Katie James y Carlos Vives durante las grabaciones de “En la selva”, una de las canciones del más reciente álbum del colombiano.
Foto: Katie James
Las canciones de Katie James huelen. Toca y de su guitarra se desprende el vapor del café hecho en horno de leña. El primero de la mañana, que aún no aclara completamente. Canta y, como si fuese un llamado, la neblina se mezcla con ese vapor. Una neblina tan fría que no se queda en los picos, sino que baja hasta esa taza de café. Desciende para, además, juntarse al humo de madera quemada. Todo esto mientras amanece. O todo esto mientras ella canta y uno se imagina allí, en una casa de madera escondida entre monte y más monte.
Por Laura Camila Arévalo Domínguez
Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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