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Creíamos que habría Vicente Fernández para rato, para inmortalizarlo en un escenario o admirarlo desde la distancia y agradecerle, de cuando en cuando, las ocasiones en que nos regaló un poco de sí y de su voz desde una pantalla lejana. Hoy nos queda en internet y en la memoria de los afortunados que lo escucharon en vivo. Pero, principalmente, en la generosidad que tuvo el Charro de Huentitán de prolongar su vida a través de la sangre de su sangre. De sus hijos y los hijos de sus hijos.
De Alejandro Fernández, precisamente. De El Potrillo, del hijo rebelde y ecléctico, del que aún vestido de charro entona una balada pop y reafirma que México puede ser muchos sonidos, muchos Méxicos sin dejar de ser México. Y eso lo reafirmó en su reciente álbum, Hecho en México, que lanzó en 2020 y con el que hizo su regreso musical a sus raíces, a Jalisco, al rancho, al tequila, a su familia, a don Vicente.
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“Sentía que tenía el compromiso con mi público, cuando me di el permiso o, más bien, cuando me lo dieron ellos, de explorar en el pop, siempre dije y me comprometí a que no iba a dejar la música mexicana. Y a pesar de que no tenía un disco de este género o estaba sacando un tema pop, en mis conciertos solía llevar al mariachi y era impresionante la reacción”, dijo Fernández en 2019 a El Espectador, cuando lanzó “Caballero”, principal sencillo de Hecho en México.
La gira con su nuevo trabajo discográfico estaba planeada para 2020, pero la pandemia se interpuso y, como ocurrió en todo el mundo, se paralizaron la vida, el entretenimiento y los eventos. Este año, el Potrillo volvió a los escenarios a reafirmar que es Hecho en México y, especialmente, que es el hijo del gran Vicente Fernández. Por esto, su espectáculo toma más relevancia ahora, porque ahora él y sus hijos, Álex y Camila, tienen la misión de seguir perpetuando el legado de un hombre que se convirtió en otra bandera de su país.
Este trabajo musical, donde vuelve al himno de la mexicanidad y el mariachi, se elaboró sabiamente en sincronía con los tiempos del Charro de Huentitán, bueno, con sus últimos años de vida, como una especie de despedida, como un guiño de agradecimiento a la herencia que hoy Alejandro Fernández enarbola. Por eso, los conciertos que ofrece este año cobran otro sentido y se convierten en un homenaje al hombre que hizo en él lo que es hoy.
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“Este trabajo también lo hice por la obligación que siento de portar el Fernández”, agregó el Potrillo sobre su más reciente álbum. Y aunque es un Fernández, lo lleva con mucha humildad, pues no se considera aún la figura que representó su papá. “Para allá voy. Esa es mi tirada, mi objetivo, y lo seré con mucho honor y orgullo”. Pero, aunque él es él, con sus contrastes, su luz y sus sombras, y los escándalos que lo han acompañado como estrella de la música, en Alejandro está la fuerza y la picardía de don Vicente, la forma del padre, el amor de un trabajo que, más que trabajo, es una cultura, un sello a escala mundial.
Concierto de Alejandro Fernández en Bogotá
Este jueves 24 de marzo, el Potrillo se presenta en el Centro de Eventos Autopista Norte y traerá México a Colombia, y, con él, las nostalgias, amores y desamores de los que hablan sus canciones, y la memoria de su papá, el gran Vicente Fernández, entonando, quizá, como lo hizo en República Dominicana hace unos días, sus sencillos como “Mátalas”, “Mujeres divinas”, “Acá entre nos”, “De qué manera te olvido”, “El rey” y “Volver, volver”, como la forma, su forma, de revivir en el escenario a quien le dio la vida, el don y el arraigo de su identidad, del charro mexicano que va sobre su caballo, con un gran sombrero, conquistando mujeres y sueños, como lo cuenta su canción “Caballero”.
En su repertorio nuevo, que los bogotanos escucharán por primera vez, está “Duele”, colaboración que hizo con Christian Nodal; “No lo beses”; “Decepciones”, un sonido muy mexicano de la mano de Calibre 50. Y, por supuesto, los sencillos que se transformaron en clásicos y convirtieron a Alejandro Fernández en camaleón de los géneros, como “Me dediqué a perderte”, “Qué voy a hacer con mi amor” y “Se me va la voz”, entre otros.
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Unos buscaron Comala y un tal padre llamado Pedro Páramo, que era el silencio y la ausencia; otros no tuvieron que buscar, para otros fue la música y la fiesta en Huentitán, y la fortuna de llamar padre a un grande, a don Vicente, que está en el cielo con su mariachi y nosotros en tierra con su herencia.