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En 2009, durante las conmemoraciones del tercer Festival Internacional de Música de Cartagena, en rueda de prensa con el norteamericano Charles Wadsworth, quien fuera su director artístico entonces, algún colega lanzó como un dardo una pregunta probablemente nada original, pero cuya respuesta parece haber sido bien honrada 14 ediciones después.
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“¿Cuándo van a incluir la obra de compositores colombianos en el Festival?”, fue el interrogante de marras. Wadsworth, seguramente sintiéndose reclamado, respondió con firmeza: “Apenas estamos empezando. Pronto sabremos un poco más de Colombia y su música, y seguramente habrá un lugar para ella en el evento después”, digamos que dijo, ante la imposibilidad del recuerdo literal.
Esos sonidos de nuestro país empezaron a colarse con cierta timidez, primero dentro de la llamada Serie Latinoamericana o Del Nuevo Mundo, que involucraba propuestas de cámara con punto de partida en lo popular. Dentro de ese componente tuvimos la grata oportunidad de ver terciando en el evento al grupo andino colombiano Palos y Cuerdas, a Hugo Candelario González y Bahía Trío, al Colectivo Colombia (de Antonio Arnedo y colegas), a Totó la Momposina y a una buena cantidad de solistas en el rubro de los sonidos clásicos.
Pero solo desde hace unos seis años, cuando el maestro italiano Antonio Miscena asumió las riendas del evento, puede decirse que se comenzó una verdadera “política” de divulgación de la obra clásica y de cámara de compositores nacionales. Lejos de la condescendencia o de un paternalismo chovinista, aquello ha ocurrido al amparo de unos repertorios de enormísima calidad, una obra históricamente invisibilizada por el canon centroeuropeo que, por fortuna, está siendo revisada como parte de nuestro patrimonio.
Una prueba de ello que merecería algunas líneas aparte es la aparición de Acuarelas colombianas, grabación de la Filarmónica Juvenil de Cámara de la Orquesta Filarmónica de Bogotá lanzada por el sello Egea, brazo discográfico de varios eventos musicales, incluido el hoy llamado Festival de Música de Cartagena. Acaso la eliminación del rótulo de “internacional” hable también con autoridad de esa intención por la búsqueda de la raíz colombiana.
Dentro de un programa definido por una etapa histórica en particular, el siglo XIX, y por el ideal nacionalista como punta de lanza, la edición actual del Festival dedica sus últimos días, en seis conciertos, a esos compositores colombianos que encontraron un punto de partida creativo en las tradiciones vernáculas y populares, en géneros como el bambuco, el pasillo e incluso la cumbia. El lapso de actividad de muchos de estos compositores corresponde a un período tardío del nacionalismo musical, concordante en todo caso con la aparición de escuelas latinoamericanas que tienen apogeo en países como Brasil, México y Argentina, con representantes canónicos ya como Villa-Lobos, Revueltas y Ginastera, respectivamente.
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El primero de los seis conciertos que abarcarán esos repertorios, el jueves 12 a las 11:00 a.m., tiene como punto central la ejecución de Emociones caucanas, trío para piano del caleño Antonio María Valencia (1902-1952) que entremezcla las vivencias personales del compositor en el occidente colombiano y las enseñanzas académicas recibidas durante su estancia en la Schola Cantorum de París. Para su ejecución, el Festival sugirió la conformación del llamado Bogotá Piano Trío. Esa misma tarde, el Cuarteto Q-Arte hará un repaso por la tradición nacional del cuarteto de cuerdas, con obras de Quevedo Zornoza, Biava Ramponi y Uribe Holguín, más la transcripción de una de las suites colombianas del tolimense Gentil Montaña (1942-2011). Al cierre de la jornada, el Centro de Convenciones de Cartagena recibe una participación variopinta en lo conceptual, junto con la primera de las apariciones de la pianista Teresita Gómez, siempre esperada con inquietud y afecto tanto por legos como por iniciados.
Un día después, arrancando a la misma hora matutina, José García, en clarinete, y Ana María Orduz, en piano, recrean piezas a dúo, originales y arreglos, de Pedro Morales Pino, Oriol Rangel, Luis Antonio Escobar, León Cardona y el joven compositor Víctor Hugo Castro. En la tarde, Teresita Gómez volverá a recibir toda la atención, esta vez como solista en piezas canónicas de su repertorio de autores nacionales. Y de nuevo, no solo cerrando la franja sino la presente edición del Festival, la Orquesta Sinfónica de Cartagena, bajo la dirección de Óscar Vargas, vuelve a dar constancia del éxito de su proceso de siete años, en obras de origen europeo junto con algunas pinceladas colombianas de Lucho Bermúdez y Germán Darío Pérez.
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Omnipresente y transversal dentro de todo este programa, la obra de Adolfo Mejía Navarro (1905-1973) ha tenido relevancia desde al menos tres ediciones, y de alguna manera su efigie y espíritu, en tanto compositor cartagenero arquetípico, es hoy figura tutelar del evento. Varios solistas y formaciones de cámara se encargarán de recrear un puñado de sus piezas para piano entre bambucos, improvisaciones y zambas; su poema sinfónico Íntima y su Pequeña suite, obra de 1938 en la cual aparece, por primera vez en el repertorio académico colombiano, el eco de una cumbia.
Alguna vez Gabriel García Márquez manifestó lo siguiente acerca de el zipaquireño Guillermo Quevedo Zornoza, uno de los compositores cuya obra está presente en este cierre: “El sueño de mi vida de aquellos años era ser como él”. Es muy probable que, ante el hallazgo de un aire colombiano más o menos escondido entre estas creaciones académicas, podamos también lograr nosotros tal grado de reconocimiento.
*Jefe musical de Radio Nacional de Colombia.