Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Quien diga que posee la discografía completa de Aníbal Velásquez Hurtado, que lo piense dos veces. Resulta una empresa complicada, cuando no imposible, intentar abarcar todas y cada una de las grabaciones del gigantesco, virtuoso y atrabiliario acordeonero, y no precisamente porque esa discografía sobrepase con holgura los 500 elepés (dicho por el mismo Aníbal, a quien igual conocemos de antaño fanático de la hipérbole), sino porque prácticamente pasó por todas las casas disqueras de Colombia, más varias de Venezuela y México; asunto que dificulta una taxonomía ordenada de sus álbumes.
Una discografía parcial realizada con la curaduría de 10 personas, el propio intérprete entre ellas, fue incluida en Aníbal Velásquez, el mago del acordeón (Iguana Ciega, 2012), biografía escrita por su paisano barranquillero Fausto Pérez Villarreal. Asombra no exactamente lo profuso de su creación, (en ese sentido Aníbal Velásquez resulta ser algo así como el Simenon –prolífico escritor belga– de la guaracha), sino la cantidad de casas discográficas que se contabilizan en ella: 41 en total.
En su vida, el músico jamás se amarró a un contrato de exclusividad. De todos sus apodos, El Mago, Sensación o Animal Velásquez –como lo llamó un gringo por error–, probablemente ninguno tan prosaico como el que le tocó por cuenta de esa costumbre: “Todosello”. “Yo me hice merecedor de esa fama desde finales de los 50, cuando acostumbré a la gente a la publicación casi que a diario de mis discos en 78 y 45 revoluciones”, le dijo a Pérez Villarreal. Y ese espíritu emancipado es precisamente lo que lo ha distinguido a lo largo de sus 82 años.
Convengamos que se trata acaso del más prolífico de los artistas que ha dado Colombia en su historia. En 2016, en conversatorio efectuado en el Carnaval Internacional de las Artes de Barranquilla, me dijo que tenía 4.024 temas inéditos, guardadas en cuatro cajas de cartón más nueve libretas de 300 páginas escritas por lado y lado. También es, además y hasta el sol de hoy, uno de los músicos en actividad que históricamente nos han acompañado por más tiempo: son ya 66 años desde su primera grabación, en 1952, el tema Alicia la campesina, de Andrés Landero, que registró como parte del grupo Los Vallenatos del Magdalena para el sello Popular-Atlantic.
Pero hay muchas más singularidades: el que pudo haber sido sin afán un multipremiado rey vallenato, decidió abandonar el género porque no quería terminar imitando a otros. A cambio de ello se inventó, junto a su hermano José, la guaracha con acordeón, ritmo endiablado e imposible de digitar como no sea con los dedos de Aníbal Velásquez.
“Estábamos tocando el vallenato Hace tiempo y vi a José tocando la caja y le dije: ‘sigue así, sigue así’”, recordó el Mago ante la audiencia del Carnaval de las Artes. “Entonces le di más rápido y de ahí me vino la idea”. Su biógrafo, Fausto Pérez, me explica que “ese fue su principal aporte: haber creado una expresión generadora de música que le daría una nueva visión rítmica y melódica al acordeón, ese instrumento menospreciado por la alta sociedad de la época debido a su naturaleza provinciana”.
Al vallenato no volvió desde que Luis Enrique Martínez le pagó 500 pesos para que se retirara del Festival y no le hiciera zancadilla. Dice él.
Del otro lado del espectro nació el pasebol, unión entre el paseo vallenato y el bolero, cuya paternidad dio pie a una eterna piquería con Alfredo Gutiérrez, único ser en la tierra capaz de una digitación tan trepidante como la de su contendor. “El nombre es de Aníbal, que hace muchos años grabó Quisiera amarte menos bautizándolo así, aunque en realidad yo digo que no era un pasebol sino una guaracha lenta”, me confió Gutiérrez en entrevista en 2017. “Yo fui quien le metió el bolero. Podría decirse que el ritmo es mío, pero el nombre es de Aníbal”.
Aquella disputa, sumada a que nadie le sacará jamás de la cabeza a Aníbal Velásquez que Los Corraleros de Majagual fueron creados para destronarlo, hizo de la confrontación con Gutiérrez comidilla de medios y sensación del público. Decenas de conciertos y un par de grabaciones en las que se sacaban los trapos fomentaron esa idea. Al final, podría decirse que la pelea la ganó Velásquez, pues sobrevivió el remoquete que le zampó en uno de esos temas: “Ya él quedó Carechoque. Sí, yo lo admito, se le está poniendo la cara como arepa fría”, me dijo, ante la carcajada del auditorio barranquillero. “Nosotros nos echamos vainas en el escenario y comemos en la misma mesa, como los políticos”.
Más allá de todo ello están el genio y el loco. El autor de Caracoles de colores, Mambo loco, El turquito, El turco perro, La mujer celosa, Me voy pa la China. El siempre referido por los suyos como el más generoso y el más peligroso, con todo y que ya hace años que dejó la malsana costumbre de andar con revólver al cinto.
Díganme si Aníbal Velásquez no es un personaje como para serie de televisión.
*Jefe musical de la Radio Nacional de Colombia.