Bobby Cruz, las razones del sonido bestial
El cantante puertorriqueño hace parte de la nómina del festival Vive la Salsa. ¿Será su retiro de los escenarios? Un recorrido por las motivaciones de uno de los creadores de la salsa brava. Entrevista para El Espectador.
Joseph Casañas Angulo
El pequeño Robert no le hizo caso a su mamá. La doña le advirtió que si cruzaba la calle lo iban a moler a golpes. Entró a una tienda a comprar dulces y una pandilla de italianos lo sacó a puños y patadas. Llegó reventado a casa y su mamá, mientras le limpiaba las heridas, le reprochó por no haberla escuchado.
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El pequeño Robert no le hizo caso a su mamá. La doña le advirtió que si cruzaba la calle lo iban a moler a golpes. Entró a una tienda a comprar dulces y una pandilla de italianos lo sacó a puños y patadas. Llegó reventado a casa y su mamá, mientras le limpiaba las heridas, le reprochó por no haberla escuchado.
“Pero por qué me van a golpear, si yo no conozco a nadie. Eso debe ser mentira para que no salga de la casa”, se dijo el niño que había nacido en 1938 en medio de la pobreza extrema en Hormigueros, un pueblo en el oeste de Puerto Rico al que no llegaba ni el ruido.
Robert llegó al Nueva York de los años 50. Una ciudad que crecía desordenadamente y se atomizó en bandas que se mostraban los dientes y los puños. Dos años después de esa paliza, con 14 años cumplidos, terminó de cabeza en la pandilla de los boricuas, un combo de migrantes ásperos para la pelea que se organizaron para defender el barrio e impedir la entrada de otros migrantes. Italianos, irlandeses, negros, centroamericanos, todos tenían su bando y quienes tuvieran los nudillos más tiesos iban a sobrevivir.
Tristemente célebres son las anécdotas de ese Nueva York de pandilleros, xenofobia y hambre. Charles Dickens lo narró en su libro “Notas de América”: “Casas en ruinas, abiertas a la calle, por cuyas amplias grietas en las paredes, otras ruinas amenazan la vista, como si el mundo del vicio y la miseria no tuviera nada más que mostrar. Viviendas atroces que deben su reputación al robo y al asesinato. Todo lo inmundo, lo decadente y lo corrupto se halla aquí”.
Ese fue el contexto. Robert creció con la sangre caliente. Tener las venas en constante ebullición le trajo líos, pero en ese fuego interno encontró fuerzas, excusas, demonios, sonidos, motivaciones y tentaciones. Hoy pocos se acuerdan de Robert. La ira se transformó en música y Robert Cruz Ramos en Bobby Cruz, el hombre de la salsa brava.
De ese pandillero de Five Points si acaso quedará el recuerdo. Hoy Bobby Cruz camina despacio, como midiendo las calles, recorriendo sus pasos, pensando cada movimiento para no tropezar, pues ya tropezó muchas veces.
Llegó a la redacción de El Espectador y pidió un café al que le echaron tres cucharadas de azúcar. Se lo tomó por educación, pero dice que le hace daño, ya que tiene problemas de diabetes. Se lo toma despacio, trago a trago. Mientras responde preguntas, su mano izquierda, con la que sostiene el plato donde pone el pocillo, tiembla de forma involuntaria.
“Hormigueros es un pueblito que nadie sabe por qué se llama así: ni siquiera hay hormigas. Yo no he visto hormigas en mi pueblo. De allí han salido dos personas famosas al mundo, uno de ellos es un prócer, el otro soy yo”.
En febrero de este año, Bobby Cruz cumplió 86 años. Ya mandó a construir el panteón en el que espera ser sepultado cuando se asome la muerte. Sus restos descansarán en Hormigueros, al lado de la señora que le aconsejó que no cruzara la calle.
“Yo siempre fui pensador. Yo no hice nada nunca que no quisiera hacer. Yo no era guiado por otros. La mayoría de los jóvenes no tienen identidad propia y se dejan guiar por otros. Así que yo de verdad no tengo nada de que arrepentirme, excepto de las malas decisiones que por ignorancia tomé, como cruzar al otro lado de la calle cuando mi madre me dijo que no lo hiciera”.
Después de hacerles muecas a las pandillas, se preparó para ser joyero en una escuela vocacional. Tuvo su propio negocio en la 54 West de la calle 57 en Nueva York. El negocio era próspero y Cruz, mientras fabricaba joyas, sumaba dólares en la cuenta; sin embargo, no era feliz.
Una tarde de 1963, mientras grababa un anillo de compromiso, con una herramienta de trabajo se rasgó una vena del dedo índice de la mano izquierda. El piso quedó con un espejo de sangre. Ese día murió un joyero y nació un cantante, aunque siguió haciendo joyas, esta vez sonoras.
“¿Qué hago aquí cortándome las venas si a mí lo que me gusta es la música?”, se preguntó. Le regaló el negocio al cubano con el que trabajaba y dos años después, en 1965, junto a Richie Ray, lanzaron Ricardo Ray Arrives, el primer LP del legendario dúo salsero.
A Bobby Cruz lo acusaron de sonsacar a Richie Ray de la música clásica. “El papá de Richie se encargó de decirle eso a todo el mundo. Eso no es verdad. Él quería que Richie fuera un pianista clásico y lo obligaba, por eso se fue de la casa a los 16 años, porque no quería que su papá lo obligara a algo que no sentía.
Fue la mamá de Richie la que me dijo: ‘Bobby, ayúdeme a buscar a mi hijo. Yo no sé por dónde anda’. En una semana se lo llevé a la casa y Richie, para no estudiar lo que quería su papá, se fue a la Fuerza Aérea, cuando se salió de allá formamos lo que hoy el mundo conoce como Richie Ray y Bobby Cruz”.
Lo que sigue es el paradigma de la salsa. En Sonido bestial mezclaron jazz, blues, música clásica y sonidos sinfónicos, entre otros. Tomaron los patrones rítmicos, los desarmaron y los armaron para darle forma a un tema épico.
Este viernes Bobby Cruz se presenta en el Parque Simón Bolívar. Le pregunto de su vínculo con Colombia: “Este país lanzó mi carrera al mundo. Nosotros ya éramos número uno en Nueva York, pero salimos y nos montamos de una vez. Una familia de Barranquilla, dueños de emisoras de radio, unos hermanos de apellido Char, llegaron a Nueva York para contratar a Tito Puente, pero Tito estaba ocupado y nos recomendó a nosotros. Hablé con un joven que se llamaba Miguel Char. Dijo que tenía una emisora en Barranquilla y que si hacíamos una canción para esa ciudad, pegábamos”. No fue un canto de sirena. Con “Voy pa’ Colombia” saltaron a las emisoras del continente.
Le pregunto si es cierto que en el festival Vive la Salsa en Bogotá, se retira de los escenarios: “Estoy nostálgico, pero mis despedidas son hasta que vuelva”.