Carlos Vives y los 30 años de los Clásicos de la provincia: el empujón del vallenato
Carlos Vives estará esta noche en concierto en el estadio El Campín para conmemorar las tres décadas de un álbum que catapultó su carrera y que, para algunos, en medio de los debates y gustos, impulsó al vallenato y lo hizo trascender nuestras fronteras.
Andrés Osorio Guillott
Alguien también le preguntó a Carlos Vives de dónde era porque cantaba muy bonito las parrandas. Había llegado a Bogotá con su mamá, quien se había separado de su padre. Y habría que preguntarnos cuántas decisiones de nuestros padres han influido en nuestro camino. No nos preguntemos para bien o para mal, simplemente qué pudo cambiar en nuestras vidas. Porque si hablamos de Aurelio Vives, su padre, tendríamos que hablar de uno de los orígenes del amor por el vallenato en Carlos, porque aunque él intentó estudiar Medicina, como su padre, al final se decantó por la música, elección que le pareció más honesta a don Aurelio, porque lo sorprendió mucho que hubiera pensado en estudiar algo que no lo apasionaba.
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Alguien también le preguntó a Carlos Vives de dónde era porque cantaba muy bonito las parrandas. Había llegado a Bogotá con su mamá, quien se había separado de su padre. Y habría que preguntarnos cuántas decisiones de nuestros padres han influido en nuestro camino. No nos preguntemos para bien o para mal, simplemente qué pudo cambiar en nuestras vidas. Porque si hablamos de Aurelio Vives, su padre, tendríamos que hablar de uno de los orígenes del amor por el vallenato en Carlos, porque aunque él intentó estudiar Medicina, como su padre, al final se decantó por la música, elección que le pareció más honesta a don Aurelio, porque lo sorprendió mucho que hubiera pensado en estudiar algo que no lo apasionaba.
Y si hablamos de Aracely Restrepo, su madre, tendríamos que mencionar que por esa decisión de vivir con sus hijos en Bogotá fue que llegaron otros sonidos a los oídos de Carlos, y el gusto por el rock y otros géneros urbanos menos alegres creó un híbrido de esos sonidos que no dejarían de ser alegres, pero sí combinarían las letras y melodías del pasado con las tendencias de aquel presente que, dicho sea de paso, fue uno de los amargos.
“Hace 30 años Colombia estaba viviendo uno de los momentos más cruciales en términos de violencia, guerra, de tema político. Hace 30 años cayó Pablo Escobar. Imagínese cómo fue ese diciembre de Colombia. Este Clásicos de la provincia fue esa luz de esperanza, ese salvavidas. Fue una manera muy especial de reencontrarnos con esa identidad perdida que de a pocos la violencia y el narcotráfico nos habían quitado. Es un disco redondo, es un álbum de reivindicación que puso al vallenato en otra esfera. Para mí, por el contexto cultural y musical, representa un parteaguas. Es encontrarnos con un Carlos Vives y sus músicos que lograron darle un significado y un sonido diferente al pop, al vallenato y a toda esa fusión. Este disco fue una manifestación muy positiva y una respuesta a todo lo que estaba pasando. Fue un disco de clásicos y recuerden cómo “La gota fría” se convirtió en la canción más vista en video y la más escuchada en la radio. Fue un aliciente para una Colombia que estaba sumida en la desesperanza”, aseguró Luisa Piñeros, periodista musical.
Fueron los años más críticos a nivel social. El genocidio de la UP, las constantes masacres y bombas, los asesinatos de líderes políticos y la guerra entre carteles, guerrillas y paramilitares tenían al país sumido en una crisis sin precedentes. No es gratuito que el rock por esos años empezara a tomar fuerza, así como lo hizo años atrás en Argentina en la época de dictadura. La música, como cualquier otra muestra cultural, respondía a los vacíos que la realidad dictaba.
Rendirle un homenaje a los Clásicos de la provincia pudo ser una manera de recordar las raíces para recuperar la alegría. Carlos Vives lo ha dicho varias veces, y es que en las épocas en las que cantaba en bares y hacía teatro fue sintiendo ese llamado a encontrar su voz y ponerle un sello en el escenario musical de la época. No les tuvo temor a las voces ortodoxas que criticaron los nuevos sonidos del vallenato.
Carolina Sanín decía el otro día en su cuenta de X que cuando se llega a cierta edad “sobreviene el desencanto” y que ese desencanto nos vuelve “conservadores (...) Y porque querer que las cosas (o algunas cosas) sigan como están incluye querer seguir vivos, que es estar encantados y es absolutamente maravilloso”. Y con esta afirmación podría uno entender a quienes reniegan de los cambios, pero habría que decir que ese encanto también se da en la capacidad de dejarse asombrar y seducir por lo novedoso, y eso fue lo que le ocurrió a Carlos Vives.
Para Beto Murgas, director del Museo del Acordeón en Valledupar, la música de Vives fue revolucionaria: “A mí me causó un impacto positivo para la cultura vallenata. Hombre, cuando Carlos salió algunos ortodoxos se expresaron negativamente, pero uno comenzó a notar que se generó también un cambio en la mentalidad de alguna persona porque ese trabajo, sin temor a equivocarme, nos internacionalizó. Nos fueron entendiendo en otras latitudes”.
Murgas comenta que Vives es de Santa Marta, una ciudad por la que algunos juglares pasaron con frecuencia, e incluso algunos de ellos llegaron a compartir con la familia de Carlos. “Él es samario. Los primeros juglares, como Luis Enrique Martínez y Alejo Durán, visitaron Santa Marta. El papá de Carlos Vives parrandeó con todos esos personajes. Carlos vivió eso desde niño. En Bogotá vivió un ambiente rockero, pero no olvidó sus raíces”.
Piñeros, por su parte, no solo habla de Vives, sino de quienes han hecho parte de su legado musical, de quienes aportaron y sumaron su conocimiento en sus discos. Egidio Cuadrado, por ejemplo, es uno de esos amigos y cómplices que hacen de la amistad un ingrediente y capítulo de una obra: “Carlos Vives se convirtió sin duda en un visionario, pero no quisiera hablar solamente de él, pues detrás suyo están sus músicos, hay que recordar a Teto Campo, a un compositor como Iván Benavides, a un compañero de fórmula como Egidio Cuadrado, a Maité Montero, que puso el tono femenino en la gaita, pero sin duda Carlos Vives en 30 años o un poco más se ha convertido en un símbolo, en un símbolo comercial, en un símbolo que nos invita a la amistad, a la buena onda. Es un tipo tan honesto en su amor por Colombia que lo ha logrado reflejar. Vives es eso, un tipo necesario para el país. Que nos guste o no nos guste lo que haga en la actualidad es otra cosa, pero habría que mirarlo como legado porque tiene unos discos muy potentes que cantamos, que bailamos, que hemos disfrutado. Es un tipo que ha ido en la búsqueda de unas raíces muy bonitas y que ha sabido conjugar en su estilo”.