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Cuando Jim Thompson publicó Pop. 1,280 estuvo lejos de imaginarse un país latinoamericano de sabor caribeño que pasaría más de 60 años repartiendo bala en todas las direcciones. Mucho menos pudo pensar en una banda de rock con influencias musicales de distintos ritmos, de letras desencantadas que necesitan hablar de la soledad, de pueblos alimañas y gente con la sangre rebelde. No, la literatura crea lazos infinitos que el escritor nunca puede imaginar ni rastrear.
Todo tenía un principio: se habían conocido años atrás en el suroccidente de Bogotá, los había juntado el OpInem, un periódico escolar del Inem de Kennedy que Fernando del Castillo y su papá escribían. Juan Carlos y Leo arrancaron a trabajar ahí, en esa rareza especial que era el colegio, una bestia de más de 6.000 alumnos que se pensaba, más que como una institución educativa normalizadora, como un laboratorio innato de pensamiento.
¿Por qué empezar con un periódico?
Lo que pasa es que el Inem era muy especial, porque era un colegio muy grande con una población prácticamente universitaria. Había mucha influencia comunista de gente que estaba alimentando el partido. Estaban los de la Juco por ahí y armaron una cosa que es muy simpática, que también es muy importante del comunismo, y son las cooperativas, pero de estudiantes. Ellos necesitaban un órgano que partiera también de los estudiantes, y pues fue un periódico.
Escribíamos sobre temas políticos y ahí creo que sí está el germen político de los temas de las Almas, y es que sí había una búsqueda de decirles a los compañeros que fueran conscientes de lo que sucedía, lo que estaba pasando alrededor. Estábamos a finales de los ochenta y principios de los noventa. Ese auge del narcotráfico con Pablo Escobar nos tocó en la transición entre colegio y universidad. El asunto de las bombas y la matanza de la UP. Toda la gente que estaba cerca políticamente de nosotros era de ese partido y a todos los mataron. Todo eso se ve muy reflejado en las letras y en lo que hacíamos cuando la banda empezó.
¿Cómo pasaron de un periódico a una banda de rock?
Estábamos muy aburridos. En esa época no había nada. Fue una época bien árida en términos culturales. Veníamos de la caída del muro de Berlín y ese acontecimiento nos afectó mucho porque antes de eso uno sentía que había dos polos claros o que había para dónde agarrar. Fue una especie de derrota. Decidimos entonces hacer música sin ser músicos.
Es conocido que atribuyen el nombre de la banda a la novela “Pop. 1,280”. ¿Cómo llegaron a ese libro?
Éramos jóvenes con mucha curiosidad intelectual. Uno de nuestros planes favoritos cuando estábamos pequeños era ir a buscar descuentos al sótano de la Lerner. Con emoción y todo nos compartíamos libros. El papá de Fernando es muy influyente en eso porque él era adicto a comprar libros. Cuando encontraba cosas que podían ser divertidas para nosotros nos las pasaba. Ese es un libro que él nos dio. La novela puede no ser muy atractiva para muchos, pero tampoco es literatura juvenil. Salió editada por Bruguera en esa colección que se llama Literatura de Bolsillo y era como un folletón que venía con viñetas y todo. Pero es una novela negra escrita por Jim Thompson. Una sátira que narra a un vaquero absolutamente corrupto que vive en un pueblo que tiene 1.280 habitantes. El tipo hace de las suyas y todo le cuadra siempre para ganar basándose en la corrupción. Todo es muy triste porque es como un reflejo de la sociedad estadounidense que se puede extrapolar a nuestra sociedad. Entonces, cuando estábamos buscándole un nombre al grupo, le echamos mano a la novela, pero en la traducción al español. Y yo creo que los buenos grupos de rock hacen esto de relacionar la música y la literatura, a pesar de que nosotros no seamos de los buenos, porque es muy importante subirse desde una perspectiva de transgresión y resistencia para hacer rock. Si uno hace música y le cae bien a todo el mundo lo que está haciendo es pop.
El debut de la banda se hizo con “Háblame de horror”, en 1993. ¿Qué buscaban en la música entonces?
Era algo mágico cuando nos reuníamos a componer. 1280 Almas se caracteriza por la creación colectiva. Era muy importante crear alguna cosa, entonces nos juntamos Hernando Sierra, Pablo Kalmanovitz, Fernando y yo a componer Háblame de horror. Para esa época llegó Leonardo López, el percusionista, y eso hizo que armáramos el grupo con claridad. Ese primer disco no había cómo hacerlo en CD, porque el formato estaba recién llegado, y era muy caro hacerlo en vinilo, entonces lo sacamos en casete. Era como un despertar creativo y fue muy exitoso. Ha sido muy valorado históricamente. Principalmente porque, partiendo de nuestras limitaciones creativas, creamos un lenguaje muy bogotano, porque, como no éramos músicos, no sabíamos hacer salsa, ni hacer rock, entonces salió una cosa con mucha personalidad bogotana.
¿Cómo es una personalidad bogotana?
Yo creo que los bogotanos somos muy dados a ser amigos del ruido, nos gusta la energía a través del ruido. 1280 Almas es un grupo así: ruidoso y estridente, que llama a la alegría a través del ruido. Y no es un ruido netamente instrumental, es un ruido social, el desarraigo nuestro. Uno no puede ser un punk europeo en Bogotá. Además, en los noventas hubo una transición de una Colombia rural a una Colombia urbana, una Colombia urbana a causa del conflicto y el desarraigo. Bogotá ya se perfilaba para convertirse en el monstruo que es ahora.
¿Lo que hacen ahora está ligado con lo que buscaban en ese momento del debut?
Sí. Ingenuamente hicimos un disco y estuvo bien, y ese disco nos hizo visibles y sirvió para que fuéramos escuchados por una casa disquera internacional. Hicimos otros tres discos, pero lo que hicimos durante esa época de BMG no nos dejó satisfechos del todo. Sí, hay una evolución, hay un disco que se llama La 22 que es emblemático y la gente lo ama. Entonces, desde Háblame de horror siempre hemos tenido la idea de superar, de creer que este sí es el disco. Hemos hecho varios últimamente que pueden ser muy interesantes: Doméstico, Changoman o Sangre Rebelde tienen otro nivel, pero uno no cambia. En ese sentido somos como el río de Heráclito, el río que está debajo del puente es el mismo río, pero no es sino el que ha venido siendo. Esa puede ser una buena metáfora porque nosotros venimos siendo los mismos, pero 26 años después.
Mucha gente nos pregunta por qué hemos durado tanto tiempo y la respuesta es sencilla: porque nosotros sentimos que no hemos acabado. Nos preguntan también si estamos arrepentidos de algo y estamos arrepentidos de todo. Para nosotros es muy importante superarnos. Así termina uno sintiendo que 1280 Almas es más grande de lo que nosotros somos, como entidad.
En una entrevista dijeron que no importaba elegir entre tocar una u otra canción porque siempre cantan sobre lo mismo. ¿A qué se referían?
Hay un tema que es muy recurrente y que se repite, y es la soledad. Desde la Soledad criminal hasta la soledad de Marteko Euriak. Es la misma soledad de El extranjero de Camus, es el existencialismo de sentirse un outsider social en donde uno está viendo una cantidad de errores, injusticias, cosas que no funcionan en el mundo. De allí viene la necesidad de denunciar y de que la gente evidencie esa denuncia. Eso se repite en todas nuestras canciones. Nosotros no queremos decir nada entre canción y canción en un toque porque el discurso ya está ahí.
¿Cómo trabajan en “Marteko Euriak” la coyuntura política?
Hemos llegado a conclusiones que hace unos años apenas eran advertencias. Por ejemplo, el calentamiento global, un tema por el que nadie se interesaba. Por eso el disco se llama Marteko Euriak, una frase en vasco que traduce: “lluvias de Marte”. Hay una canción ahí que se llama Sol de Apocalipsis que se parece mucho a Yo te veré ahí afuera, y que busca pensar el valor de la vida, no necesariamente la vida humana. El antropocentrismo está mandado a recoger. Hay unos personajes que están afuera viendo cómo la propia disociación humana está provocando la autodestrucción. Entonces, claro, si uno está afuera pues está solo.
Este disco es una reafirmación en nuestra postura política que en algún momento creímos anarquista, pero eso tiene una discusión muy larga por la cultura política en Colombia. Entonces lo que sí entendimos es que somos antifascistas hasta la médula. Algo que el contacto con los vascos nos ayudó a entender: ellos quieren reivindicar su origen y han resistido en la permanencia de la lengua y las costumbres. Entendimos, entonces, que nuestra reivindicación es por el mestizaje, no sólo en el lenguaje sino musicalmente. Es por eso que para poder nombrarnos necesitábamos al extranjero, de ahí que se llame “Marteko Euriak”. Es la mirada del otro.