Carlos Vives: una larga carta de amor escrita con canciones
El músico pudo haberse quedado patinando en las ruedas gastadas del éxito de los “Clásicos de la provincia”, pero escogió crecer, eligió seguir buscando e indagando en sus entrañas.
Giancarlo Calderón
“Nadie puede aconsejarle ni ayudarle. Nadie. Solo hay un recurso: vuelva sobre sí mismo. Indague cuál es la causa que lo mueve a escribir; examine si ella expande sus raíces en lo más profundo de su corazón… Hable de todo eso con la más honda, íntima y humilde sinceridad, y utilice para expresarse las cosas de su entorno, las imágenes de sus ensueños y los objetos de sus recuerdos”. Son algunas frases iniciales de Cartas a un joven poeta, de Rainer María Rilke. Palabras oportunas y útiles para cualquiera con el talento y las ganas de contar historias; para alguien que aspire a convertirse en un narrador de vivencias, en un contador de cuentos. Se puede lograr con la literatura, claro, y sus diferentes géneros narrativos, y también se puede llevar a cabo con la música, a través de las canciones y sus letras con melodía.
Carlos Vives, cantautor colombiano, parece haber seguido al pie de la letra esta serie de indicaciones o sugerencias lúcidas, pues en sus composiciones musicales, durante más de dos décadas, no ha hecho otra cosa que hablar (cantar) sobre lo que ha encontrado dentro sí. Ahí buscó y halló el material necesario para escribir una larga carta de amor a todo lo que ha hecho palpitar su corazón desde que era un niño en Santa Marta, ciudad en la que nació el 7 de agosto de 1961. Justamente, uno de sus principales pilares para crear canciones ha sido la nostalgia de todo lo vivido en la infancia, en su ciudad natal, o en la adolescencia en Bogotá, donde realizó sus estudios de bachillerato. Recuerdos que siguieron muy vivos dentro de él, hecho que supo aprovechar más adelante en términos creativos.
Pero no solo la nostalgia, sino una constante necesidad de expresar ideas y sentimientos es lo que lo han convertido en una especie de juglar moderno que aprendió a relatar de la mejor manera los acontecimientos de su vida y su entorno. Vives, como los buenos escritores, se ha convertido en un relator excelso de sus entrañas. Allí, en esa extensa esquela musical, se encuentran consignados sus más profundos afectos, inquietudes y aficiones.
Sin embargo, no todo el tiempo fue así: el compositor que siempre habitó en él estuvo dormido durante muchos años. Primero tuvo que recorrer otros caminos musicales; un proceso y una transición en la que pasó de ser un cantante de baladas románticas, con una influencia marcada del género pop, a ser un artista de música tropical, un representante del género vallenato. En realidad, más que un género musical, el vallenato fue un universo que conoció y admiró desde muy pequeño, pero que demoró en reconocer como el puente ideal entre sus raíces culturales y su potencial como cantante y compositor.
Escalona, el detonante que alborotó la esencia
En 1991, Carlos Vives protagonizó la serie de televisión que contaba, a través de sus composiciones, la vida de Rafael Escalona. Esto definitivamente fue un punto de giro en su carrera y removió los intereses musicales que había tenido hasta ese momento. Así se lo contó el músico, años más tarde, al periodista Ramón Jimeno: “Yo siempre supe que quería cantar, pero lo que tenía o debía cantar me tomó mucho tiempo [descubrirlo]. Antes de Escalona sí había un desgaste de parte mía. No sabía qué era, pero sí sabía que había algo dentro de mí que me decía: otro intento y nada, no es por aquí, ni yo estoy contento interiormente con lo que estoy haciendo ni, por supuesto, eso estaba dando resultados”.
Ciertamente, haber representado al mítico compositor facilitó esta conexión con ese mundo de los primeros años en los que las reuniones familiares giraban en torno a la parranda vallenata. “Era como reencontrarnos con ese sentimiento, que en últimas era lo que nos estaba haciendo falta; era el piso que había que hacer para empezar a trabajar, pero ese piso lo habíamos enterrado, se había perdido. Todos estos intentos de grabar otro tipo de música habían sepultado ese piso, ese sentimiento. Fue descubrir nuevamente eso que en la infancia me gustaba ver en mi papá o en mis tíos en una parranda, esa sensación de estar en familia, esa sensación de estar en tus terrenos, los volvimos a tener cuando hicimos Escalona”, apuntó Vives en la misma entrevista.
“La gota fría” marcó un camino sin reversa
Corría el año 1993 y nadie se logró imaginar, tal vez ni siquiera el mismo Carlos Vives ni los integrantes de su recién nacida agrupación, La Provincia, que una canción compuesta en 1938 se convirtiera en un éxito sin precedentes a escala local e internacional. Tampoco su compositor, Emiliano Zuleta Baquero. Así se lo narró al escritor y periodista Heriberto Fiorillo, en el libro La mejor vida que tuve: “Yo no sé por qué gusta tanto La gota fría. Nunca creí que sería la pieza más reconocida entre todas las que compuse (…) Lo cierto es que La gota fría ha puesto sombra sobre numerosas canciones, propias y ajenas. Es la canción vallenata que ha recibido más regalías en el mundo entero”.
Pero Clásicos de la provincia, trabajo discográfico que incluía este tema, fue más que una canción. De hecho, fue más que un disco: fue el inicio de un proyecto, de un concepto, de un sello sonoro. Fue un espacio donde la mezcla de instrumentos y la fusión de culturas se hizo realidad; fue la suma de experiencias musicales de la capital y del Caribe colombiano. Allí se encontraron, por ejemplo, el acordeón de Egidio Cuadrado, de Villanueva, La Guajira, con la guitarra de Teto Ocampo, de Bogotá. Todo esto para darle vida a un repertorio de canciones escritas por grandes juglares de la música vallenata: Leandro Díaz (Matilde Lina), Freddy Molina (Amor sensible), Carlos Huertas (El cantor de Fonseca) y Alejo Durán (Altos del Rosario), entre otros. Así se refirió a esas creaciones, en 1996, en entrevista con el cronista Juan Rincón Vanegas: “Hay algo que me gusta más de los viejos y es que son elementales. Nuestra música no es de smoking ni de gala. Elegantizar el vallenato no es el camino. Hay que regresar a nuestros valores primarios”.
Despierta el compositor
Tengo fe, disco lanzado en 1997, fue la producción musical en la que Carlos Vives se estrenó como compositor de canciones. Allí aparecen como protagonistas sus abuelos, un tren de antaño, los partidos de fútbol (Los buenos tiempos); asimismo un primer homenaje a su hija Lucía Vives y a la Sabana de Bogotá (Interior). También aparece su ídolo de infancia Antonio Cervantes Kid Pambelé (Pambe), y la historia de un amor perdido y añorado —a una mujer, a la tierra— (Qué diera). En general, temas muy personales, con un enfoque narrativo, con letras cargadas de remembranzas y un mensaje esperanzador de todo lo que él considera valioso y genuino.
Luego vendrían más discos en los que también dejaría su impronta en las líricas: El amor de mi tierra (1999), Déjame entrar (2001), El rock de mi pueblo (2004), Corazón profundo (2013), (+) Corazón profundo (2014), Vives (2017), Cumbiana (2020).
Mil historias que contar
“Salgo de tocar, es madrugada, algunos pesos, mil historias que contar…”. Un pobre loco se llama la canción y es uno de los tantos roles que se ha inventado este músico para seguir escribiendo y contando historias entrañables. Carlos Vives, a decir verdad, ha sido muchas cosas, pero ante todo ha sido un ser creativo, alguien con una sensibilidad y una mirada particular de su vida y del mundo que le tocó. Decía que había sido muchas cosas: serenatero estudiantil, teatrero juvenil, cantante de bar, imitador de Julio Iglesias, estudiante de Odontología, fanático de rock, ultrafanático del rock argentino, publicista, galán de telenovelas, presentador de La Tele, ciclista y futbolista aficionado, buen hijo y buen papá, productor, empresario, nostálgico, generoso, entusiasta, terco, risueño, “un pobre loco”, un creador.
Es la creatividad lo que ha atravesado su vida profesional. Pudo haberse quedado patinando en las ruedas gastadas del éxito de los Clásicos de la provincia, y sacar interminablemente volúmenes de ese disco, pero escogió crecer, eligió seguir buscando e indagando en lo que había en las raíces profundas de su corazón. Allí, mientras siga viviendo, encontrará una fuente inagotable de cuentos que contar. Seguramente, el día que llegue a las mil historias tal vez sonría y solo tomará un impulso para comenzar a contar mil historias más.
“Nadie puede aconsejarle ni ayudarle. Nadie. Solo hay un recurso: vuelva sobre sí mismo. Indague cuál es la causa que lo mueve a escribir; examine si ella expande sus raíces en lo más profundo de su corazón… Hable de todo eso con la más honda, íntima y humilde sinceridad, y utilice para expresarse las cosas de su entorno, las imágenes de sus ensueños y los objetos de sus recuerdos”. Son algunas frases iniciales de Cartas a un joven poeta, de Rainer María Rilke. Palabras oportunas y útiles para cualquiera con el talento y las ganas de contar historias; para alguien que aspire a convertirse en un narrador de vivencias, en un contador de cuentos. Se puede lograr con la literatura, claro, y sus diferentes géneros narrativos, y también se puede llevar a cabo con la música, a través de las canciones y sus letras con melodía.
Carlos Vives, cantautor colombiano, parece haber seguido al pie de la letra esta serie de indicaciones o sugerencias lúcidas, pues en sus composiciones musicales, durante más de dos décadas, no ha hecho otra cosa que hablar (cantar) sobre lo que ha encontrado dentro sí. Ahí buscó y halló el material necesario para escribir una larga carta de amor a todo lo que ha hecho palpitar su corazón desde que era un niño en Santa Marta, ciudad en la que nació el 7 de agosto de 1961. Justamente, uno de sus principales pilares para crear canciones ha sido la nostalgia de todo lo vivido en la infancia, en su ciudad natal, o en la adolescencia en Bogotá, donde realizó sus estudios de bachillerato. Recuerdos que siguieron muy vivos dentro de él, hecho que supo aprovechar más adelante en términos creativos.
Pero no solo la nostalgia, sino una constante necesidad de expresar ideas y sentimientos es lo que lo han convertido en una especie de juglar moderno que aprendió a relatar de la mejor manera los acontecimientos de su vida y su entorno. Vives, como los buenos escritores, se ha convertido en un relator excelso de sus entrañas. Allí, en esa extensa esquela musical, se encuentran consignados sus más profundos afectos, inquietudes y aficiones.
Sin embargo, no todo el tiempo fue así: el compositor que siempre habitó en él estuvo dormido durante muchos años. Primero tuvo que recorrer otros caminos musicales; un proceso y una transición en la que pasó de ser un cantante de baladas románticas, con una influencia marcada del género pop, a ser un artista de música tropical, un representante del género vallenato. En realidad, más que un género musical, el vallenato fue un universo que conoció y admiró desde muy pequeño, pero que demoró en reconocer como el puente ideal entre sus raíces culturales y su potencial como cantante y compositor.
Escalona, el detonante que alborotó la esencia
En 1991, Carlos Vives protagonizó la serie de televisión que contaba, a través de sus composiciones, la vida de Rafael Escalona. Esto definitivamente fue un punto de giro en su carrera y removió los intereses musicales que había tenido hasta ese momento. Así se lo contó el músico, años más tarde, al periodista Ramón Jimeno: “Yo siempre supe que quería cantar, pero lo que tenía o debía cantar me tomó mucho tiempo [descubrirlo]. Antes de Escalona sí había un desgaste de parte mía. No sabía qué era, pero sí sabía que había algo dentro de mí que me decía: otro intento y nada, no es por aquí, ni yo estoy contento interiormente con lo que estoy haciendo ni, por supuesto, eso estaba dando resultados”.
Ciertamente, haber representado al mítico compositor facilitó esta conexión con ese mundo de los primeros años en los que las reuniones familiares giraban en torno a la parranda vallenata. “Era como reencontrarnos con ese sentimiento, que en últimas era lo que nos estaba haciendo falta; era el piso que había que hacer para empezar a trabajar, pero ese piso lo habíamos enterrado, se había perdido. Todos estos intentos de grabar otro tipo de música habían sepultado ese piso, ese sentimiento. Fue descubrir nuevamente eso que en la infancia me gustaba ver en mi papá o en mis tíos en una parranda, esa sensación de estar en familia, esa sensación de estar en tus terrenos, los volvimos a tener cuando hicimos Escalona”, apuntó Vives en la misma entrevista.
“La gota fría” marcó un camino sin reversa
Corría el año 1993 y nadie se logró imaginar, tal vez ni siquiera el mismo Carlos Vives ni los integrantes de su recién nacida agrupación, La Provincia, que una canción compuesta en 1938 se convirtiera en un éxito sin precedentes a escala local e internacional. Tampoco su compositor, Emiliano Zuleta Baquero. Así se lo narró al escritor y periodista Heriberto Fiorillo, en el libro La mejor vida que tuve: “Yo no sé por qué gusta tanto La gota fría. Nunca creí que sería la pieza más reconocida entre todas las que compuse (…) Lo cierto es que La gota fría ha puesto sombra sobre numerosas canciones, propias y ajenas. Es la canción vallenata que ha recibido más regalías en el mundo entero”.
Pero Clásicos de la provincia, trabajo discográfico que incluía este tema, fue más que una canción. De hecho, fue más que un disco: fue el inicio de un proyecto, de un concepto, de un sello sonoro. Fue un espacio donde la mezcla de instrumentos y la fusión de culturas se hizo realidad; fue la suma de experiencias musicales de la capital y del Caribe colombiano. Allí se encontraron, por ejemplo, el acordeón de Egidio Cuadrado, de Villanueva, La Guajira, con la guitarra de Teto Ocampo, de Bogotá. Todo esto para darle vida a un repertorio de canciones escritas por grandes juglares de la música vallenata: Leandro Díaz (Matilde Lina), Freddy Molina (Amor sensible), Carlos Huertas (El cantor de Fonseca) y Alejo Durán (Altos del Rosario), entre otros. Así se refirió a esas creaciones, en 1996, en entrevista con el cronista Juan Rincón Vanegas: “Hay algo que me gusta más de los viejos y es que son elementales. Nuestra música no es de smoking ni de gala. Elegantizar el vallenato no es el camino. Hay que regresar a nuestros valores primarios”.
Despierta el compositor
Tengo fe, disco lanzado en 1997, fue la producción musical en la que Carlos Vives se estrenó como compositor de canciones. Allí aparecen como protagonistas sus abuelos, un tren de antaño, los partidos de fútbol (Los buenos tiempos); asimismo un primer homenaje a su hija Lucía Vives y a la Sabana de Bogotá (Interior). También aparece su ídolo de infancia Antonio Cervantes Kid Pambelé (Pambe), y la historia de un amor perdido y añorado —a una mujer, a la tierra— (Qué diera). En general, temas muy personales, con un enfoque narrativo, con letras cargadas de remembranzas y un mensaje esperanzador de todo lo que él considera valioso y genuino.
Luego vendrían más discos en los que también dejaría su impronta en las líricas: El amor de mi tierra (1999), Déjame entrar (2001), El rock de mi pueblo (2004), Corazón profundo (2013), (+) Corazón profundo (2014), Vives (2017), Cumbiana (2020).
Mil historias que contar
“Salgo de tocar, es madrugada, algunos pesos, mil historias que contar…”. Un pobre loco se llama la canción y es uno de los tantos roles que se ha inventado este músico para seguir escribiendo y contando historias entrañables. Carlos Vives, a decir verdad, ha sido muchas cosas, pero ante todo ha sido un ser creativo, alguien con una sensibilidad y una mirada particular de su vida y del mundo que le tocó. Decía que había sido muchas cosas: serenatero estudiantil, teatrero juvenil, cantante de bar, imitador de Julio Iglesias, estudiante de Odontología, fanático de rock, ultrafanático del rock argentino, publicista, galán de telenovelas, presentador de La Tele, ciclista y futbolista aficionado, buen hijo y buen papá, productor, empresario, nostálgico, generoso, entusiasta, terco, risueño, “un pobre loco”, un creador.
Es la creatividad lo que ha atravesado su vida profesional. Pudo haberse quedado patinando en las ruedas gastadas del éxito de los Clásicos de la provincia, y sacar interminablemente volúmenes de ese disco, pero escogió crecer, eligió seguir buscando e indagando en lo que había en las raíces profundas de su corazón. Allí, mientras siga viviendo, encontrará una fuente inagotable de cuentos que contar. Seguramente, el día que llegue a las mil historias tal vez sonría y solo tomará un impulso para comenzar a contar mil historias más.