Bad Bunny da un golpe de autoridad con “El último tour del mundo”
El que probablemente sea el álbum más rock de la historia del reguetón es también el primer disco en español que triunfa en la lista de Billboard. ¿Qué nos dice esto de la música que escuchamos ahora?
Pablito Wilson
En el año 2019 ocurrió un acontecimiento que para muchos amantes del rock fue una auténtica patada en los huevos: MTV juntó a Bad Bunny y a Rubén Albarrán, de Café Tacvba, en una maravillosa presentación, que otros sentimos como uno de los mejores momentos de la música contemporánea latina. Tener a este icónico cantante, compositor, activista y personaje sumamente fiel a sus principios significaba un acercamiento entre generaciones y un profundo respeto entre pares. Según él, la experiencia había nacido tanto de la invitación de la cadena como del profundo deseo de sus hijos por conocer a la estrella puertorriqueña.
Entonces no faltaron los ataques para el autor de Eres o Revés por cantar con un artista que habla tan abiertamente del sexo en sus canciones, a los que Albarrán supo responder con demoledoras frases como esta: “Tanto el reguetón como el trap y el hip hop tienen sus bases en la música negra (…). Todas expresiones transgresoras, sexosas y que han salido del gueto para inundar las calles con alegría, desmadre y rebelión”.
Ahora, a poco más de un año de distancia, Benito Antonio Martínez (nombre de pila) lanza su siguiente álbum El último tour del mundo (tercer disco en este año), con una composición que bien podría estar marcando su opinión con un hecho concreto. Una canción, que salvo que mis raíces rockeras me estén traicionando, está claramente influida por Café Tacvba: Trellas. Y que después de los hits Dakiti y Yo visto así parece ser la composición de la que -casi- todos sus fanáticos están hablando.
Desde luego que el artista no se está enroscando en una polémica ya caducada, pero la sutil vestimenta de una canción sin baterías -recordemos que la banda de Rubén, Joselo, Meme y Quique no usó baterías reales hasta su disco Cuatro caminos, el cuarto de su discografía-, entre otros detalles, hacen pensar en una influencia innegable. ¿Cómo llegó Café Tacvba a la vida de uno de los artistas latinos urbanos más grandes del mundo?
Lanzaré algunas teorías: 1) Benito sabía que se presentaría con una figura icónica de la música de nuestro continente, que además es muy respetada en EE. UU. e investigó su música. 2) Benito, en algún momento de su vida, escuchó Café Tacvba en uno de los tantos espacios de San Juan donde no solo ponen reguetón, sino rock y rock muy selecto (Caramelos de Cianuro, Los Rabanes, Los Auténticos Decadentes, etc.). 3) Benito es un melómano de p… madre, pero está tan estigmatizado por sus haters que ese dato solo lo conocen sus amigos más cercanos. Si quieren saber por qué insisto tanto con su nombre de pila, busquen una canción de Los Rivera Destino llamada Flor.
El último tour del mundo es el verdadero “yo hago lo que me da la gana” (YHLQMDLG era el nombre de su anterior álbum). Es un trabajo hecho en un año de pandemia, donde no solo el mundo nos dio una probadita de lo que será algún día su fin, sino donde muchos de nosotros hicimos revolucionarias búsquedas emocionales y espirituales. Es un disco de rock, y como dirían los petardos de la internet: “¡Atiendo al que sea!”. Un rock que ya había sido explorado de forma menos explícita en el disco de la sigla recién referida y que ahora explota con canciones como Yo visto así (“un sencillo que suena como Nirvana”, me decía un empresario editorial puertorriqueño esta semana durante un café) o con Maldita pobreza, el primer ska-trap de la historia de la música. Y también es un disco de perreo, pero un perreo que parece haber sido pensado para ser exclusivamente de alcoba.
En realidad un perreo que no parece haber sido pensado, porque este disco se siente como si el Conejo se hubiera dicho a sí mismo: “Oye Benito, en un año sin discotecas (en San Juan todo está cerrado a las 9:00 p.m.), ¿por qué no haces canciones sin la presión de que tengan que ser palos de discoteca?”. Si fue así, todo le salió al dedillo.
En Sorry papi la batería -aparentemente digital- recuerda el hit Electro movimiento de Calle 13 (más referencias amigas, parece). Mientras La noche de anoche (con Rosalía) se exhibe como una canción simple, pero bonita y sumamente efectiva, ideal para estos momentos en que a la talentosa española le están cobrando con sangre haber participado en la nueva versión de Blinding lights de The Weeknd. Y Haciendo que me amas vuelve a jugar la carta del Conejo con el corazón partido, esa que tan bien había funcionado en Amor foda.
Pero en realidad lo que resalta en el disco y sobre todo lo que resalta si lo que queremos es entender cómo llegó a ser el primer disco latino en alcanzar el número uno en la escala Billboard, es esa capacidad tan propia del reguetón de decir cosas que conectan con la juventud contemporánea. Aun cuando no se trate de reflexiones filosóficas y a veces se limiten a frases sumamente simples, como “hoy cobre y hoy mismo lo vo’ a explotar, el precio ni voy a preguntar (Hoy cobré)” o “ando mirando la foto de cuando chingamos, bonitos recuerdos de cuando nos escapamos”, nos comimos en el carro ni al cuarto llegamos” (Te mudaste).
Ya veo que van a llover indignados en este párrafo, pero aceptémoslo amigos, así es el pop de hoy en día. Y aunque Bad Bunny es un productor excepcional (escuchen el beat de Chambea, por favor), las reglas de la industria musical contemporánea cada vez permiten menos contenido lírico en los hits de baile.
Entonces El tour del fin del mundo reúne todos los requisitos. Es el disco de un artista latino que va camino a convertirse en la figura contemporánea más grande de la música latina (que lo logre o no es otra historia), un tipo que como productor la rompe y como cantante no necesita ser el mejor vocalizando o rapeando para tener manadas siguiéndolo. Una estrella que -como bien afirma en la canción Booker T”- tiene éxitos orgánicos, esos que con los años se han vuelto escasos en el mundo del reguetón (“ustedes pagando pa irse virales, yo pegando temas sin hacerles promo”).
Porque él es el Bugs Bunny de la música urbana, el Roger Rabbit de la década de los 2020, el Conejo Blanco que siempre llega en el momento preciso, el Tambor “Made in Puerto Rico” que enternece a millones de fanáticas. El Bad “Fuckin” Bunny.
Y todo parece indicar que este Conejo también tiene décadas de éxito por delante.
En el año 2019 ocurrió un acontecimiento que para muchos amantes del rock fue una auténtica patada en los huevos: MTV juntó a Bad Bunny y a Rubén Albarrán, de Café Tacvba, en una maravillosa presentación, que otros sentimos como uno de los mejores momentos de la música contemporánea latina. Tener a este icónico cantante, compositor, activista y personaje sumamente fiel a sus principios significaba un acercamiento entre generaciones y un profundo respeto entre pares. Según él, la experiencia había nacido tanto de la invitación de la cadena como del profundo deseo de sus hijos por conocer a la estrella puertorriqueña.
Entonces no faltaron los ataques para el autor de Eres o Revés por cantar con un artista que habla tan abiertamente del sexo en sus canciones, a los que Albarrán supo responder con demoledoras frases como esta: “Tanto el reguetón como el trap y el hip hop tienen sus bases en la música negra (…). Todas expresiones transgresoras, sexosas y que han salido del gueto para inundar las calles con alegría, desmadre y rebelión”.
Ahora, a poco más de un año de distancia, Benito Antonio Martínez (nombre de pila) lanza su siguiente álbum El último tour del mundo (tercer disco en este año), con una composición que bien podría estar marcando su opinión con un hecho concreto. Una canción, que salvo que mis raíces rockeras me estén traicionando, está claramente influida por Café Tacvba: Trellas. Y que después de los hits Dakiti y Yo visto así parece ser la composición de la que -casi- todos sus fanáticos están hablando.
Desde luego que el artista no se está enroscando en una polémica ya caducada, pero la sutil vestimenta de una canción sin baterías -recordemos que la banda de Rubén, Joselo, Meme y Quique no usó baterías reales hasta su disco Cuatro caminos, el cuarto de su discografía-, entre otros detalles, hacen pensar en una influencia innegable. ¿Cómo llegó Café Tacvba a la vida de uno de los artistas latinos urbanos más grandes del mundo?
Lanzaré algunas teorías: 1) Benito sabía que se presentaría con una figura icónica de la música de nuestro continente, que además es muy respetada en EE. UU. e investigó su música. 2) Benito, en algún momento de su vida, escuchó Café Tacvba en uno de los tantos espacios de San Juan donde no solo ponen reguetón, sino rock y rock muy selecto (Caramelos de Cianuro, Los Rabanes, Los Auténticos Decadentes, etc.). 3) Benito es un melómano de p… madre, pero está tan estigmatizado por sus haters que ese dato solo lo conocen sus amigos más cercanos. Si quieren saber por qué insisto tanto con su nombre de pila, busquen una canción de Los Rivera Destino llamada Flor.
El último tour del mundo es el verdadero “yo hago lo que me da la gana” (YHLQMDLG era el nombre de su anterior álbum). Es un trabajo hecho en un año de pandemia, donde no solo el mundo nos dio una probadita de lo que será algún día su fin, sino donde muchos de nosotros hicimos revolucionarias búsquedas emocionales y espirituales. Es un disco de rock, y como dirían los petardos de la internet: “¡Atiendo al que sea!”. Un rock que ya había sido explorado de forma menos explícita en el disco de la sigla recién referida y que ahora explota con canciones como Yo visto así (“un sencillo que suena como Nirvana”, me decía un empresario editorial puertorriqueño esta semana durante un café) o con Maldita pobreza, el primer ska-trap de la historia de la música. Y también es un disco de perreo, pero un perreo que parece haber sido pensado para ser exclusivamente de alcoba.
En realidad un perreo que no parece haber sido pensado, porque este disco se siente como si el Conejo se hubiera dicho a sí mismo: “Oye Benito, en un año sin discotecas (en San Juan todo está cerrado a las 9:00 p.m.), ¿por qué no haces canciones sin la presión de que tengan que ser palos de discoteca?”. Si fue así, todo le salió al dedillo.
En Sorry papi la batería -aparentemente digital- recuerda el hit Electro movimiento de Calle 13 (más referencias amigas, parece). Mientras La noche de anoche (con Rosalía) se exhibe como una canción simple, pero bonita y sumamente efectiva, ideal para estos momentos en que a la talentosa española le están cobrando con sangre haber participado en la nueva versión de Blinding lights de The Weeknd. Y Haciendo que me amas vuelve a jugar la carta del Conejo con el corazón partido, esa que tan bien había funcionado en Amor foda.
Pero en realidad lo que resalta en el disco y sobre todo lo que resalta si lo que queremos es entender cómo llegó a ser el primer disco latino en alcanzar el número uno en la escala Billboard, es esa capacidad tan propia del reguetón de decir cosas que conectan con la juventud contemporánea. Aun cuando no se trate de reflexiones filosóficas y a veces se limiten a frases sumamente simples, como “hoy cobre y hoy mismo lo vo’ a explotar, el precio ni voy a preguntar (Hoy cobré)” o “ando mirando la foto de cuando chingamos, bonitos recuerdos de cuando nos escapamos”, nos comimos en el carro ni al cuarto llegamos” (Te mudaste).
Ya veo que van a llover indignados en este párrafo, pero aceptémoslo amigos, así es el pop de hoy en día. Y aunque Bad Bunny es un productor excepcional (escuchen el beat de Chambea, por favor), las reglas de la industria musical contemporánea cada vez permiten menos contenido lírico en los hits de baile.
Entonces El tour del fin del mundo reúne todos los requisitos. Es el disco de un artista latino que va camino a convertirse en la figura contemporánea más grande de la música latina (que lo logre o no es otra historia), un tipo que como productor la rompe y como cantante no necesita ser el mejor vocalizando o rapeando para tener manadas siguiéndolo. Una estrella que -como bien afirma en la canción Booker T”- tiene éxitos orgánicos, esos que con los años se han vuelto escasos en el mundo del reguetón (“ustedes pagando pa irse virales, yo pegando temas sin hacerles promo”).
Porque él es el Bugs Bunny de la música urbana, el Roger Rabbit de la década de los 2020, el Conejo Blanco que siempre llega en el momento preciso, el Tambor “Made in Puerto Rico” que enternece a millones de fanáticas. El Bad “Fuckin” Bunny.
Y todo parece indicar que este Conejo también tiene décadas de éxito por delante.