Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Carolina, John, Ricardo y Ronen se reúnen para conversar, para tertuliar. Vienen de Colombia, Estados Unidos, Puerto Rico e Israel, por lo que hablan lenguas diferentes. Los convoca, sin embargo, el mutuo interés por un lenguaje que constituye su terreno común y en el que los cuatro se encuentran; un interés estético y artístico particular, transversal a todos ellos. Se dan cita para compartir, departir, construir y deconstruir, todo en función de enriquecer ese lenguaje, de celebrar en torno a él, de pensarlo, discutirlo, cuestionarlo, entenderlo. Elaborarán un discurso complejo que parte de sus reflexiones individuales sobre el objeto de estudio, pero que, al entrar en debate, a dúo, trío y cuarteto, se complementa de manera esclarecedora e inteligible. No hablaremos sobre el qué de la conversación, pues este se revelará solo al final. Concentrémonos en la descripción de cómo se organiza el discurso, algo que es más acorde con nuestros fines, que también se confesarán.
Al abrir la conversación, Carolina Calvache lleva la batuta y presenta sus ideas con elocuencia y mesura, sin decir poco ni demasiado, simplemente lo justo. Argumenta a partir de una exposición de elementos temáticos predeterminados y ya conocidos por sus interlocutores, quienes en ocasiones se le unen para terminar al unísono algunas frases contundentes de su manifiesto. Enriquece su discurso con variaciones que, a través de la evocación y la emocionalidad, llenan de color y sentido aquello que está diciendo. Dirige miradas a los demás contertulios para darles la palabra y examinar desde distintas perspectivas las ideas que se han puesto en común. Toma la vocería de nuevo cuando el debate se enciende para discurrir libremente, ahora sí explayándose, y concluye haciendo una síntesis de lo expuesto por todos. Este modelo se replica en los distintos momentos de la tertulia, que varían en intensidad, con acaloramientos y apaciguamientos, como debe ser.
John cumple con el papel de ‘opinador’ constante que aviva la discusión. En algunas ocasiones secunda a Carolina apoyando sus ideas; en otras, interviene de manera disruptiva y con agudeza para reivindicar su opinión particular y mantener el espíritu de debate. No obstante, lo hace siempre con tacto y delicadeza. Su voz aterciopelada y su tono conciliador son ideales para lograr un balance entre los conversadores.
De entrada, se diría que Ricardo es algo tímido y que elude figurar y problematizar. Pero esto no se debe a que no tenga mucho que decir o a que carezca de una posición crítica. De hecho, cuando se toma la palabra, el diálogo pasa a un estado reflexivo e íntimo que le permite exponer con mucho criterio su parecer frente a sus compañeros, quienes con complicidad y respeto modulan el volumen para escuchar su suave voz. Ricardo tiene, además, una función clave en la dinámica del grupo: es un moderador que recuerda los límites entre el idear libre y la divagación, evitando que los demás pierdan el hilo del discurso, y a la vez, permitiendo que Ronen, quizás el personaje más singular de la reunión, se exprese a sus anchas.
Ronen tiene una personalidad provocadora. Es algo así como un agitador que con inteligencia cuestiona el sentido de la conversación, casi hasta el punto del sabotaje. No llega hasta tal extremo, pero su tarea es la de hacer preguntas incómodas. Conoce y entiende muy bien el guion y la finalidad del encuentro, así como la posición de cada uno de los deliberantes, lo que le facilita proponer un juego sintáctico intrépido y muy serio, pero también, lleno de picardía y humor.
En esta tertulia los cuatro participantes conocen muy bien sus papeles y las intenciones de cada uno, lo que permite su interacción espontánea y natural, nunca artificiosa. Si bien se guían por un libreto que constantemente consultan -su manifiesto- se dan libertades para entrar y salir de él con la mayor de las tranquilidades. Todo culmina, pero sin resolverse. Los cabos que quedan sueltos serán la motivación para una próxima cita.
El lenguaje en el que se encuentran nuestros contertulios es la música, específicamente el jazz. En este marco, su estilo es diverso, no solo por la procedencia de cada uno de los músicos y sus consecuentes improntas, sino también por echar mano de diferentes tradiciones musicales. Carolina Calvache, pianista y líder del grupo, encuentra inspiración para sus composiciones y arreglos a partir de las músicas negras de los Estados Unidos, la música clásica de la India, y los aires andinos de su natal Colombia. John Ellis en el saxofón, Ricardo Rodríguez en el contrabajo y Ronen Itzik en la batería son sus cómplices en tarima.
Finalmente, este texto, aunque no lo parezca, es la reseña de su concierto del pasado 10 de marzo en Bogotá. Un concierto, sin duda, espléndido y cautivador por el alto nivel musical.
*Guitarrista clásico egresado de la Universidad Javeriana y magíster en relaciones internacionales de la misma institución