“Churo” Díaz, el cantante de los cantantes (en el vallenato)
El cantante guajiro proviene de la misma dinastía de Leandro Díaz y es oriundo de la misma tierra que Silvestre Dangond. Acaba de lanzar su álbum de estudio número 16 y lo presentará en vivo, por primera vez, en el Parque de la Leyenda Vallenata, con un aforo de 25 mil personas.
Alberto González Martínez
—Ese no es el Churo —dije de inmediato al escuchar la primera canción de su álbum.
Sonaba ajeno a él. Sonaba más a Carlos Vives o una producción para contentar oídos ajenos al vallenato. Pensé que había perdido su esencia, que conservaba desde hacía 20 años, pero a los treinta y cinco segundos la atmósfera cambió. Sonó a parranda en Valledupar, al río Guatapurí a las dos de la madrugada, a botellas de Old Parr y de “perro con perro” (Black & White) con tres dedos de trago, a bailar “amaciza’o”. Sonó al Churo.
Esa primera canción se llevó el título del álbum. El guajiro quería un nombre de gratitud con sus seguidores por el respaldo en dos décadas de carrera. De Mil gracias pasó a El fuete, porque su equipo de trabajo lo convenció de que tenía más impacto. Al él le sonaba muy “enchoyao” —o engreído—, pero Churo es “enchoyao”.
La elección de las composiciones fue una tarea agotadora, pero reconfortante. Publicó un número de WhatsApp al que dice que le enviaron cerca de 700 canciones. Le tocó bloquearlo porque le estaba quitando el sueño. De ahí, más las que recibió de los compositores de peso en el género, escogió, con su equipo de trabajo, unas 200. Salieron 20 a producción y publicaron 17.
A Churo le gusta escoger las canciones y sabe cómo hacerlo desde su primer disco, que grabó al lado de Iván Zuleta —quien venía de grabar con Diomedes Díaz—, y fue quien le dio el espaldarazo para los años venideros. Luego Zuleta volvió con Diomedes y ahí le tocó hacer camino a él solo, aunque tenía como respaldo el peso histórico de toda una dinastía.
En efecto, Churo es primo tercero del juglar Leandro Díaz e hijo de Adaniés, cantante vallenato que había firmado con Universal Music y prometía ser un éxito, pero la muerte (a sus 31 años) se lo impidió. Churo era un bebé de brazos cuando eso pasó.
¿Cómo ha armado los recuerdos de su papá?
Por lo que me cuentan. Donde llego hay recuerdos de él, anécdotas de su parranda. A donde llego me muestran sus fotos. Tenía muchos seguidores, entonces en cualquier parte del país me dicen: “Yo fui amigo de tu padre”. Una vez fui a tocar a Leticia (Amazonas) y un señor me salió con un álbum viejo, de esos que tienen argollas, y estaba casi completo de puras fotos de mi papá. Tenía fotos con él, de cuando era niño, en la playa, en el río, todas las carátulas. Quedé impresionado.
¿Cómo ha hecho para mantener la coherencia musical durante 20 años?
Digo que es un don que Dios me dio para escoger canciones. Me encanta, me nace escogerlas. Hay artistas que no les gusta ni le funciona y ponen a otra persona a escoger canciones. Después que las escojo, se las presento a mi equipo de trabajo y hacemos preproducción. Si yo no siento la canción no la grabo, aunque sea del compositor más grande, porque siento que va a quedar feo. En cambio, si canto algo que estoy sintiendo con el corazón, que me pare los vellitos, así mismo lo va a escuchar la gente.
¿Qué debe tener para que le pare los vellitos?
Inicialmente, una letra sana y que tenga un principio un medio y un desenlace. No canciones de pedacito que no digan nada, sino que tenga historia. Y si es rápida y tiene historia, pa’ mí es la mejor. Roberto Calderón es uno de mis preferidos. Es mi hermano, mi compadre, es uno de los compositores que más quiero en el vallenato. Una herencia que me dejó mi padre, porque ellos tuvieron una amistad.
Tito Manjarrés, su productor, me dice que es perfeccionista con las guitarras en la producción...
Cuando él habla de perfeccionismo es que me gusta que se escuchen las guitarras, que las armonías queden arriba. A veces me hacen mezclas donde la guitarra queda bajita y no me gusta. Además de que me gusta, me luce que queden arriba, van con mi voz. Con Javier Mugno, el ingeniero de sonido, también me entiendo, porque él sabe cómo me gusta a mí la cosa.
***
El perfeccionismo de Churo en su sonido y sus letras hacen que tenga una identidad criolla y moderna que no es para todo público. No es un artista muy reconocido en el interior de país, no está en la agenda de los festivales y medios, pero es uno de los artistas vallenatos que más presentaciones tiene por semana. Lo prefieren en ciudades y pueblos del Caribe, que saben disfrutar su música. Hay otros que simplemente no lo entenderían.
Churo, como cualquier director de cine de autor, tiene a sus compositores recurrentes. Está el mencionado Roberto Calderón, quien usa versos complejos de entender a la primera; José Iván Marín, a quien le dicen que sabe componer perfectamente para el sentimiento del Churo, y Fernando Gómez, quien no tiene mucho reconocimiento, pero es el que le graba las canciones rápidas que cuentan una historia; las preferidas de él: en las que se puede bailar “empercollao” (del verbo “apercollar”) y cantar al oído.
En Valledupar no escucha rock porque no lo puede bailar “empercollao”. No necesita tener una Ruta 66, porque tiene la Simón Bolívar y la carrera novena. Tiene a sus mártires, que han muerto por sus excesos: su propio Club de los 27. Eso sin mirar a ningún otro lado y siguiendo la memoria implícita que los juglares, que les sacaron melodías a un acordeón europeo sin saber una sola nota musical. A Churo se le siente el peso de esa memoria musical.
—Silvestre Dangond dijo que usted es el cantante de los cantantes.
—Sí, siempre él me lo dice, y también otros artistas, que parrandean con mi música y que les gusta mi canto —responde el guajiro—. Y Silvestre, en estos momentos, es el número uno del vallenato.
—Podría decirlo de otra forma: que usted es un artista de culto dentro de la nueva ola.
Los nuevos cantantes del género hacen versiones de sus éxitos, a los que precisamente llaman “la generación del cover”, porque se hacen un nombre a partir de los éxitos pasados. Churo dice que cada quien en lo suyo, pero los invita a que hagan sus propios éxitos y dejen su legado. Él ya lo ha hecho.
Churo es una suerte de cantante del heavy metal del vallenato que transita entre el hard rock, el trash metal y la new wave, al que se escucha tan romántico como estruendoso para un oído desprevenido y que tiene, a su “churismo”, que no lo idolatra sino que lo admira. Una de las preguntas que se hacen los vallenatos cuando alguno de sus artistas lanza en el Parque de la Leyenda Vallenata —con capacidad para 25.000 personas— es si llenará el recinto o no. Con Churo no existe esa discusión.
Terminé de escuchar las 17 canciones y quise quedarme a vivir en una de ellas, con una mochila y sus 16 álbumes, en uno de los amaneceres del Valle, que huelen y saben a whiskey.
—Ese no es el Churo —dije de inmediato al escuchar la primera canción de su álbum.
Sonaba ajeno a él. Sonaba más a Carlos Vives o una producción para contentar oídos ajenos al vallenato. Pensé que había perdido su esencia, que conservaba desde hacía 20 años, pero a los treinta y cinco segundos la atmósfera cambió. Sonó a parranda en Valledupar, al río Guatapurí a las dos de la madrugada, a botellas de Old Parr y de “perro con perro” (Black & White) con tres dedos de trago, a bailar “amaciza’o”. Sonó al Churo.
Esa primera canción se llevó el título del álbum. El guajiro quería un nombre de gratitud con sus seguidores por el respaldo en dos décadas de carrera. De Mil gracias pasó a El fuete, porque su equipo de trabajo lo convenció de que tenía más impacto. Al él le sonaba muy “enchoyao” —o engreído—, pero Churo es “enchoyao”.
La elección de las composiciones fue una tarea agotadora, pero reconfortante. Publicó un número de WhatsApp al que dice que le enviaron cerca de 700 canciones. Le tocó bloquearlo porque le estaba quitando el sueño. De ahí, más las que recibió de los compositores de peso en el género, escogió, con su equipo de trabajo, unas 200. Salieron 20 a producción y publicaron 17.
A Churo le gusta escoger las canciones y sabe cómo hacerlo desde su primer disco, que grabó al lado de Iván Zuleta —quien venía de grabar con Diomedes Díaz—, y fue quien le dio el espaldarazo para los años venideros. Luego Zuleta volvió con Diomedes y ahí le tocó hacer camino a él solo, aunque tenía como respaldo el peso histórico de toda una dinastía.
En efecto, Churo es primo tercero del juglar Leandro Díaz e hijo de Adaniés, cantante vallenato que había firmado con Universal Music y prometía ser un éxito, pero la muerte (a sus 31 años) se lo impidió. Churo era un bebé de brazos cuando eso pasó.
¿Cómo ha armado los recuerdos de su papá?
Por lo que me cuentan. Donde llego hay recuerdos de él, anécdotas de su parranda. A donde llego me muestran sus fotos. Tenía muchos seguidores, entonces en cualquier parte del país me dicen: “Yo fui amigo de tu padre”. Una vez fui a tocar a Leticia (Amazonas) y un señor me salió con un álbum viejo, de esos que tienen argollas, y estaba casi completo de puras fotos de mi papá. Tenía fotos con él, de cuando era niño, en la playa, en el río, todas las carátulas. Quedé impresionado.
¿Cómo ha hecho para mantener la coherencia musical durante 20 años?
Digo que es un don que Dios me dio para escoger canciones. Me encanta, me nace escogerlas. Hay artistas que no les gusta ni le funciona y ponen a otra persona a escoger canciones. Después que las escojo, se las presento a mi equipo de trabajo y hacemos preproducción. Si yo no siento la canción no la grabo, aunque sea del compositor más grande, porque siento que va a quedar feo. En cambio, si canto algo que estoy sintiendo con el corazón, que me pare los vellitos, así mismo lo va a escuchar la gente.
¿Qué debe tener para que le pare los vellitos?
Inicialmente, una letra sana y que tenga un principio un medio y un desenlace. No canciones de pedacito que no digan nada, sino que tenga historia. Y si es rápida y tiene historia, pa’ mí es la mejor. Roberto Calderón es uno de mis preferidos. Es mi hermano, mi compadre, es uno de los compositores que más quiero en el vallenato. Una herencia que me dejó mi padre, porque ellos tuvieron una amistad.
Tito Manjarrés, su productor, me dice que es perfeccionista con las guitarras en la producción...
Cuando él habla de perfeccionismo es que me gusta que se escuchen las guitarras, que las armonías queden arriba. A veces me hacen mezclas donde la guitarra queda bajita y no me gusta. Además de que me gusta, me luce que queden arriba, van con mi voz. Con Javier Mugno, el ingeniero de sonido, también me entiendo, porque él sabe cómo me gusta a mí la cosa.
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El perfeccionismo de Churo en su sonido y sus letras hacen que tenga una identidad criolla y moderna que no es para todo público. No es un artista muy reconocido en el interior de país, no está en la agenda de los festivales y medios, pero es uno de los artistas vallenatos que más presentaciones tiene por semana. Lo prefieren en ciudades y pueblos del Caribe, que saben disfrutar su música. Hay otros que simplemente no lo entenderían.
Churo, como cualquier director de cine de autor, tiene a sus compositores recurrentes. Está el mencionado Roberto Calderón, quien usa versos complejos de entender a la primera; José Iván Marín, a quien le dicen que sabe componer perfectamente para el sentimiento del Churo, y Fernando Gómez, quien no tiene mucho reconocimiento, pero es el que le graba las canciones rápidas que cuentan una historia; las preferidas de él: en las que se puede bailar “empercollao” (del verbo “apercollar”) y cantar al oído.
En Valledupar no escucha rock porque no lo puede bailar “empercollao”. No necesita tener una Ruta 66, porque tiene la Simón Bolívar y la carrera novena. Tiene a sus mártires, que han muerto por sus excesos: su propio Club de los 27. Eso sin mirar a ningún otro lado y siguiendo la memoria implícita que los juglares, que les sacaron melodías a un acordeón europeo sin saber una sola nota musical. A Churo se le siente el peso de esa memoria musical.
—Silvestre Dangond dijo que usted es el cantante de los cantantes.
—Sí, siempre él me lo dice, y también otros artistas, que parrandean con mi música y que les gusta mi canto —responde el guajiro—. Y Silvestre, en estos momentos, es el número uno del vallenato.
—Podría decirlo de otra forma: que usted es un artista de culto dentro de la nueva ola.
Los nuevos cantantes del género hacen versiones de sus éxitos, a los que precisamente llaman “la generación del cover”, porque se hacen un nombre a partir de los éxitos pasados. Churo dice que cada quien en lo suyo, pero los invita a que hagan sus propios éxitos y dejen su legado. Él ya lo ha hecho.
Churo es una suerte de cantante del heavy metal del vallenato que transita entre el hard rock, el trash metal y la new wave, al que se escucha tan romántico como estruendoso para un oído desprevenido y que tiene, a su “churismo”, que no lo idolatra sino que lo admira. Una de las preguntas que se hacen los vallenatos cuando alguno de sus artistas lanza en el Parque de la Leyenda Vallenata —con capacidad para 25.000 personas— es si llenará el recinto o no. Con Churo no existe esa discusión.
Terminé de escuchar las 17 canciones y quise quedarme a vivir en una de ellas, con una mochila y sus 16 álbumes, en uno de los amaneceres del Valle, que huelen y saben a whiskey.