Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Carlos Vives logra lo extraño: nos junta. Hace unos días, el periodista Daniel Coronell le dijo a este diario que la búsqueda de los cuatro niños que se accidentaron en el Amazonas el pasado mes de mayo, había sido un relámpago en la historia de Colombia. Que se conmovió porque nos unió. Que se permitió la esperanza al ver que era posible que, por una causa mayor, tuviésemos la grandeza de reconocernos parte de un mismo grupo. Habría que contarle a Coronell que su esperanza pudo ser alimentada de haber estado en el Estadio El Campín este 15 diciembre: más de 25 mil personas inspiradas por un hombre que supo apropiarse tanto del sombrero, como de la ruana. Que supo decir con gracia: soy colombiano y me encanta.
Más de 850 personas trabajaron para una jornada de seis horas. Parece mucha gente para tan poco tiempo. Pero este fue un concierto realmente largo. Era difícil reunir treinta años de carrera en un par de horas. Por eso, no fueron un par de horas. El concierto se inició con una serie de presentaciones de músicos colombianos que conocíamos tan bien como para sabernos las canciones con las que se le presentaron al país. Ellos, que salieron al escenario como una suerte de hermanos mayores (Jerau, Mauricio y Palo de agua, Lucas Arnau, Sin ánimo de lucro, Sebastián Yepes y Alejandro Gonzáles, de Bonka), fueron invitando a los menores. Este pudo ser uno de los símbolos más relevantes del concierto: Vives, a lo largo de estas tres décadas, quiso abrirle paso a los que, tras él, fueron intentándolo. También querría, entonces, que ellos hicieran algo similar con los que van detrás. Los más pequeños, los que inician, fueron Timo, Estereobeat, Jbot & Tuti, Maca y Gero, Laura Mare y Simón Savi.
Pa Mayté levantó a los que ya se dividían entre la impaciencia y la emoción. Vives salió. Estaba vestido de negro y tenía un chaleco que en el espaldar decía: “El rock de mi pueblo”. Los que comenzaron a cantar con él eran su pueblo. Y él era el de ellos. Hace treinta años pasábamos por una temporada violenta. La resistencia ante las muertes y los desaparecidos y las bombas y el terror parecía estar a punto de agotarse, pero nadie podía rendirse, así que a algo había que aferrarse. En la música se halló una forma de resignificar la indiferencia de nuestras montañas y ríos ante las masacres. En las canciones de músicos como Vives, las cordilleras y mares, se convirtieron en testigos, en aliados.
Como no estuvo solo, salieron sus cómplices. “Baloncito viejo” contó con Camilo, el cantante que comenzó su carrera en el Factor X y ahora es uno de los intérpretes jóvenes más reconocidos del país. Después de cantarla, al escenario salieron el Tino Asprilla, Alberto Gamero, René Higuita, Ómar Pérez, Faryd Mondragón, Isabella Echeverry y Natalia Gaitán, como una muestra de que si el fútbol para Colombia es importante, para Vives también.
“Voy a cantar la primera canción que no es mía”, dijo, y entre gritos y canto, la gente se unió: “Ama la tierra en que naciste, ámala es una y nada más. Ama tu hermano, ama tu raza, ámala es una y nada más”. Juanes, otro colombiano insistente en su origen y lo que representa, salió al escenario con su guitarra y una letra que, sin importar la cercanía con una guerra que nos ha acompañado como una sombra, habló de nosotros. Una letra que nos describió, porque en Colombia, el reto no solo ha sido escapársele al terror más cruel, sino también de los coletazos que ha dejado la tragedia. “Falta, falta, falta amor. Falta, falta corazón. En la tierra del dolor, hace falta corazón”, porque no solo hemos sido víctimas, sino cómplices de un padecimiento largo.
El escenario también se llenó de ciclistas. El deporte lanzó un mensaje similar al de Vives: los mayores que abrieron paso a los menores. Lucho Herrera, Fabio Parra y Martín “Cochise” Rodríguez, junto a Rigoberto Urán, y el presentador argentino Mario Sábato, salieron a la tarima a bailar El orgullo de mi patria: “Se lo digo yo, que me lleva el llanto, esa es la emoción de ser colombiano”, y por la ternura o la excitación, las lágrimas de muchos de los que atestiguaban el momento, brotaron. Una vez más, Vives lo logró: su público se apropió de una letra que habló de reconocer la cara de alguien con alma cercana: “que no hay gente más buena que yo haya visto en otro lugar”.
En medio de un descanso muy corto, las pantallas se encendieron con la imagen de Sergio Moya Molina, compositor de La celosa, quien junto a su esposa contó la experiencia que originó la canción. Juanita, “la dueña de la casa”, fue quien inspiró la letra que hablaba de un hombre que pedía que no lo celaran y lo dejaran disfrutar la vida. Al terminarse el video, salió Moya Molina a cantar a dúo con Vives su composición: “Tú conmigo vives resentida, pero yo te alegro con mi canto”.
El bolero falaz, de Aterciopelados, se juntó con el vallenato, y el estadio completo, gritó: “Malo si sí, malo si no, ni preguntes. Ya no soy yo, fuera de mí es que me tienes”, en un homenaje al rock colombiano y al vallenato, géneros que Vives juntó con el desafío que siempre imponen unos cuantos puristas. No solamente superó el desafío, sino que contribuyó a enterrar el prejuicio sobre la experimentación, el cruce de culturas y la incapacidad para juntar sonidos aparentemente polares. Sebastián Yatra y Ryan Castro fueron los otros artistas que acompañaron al samario en esta celebración de tres décadas de carrera.
Durante las últimas presentaciones de Vives, su cierre ha sido con la canción “Cuando nos volvamos a encontrar”, casi que como una promesa para un próximo encuentro. Los miles de asistentes que estuvieron en la celebración de sus 30 años, que gozaron de las visuales, los invitados, los drones y los juegos pirotécnicos, probablemente acudirán a la cita que celebra la incesante búsqueda por adueñarse de esta tierra, su cultura e impresionante capacidad de, a pesar del caos, encontrar gozo.