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Se sabe que Beethoven fue bautizado el 17 de diciembre de 1770 y por eso se cree que nació el día anterior, o sea que la conmemoración de los 250 años del nacimiento del inmenso artista podría no ser exacta, pero eso no importa: Hacer homenaje a uno de los más grandes músicos de todos los tiempos es casi que un deber porque además Beethoven fue un ser humano impresionante. Su furia porque Napoleón se había declarado emperador y por eso romper la dedicatoria que le había hecho de su Sinfonía Heroica; la manera como cuidó y trató de educar a su sobrino, huérfano de padre; el orgullo con que evitaba que sus creaciones para la nobleza no se confundieran con servidumbre, todo eso y mucho más es muestra de un ser humano de alcurnia moral. Cuando murió, no es extraño que a su entierro hayan asistido más de veinte mil vieneses, y la ciudad lloró a uno de sus habitantes más eximios. Schubert, quien llevó una vela tras el cortejo fúnebre, los artistas, los escritores e incluso la misma nobleza a la cual Beethoven evitaba considerar superior, marchó en forma humilde tras el ataúd que llevaba a un artista incomparable. (Le puede interesar: Beethoven el punto de partida para Schubert)
Nuevos rumbos para la música
Beethoven no solo fue un gran creador sino que en su obra hizo tantas innovaciones que la historia de la música se podría dividir en Antes de Beethoven y Después de Beethoven. Pocos se dan cuenta cuando escuchan los acordes escuetos y solitarios con que comienza su Cuarto concierto para piano que esa era la primera vez en la historia de la música que un concierto no comenzaba con grandes pasajes orquestales. Ese principio obliga a la introspección y por eso muchos consideran dicha obra como música filosófica. Cuando el bajo se levanta en ese emocionante momento al comienzo del último movimiento de la Sinfonía Coral e invita, en un exceso de acrobacia vocal, a que no se oigan más esos tonos y que la humanidad se una en cantar a la alegría, introduce la voz humana a lo que antes era género exclusivamente orquestal. Sus últimos cuartetos, que abandonan definitivamente la arquitectura tradicional de esos ejemplos de música de cámara, muestran hasta lo más profundo que las emociones tienen lugar en esos momentos de intimidad contenidos en estas obras. La Cavatina del décimo tercer cuarteto, que Beethoven consideraba el momento cumbre de su producción, inevitablemente transporta a un imaginario cielo a quien lo oye. La inmensas sonatas para piano finales contienen pasajes incomparables y esa obra gigante que son las Variaciones Diabelli hacen que uno se maraville ante los extremos creativos que puede alcanzar la mente humana.
Un principio poco usual
La familia de Beethoven provenía de la región de Flandes y ese origen flamenco esté reflejado en el “Van” que precede al apellido. El abuelo del músico había emigrado y era un bajo cantante de suficientes méritos como para que el Obispo de Colonia lo contratara como parte de los conjuntos de la corte de Bonn. Allí nació su hijo Johann, quien también se hizo cantante en la misma corte y fue en Bonn donde se casó con una viuda, María Magdalena Keverich, quien fue la madre de los siete hijos que tuvieron, uno de ellos Ludwig, el mismo que llegaría a ser uno de los más grandes genios musicales de todos los tiempos. A la familia no le iba bien económicamente porque el padre gastaba buena parte de su exiguo sueldo en alcohol y por eso a Johann van Beethoven se le ocurrió, al oír a su pequeño hijo improvisar en el teclado y demostrar así facultades musicales, que bien podría mejorar su situación si explotaba como niño prodigio al pequeño Ludwig, igual que años antes lo había hecho Mozart con su hijo, el pequeño Wolfgang. Para eso el padre comenzó a darle lecciones intensivas de música lo que permitió al muchacho dar un concierto cuando aún no había cumplido ocho años. Claro que el papá lo presentó como si solo tuviera seis, pero la poco sofisticada población de la pequeña ciudad alemana no le puso mayor atenció0n y el proyecto fracasó. Beethoven, que ya a temprana edad buscaba su independencia, decidió irse a Viena, y allí residió casi toda su vida. Fue uno más de quienes dieron fama a Viena como ciudad musical, así pocos de los músicos que eso hicieron hubieran nacido, con excepción de Schubert, en Viena.
Un puente entre lo clásico y lo romántico
A Beethoven le tocó ser el músico de transición entre los rigores del clasicismo y la libertad expresiva del romanticismo. Ya en Viena, hay una leyenda que dice que Mozart le oyó y dijo a quienes le oyeran que “había que poner atención a ese muchacho porque seguramente daría de que hablar”. Beethoven, orgulloso aprovechó la independencia que habían logrado los músicos y rehusó ser lacayo de ningún noble. Ellos patrocinaban sus obras pero sin que existiera ningún vínculo servil entre los dos. Aunque murió antes de cumplir los 57 años, tuvo la larga vida que el destino negó a Mozart y a Schubert y por eso pudo extender más que ellos los límites de la expresión artística. Su sordera que marcó con un signo de tragedia su vida y que parece que lo llevó a pensar en el suicidio, posiblemente ayudara a su introspección y a elevar su genio a alturas impresionantes. Hoy día, a los 250 años de su nacimiento, su música se sigue escuchando como una de las cimas del espíritu humano. Como dijo alguien, “la vida sin la música de Beethoven, hubiera sido muy diferente”