Bullenrap, la música que los Montes de María necesita
Sí, es un nuevo género musical, quizá no muy reconocido en las ciudades, pero creado, cantado e interpretado en el corregimiento de La Libertad, al norte de San Onofre, en los Montes de María (Sucre).
Kelly Rodríguez / kelly.joh.rodriguez@gmail.com
“Yo vengo de aquellos cerros donde las nubes lloraban viendo que debajo de ellas la sangre se derramaba, se escuchan allá en lo lejos mil voces en las montañas, negra mueve tu pollera que el negro tiene su maña”, es la primera estrofa de Voces de Mambú, un sentido bullerengue que, de improvisto, se ve interrumpido por un palabreo de rima y jerga: “suenan tambores de resistencia, de gente negra, Bullenrap ritmo autóctono de la tierra, ya no más guerra, quiero paz en los territorios, suenan tambores que te hacen rechazar el odio”.
Sí, es un nuevo género musical, quizá no muy reconocido en las urbes, pero creado, cantado e interpretado en el corregimiento de La Libertad, al norte de San Onofre, en los Montes de María (Sucre). Allí tuvo lugar uno de los primeros procesos de reparación colectiva en el país, luego de que el 14 de junio de 2004 sus habitantes, cansados de los asesinatos selectivos, los crímenes sexuales y las torturas, se organizaran para impedir que los paramilitares del bloque Héroes de los Montes de María siguieran mortificándolos.
“A los liberteños nos tocó callar; llorar nuestros seres queridos; pagar vacunas o cuotas impuestas para que no nos maltrataran o mataran. Nosotros éramos unos niños en aquel entonces y damos gracias a Dios por no haber sido jóvenes, porque esta población sufrió mucho. A las mujeres las humillaron, azotaron y violaron. A los líderes los amenazaron de muerte por su resistencia y rebeldía. A muchos los mataron. Vimos los sesos de nuestra gente en las paredes y a las madres llorar. Dejábamos nuestras casas y, por miedo, nos íbamos del pueblo en busca de un lugar sin balas y sin miedo a morir, pero se aprovecharon de esto para ‘mal comprarnos’ las tierras y quitarnos lo que por herencia era nuestro”, recuerda Luis Miguel Caraballo, quien para entonces tendría unos nueve años. Hoy, con 23, lidera Afro-música: un proyecto que mezcla tradición, resistencia y rebeldía.
Luis y otros jóvenes liberteños empezaron un proceso de investigación en la comunidad para descubrir qué era lo que trataba de cantar aquel viejito de 97 años, ese que quizá no veía, no caminaba, pero hacía bulla. “Nos dimos cuenta de que lo que quería transmitir el maestro era valioso, así que nos sentamos con nuestros mayores y pasamos mucho tiempo con ellos”.
Aunque el conflicto tenía estigmatizados a los jóvenes de la región, ellos se dieron a la tarea de cambiar el panorama y se propusieron crear una alternativa que les permitiera trabajar en conjunto y recuperar los valores primordiales de la comunidad. Entonces, escucharon el Bullerengue, conocieron el tambor “llamador", el “alegre”, el guache, las palmas y las tablas. Con la mentoría de los abuelos aprendieron a tocar los instrumentos y a cantar. Además, se reunieron con músicos de María la Baja, San Jacinto y otros territorios donde el bullerengue nunca se silenció.
Y lo lograron. Otra vez el Bullerengue se hizo una práctica diaria del territorio. De hecho, si usted visitara La Libertad esta noche encontraría a casi 100 personas reunidas bailando y cantando a ritmo de tambor. Pero ahí no paró el asunto, los jóvenes quisieron “evolucionar” e incorporaron a la tradición una propuesta innovadora y atractiva cuyo objetivo era el de conquistar y agrupar a todas las generaciones: el rap.
“Se decide crear Bullenrap porque todos en la comunidad somos víctimas del conflicto, independiente de que te hayan desplazado o le hayan quitado la vida a un ser querido. Cuando el corregimiento decide liberarse de tanta represión, quisimos que la música que cantáramos narrara nuestra historia, contara la memoria de nuestros viejos y describiera las problemáticas por las que estamos atravesando y las que superó nuestro territorio”, afirma Luis.
Su familia se fue a vivir a Cartagena. El afán por alejarse de la violencia, el conflicto y el miedo los llevó a probar suerte en la ciudad amurallada, pero Luis no fue. No quiso. No sabe hacer otra cosa más que trabajar para su comunidad. Renunció a la ciudad, a la industria musical, a las grandes agrupaciones y a una posibilidad quizá más amplia de surgir como artista, por quedarse en su tierra. “Le dije a mi mamá que la planta está donde puede crecer y aquí está el agua que esta planta necesita y yo tengo mucho que entregarle a este territorio todavía”.
Caraballo es bachiller y, aunque no ha tomado cursos, ni se ha abierto al campo profesional, es un referente de su comunidad. Desde las 6:00 a.m. abre las puertas de su casa a adolescentes ávidos de arte, música y baile. Sin embargo, no se trata solo del rescate cultural, actualmente, La Libertad está afrontando la realidad de ver a sus niños y jóvenes consumiendo y comercializando droga. Afro – Música se ha convertido, entonces, en una alternativa para cambiar ese escenario por uno con luces, público y voces.
Y siguen en la lucha. Desde hace tres años la agrupación ha participado en el proyecto “Expedición Sensorial por los Montes de María” - liderado por el Ministerio de Cultura – que les brindó la posibilidad de dar su primer gran paso: grabar un disco de cinco canciones. Un logro que le hincha el corazón a jóvenes que no trabajan en otra cosa, que deben viajar poco más de dos horas hasta el estudio de grabación más cercano y que ven en la agrupación una esperanza de vida.
El sueño es amplio, además del impacto comunitario, el fortalecimiento y el tejido social, Afro – Música busca el desarrollo socioeconómico del territorio, apuntándole a la visibilización y comercialización del Bullenrap para llevar progreso a la comunidad. La propuesta es describir el territorio de una forma atractiva para la industria musical y que un día sus éxitos sirvan para cambiar la vida de su gente.
“Yo vengo de aquellos cerros donde las nubes lloraban viendo que debajo de ellas la sangre se derramaba, se escuchan allá en lo lejos mil voces en las montañas, negra mueve tu pollera que el negro tiene su maña”, es la primera estrofa de Voces de Mambú, un sentido bullerengue que, de improvisto, se ve interrumpido por un palabreo de rima y jerga: “suenan tambores de resistencia, de gente negra, Bullenrap ritmo autóctono de la tierra, ya no más guerra, quiero paz en los territorios, suenan tambores que te hacen rechazar el odio”.
Sí, es un nuevo género musical, quizá no muy reconocido en las urbes, pero creado, cantado e interpretado en el corregimiento de La Libertad, al norte de San Onofre, en los Montes de María (Sucre). Allí tuvo lugar uno de los primeros procesos de reparación colectiva en el país, luego de que el 14 de junio de 2004 sus habitantes, cansados de los asesinatos selectivos, los crímenes sexuales y las torturas, se organizaran para impedir que los paramilitares del bloque Héroes de los Montes de María siguieran mortificándolos.
“A los liberteños nos tocó callar; llorar nuestros seres queridos; pagar vacunas o cuotas impuestas para que no nos maltrataran o mataran. Nosotros éramos unos niños en aquel entonces y damos gracias a Dios por no haber sido jóvenes, porque esta población sufrió mucho. A las mujeres las humillaron, azotaron y violaron. A los líderes los amenazaron de muerte por su resistencia y rebeldía. A muchos los mataron. Vimos los sesos de nuestra gente en las paredes y a las madres llorar. Dejábamos nuestras casas y, por miedo, nos íbamos del pueblo en busca de un lugar sin balas y sin miedo a morir, pero se aprovecharon de esto para ‘mal comprarnos’ las tierras y quitarnos lo que por herencia era nuestro”, recuerda Luis Miguel Caraballo, quien para entonces tendría unos nueve años. Hoy, con 23, lidera Afro-música: un proyecto que mezcla tradición, resistencia y rebeldía.
Luis y otros jóvenes liberteños empezaron un proceso de investigación en la comunidad para descubrir qué era lo que trataba de cantar aquel viejito de 97 años, ese que quizá no veía, no caminaba, pero hacía bulla. “Nos dimos cuenta de que lo que quería transmitir el maestro era valioso, así que nos sentamos con nuestros mayores y pasamos mucho tiempo con ellos”.
Aunque el conflicto tenía estigmatizados a los jóvenes de la región, ellos se dieron a la tarea de cambiar el panorama y se propusieron crear una alternativa que les permitiera trabajar en conjunto y recuperar los valores primordiales de la comunidad. Entonces, escucharon el Bullerengue, conocieron el tambor “llamador", el “alegre”, el guache, las palmas y las tablas. Con la mentoría de los abuelos aprendieron a tocar los instrumentos y a cantar. Además, se reunieron con músicos de María la Baja, San Jacinto y otros territorios donde el bullerengue nunca se silenció.
Y lo lograron. Otra vez el Bullerengue se hizo una práctica diaria del territorio. De hecho, si usted visitara La Libertad esta noche encontraría a casi 100 personas reunidas bailando y cantando a ritmo de tambor. Pero ahí no paró el asunto, los jóvenes quisieron “evolucionar” e incorporaron a la tradición una propuesta innovadora y atractiva cuyo objetivo era el de conquistar y agrupar a todas las generaciones: el rap.
“Se decide crear Bullenrap porque todos en la comunidad somos víctimas del conflicto, independiente de que te hayan desplazado o le hayan quitado la vida a un ser querido. Cuando el corregimiento decide liberarse de tanta represión, quisimos que la música que cantáramos narrara nuestra historia, contara la memoria de nuestros viejos y describiera las problemáticas por las que estamos atravesando y las que superó nuestro territorio”, afirma Luis.
Su familia se fue a vivir a Cartagena. El afán por alejarse de la violencia, el conflicto y el miedo los llevó a probar suerte en la ciudad amurallada, pero Luis no fue. No quiso. No sabe hacer otra cosa más que trabajar para su comunidad. Renunció a la ciudad, a la industria musical, a las grandes agrupaciones y a una posibilidad quizá más amplia de surgir como artista, por quedarse en su tierra. “Le dije a mi mamá que la planta está donde puede crecer y aquí está el agua que esta planta necesita y yo tengo mucho que entregarle a este territorio todavía”.
Caraballo es bachiller y, aunque no ha tomado cursos, ni se ha abierto al campo profesional, es un referente de su comunidad. Desde las 6:00 a.m. abre las puertas de su casa a adolescentes ávidos de arte, música y baile. Sin embargo, no se trata solo del rescate cultural, actualmente, La Libertad está afrontando la realidad de ver a sus niños y jóvenes consumiendo y comercializando droga. Afro – Música se ha convertido, entonces, en una alternativa para cambiar ese escenario por uno con luces, público y voces.
Y siguen en la lucha. Desde hace tres años la agrupación ha participado en el proyecto “Expedición Sensorial por los Montes de María” - liderado por el Ministerio de Cultura – que les brindó la posibilidad de dar su primer gran paso: grabar un disco de cinco canciones. Un logro que le hincha el corazón a jóvenes que no trabajan en otra cosa, que deben viajar poco más de dos horas hasta el estudio de grabación más cercano y que ven en la agrupación una esperanza de vida.
El sueño es amplio, además del impacto comunitario, el fortalecimiento y el tejido social, Afro – Música busca el desarrollo socioeconómico del territorio, apuntándole a la visibilización y comercialización del Bullenrap para llevar progreso a la comunidad. La propuesta es describir el territorio de una forma atractiva para la industria musical y que un día sus éxitos sirvan para cambiar la vida de su gente.