puede llegar a ser una pesadilla, así sea una pesadilla lucrativa. Aunque Netflix no es muy afín a compartir algunos de los números de su servicio, en su último cuarto fiscal reportó ingresos por US$1.400 millones (por encima de las estimaciones de analistas) y espera para el presente período llegar a US$1.474 millones.
“Somos una compañía que llega a una audiencia en todo el mundo. El primer desafío con esto es que ustedes hablan muchos idiomas”. Yellin es el encargado de supervisar un equipo que, más que subtitular (una tarea dispendiosa, por decir lo menos), se encarga de despiezar una película o una serie en un grupo de palabras que alimenta el algoritmo de búsqueda y sugerencias, algo así como el corazón tecnológico del servicio. “En nuestro escenario ideal, la perfección, el usuario prendería su televisor y el sistema le arrojaría no diez ni cinco opciones de programas, sino apenas una: justo el contenido que la persona quiere ver. Creo que esto no va a suceder en mi tiempo de vida, aunque cada vez mejoramos más en este tema”.
En el caso de Daredevil, Yellin asegura que estas palabras son cosas como ceguera, justicia y superhéroe. Pero quizá dos de los términos más poderosos en esta historia acerca de un justiciero por iniciativa propia son padre e hijo. Un elemento que la serie explota constantemente es la relación entre el niño que queda ciego después de un accidente con químicos y su papá, un boxeador profesional que se debate constantemente entre la rutina y la gloria, tan elusiva como efímera en su caso.
Después de su accidente, el joven desarrolla extraordinariamente sus otros sentidos al punto de poder saber si una persona miente al oír los latidos de su corazón a un par de metros de distancia; poderes que le caen de maravilla cuando de adulto decide dividir sus días entre la ley y una forma nocturna de paramilitarismo harto explorada en el mundo del cómic. De cierta forma, su deseo de justicia está atado a su padre, quien se convierte en un improbable guía moral: un hombre recto, aunque quizá plagado de defectos, en un mundo retorcido por la avaricia y el crimen. La relación paternal es una de las fuerzas que le apuntan a globalizar un relato bien conocido entre los iniciados, pero quizá no más que eso.
El nombre de Miller, cuya concepción del superhéroe en el cómic es la usada por Netflix para su nueva serie, es sinónimo, acaso garantía, de varias cosas. La primera es un tono sombrío en la narración de cómo un hombre busca justicia a punta de puños y patadas. Sin la violencia más gráfica y explícita de Sin City, Daredevil se aproxima a la historia con una gama de negros que no sólo se percibe en la fotografía de la serie, sino en el personaje de Matt Murdoch como tal: un abogado que tortura criminales en su tiempo libre para después botarlos de la azotea de un edificio, aunque con la cortesía de asegurarse que vivan después de la caída, así tal vez no vuelvan a caminar.
Allie Goss, directora de adquisiciones de contenido de Netflix habla de Dardevil como una gran apuesta de la empresa, así como de Marvel, que posee los derechos sobre la historia: “Marvel quería hacer algo diferente de lo que ya habían hecho, tanto en televisión como en cine. Querían historias más ásperas, en forma de serie, y que estuvieran centradas en personajes fuertes. Esta es apenas la primera de cinco series que tendrán como centro superhéroes que viven a cuadras de distancia en Nueva York y que al final se reunirán en un producto llamado The defenders, que funciona como The avengers en cine, sólo que esto es en televisión”.
Toda revolución presenta obstáculos, incluso se desarrolla con cierta torpeza al principio. Lo que ha sucedido en el mundo de la televisión no es un asunto diferente: el cambio entre el modelo lineal (la televisión clásica) y el de demanda por internet ha tomado un cierto tiempo y aún hoy no termina de cumplir algunas de sus promesas más básicas, como la disponibilidad de cualquier contenido en cualquier lugar. Entre varios de los problemas, además del licenciamiento de los derechos de autor (un tema que no avanza rápido hacia una mayor apertura prácticamente en ninguna industria), están los desafíos técnicos que pueden reunirse alrededor del acceso a banda ancha en el mundo.
Con casi 60% de la población mundial sin conexión a la red, según cifras de la organización A4AI, la tarea de globalizarse en este punto puede resultar particularmente problemática para una empresa como Netflix. Esto lo sabe Chris Jaffe, cuyo equipo debe construir una serie de capas dentro de cada video (encoding es el término) para que éste responda a la infraestructura de internet del usuario: si una persona consume el contenido a través de un buen ancho de banda, si lo hace desde un dispositivo conectado a una red móvil, si la velocidad de la conexión fluctúa. Todas estas condiciones, o al menos grupos de estas, se incorporan como parámetros en la reproducción de un capítulo de House of Cards o Daredevil. Si el sistema detecta que la velocidad de la red baja de repente tiene la habilidad de reajustarse para no interrumpir el video y tener que cargar de nuevo.
No es un sistema perfecto. La perfección aún está a varios años de distancia. Eso lo saben Yellin, Jaffe y Goss. Aunque Jaffe asegura que no han tenido problemas al lanzar una nueva serie, la hora cero en la que los servidores reciben el acceso de millones de usuarios a la programación original de la empresa aún es un asunto emocionante y que debe tomarse con la precaución de quien conoce que detrás del instante preciso hay cientos de miles de detalles.
Al llegar el momento, una palanca es halada en una especie de tablero de control y el conteo regresivo se detuvo. Hubo aplausos y celebraciones. Hubo champaña. Para un mundo digital resulta extraño que todo dependa de algo tan análogo, por decirlo de cierta forma. Un empleado de la compañía lo aclara: “Bueno, en realidad todo ya está programado en los servidores; ese es un toque dramático del momento. ¿Se imagina en donde ese control se dañara?”.