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Lloraban los muchachos, lloraban los muchachos /
lloraban los muchachos cuando di mi despedida /
yo salí del alto, yo salí del alto, /
yo salí del alto de la india María.
Así comienza la canción Altos del Rosario del mítico juglar Alejo Durán, un son que interpretó en la final el nuevo Rey profesional vallenato, el cartagenero Manuel Vega.
“Nunca lo había tocado en el Festival Vallenato. Lo hice para recordar a mi mamá porque gracias a ella fue que yo descubrí este son y el gusto por la música”, dijo Vega, el consolidado Rey 53.
En Altos del Rosario, antiguo municipio del sur de Bolívar, están felices. Los que llegaron a conocerlo aún lo recuerdan con cariño. “El pueblo lo amaba y él amaba al pueblo”, dice Efraín Hernández, líder del grupo de tambora Cantares de mi Tierra. (Le puede interesar: Festival Vallenato 2020: un balance con buen ritmo virtual)
“Las persecuciones de sus seguidores para que Durán no se marchara fueron recompensadas con el son. Lo que causaba Alejandro Durán en los alteños es difícil de describir”.
Los alteños estaban bien correspondidos. Otras dos canciones les compuso: La bonchada, “dedicada a sus amigos del municipio, ya que había dejado de ir a Altos del Rosario y le recriminaban”. Y Cholita, por una mujer del pueblo que le gustaba al maestro.
Para preservar la memoria de Alejo Durán, desde 1993 una de las dos instituciones educativas lleva su nombre. Un retrato al óleo del primer rey vallenato decora la sala de profesores del colegio. (Lea también: Festival de la Leyenda Vallenata 2020 tiene reina y dos reyes)
“Tenemos guías relacionadas con el paso del juglar por nuestro municipio, haciendo referencia a la canción, y así fortalecemos nuestra identidad cultural”, nos cuenta el exrector Javier Jiménez.
“Alejo es un baluarte de la música vallenata, para nosotros es un orgullo”, dice el secretario de cultura del municipio, Alberto Fuentes.
Altos del Rosario, con alrededor de 15.000 habitantes, no siempre se llamó así. La población fue fundada por negros cimarrones hace siglos y se llamaba Cerro del Pelao, pero un sacerdote español le cambió el nombre para hacer homenaje a la Virgen del Rosario y por la ubicación empinada del pueblo, reza la leyenda, transmitida por Demóstenes Zabaleta, investigador y exsecretario de Educación de Bolívar.
Los 7 de octubre no pueden faltar las manifestaciones religiosas y culturales en sus fiestas patronales. Aunque este año la celebración no se realizó por las medidas de prevención frente a la pandemia. Novenas a la Virgen y eucaristías sí se realizan en esta fecha.
Antes de 2020, niños y jóvenes de la institución educativa participaban en las fiestas por medio de los programas religiosos organizados por la parroquia del municipio.
En el ámbito cultural, sus fiestas son amenizadas con fandangos, alboradas musicales, conciertos, carreras de caballos, bailes de picó y la Tambora.
La tambora es la manifestación cultural más importante; el instrumento se hace con cuero de chivo y roble.
“El baile de la tambora o baile cantao es realizado por dos o tres tambores como máximo, en que se destaca el llamador, el grupo de contadores y la pareja que baila”, explica Demóstenes Zabaleta.
El baile de La Tambora inicia con un tamborero, que llama a las cantadoras para que hagan presencia. Ellas van llegando una por una, las letras interpretadas hablan acerca del amor, mujeres, anécdotas, la agricultura, el día a día y la naturaleza.
Sin embargo, Efraín Hernández y Alberto Fuentes consideran que se debe apoyar más a los grupos de Tambora y otras manifestaciones.
“Hace 30 años La Tambora juntaba a todos los habitantes en la plaza principal, se danzaba hasta el día siguiente”, cuenta Hernández. “Ahora, la nueva generación prefiere ir a las discotecas y bailes de picó, esto da como resultado que poco a poco se pierda nuestra tradición”.
Pero no pierden las esperanzas. Efraín Hernández se reunió la semana pasada con el alcalde, Julio César Salas, para pedir la construcción de la escuela de formación artística y cultural, con la intención de mantener el legado de más de cinco generaciones.
Alberto Fuentes considera que Icultur, Instituto de Cultura y Turismo de Bolívar, los tiene olvidados. Hace un tiempo se desmoronó un muro de contención al lado de la Casa de la Cultura y causó daños a muchos de los instrumentos.
“Icultur no nos ha colaborado. No pudimos participar en un concurso de bandas porque no tenemos los instrumentos, y lo peor es que muchos niños y jóvenes se andan perdiendo en la drogadicción; deben entender que la música puede ayudar en esta problemática social”, declaró Fuentes.
*De Fundación Color de Colombia para El Espectador