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Hicieron trampa para perder y así ganaron. Cuando Gambeta, Kaztro y Fazeta decidieron ser Alcolirykoz, parecía que jugaban en su contra. Apostaron todo por el rap, que no pagaba nada. Todo por la posibilidad de decidir. Todo por ellos, porque el rap no es más que la vida, la historia personal, pues parte de la exploración del universo propio, para que allí se encuentren otros universos, otras vidas. Por eso su música es tan potente y ellos son uno de los grupos de rap más relevantes de este país.
La historia de Alcolirykoz empieza en Aranjuez, con sus abuelos, cuando decidieron, como tantas familias en Colombia, dejar el campo para establecerse en la ciudad –unos impulsados por la idea de progreso; otros, obligados por la violencia–. Ahí, en Medellín, empieza esta historia, y la de su séptimo disco, Aranjuez (2021), y la de su barrio, donde se puede leer parte de la historia de Colombia, sus alegrías y sus tragedias.
“Una de las cosas más chimbas para mí es que el barrio me dio una historia y yo supe qué hacer con ella, y hablo por todos, por Kaztro, por Fazeta. Ha sido el escenario de todo, desde ahí podemos hablar de política, de amor, de plata, de ambición, de todo, el escenario es el mismo, es el barrio”, dice Gambeta.
Aranjuez es su barrio, pero también su escuela. Allí aprendieron de lo bueno y de lo malo, pero sobre todo que la bondad y la maldad no son opuestas. Que la violencia y la ternura conviven en los mismos cuerpos en distintas proporciones y que para entender la vida hay que mirarla de cerca, como por un microscopio. Y con esa mirada, Alcolirykoz ha hecho de Aranjuez una patria que trasciende las fronteras del barrio y alberga a aquellos que no se reducen a lo que les toca.
Desde esa mirada se gesta una rebeldía como la que Víctor Gaviria encontró en las personas que dieron vida a los personajes de su primer largometraje, Rodrigo D. No Futuro. Unos se aferraron más al fierro y fueron directo al ataúd, y otros más al punk, para darle la espalda a esa necrópolis que era Medellín, la ciudad más violenta del mundo en ese tiempo. Todas, vidas encerradas en el presente, sin vínculo con ese pasado campesino de su familia, para ellos ya irrelevante, habitando una ciudad que no permitía imaginar un futuro.
Ahora Aranjuez es también una canción que contiene y resume miles de historias, personas y momentos que Gambeta, Kaztro y Fazeta han vivido en el barrio que les ha dado tanta vida, pero que también se las ha intentado quitar, como se las ha quitado a otros tantos, como al Come Gatos, un melómano, vecino del barrio que le dio a Gambeta su primer casete de rap, aunque nunca lo supo.
“Un día estábamos en la sala de casa de él esperando a un amigo y yo vi el equipo de sonido y decidí poner algo. Cogí un casete y cuando esa mierda arrancó… lo qué esa mierda hizo en mí… yo nunca olvido que era el Chronic, el primer álbum de Dr. Dre. Yo tenía como 13 años y escuchaba la música de mis primos, o salsa, que era la música de mi cucho. Cuando cogí ese casete me empeliculé, era la primera música que yo iba a decir ‘esta es mi música’. A ese man le debo tener mi primer casete, yo me lo llevé pensando ‘si algo lo grabo y después se lo devuelvo’, pero no se lo devolví. Me quedó ese recuerdo de él, era muy melómano y yo siento que… si ese man no hubiera crecido en la candela que le tocó, a lo mejor… imagínate a ese man con ese amor a la música que termina siendo, cualquier cosa chimba pues. Ese man ni se dio cuenta de que yo terminé dedicado a esto y que él aportó algo. Él representa esa realidad que no nos vamos a cansar de estar diciendo”, comenta Gambeta.
Gambeta se aferró a ese casete, al rap. Sin certeza alguna apostó y le ganó a la vida, a esa vida que parecía que les tocaba. Y en su música, en la de Alcolirykoz, vivirán para siempre aquellos que no sobrevivieron, aquellos cuyas vidas no importan, pues mientras sean importantes para ellos, tendrán siempre un lugar allí, en cada rima. Ahí son inmortales.
Alcolirykoz cambió su historia. A través de ellos Aranjuez puede verse distinto, en otras caras, con otros ojos. Y aunque nunca dejará de ser el barrio de Los Priscos –la banda de sicarios, secuestradores y ladrones al servicio del cartel de Medellín–, también es el barrio de Alcolirykoz, y ya no solo su barrio, sino su séptimo disco: Aranjuez (2021), porque su historia se sigue escribiendo con absoluta rebeldía y con ese tono mordaz, porque desde esa patria que es su barrio, la vida se vive distinto. Ya no es la que se supone, sino la que se construye a pesar de eso que se supone.
“Alcolirykoz es un grupo con mucha historia, hablo desde la vida y desde sus familiares, los familiares de nosotros si rapearan serían mejores que Kaztro y yo. No estamos vendiendo un personaje, ni un guion, ni un libreto, es lo que es. Todo nos ha afectado, todo nos ha tocado y hemos encontrado una manera de darle duro a eso desde lo que hacemos. Somos pueblo, estamos dentro, vivimos ahí. Alcolirykoz conoce la historia de su gente, la ha vivido. No es donde estamos, sino donde empezamos”, dice Gambeta.
Y todo empezó con sus abuelos, con el que se rebuscaba la vida entre serenatas y oficios de albañil, con el cerrajero, con la abuela que sacó adelante a sus hijos haciendo oficios en casas ajenas, lejos de Aranjuez. Y siguió con ellos –Gambeta, Kaztro y Fazeta–, que se han encargado, a punta de ingenio, de rap, de palabras, de seguir trazando un camino para que los que vengan después puedan seguir avanzando cada vez con menos obstáculos. Su historia se parece cada vez más a la de esos viejos que van terminando de gastar la vida en partidas de parqués y no tanto a la de aquellos temerarios que enfrentan el miedo con pistolas. Alcolirykoz es Aranjuez de la A a la Z. Es puro ingenio, esa es su fortuna.